Equipos, Cifra, Factum, Radar, Interconsult y Opción: seis empresas de medición de opinión pública compiten por contarnos qué piensa votar la gente en las elecciones. Cuando se terminaba la dictadura, en cambio, sólo una encuestadora difundió sus datos en la prensa. Desde entonces, la presencia de consultoras en los medios creció de forma espectacular, aunque es difícil precisar los efectos que tiene en el electorado y el sistema político. Una mirada a la historia y los protagonistas de un mundo que nos obsesiona cada cinco años.
Texto: Federicos de los Santos & JG Lagos
Ilustraciones: Federico Murro
En el plebiscito de 1980 ganó el No, pero la única encuestadora que había anunció que ganaría el Sí. Los resultados fueron categóricos: 57,2% de los habilitados rechazó la reforma constitucional que proponía el gobierno militar. La última medición de Gallup, sin embargo, indicaba que 33,5% estaba a favor del Sí y sólo 28,5% votaría No. El porcentaje de indecisos era sospechosamente alto: 37,5%.
—Más allá de asuntos metodológicos, el problema es el contexto en que se realizó la encuesta: en mitad de la dictadura era difícil que los entrevistados hablaran con confianza —dice el sociólogo Sergio Lijtenstein, que en los 90 trabajó en la empresa consultora Equipos/Mori. La extensa publicación que editó Gallup luego del plebiscito lo confirma: en el desglose de la población encuestada por perfiles etarios, socioeconómicos y de sexo distingue entre simpatizantes del Partido Colorado (PC), el “Partido Blanco” y “partidos chicos”. Ni el Frente Amplio (FA) ni los partidos que lo conformaban estaban habilitados.
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Les decimos encuestadoras y nos interesan especialmente en los meses preelectorales. Sin embargo, se dedican a bastante más que medir —y analizar— intenciones de voto: la mayoría hace investigaciones de mercado, consultorías para privados y para el Estado, y sus actividades se siguen expandiendo. De hecho, el área de opinión pública, aun incluyendo trabajos que no son estrictamente político-partidarios, es parte minoritaria del negocio de estas empresas y promedia el 20% de sus ingresos.
Si sus investigaciones se vuelven relevantes en época de elecciones, el día de los comicios monopolizan la atención y solemos perder de vista que análisis de encuestas, consultas a boca de urna y proyecciones de resultados son tres tipos de trabajo muy diferentes, a pesar de que los presenten las mismas caras.
El análisis de opinión pública basado en encuestas adquiere continuidad en Uruguay a mediados de los 80, pero todo tiene una “prehistoria”. En 1956 se había instalado el Instituto Uruguayo de Opinión Pública (IUDOP), que realizó encuestas para las elecciones de 1958 y que más tarde se convertiría en Gallup. Hacia fines de los 60, el Instituto de Ciencias Sociales (ICS) de la Universidad de la República (Udelar) empezaba también a hacer relevamientos.
En 1971, año electoral, había cuatro encuestadoras: además de Gallup y el ICS, estaban Ceop y Cimsa, que trabajaron para el FA y los colorados, respectivamente, según recogió César Aguiar en un artículo de 2000 que aparece en la publicación Prisma, de la Universidad Católica. El ICS, por su parte, había montado junto con el Instituto de Economía de la Udelar un sistema que incluía el procesamiento informático de los datos y la utilización de muestras aleatorias, estratificadas y recabadas en tres etapas, aunque su trabajo es hoy cuestionado por haber dado a la izquierda como vencedora. Además, un grupo de analistas que colaboraba con el FA —el sociólogo César Aguiar y el ingeniero Juan Grompone, entre otros— incursionó en la anticipación del resultado final a partir del escrutinio de algunos circuitos electorales.
Por todo eso, 1971 podría haber sido el año cero de las encuestas de intención de voto. Pero, se sabe, en 1973 llegó la dictadura, que terminó con el objeto de los estudios electorales y desmanteló el ICS, entre otras consecuencias de la intervención a la Udelar.
—Con el Golpe de Estado nos sacaron a todos los del ICS. No era una cuestión ad hominem. Nos hacían ir una vez por mes a decir “presente”. Nos pagaban el sueldo y no hacíamos nada. Cuando vencieron nuestros cargos, no nos renovaron y nos sacaron “legalmente” —recuerda Luis Eduardo el Sordo González.
González era uno de los grado 1 que habían llegado al ICS al comienzo de la década; César Aguiar era grado 2. Gerónimo de Sierra, Néstor Campiglia, Horacio Martorelli y Alfredo Errandonea eran parte del equipo docente, que dirigía Carlos Filgueira.
En dictadura la investigación en sociología y ciencia política se trasladó a refugios privados. En 1975 se creó el Centro de Investigaciones Económicas (Cinve) y Filgueira fundó el Centro de Información y Estudios Sociales del Uruguay (CIESU). El Centro Latinoamericano de Economía Humana (Claeh), fundado dos décadas antes, abrió un diploma en sociología en 1979; allí se formaron Constanza Moreira, Pablo Mieres y Agustín Canzani.
En paralelo, desde mediados de la década existía un Centro de Investigaciones y Estudios de Mercado en Uruguay. Hacia 1981 la empresa se divide: la línea de investigación pasa a llamarse Ciedur, con secretaría ejecutiva de Danilo Astori, y el sector de investigación aplicada y consultoría, Equipos Consultores, dirigido por César Aguiar.
—Equipos y Ciedur eran dos apartamentos de dos habitaciones cada uno en la calle Zabala, y compartían no sólo la línea telefónica sino también el aparato —recuerda Canzani, quien trabajó en Equipos entre 1980 y 2005.
Hoy, en cambio, Equipos es “como un monstruo”, según su actual encargado de opinión pública, Ignacio Zuasnabar. Además de un call center, el núcleo Equipos/Mori (la empresa cambió su nombre tras asociarse a la firma británica Mori, luego absorbida por la francesa Ipsos, que mantiene presencia en Latinoamérica) tiene tres áreas además de opinión pública: estudios sociales, mediciones de audiencia y estudios de mercado, y está incursionando en consultorías en recursos humanos.
Durante varios años, Equipos fue casi monopólica en sondeos de opinión pública, y aunque tiene competencia fuerte desde hace ya décadas, mantiene una posición central en el rubro; es, por ejemplo, la única encuestadora que contratan las autoridades suprasectoriales del FA.
Equipos comenzó a conquistar esta posición en 1984, cuando logró predecir el resultado de las elecciones departamentales en Montevideo. La mayoría de los estudios indicaba que el FA lideraba la intención de voto en la capital, pero la última estimación de Equipos anunciaba, correctamente, que ganaría el PC. La diferencia con la competencia fue la interpretación del comportamiento de los indecisos, que Equipos asimiló al de los votantes más conservadores. Así, el análisis de los datos se sumaba al resultado de la encuesta cara a cara.
—Habíamos traído esa práctica de ejercicios metodológicos de otras áreas. Equipos trabajaba en estudios de mercado, pero también en estudios sociales aplicados. Quizá fue de las primeras consultoras que se armó con un perfil que no era sólo de investigación de mercado —recuerda Canzani.
