Soylent para principiantes
[Lento #11, marzo 2014]

El negocio del fin del hambre se cruza con un alimento que nació como elemento ficcional y que una película con Charlton Heston hizo inquietantemente célebre.

Texto: Verónica Pamoukaghlián

“Queremos ser transparentes en cuanto a que no utilizamos partes del cuerpo humano en la producción de Soylent”.
Rob Rhinehart

Las grandes novelas distópicas del siglo XX han ejercido una gran influencia sobre la cultura popular. Este fenómeno se puede observar principalmente en el caso de 1984, de George Orwell (1948), y Un mundo feliz, de Aldous Huxley (1932). Sin embargo, Nosotros (1923), de Yevgeny Zamyatin, pionera en el género, ha quedado injustamente olvidada, acaso porque se ha perdido en la traducción su complejidad narrativa y lingüística.

Si bien es equívoco juzgar el valor de la literatura por su influencia en la cultura popular, en la moda, la televisión y la verborragia textual de la era de internet, muchas veces la gran literatura ejerce una influencia poderosa, capaz de multiplicarse con interminables ecos. No es éste el caso de Hagan sitio (1966), novela menor de Harry Harrison que entró en la cultura popular estadounidense de una manera transversal. Lo que le dio notoriedad a este libro, que tiene como eje central el problema de la superpoblación y la escasez de alimentos, fue una película protagonizada por Charlton Heston, titulada Soylent Green (estrenada en Montevideo en 1973 como Cuando el destino nos alcance). Curiosamente, el resabio más resistente de la obra de Harrison no fue un elemento proveniente de la novela sino de su adaptación cinematográfica.

En un contexto histórico en el que el crecimiento acelerado de la población era una preocupación mundial, los guionistas de Hollywood, forzados a alterar la trama del libro por motivos de presupuesto, hicieron historia para siempre con la frase “Soylent green is people”. Con estas últimas palabras, pronunciadas por un Heston moribundo, se revelaba el hecho de que el alimento sintético utilizado en aquel mundo futurista estaba hecho de cadáveres humanos.

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Sustituto financiado

La primera campaña de crowdfunding de Soylent empezó el 24 de mayo de 2013 bajo el lema “Free your body” (libera tu cuerpo). El objetivo inicial eran 100.000 dólares, meta que se alcanzó en sólo algunas horas. En octubre de 2013 Soylent ya contaba con 1.500.000 dólares provenientes de esta iniciativa y 2.300.000 de capital de riesgo aportado por inversores privados. Soylent Corporation fue fundada en mayo de 2013 y las primeras órdenes comerciales fueron distribuidas el mes pasado en Estados Unidos; llegarán al resto del mundo a mediados de año.

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Cuarenta años después del estreno de Soylent Green, Rob Rhinehart, un geek informático nacido en Atlanta y afincado en Silicon Valley, lanzó al mercado un alimento en polvo que supuestamente contiene todos los nutrientes que el organismo necesita. Decidió llamarlo Soylent.

Para entender lo que significa Soylent Green en el imaginario estadounidense basta remitirse a ese gran acervo de cultura popular que es la serie Los Simpson. Soylent Green apareció por lo menos en tres episodios. En uno de ellos, Homero le ofrece Soylent Green a un amigo de Bart, a lo que éste responde: “¿Eso no está hecho con personas?”. También se pueden encontrar referencias directas en Futurama, Family Guy y Saturday Night Live. En general, es altamente probable que un estadounidense cualquiera haya escuchado alguna vez en su vida la frase “Soylent green is people”. Consultado acerca de su decisión de ponerle al supuesto “alimento del futuro” ese nombre teñido de asociaciones negativas, Rhinehart explica: “Yo estaba pensando más en el libro de Harry Harrison que en la película basada en él. En el libro el Soylent está hecho de soja y lentejas, y es una comida barata, simple, un alimento de primera necesidad para las masas en una época de superpoblación. Me pareció que el nombre encajaba bien”.

Este tipo de comida sintética es muy común en las novelas distópicas. Por ejemplo, en Nosotros, precursora de 1984 y, según Orwell, también de Un mundo feliz, hay un alimento sintético llamado Petroleum Food. Curiosamente, en Un mundo feliz hay una interesante justificación para la producción de alimentos que de alguna manera prefigura el Soylent: “Sería una crueldad atormentarles con más horas de asueto… Si quisiéramos, podríamos producir sintéticamente todos los comestibles. Pero no queremos… porque ocupa más tiempo extraer productos comestibles del campo que de una fábrica”.

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Zamyatin y Orwell

Es justo mencionar que Zamyatin fue perseguido en Rusia y su novela fue prohibida. Esto sin duda afectó el destino de Nosotros. Expulsado de la vida académica y privado de publicar sus libros, que el régimen consideraba deprimentes, el autor acabó por enviar una carta al mismísimo Stalin para poder salir del país. Arrancado de su Rusia natal y desilusionado de la revolución que antes había apoyado, Zamyatin acabó por radicarse en París y jamás volvió a escribir otra obra tan importante.