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Equipos fue “la gran creación” de César Aguiar y un testimonio de su pasión por las ciencias sociales aplicadas: así lo describía Canzani el 30 de diciembre de 2011, el día que falleció su “maestro, profesor, jefe, amigo y socio”. Quien alternó con Canzani al frente del área de opinión pública, Luis Eduardo González, también encuentra palabras más que amables hacia Aguiar, a pesar de que se alejó de Equipos en 1992 debido a “discrepancias legítimas y cuestiones de testosterona y de ego”:
—Él es la persona que aportó más a darle forma a la profesión de encuestador en Uruguay. Yo hice mis cosas, pero en un sentido mucho más limitado, más puntual. Él tenía la preocupación de juntar la profesión “infame” con la academia. Los tipos que hacían investigación de mercado en esa época eran considerados, si no hijos de puta, algo muy cercano. A él no le importó eso. Lo que había en Uruguay antes de César eran tipos totalmente divorciados del mundo académico. Había alguno, como UlisesGraseras, que había hecho investigación aplicada en Estados Unidos, pero no acá (por muchas razones, una de las cuales supongo que es que trabajó para el gobierno militar). Uruguay es un país más rico gracias a César Aguiar. Es muy distinto desarrollar una comunidad incipiente de encuestadores e investigación aplicada si vos lo vinculás de entrada a la academia. Acá la gente más o menos informada cree que las encuestas son razonables —salvo alguna manzana podrida, de las que hay en todos lados—; ayudan a anticipar lo que pasa y a veces le erran. Pero aquí cerca, en Argentina, es muy distinto: el público informado cree que los encuestadores son todos unos delincuentes.
Precisamente, las elecciones argentinas de 2011 fueron la excusa para reunir a Aguiar y González en un nuevo proyecto. Según el Sordo, la experiencia del otro lado del río fue un fracaso económico y profesional, pero también la recuperación, a último momento, de una amistad que había comenzado cuatro décadas atrás:
—Aprendimos y nos divertimos como chanchos con César, que ya estaba en el final de su vida.
Aguiar era el socio mayoritario de Equipos. Él mismo había diseñado la estructura accionaria de la empresa y, según Canzani, tenía la costumbre de “huir hacia delante”, generando nuevos proyectos —como hacer encuestas de intención de voto en 1984— que muchas veces eran resistidos por los socios y colegas, pero que se empeñaba en mantener en marcha aunque las pérdidas superaran lo previsto.
Además, estaba el problema de la “sucesión”. Muchas de las cabezas de Equipos se fueron para formar sus propias encuestadoras: González creó Cifra y Juan Carlos Doyenart, que estaba encargado del sector agropecuario, formó Interconsult. El director de Factum, Óscar Bottinelli, no pasó por Equipos pero sí lo hizo su primera esposa, Graciela Freire: fue una de los siete encuestadores que trabajaron en 1984 y luego sería la organizadora de la estructura de campo de Factum. Canzani se fue en 2005 para completar su posgrado y desde 2008 es director de la Fundación Liber Seregni, del FA.
—De los 25 años que pasé en Equipos, estuve 20 peleando con César. Era un tipo admirable. En un momento en que las ciencias sociales eran poca investigación y mucha docencia, él imaginó que había algo llamado ciencias sociales aplicadas y que eso era una forma de entender y desarrollar la profesión. Antes eso se hacía cuando no había otro remedio; es decir, te echaban de la universidad y entonces sí estabas dispuesto a hacer una encuesta para el Sindicato Médico. César tenía un gran nivel académico, pero además creía que vos podías desarrollar eso como algo que enriquecía la disciplina. Cuando ibas a hablar con un empresario que te podía parecer un cavernícola, te advertía que era un tipo que sabía muchísimo más que vos de muchas cosas. Y te socializaba en respetar perfiles de personas. Yo aprendí a ver empresarios y políticos de primer nivel, así como gente de organizaciones sociales. César te obligaba a tomar con el mismo interés la demanda de una empresa chiquita que quería sacar un laxante (y había que hacer grupos para averiguar cómo cagaba la gente) como la de un club que precisaba averiguar cómo era su imagen pública y por qué perdía socios. Te enseñaba que eso tenía algo que ver con lo que vos sabías y que lo que vos sabías le podía servir al cliente para mejorar lo que hacía, y a todos para mejorar como sociedad. Era muy creativo. Su capacidad de entusiasmarse con esas cosas era brutal. Fue muy innovador incluso en el marco regional. Antes de él, si a un sociólogo le interesaba el marketing, terminaba como gerente de marketing de una empresa, pero no generaba un lugar desde donde prestar ese servicio con su propia identidad y desarrollo.
Aguiar, además, fue quien impuso la idea de que la información derivada de las encuestas de opinión debía estar disponible para el público en vez de permanecer en el ámbito de las elites políticas. Por eso, buscó desde el inicio que los resultados de sus investigaciones aparecieran regularmente en un medio —Búsqueda fue el elegido en 1984—. Esa decisión marcaría la forma en la que hasta hoy se manejan las encuestadoras uruguayas, que además tienen la particularidad de ser independientes de los partidos políticos.
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Su apellido es bastante común, pero compensa con varias características que, juntas, dibujan un personaje singular: es sordo de nacimiento, tiene un doctorado en la Universidad de Yale, se jacta de haber votado “a todos” y es el analista de opinión pública más famoso del país. Para Doyenart, Luis Eduardo González es el número uno del reino de los vivos (“aunque le pese a Bottinelli”) y el número dos en la historia, sólo bajo el puesto de Aguiar.
De adolescente quiso ser médico, pero un otorrino amigo de su madre lo disuadió: “Vos podés hacer muchas cosas sin ningún problema, incluida la práctica activa en medicina, pero te va a costar sangre llegar a médico, porque vas a auscultar a un tipo y no te vas a dar cuenta si es una piedra o una locomotora”. Desorientado, hizo “turismo académico” en las facultades de Humanidades y Derecho hasta que un profesor, Mario Otero, le dijo que si le interesaba lo cuantitativo, lo mejor era hacer el curso básico de Facultad de Ingeniería. “Era un gurí chico y me costó después toda esa cosa humanística frente a la ingeniería, pero tal vez fue uno de los mejores consejos que me dieron en mi vida”, opina hoy en la sala de reuniones de Cifra.
La de gurú neutral, observador científico y distanciado de los animales políticos es una imagen que construyó en los últimos 20 años. En su juventud —en la agitación de fines de los 60— había militado en la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay; hoy, en retrospectiva, se define como frentista hasta 1980. Fue socio fundador del Comité Chucarro del FA, leyó a Marx con sus compañeros de clase y también quiso hacer la revolución.
—Como tenía esa veta de tipo inquieto en la reflexión sistemática, empecé a tomar más distancia con el asunto. Leer El capital era razonablemente útil, aunque dificilísimo. Pero cuando uno agarraba Revolución en la revolución,de Régis Debray, hasta el más chorizo se daba cuenta de que ahí había algo raro, cosa totalmente confirmada por los acontecimientos posteriores. No estoy sugiriendo nada raro ni delictuoso, pero sí había una frivolidad intelectual, una forma de ser muy dañina para mucha gente. Cuando me convencí de que en realidad yo era esa cosa soreta que en aquella época se llamaba “socialdemócrata de mierda”, me decidí a tratar de entender por qué ellos se dedicaban a eso. De alguna manera me he pasado la vida tratando de descubrirlo.
En el medio, hubo varios viajes. Con la Udelar intervenida, González apuntó a la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales de Santiago de Chile, pero ese mismo año, el 11 de setiembre, Pinochet bombardeó la ciudad y su futuro académico. Fue Carlos Filgueira, su antiguo jefe en el ICS, quien le recomendó probar con la Fundación Bariloche, que en 1974 abría su maestría en sociología. Allí conoció a eminencias regionales de la opinión pública como Eduardo Catterberg, quien una década después sería el encuestador de Raúl Alfonsín en la campaña que lo llevó a la presidencia argentina.
Dos años y medio después, González volvió a Montevideo con el título de posgrado, pero la ciudad lo recibió con un accidente de auto que le dejó el costado izquierdo estropeado, bulones en una pierna y muchos meses de reposo. Aprovechó las horas de ocio y poca movilidad para aplicar a una candidatura en Yale, donde vio nacer internet, conoció al cientista político Robert Dahl —“el tipo más importante en la reflexión sistemática sobre la democracia en la segunda mitad del siglo pasado”— y al español Juan Linz —“el más importante en reflexionar sistemáticamente sobre la ruptura de los regímenes democráticos”—. También allí leyó a Marx de nuevo, pero ahora con rigor académico. Tuvo problemas con el idioma (dice que la lectura de labios en inglés es complicada) y personales (“enviudé”, comenta, sin más detalles), pero en 1984 ya volvía, solo y doctorando, a presenciar el regreso a la democracia.
—Fue un espectáculo. Recuerdo a Sanguinetti en televisión… Me faltaba hacer mi tesis de doctorado. Estuve un año y medio haciendo el trabajo de campo. Fui el primero en entrevistar a toda la legislatura de la restauración. Fascinante. No era una encuesta (era un grupo reducido, la elite política), pero aprendí muchísimo. La tesis es el libro Estructuras políticas y democracia en Uruguay. Tuve mis hallazgos. Anticipé que la única reforma constitucional importante que podía venir era la candidatura presidencial única.
Su formación y sus intereses eran más politológicos que cuantitativos hasta que Aguiar lo tentó con el puesto de director del área de opinión pública. A partir de entonces, se define como “un académico que trabaja en investigación aplicada”. Sus estudios, según sus colegas, le dan una base teórica única entre sus pares, incluido Aguiar.
—Y es sordo, que no es un dato menor —dice Sergio Lijtenstein, que ingresó a Equipos en 1992—. Hay cuestiones ambientales que al Sordo se le escapan así como tiene una envidiable capacidad de concentrarse y no distraerse.
Después de su salida de Equipos, González fundó Cifra junto con la historiadora Adriana Raga, su esposa y socia. De ahí, a lo más parecido a la fama que puede aspirar un politólogo.
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La primera competencia fuerte de Equipos es anterior a Cifra. Factum fue creada en 1989 por un hombre que hizo un camino inverso al de algunos de sus colegas: Óscar Bottinelli pasó de la política a los sondeos de opinión.
—Llegué al tema encuestas casi de casualidad. En abril de 1989 Canal 4 nos contrató para hacer el análisis del referéndum de la ley de caducidad. Hicimos un equipo con Juan Rial y Francisco Panizza —dice quien fuera secretario político de Liber Seregni desde la fundación del FA hasta 1987.
La empresa, que comenzó llamándose Facta, aportó sus conocimientos de elecciones y política y se alió con Marketing Investigadores Asociados, que tenía la infraestructura montada para realizar encuestas. En mayo de 1989, un mes después del referéndum —en el que sólo hicieron análisis de los resultados—, Factum se introdujo en el ámbito de las encuestas con una innovación: la consulta a boca de urna para apoyar sus proyecciones de escrutinio en la elección interna que realizó el Batllismo Unido (en las que Jorge Batlle venció al entonces vicepresidente Enrique Tarigo).
Podría pensarse que la proximidad de Bottinelli con el FA lo perjudicaría en su viraje al mundo de las mediciones de opinión, pero él cree que la misma ventaja que lo llevó a ser secretario de Seregni —su relación con políticos de todos los sectores, adquirida en su trabajo como periodista parlamentario para El País desde mediados de los 60— le sirvió para aclarar rápidamente su cambio de rubro:
—Siempre me gustó analizar la política como un juego de ajedrez. Por eso tuve una polémica con Hugo Cores, que afirmaba que no era un juego, sino una lucha dramática. Es verdad, pero no deja de haber estrategias, tácticas, movimientos de piezas. Claro, en un juego de ajedrez muere el rey y uno después se puede ir a comer un sándwich, mientras que en política lo que ocurra puede ser realmente dramático. O chistoso.
Su trabajo con Canal 4 continúa hasta hoy; Bottinelli no cree que la asociación prolongada con un medio conservador lo “blinde” ante las suspicacias por su pasado político. En 1992, el año del plebiscito por la Ley de Empresas Públicas, Factum se estableció como la encuestadora que daba primicias a El Espectador, mientras que Equipos lo hacía con Sarandí y Cifra con la extinta Nuevo Tiempo.
—Una radio que pretendiera ser periodística debía tener una empresa de encuestas en exclusividad. Lo mismo con la prensa y los canales —dice Bottinelli.
Hoy el panorama cambió. Los medios cuentan con una mayor oferta de encuestas y lo usual es que un informe periodístico recurra a todos los resultados disponibles, que las propias empresas se encargan de difundir. Eso, entre otras cosas, ha llevado a que Factum acentuara su actividad en investigación de mercado, en especial desde que Eduardo, hijo de Óscar, comparte la dirección de la empresa. Hasta 2005 el área de opinión pública monopolizaba los ingresos de la empresa y el trabajo en marketing se hacía sólo por demandas específicas.
Entre su desprendimiento del FA y el desembarco en el análisis independiente, Bottinelli (padre) se acercó a la academia: “Hice muchos trabajos sobre transición de la dictadura a la democracia con la Universidad de Heidelberg, con el instituto Peitho, que dirigía Juan Rial, y con la Fundación Friedrich Ebert”. Esa cercanía a modelos europeos, en los que destaca su contacto con el alemán Dieter Nohlen, lo separarían de los estudios con impronta estadounidense.
—El sistema se puede ver como un diseño que a alguien se le ocurrió inventar o como la conclusión de un proceso histórico, sociológico, de una sociedad. El sistema será funcional a esa sociedad. Mi tesis es que el sistema político uruguayo entra en el modelo que se denomina democracia de partidos, en el que el partido es un elemento central en la construcción del sistema político, en un doble sentido: en tanto arquitectura y en tanto pertenencia que crea límites en el voto. Se es blanco, colorado, frenteamplista. Entre lo blanco y lo colorado hay ahora mayor fluidez pero antes era muy rígido. Los enfoques estadounidenses, en cambio, tienden a ver todo como una competencia entre dos candidatos: dos para sheriff, dos para gobernador, dos para senador estatal, dos para presidente. Pero acá es más bien una carambola.
González, hombre de Yale, no podría estar más en desacuerdo:
—Los yanquis son los inventores de la criatura. Lo que hoy llamamos ciencia política es un híbrido de una tradición empírica yanqui que se juntó con una tradición más europea, que venía de la sociología política y la filosofía política, que estaba muy encapsulada en la universidad; mantenía una distancia considerable del “mundo real”, de la investigación aplicada. En cambio, los yanquis, pragmáticos como siempre, tenían otra escuela. Tenían elecciones competitivas cada dos años, que eran muy importantes, porque eran montones, en todos los estados, y porque había renovación total de representantes y renovaciones parciales del Senado. Y cada cuatro años, la presidencia. Se empezó a formar una cosa muy práctica, con poco contacto con la vida académica, y aparecieron los expertos en estudiar comparativamente los resultados de elecciones. Estoy hablando de mucho antes de las encuestas, a fines del siglo XIX. Eso se fue desarrollando y en algún momento se juntó con la tradición europea. El resultado es la ciencia política contemporánea. No es una cosa rara: a fin de cuentas, en las ciencias sociales está la economía, que es del siglo XVIII, y la sociología, que es del siglo XIX. Cuando yo tenía 20 años, nadie acá sabía qué era la ciencia política; lo único que existía era la sociología.
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El teorema de la sopa: sea una ollita individual o la cena para un batallón, alcanza con una cucharada para saber si tiene suficiente sal, siempre que hayan revuelto bien. Los que recurren a la imagen son Juan José Goyeneche y Guillermo Zoppolo —investigadores del Instituto de Estadística (Iesta) de la Facultad de Ciencias Económicas de la Udelar— para explicar que una muestra de 1.000 casos es un mínimo aceptable para hacer encuestas con 3% de error y 95% de confianza, tanto en Uruguay como en China o Estados Unidos. Dado que nuestra población es menor que la de esos países, en proporción una encuesta nacional aquí es más cara.
—Las encuestadoras son empresas. Ésa es la gran diferencia entre lo que ellas hacen y lo que hacemos nosotros a la hora de encuestar. Su negocio tiene que ser rentable, en tanto para nosotros alcanza con que la información que se obtenga valga el presupuesto —afirma Zoppolo.
Entre otras cosas, en el Iesta estudian la forma de hacer muestras con “poblaciones ocultas”, que no son tan misteriosas como sugiere la denominación. Se trata de grupos a los que difícilmente se accede por medio de canales normales; pueden ser los descendientes de determinada colectividad inmigratoria, menores en situación de calle o de prostitución.
Las “poblaciones ocultas” guardan relación con uno de los aspectos de las encuestas de opinión que los estadísticos encuentran más problemáticos: los casos “no sabe/no contesta”. Para ellos, hay un caso previo que no corresponde a indecisión o cuidado de la privacidad, puesto que hay grupos a los que no se puede contactar por vías corrientes —porque no se encuentran en el domicilio, porque no contestan llamadas— y simplemente no llegan a responder la encuesta. Un ejemplo son los hogares unipersonales, que según el censo de 2011 son el 23,3% de la población. Las encuestadoras determinan “cuotas” para cubrir a segmentos de la población que no atienden a un teléfono fijo en el horario en que hacen llamadas, pero en muchos de estos hogares ni siquiera hay línea telefónica. Por otra parte, ¿a qué hora habría que llamar para encontrar a menores de 30 que conforman un hogar unipersonal? La opinión de grupos como éste puede quedar subrrepresentada en los resultados.
Goyeneche y Zoppolo trazan los límites de su dominio en el momento de procesar los resultados de una encuesta; los análisis posteriores que realiza un politólogo corresponden a otro campo, en el que, admiten, las carencias inherentes a toda encuesta se pueden compensar con otros saberes.
—En realidad, nosotros lo tenemos más fácil que ellos —dice Goyeneche.
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Las encuestadoras se copiaron, como en un escrito liceal. Ése fue el espíritu de la denuncia que el ingeniero Francisco Elices —director general de la empresa de investigación de mercado AIM/Burke, con sede en Zonamérica— presentó a la Comisión de Promoción y Defensa de la Competencia, que depende del Ministerio de Economía y Finanzas, y se encarga básicamente de que las empresas jueguen limpio. El 26 de noviembre de 2009, tres días antes de la segunda vuelta electoral, Elices[/wc_column][wc_column size=»one-third» position=»last»]
Indignados
Cuando el voto no es obligatorio se complica el trabajo de los analistas. Ocurre en Estados Unidos, en la mayoría de los países europeos, en las elecciones internas de aquí y también en las instancias preparatorias de referéndum. La dificultad radica en que la cantidad de habilitados que ese día decide ir a votar es impredecible.
—Muchas veces se dice que si hay mal tiempo la asistencia baja, pero también puede ocurrir lo contrario: el día está lindo y si uno no está muy motivado, puede elegir quedarse donde está. Quién no ha dado excusas en alguna reunión para quedarse en su casa cuando está pasando bien
—explica Bottinelli.
La complejidad del fenómeno quedó clara en las elecciones españolas de 2004, que dieron una inesperada victoria al PSOE de José Luis Zapatero. El malestar con la anterior gestión de su partido persistía, pero el mal manejo de lo ocurrido en los atentados de Atocha por parte del partido gobernante PP —fueron atribuidos a ETA, cuando en realidad habían sido obra de Al Qaeda— indignó a los votantes, que se volcaron en masa a votar por la izquierda, y ese aumento en la cantidad de sufragios dio vuelta una elección.
—La diferencia de Lacalle Pou sobre Larrañaga fue muy pequeña:
1,4%. Pero claro, vota la tercera parte; de esa tercera parte, un poco menos de la mitad vota al PN. El porcentaje dentro del PN parece grande, pero en cantidad de votantes fue poco —dice Óscar Bottinelli.
Su hijo agrega:
—Después vimos que hubo simpatizantes de Larrañaga que terminaron quedándose en casa, fundamentalmente en Montevideo. Es un ejemplo de la incidencia de las encuestas: si va a ganar, para qué ir a votarlo.
[/wc_column][/wc_row]señaló que las estimaciones de intención de voto del FA que habían publicado Equipos/Mori, Factum y Cifra entre julio y octubre de 2009 eran exacta y sospechosamente iguales hasta en los decimales. Según sus cálculos, la probabilidad de que los resultados de tres estudios independientes coincidieran por tres meses era de 0,2%. O las consultoras habían compartido información o habían realizado una encuesta en conjunto que luego presentaron por separado: para la ley vigente ambas prácticas serían anticompetitivas.
En las respuestas de los acusados también hubo coincidencias. Argumentaron que las estimaciones de voto no son sólo cálculos estadísticos sino que incorporan elementos analíticos, teóricos y empíricos, incluyendo los resultados de encuestas anteriores y, claro, el trabajo publicado por otras empresas: un intercambio por arriba de la mesa. En su testimonio, Bottinelli aportó un ejemplo lúdico: “En un juego de ruleta que el número 18 salga diez veces consecutivas puede resultar llamativo […] eso no debería dar lugar a ningún procesamiento, indagación policial ni sumario administrativo”.
—En Uruguay no se comparte la información —sentencia firme Ignacio Zuasnabar en una de las salas de la mansión de Equipos—. Estamos compitiendo y no tendría sentido. Es cierto que en 2009 hubo tres meses de campaña en los que los resultados de Equipos, Factum y Cifra fueron llamativamente parecidos, un escenario poco probable, pero también afirmo que no hay ningún intercambio por atrás. El mercado uruguayo de encuestas es muy sano; pareciera que cuando dan parecido es un problema y cuando dan diferente, también. Que una encuesta dé más y otra menos es normal, pero cuando hay un mecanismo de ajuste —como pasó en Francia e Inglaterra y se demostró con estudios académicos posteriores—, se corre el riesgo de que el sistema de encuestas esté cuestionado. En un congreso de 2007 en New Orleans conocí a una académica francesa que había hecho un trabajo sobre esas elecciones; entrevistó a los responsables de las principales encuestadoras y en última instancia algunos reconocían que habían dudado de sus datos porque a los colegas les daba distinto. Aparentemente varios hacían lo mismo y el sistema terminó colapsando. Es como copiar al mejor estudiante. Si el mejor le erra, le errás.
A contracorriente, Juan Carlos Doyenart afirma que cada tanto existen llamadas puntuales para “comparar tendencias”.
Alain Mizrahi estudió comercio y desarrollo rural en Francia y está al frente de Grupo Radar desde 1997. La empresa, inicialmente dedicada a la investigación de mercado, empezó a hacer sondeos de opinión pública para las elecciones de 1999 y trabaja fundamentalmente para el Estado. Su director asume algún grado de intercambio de información:
—Lo hice una vez antes de las elecciones internas, cuando todo indicaba que Larrañaga iba a ganar la interna nacionalista y nos dio un empate. Todos nos asustamos y empezamos a contactarnos para ver si al resto le daba lo mismo. La diferencia entre lo que publicamos es tan pequeña y el margen de error es tan grande que estadísticamente es el mismo valor.
Ante las respuestas de las empresas consultoras, la Comisión solicitó un informe a Goyeneche. Las conclusiones del académico reforzaron los descargos de las empresas y la Comisión desestimó la denuncia. El episodio tuvo poca relevancia, pero fue una materialización extrema de las críticas que todo el tiempo les caen a quienes hacen encuestas. A veces los dardos vienen desde actores muy cercanos.
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Los palos aparecieron ya con las primeras encuestas notorias. Según cuenta Carlos Luppi en Wilson: una comunidad espiritual —la primera biografía de Ferreira Aldunate—, entre los episodios que el Partido Nacional (PN) incluye en el denunciado fraude de 1971 estaba la “operación Gallup”: aunque la encuestadora daba vencedor al PC, habría inflado la intención de voto del FA para que los blancos, asustados, prestaran su voto a la fórmula Bordaberry-Sapelli.
Una imagen que ilustra cierta opinión sobre las encuestadoras es la caricatura que Ombú publicó en Brecha el 5 de setiembre. Allí Lacalle Pou le dice a González “remember, Sordo… usted siempre por la positiva”; el politólogo extiende la mano y contesta “how much?” (“¿cuánto hay?”, en inglés). Para González —que halaga las virtudes del caricaturista pero califica de “primitiva” su visión política—, tratar a los encuestadores de vendidos es un poco retro:
—Eso ahora es raro. Ese insulto fue crecientemente desplazado con el correr de los años al insulto de operador político, de alguien con la camiseta puesta que busca sus propios fines. En 2004 algunos dijimos que no sólo iba a ganar el FA sino que con un poquito de suerte iba a tener para dos, quizá, o tres períodos de gobierno, y los partidos tradicionales nos acusaron de estar al servicio del FA de la manera más asquerosa posible. En 2009 la situación era un poquito más neutral: todo el mundo estaba acostumbrándose a que este país era políticamente un poco distinto. Ahora cuando aparece el FA con problemas… —remata, y golpea la mesa.
—Yo tengo la conciencia absolutamente tranquila —dice Mizrahi—. Ni siquiera me ofrecieron plata. Nunca tuve la posibilidad de decir que si o que no salvo una vez que un candidato vino, me palmeó la espalda y me dijo: “No sabe la gauchada que nos haría si nos agregara un puntito”. Le dije que no, se fue y no me compró la encuesta. Era un candidato a una elección interna que con suerte iba a sacar 1%.
Un político puede escupir críticas o depositar confianza públicamente en las encuestadoras de acuerdo a la tendencia creciente o decreciente que arrojen a su sector. Lo complicado es que algunos de esos candidatos pocas horas después de despotricar sobre encuestas flechadas o cuestionar su precisión frente a multitudes embanderadas se reúnen con las empresas, porque son ellos quienes contratan los sondeos; una relación de amor-odio, como la definió en un artículo de 2004 el politólogo Daniel Buquet.
El penúltimo enfrentamiento público entre un candidato presidencial y las encuestadoras fue en agosto, cuando la mayoría de las empresas (con excepción de Interconsult) había observado una baja de entre dos y cuatro puntos en la intención de voto del FA. Antes de que se publicaran los estudios de setiembre, que revertían la tendencia, Tabaré Vázquez se preguntó en voz alta sobre la confiabilidad de las encuestas. En una serie de actos opinó que “buscan influir en el pensamiento de la gente para ver si logran llevar agua a su molino” y que aunque pasaron “vergüenza” en las internas tenían “la osadía de pontificar sobre resultados”. En un discurso en el Mercado del Cordón llegó a realizar un experimento empírico: pidió que aquéllos que habían sido encuestados levantaran la mano; nadie lo hizo. “Éstas son las mejores y más sólidas encuestas. ¡Y la mejor va a ser la del 26 de octubre, cuando haya ganado el FA!”.
Todos los consultores coinciden en que ése es uno de los aspectos menos gratificantes de la profesión, aunque cada uno lo vive con diferente nivel de estrés. Bottinelli (padre) dice tener buena relación personal —e incluso de amistad— con todos los dirigentes y asegura que la clase política confía; es el más optimista de sus colegas. En sus primeros años de carrera González se enojaba mucho, pero cada vez se convence más de que las críticas no son “para la tribuna” —diría Doyenart— y que vienen de indignaciones genuinas:
—La política acá, a Dios gracias, tiene un componente amateur todavía muy fuerte y es muy pasional. Se calientan en serio y te tratan menos en el ámbito privado. Las encuestas son una cosa relativamente nueva y su reputación no está establecida. Además, es en esas condiciones en las que hay más tiburones. La palabra que se usa en Uruguay es dibujar: los tipos que inventan cosas para vender. Algunos ni siquiera hacen realmente encuestas. Otros empiezan a ganar cierta reputación porque les va bien. Son gente que está para el mango, sí, pero en el buen sentido: viven de lo que hacen, y mentir deliberadamente es una pésima política para la imagen.
—Eso es algo que me ha alejado un poco de la investigación en opinión pública —confiesa Mizrahi—. Ser blanco de críticas por parte de gente que no entiende demasiado cómo se hacen las encuestas es poco gratificante.
—¿Se enojan de verdad?
—Me consta. Pero hay algunos que son unos gentlemen, y no necesariamente son los que tienen mayores recursos. Una vez nos contrató para tres encuestas de intención de voto e imagen un candidato que iba a ganar las elecciones departamentales. En la segunda encuesta la ventaja que tenía sobre el segundo era notoriamente menor que la que él creía que tenía. Pensaba que duplicaba los votos de su contrincante y en verdad tenía diez, 11 puntos más. Nos dijo “les retiro la confianza” y no nos contrató para la tercera encuesta.
—¿Cómo explicás esos enojos? ¿Confían más en su olfato político?
—Sí. Un ejemplo de caricatura: un candidato de esos llamados menores nos contrató una investigación y lamentablemente el resultado fue que no lo iban a votar ni sus amigos y familiares. No creía, no creía y no creía. Cuando la elección nos dio la razón, me junté con él a almorzar y le pregunté si de verdad pensaba que podía ganar. Estamos hablando de un tipo muy inteligente, muy instruido e informado, profesional universitario. Me contestó: “¿Vos sabés que sí?”. Hay poca conciencia de que Juan Pueblo está mucho menos informado de lo que creen, la política le importa mucho menos de lo que ellos creen y retienen el 1% de lo que los políticos dicen. Viven en otro mundo.
—Por eso mismo es muy extraño que desconfíen de los sondeos, que tienen bases científicas.
—Muchos no conocen la realidad de la calle. Hace unos años hicimos una encuesta en un departamento para un intendente que quería volver a ser candidato y quería evaluar su gestión. Era una encuesta muy completa para una población muy dispersa en pueblos chicos. Uno de los resultados era que 2% de la población de votantes no sabía quién era Tabaré Vázquez. Eso se lo mostrás a un político y no te cree. Yo acompañé a equipos de encuestadores en el interior y había gente, generalmente mujeres grandes con nivel educativo medio-bajo, para las que el mundo era su cuadra. Tienen televisión por cable pero miran comedias. Ésa es la realidad de muchos pueblos del interior. Hay gente semianalfabeta en Uruguay, no nos olvidemos. Y esas personas también votan. ¿Utilizando qué información? Seguramente no sobre las hipótesis que los políticos quisieran.
—Funciona más en base al carisma de caudillos locales.
—Claro. Cuando le dije a un candidato a una elección interna, de ésos casi “testimoniales”, cómo era la realidad en su partido, su respuesta fue: “¡Pero hicimos un acto en Bella Unión ayer y se llenó la sala!”. La respuesta que tuve ganas de darle es: “¿Qué otra cosa había para hacer en Bella Unión ese día?”.
Estas tensiones entre las empresas y los políticos que las contratan producen anécdotas que se comentan con el grabador apagado: desde encuestadoras que publican resultados desfavorables para sus clientes y reciben llamadas en tono de queja hasta políticos que cuando coinciden con consultores en reuniones sociales les hacen el gesto a distancia de degollar. La experiencia más pesada la tuvo Equipos/Mori en Paraguay poco antes de que Fernando Lugo asumiera la presidencia en 2008. Zuasnabar, que dirigía el equipo que trabajaba para esas elecciones, miraba por televisión una entrevista que le habían hecho más temprano para un informativo, en la que pronosticó que el PC podía perder en las urnas por primera vez en 61 años. A continuación, un movilero entrevistó al senador colorado Juan Carlos Galaverna, que, desencajado, dijo: “Mori morirá”.
—Me puse bastante nervioso —cuenta Zuasnabar mientras da vuelta el mate—. El grupo económico que nos había contratado tuvo como consecuencia una serie de presiones fuertes. Paraguay es un país donde a un vicepresidente le pegaron 17 tiros en una esquina, así que un encuestador uruguayo era un bocatto di cardinale. Llamé a mis clientes y me dijeron que creían que no pasaba nada, pero que en mi lugar se tomarían el primer avión para Uruguay. Me volví inmediatamente.
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Los tres tercios
Las elecciones nacionales de 1994 fueron las más reñidas de la historia uruguaya. Fueron los últimos comicios en que no se dirimía la presidencia en segunda vuelta y el PC tuvo 656.428, el PN 633.384 y el FA 621.226; menos de dos puntos porcentuales separaron al primero del tercero. Canal 10 había hecho un acuerdo con el Iesta para trabajar en la proyección de escrutinio y al frente del equipo estaba el catedrático español José-Miguel Bernardo. Los estadísticos trabajaron con lo que en la jerga se llama “modelo de caja negra”: un conjunto de circuitos con cierta homogeneidad y que, históricamente, reflejan bien el resultado a nivel nacional.
“El problema es que no sabés por qué se puede anticipar y por el mismo motivo no sabés en qué momento deja de anticipar”, dice hoy Luis Eduardo González, quien defiende el modelo aplicado por los estadísticos. Sin embargo, hace 20 años, en apariencia apurado por la dirección del canal para anticipar un resultado, Bernardo anunció como ganador al FA. A los pocos minutos, Bottinelli en Canal 4 y González en Canal 12 dieron a conocer al verdadero triunfador de la elección.
Hoy colegas de Bernardo opinan que tal vez haya sido un error no rodear al español de analistas que pudieran asistirlo con conocimientos de política y especialmente de política local. La equivocación de su pronóstico fue un gran golpe para el equipo del Iesta (“el bajón era enorme”, recuerda Zoppolo, que hizo trabajo de campo en aquella ocasión) y Canal 10 esperó para retomar las proyecciones de resultados finales hasta las elecciones de 2009; lo hizo con Equipos, que en 2004 había sido contratada por Televisión Nacional Uruguay.
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¿De dónde viene esa tensión? ¿Por qué los candidatos matan (o amenazan) al mensajero? El lenguaje teórico puede ayudar a descubrirlo: en la jerga de las ciencias sociales se le llama reflexividad a la característica de que el objeto cambie al ser estudiado. Sergio Lijtenstein lo explica con palabras más coloquiales.
—Un profesor ponía un ejemplo: “¿Cuál es la diferencia entre las leyes que podemos plantear en las ciencias sociales y en las ciencias naturales? Que según la física, si tiro un cenicero por la ventana, va a caer. Ahora, si trato de tirar a una personapor la ventana, podría plantear que la persona tenderá a caer, pero el muy hijo de puta va a tratar de agarrarse”.
La encuesta, entonces, modifica el mundillo electoral cuando se difunde. Los políticos están atentos, pero también lo están otros actores, como los empresarios que hacen aportes a las campañas; en especial los que no colaboran por convicción política, sino, como dice Doyenart, por “apuestas a futuro”, que son, en general, los que ponen más plata. Para Zuasnabar, es una consecuencia positiva de las encuestas:
—En última instancia, la decisión es de mejor calidad. Ahora, si el empresario decide aportar linealmente según la probabilidad que den las encuestas o darle lo mismo a cada uno es un problema del empresario, pero la existencia de la información es algo que mejora la decisión.
Las encuestas influyen en el ánimo de los militantes. Generan, alimentan o aplacan el “viento en la camiseta”, en palabras de Canzani.
—En contextos de voto no obligatorio la encuesta puede generar efectos en la participación. Si tu candidato lleva 10%, vos de repente no vas. En el voto obligatorio es más difícil, porque vas igual. En la dirigencia sí, genera depresión, conductas negativas o negadoras. Con el paso del tiempo los líderes de todo tipo y color en general entienden los resultados pero no los reconocen públicamente, sobre todo porque creen que eso puede tener efecto en su entorno, no en sus electores, y los procesan con niveles diversos de profundidad. Cada vez más, el resultado de una encuesta genera una reflexión, más allá de la reacción pública.
Eso explicaría por qué los dirigentes desvían (y nunca absorben) los resultados negativos en público, lo que sería nocivo para la moral de los embanderados que pintan muros, reparten listas y llenan actos. Para Doyenart, cuando algunas encuestas previas a las últimas elecciones internas (las de Grupo Radar y Opción) pasaron de anunciar la victoria de Larrañaga a plantear un empate con Lacalle Pou, la militancia lacallista tomó un último impulso que dio vuelta el resultado inicial.
Las encuestas son también materia prima para las decisiones de quienes rodean a las figuras centrales de los partidos. Según Eduardo Bottinelli, muchos dirigentes se mueven entre el apoyo a una u otra candidatura según las mareas de la opinión pública. González concuerda y le ve el lado positivo: “Quiere decir que las encuestas dan información no contaminada de la situación y están facilitado la construcción de alianzas más apropiadas”.
Las encuestas, entonces, influyen en donantes, militantes y dirigentes. ¿Y el electorado? Todos los consultores están de acuerdo en que la incidencia de las encuestas en el votante indeciso o no comprometido es mínima o nula, infinitamente menor que la de la familia, los amigos, el boliche, la economía doméstica. Óscar Bottinelli, en cambio, ve la posibilidad de juegos electorales más complejos:
—La encuesta puede incidir cuando hay un juego triangular: “Yo no quiero a éste y el que le puede ganar es más bien éste que este otro, así que me puedo cambiar”. Eso puede influir en contra del que va ganando. Esa idea de que la gente vota al ganador no es exacta. En Uruguay hay una larga historia que si la gente votara al ganador no se podría explicar: el PN (olvidémonos del siglo XIX; se vota con cierta confiabilidad de 1916 en adelante) perdía sistemáticamente hasta 1958 y se sabía que no iba a ganar, pero los blancos seguían votando a su partido. También la historia de la izquierda es imposible de entender en ese esquema. Se empieza a construir electoralmente en 1905 y llega al gobierno un siglo después, en 2004. Cien años, varias generaciones votando siempre al perdedor.
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No sólo González se fue de Equipos en 1992: también Juan Carlos Doyenart partió para fundar Interconsult. Además de los desacuerdos en la forma de gerenciar la empresa, Doyenart apunta otras distinciones respecto de Aguiar y González:
—La diferencia que teníamos Bottinelli y yo con respecto a ellos es que veníamos de la actividad política. Yo fui secretario general del Partido Demócrata Cristiano e integré la mesa política del FA en los cinco primeros años después de la dictadura. Estuve un año en el Nuevo Espacio con Batalla y después dejé la política.
En 1999, sin embargo, volvió a intervenir políticamente: hizo público su apoyo a Jorge Batlle, que enfrentaba a Tabaré Vázquez en la segunda vuelta de las elecciones nacionales. Tras el triunfo colorado, Doyenart asesoró a Batlle en comunicación y fue designado director de Televisión Nacional Uruguay. Ahora admite que la movida le puede haber quitado credibilidad.
—Me acuerdo de que Canzani, que en aquel momento era director de Equipos, dijo que apoyar una candidatura y a la vez hacer encuestas era falta de profesionalismo. Unos años después, resultó que Canzani estaba en la Fundación Liber Seregni y era asesor de Tabaré Vázquez. Todos los politólogos tenemos simpatía política y votamos por alguien. Yo lo que estoy haciendo es decirlo, simplemente.
Desde que Agustín Canzani dejó Equipos en 2005 y comenzó a trabajar en la Fundación pasaron tres años. Hoy cree que la profesión se sigue reformulando:
—De los 80 al 2000 Uruguay consolidó un conjunto de organizaciones (consultoras y demás) que pasaron a hacer investigación social aplicada. La parte más glamorosa es opinión pública, pero casi nadie vive sólo de eso. La mayor parte de los que trabajamos en opinión pública también hicimos investigación de mercado o investigación social aplicada para organizaciones no lucrativas; en mi caso, me especialicé en temas de evaluación de programas y proyectos. Hasta 2000 acá no hay asesores o consultores políticos: hay encuestadores. En la novela Colores primarios, que se basa en la campaña de Clinton, el encuestador es un tipo al que le preguntan datos; ni siquiera se dice su apellido, mientras que el analista es un asesor del candidato. En Uruguay el consultor o asesor político aún vinculado a la tarea de opinión pública o análisis político surge en el siglo XXI. Buena parte de los que trabajamos en eso todavía tenemos modelos poco claros. Por lo menos en mi caso: el día que decidí ser asesor dejé de hacer encuestas de opinión pública. Es complicado hacer encuestas, dar informes y a la vez asesorar a alguien.
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Los días de las elecciones son los más exigentes para los analistas. Para Ignacio Zuasnabar es paradójico: esos días se genera una enorme visibilidad con ribetes de show, pero no se parece en nada al trabajo cotidiano de Equipos/Mori. Algunas veces, además de ciencia y análisis, se les pide futurología:
—Hacemos encuestas sobre determinados temas en muestras cara a cara o telefónicas, pero eso es muy diferente a pararse a la salida de un circuito a preguntarle a la gente qué vota. La encuesta a boca de urna te permite una previsión muy mala, porque hay 30% de personas que no contestan. En Uruguay, para proyectar tenés que esperar al escrutinio. Que te juzguen por algo a lo que no te dedicás es relativamente particular. Una de las ideas iniciales de nuestro trabajo en Canal 10 fue que era muy importante ese día, pero mucho más importante, a mi juicio, contarles a los televidentes cómo fue la película mes a mes, semana a semana. Ahí estamos aportando valor. El buen o mal trabajo de las encuestadoras debería juzgarse más por la comparación entre sus encuestas previas y el resultado que por si sos el primero, el segundo o el tercero. Otra tensión es que las encuestas no son una herramienta de pronóstico: son una herramienta de medición hacia atrás y socialmente hay una expectativa muy grande a futuro. La herramienta no nos lo permite salvo que apliquemos algunos modelos que pueden estar cargados de subjetividad. Es una foto del momento.
—La regla es clara: no vamos a salir si no estamos seguros. No vamos a apurarnos y meter la pata —dice Eduardo Bottinelli, que poco a poco está reemplazando a su padre en la pantalla de Canal 4, que trabaja con Factum desde 1989.
—Si le erramos, sufrimos más nosotros que el canal —agrega su padre—. Un canal que en 1994 anunció que había ganado Tabaré Vázquez (que salió tercero) no tuvo encuestas hasta 2009.
Justamente fue al anunciar el resultado del balotaje de ese año cuando, según cuenta la historia, Canal 4 adelantó el reloj que aparece en pantalla para dar antes el resultado. “Fue irrelevante”, se defiende el director de Factum. “Tanto daba esperar cuatro minutos. El resultado era muy obvio”. El que da el resultado primero se lleva los laureles, pero también es el que tiene menos datos: Bottinelli reconoce que con los números de la competencia a la vista es más fácil arriesgarse. El primero sale a la intemperie.
Para ese día las consultoras tienen que crear aparatos específicos. Se contratan encuestadores para el boca de urna, se reciben datos de la Corte Electoral todo el tiempo y se cotejan con los resultados de sondeos anteriores. Algo así como sumar peras y manzanas, con cámaras hambrientas apuntando.
—Las encuestas las terminás el domingo antes de las elecciones: ¿te basás en la foto de la última encuesta o incorporás cierta tendencia porque suponés que hay varios indecisos que si un candidato sube, van incorporándose a esa tendencia? En 2009 no incorporamos un modelo de tendencia y el PC votó un poquito peor y el PN un poquito mejor que lo que creíamos —dice Zuasnabar.
Muchas veces la jugada sale mal. Luis Eduardo González recuerda el momento en que anunció que se anulaba la ley de caducidad como uno de los episodios oscuros de su carrera.
—Es mucha adrenalina. Mucho riesgo. Es un hervidero. Una experiencia muy notable. Después de eso, uno queda blandito. He sido bastante prudente. La única vez que metí la pata ya era un muchacho grande, que fue en el famoso referéndum. Había una montaña de vivencias tan brutal y era todo tan sesgado que nos parecía que iba a salir. Y no salió. Me quedé muy golpeado con la experiencia y me tuve que disculpar públicamente en cámara. A mucha gente le importaba mucho. Era una cagada grande.
“Es una de las cosas que ya vamos a celebrar, porque lo dijo contundentemente Luis Eduardo González”, decía Marina Arismendi esa noche a una movilera de Canal 4, mientras explotaban los fuegos artificiales. “El país ya abolió la ley de impunidad”.
—Nosotros teníamos el dato de que era al revés —cuenta Bottinelli (hijo) —. Esperamos unos minutos a que se desinflara el tema, pero era un situación complicada. Salir de aguafiestas en un momento en que se había anunciado la anulación de la ley era muy bravo, era agredir a gente que se había entusiasmado.
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Opción salió al mercado en 2006. Tiene caras jóvenes en la pantalla de VTV y una imagen que busca ser renovadora también desde la metodología de investigación: al contrario de otras empresas que cubren opinión pública sólo con encuestas cara a cara (como Equipos, con su propio personal, o Interconsult, con trabajo de campo tercerizado), llamadas a teléfonos fijos con call centers propios (como Grupo Radar y Cifra) o multimétodo (como Factum, que conjuga ambos), esta consultora sólo llama a celulares, decisión por la que recibieron muchas críticas antes de su debut en opinión pública en las internas.
—Este método tiene muchas ventajas —explica Agustín Bonino, que dirige Opción junto con Juan Manuel Lanza—. Tiene más alcance que la telefonía fija. A su vez, las encuestas telefónicas permiten una mejor supervisión que las encuestas cara a cara, porque las grabamos. La telefonía fija tiene barreras, porque atienden más las mujeres o el servicio doméstico.
El método también tiene sus contras. Los números fijos tienen códigos de área por localidad y por barrio, así que cuando se arman las muestras por área el trabajo es más fácil. En los celulares no, así que hay que ubicar al encuestado con el método directo: preguntarle. Eso hace un poco más largos los formularios y, por ende, más caros. Los números que se discan se generan al azar y eso también encarece la encuesta, porque muchos son de teléfonos que no existen, apagados o inactivos. En esos casos, Opción llama a fijos para completar la muestra. Desde Equipos, Zuasnabar descalifica la técnica; fundamenta que el uso del celular está muy poco extendido en las franjas etarias más altas y que la tasa de rechazo a la encuesta es mayor, porque es muy frecuente que el encuestado esté ocupado o en la calle.
Aunque Opción tampoco vive de la opinión pública (el director calcula que actualmente es el 20% de los ingresos totales), la empresa tuvo un primer hit en las elecciones internas pasadas, cuando comunicó 50% de intención de voto para Luis Lacalle Pou y 48% para Jorge Larrañaga, los resultados más cercanos a la votación final (54,3% y 45,4% respectivamente). “Eso benefició bastante la imagen de la marca”, dice Bonino, y afirma que ante el éxito en la elección anterior, la metodología será la misma en las nacionales de octubre.
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Uruguay tiene varias características que favorecen el trabajo de encuestas electorales: el voto obligatorio en las elecciones nacionales y departamentales, la estabilidad del sistema político, la homogeneidad cultural (en Paraguay, por ejemplo, es necesario hacer formularios en español y guaraní).
—La ventaja de hacer encuestas políticas aquí es que la mitad de la gente tiene identificaciones partidarias fuertes, entonces la cosa es más estable —agrega González—. La gran contra es que somos muy chúcaros. Rechazamos mucho la situación de entrevista y nos gusta mucho la privacidad. Y esas cosas están repartidas diferencialmente entre la población. Los argentinos son cantantes de ópera al lado de los uruguayos. Es infinitamente más fácil hacer encuestas allá, pero el ancla es más débil, porque las identificaciones partidarias son mucho más bajas.
En otros tiempos el vínculo con el Estado también era una ventaja, según recuerda Bottinelli:
—A los entes autónomos con acción masiva sobre la población, como UTE, Ancap, Antel, antes les interesaba la opinión pública. Pero a partir del gobierno de Jorge Batlle se concibe a los entes como empresas y lo que se evalúa son negocios. Por eso el trabajo con ellos hasta ahora se encara como una investigación de mercado. Creo que se le ha quitado una dimensión importante. Si Antel hubiera sido vista siempre como una empresa de negocios en el mercado, el referéndum de 1992 habría tenido otro resultado. Tuvo el resultado que tuvo porque fue visto como un tema político de ciudadanía, no sólo como una empresa de mercado que vende servicios telefónicos. Hay una relación de la opinión pública con el Estado: la gente puede ser más o menos estatista, puede estar más o menos satisfecha con el Estado en general y con cada una de sus partes. Esa riqueza de investigaciones se redujo muchísimo. Por eso se redujo el rubro.
Equipos es la empresa que hoy acapara la mayoría de esos estudios. Zuasnabar ve un poco distinta la relación con el Ejecutivo:
—En general, los gobiernos han contratado encuestas sobre asuntos públicos. Depende de los estilos de los presidentes: hay algunos que han sido muy sistemáticos, con una tendencia ex post más que ex ante. Quizá ése es el debe para un gobierno: tratar de explorar previamente los climas de opinión para ver cuáles son los canales para comunicar un mensaje. Los programas del Ministerio de Desarrollo han sido explorados en su impacto real. Hacemos ese tipo de estudios. El año pasado hicimos uno financiado por el Banco Mundial acerca de en qué medida la legislación efectivamente se cumple y cuáles son los obstáculos. Tomamos tres leyes: asignaciones familiares, violencia doméstica y un decreto posterior sobre trabajo rural y trabajo infantil.
González, por su parte, explica que Cifra ha visto crecer sus investigaciones sobre satisfacción de clientes y cree que deberían expandirse como herramientas para los gobernantes:
—Si alguien está considerando una inversión muy grande que implica algunos cambios y que puede tener resistencias en la población, es muy importante tratar de ver lo más fría y desapasionadamente posible cómo podría llegar a verlo la sociedad. Si el resultado es muy negativo, el riesgo es muy alto. Son estudios que están mucho antes del estudio de mercado. Cualquiera de las inversiones grandes de los últimos años en Uruguay requirió de ese tipo de estudios. Las encargan las empresas y yo creo que el gobierno también debería hacerlo. Acá hay una especie de tabú de contaminación, la idea de que el gobierno no puede gastar dineros públicos en algo que es para fines estrictamente políticos, pero la realidad es que lo que importa es otra cosa. ¿Cómo puede ser que el gobierno se quede con el talenteo y cada cinco años trate de ver para dónde va la opinión pública? Es importante tener una idea de cómo son vistos esos rumbos y problemas por la población. Es una manera de construir un vínculo mucho más horizontal y un gobierno democrático contemporáneo no puede andar a ciegas. En todas las democracias ricas es lo normal, pero acá tenemos todavía un poco de ese estigma: “Éstos van a pensar que yo contrato a la encuestadora porque quiero hacer carrera política desde ahora con la plata de Juan Pueblo”. Eso está cambiando lentamente, pero debería cambiar más rápido. A mí me parece importante que haya un flujo de información mínimamente confiable para que el gobierno sepa para dónde está rumbeando la gente. Es muy difícil gobernar sólidamente una democracia sin eso.