Orwell leyó una traducción al inglés e incluso publicó una crítica de Nosotros y reconoció que la tomó como base para escribir 1984. Huxley, en cambio, negó hasta el día de su muerte haber leído la novela de Zamyatin antes de escribir Un mundo feliz, a pesar de las obvias similitudes entre ambas.

Al igual que Orwell, Zamyatin utilizó el lenguaje de forma magistral para expresar las limitaciones del pensamiento de los seres formateados por las sociedades totalitarias de un futuro imaginario. El protagonista de Nosotros, cuyo nombre es simplemente D-503, lleva un diario con un estilo que va cambiando a medida que su pensamiento evoluciona. Sin embargo, la sutileza de esta transformación parece no haber sido reflejada de manera eficiente en las traducciones, especialmente en las más antiguas.

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Existe una extraña tradición de utilizar nombres o neologismos tomados de estas novelas distópicas en el sentido opuesto al que les dieron sus creadores. Gran Hermano, el símbolo de un régimen despiadado y totalitario, se convirtió en un programa de entretenimiento. En comparación con el Gran Hermano de la televisión o el monitoreo web de las agencias de seguridad estadounidenses, el panóptico del que hablaba Foucault y las ciudades de vidrio de la novela de Zamyatin parecen un juego de niños. El Soma de Huxley, que transformaba a las personas en seres mecanizados y complacientes, ha dado nombre a una droga para aliviar el dolor. Por otra parte, muchos han comparado al Soma imaginario de Huxley con el Prozac, un antidepresivo que alcanzó una espectacular popularidad en Estados Unidos.

Wittgenstein dijo alguna vez: “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”. En su famoso ensayo La política y la lengua inglesa Orwell habla de la palabrería hueca que disfraza verdades obvias que se busca ocultar. El abuso del eufemismo y la contradicción intrínseca en el discurso fueron llevados a su máxima expresión en 1984 y Rebelión en la granja y han pasado a la cultura popular como doublespeak. Este término hace clara referencia al newspeak de Orwell: un lenguaje tan simplificado que genera grandes limitaciones al pensamiento.

Hay algunos elementos en la historia de Soylent que remiten claramente a las novelas distópicas. Basta con comparar la más célebre descripción de Soma a cargo de Huxley con unas palabras de Rhinehart acerca de Soylent. “Siempre está el Soma, el delicioso Soma, medio gramo para medio día de vacaciones, un gramo para una escapada de fin de semana, dos gramos para un viaje al maravilloso Oriente, tres para una oscura eternidad en la luna”, reza este extracto de Un mundo feliz. Por su parte, dice Rhinehart en el blog de su producto: “Me gusta el Soylent. Lo uso todo el tiempo. Mi vida es más simple, más limpia. Mis pensamientos son más claros, mi cuerpo, más delgado”. Estos dos textos parecen obra del mismo autor. Se trata de un lenguaje que no tiene memoria, que no admite la ironía; un newspeak perfecto. Es el lenguaje de seres dóciles que pueden ser dominados fácilmente. En su versión en inglés, las palabras de Rhinehart incluso riman. Quizá la evolución de nuestra cultura nos ha llevado a un mundo dividido, en el cual unos viven en la ignorante placidez de Un mundo feliz y otros en el terror incapaz de expresarse a sí mismo de 1984; un mundo ideal para las rimas infantiles que prometen la felicidad a cambio de un par de billetes.

Como se ve en un documental realizado por Vice Media, en una primera etapa Soylent se manufacturaba en unos galpones sin habilitación de la Food and Drug Administration (FDA), en donde era común ver ratas y hongos en las paredes; nada que ver con los ambientes ascéticos de algunas novelas distópicas. Una de las cosas más interesantes del documental es el momento en que el protagonista, que está intentando alimentarse a base de Soylent, comparte una comida con Rhinehart. Mientras el primero bebe de mala gana su Soylent, Rhinehart come un pollo de aspecto delicioso.

En términos de negocio, Soylent ha sido un suceso, el más grande que jamás haya tenido Rhinehart. Su compañía recibió millones de dólares, tanto en preórdenes de compra, por medio de una campaña de crowdfunding, como en forma de capital de riesgo. Hoy en día el Soylent se produce en un ambiente apropiado y ha recibido la aprobación de la FDA. Aunque su emprendimiento es netamente comercial, Rhinehart no deja de referirse a Soylent como la panacea contra la escasez mundial de alimentos. Esta visión se contrapone con las estadísticas recabadas por organismos internacionales como UNICEF y la ONU, que demuestran que el hambre y la malnutrición se deben mucho más a la desigual división de la riqueza que a la superpoblación.

Debido a su precio actual, Soylent está lejos de ser una solución para los países más pobres. Por otra parte, en Estados Unidos, según el Departamento de Agricultura, en octubre de 2013 el costo de una dieta balanceada era de entre 160 y 330 dólares. El costo mensual de Soylent es de unos 270 dólares, con lo cual la sustitución de la comida por Soylent para un estadounidense tipo no significaría necesariamente un ahorro.

Soylent le vino como anillo al dedo a la nueva raza de Silicon Valley, con su lenguaje técnico y simplificado que pone énfasis en los aspectos utilitarios de la vida y sus eufemismos de connotaciones orwellianas. Así como en las sociedades de algunas novelas futuristas, por ejemplo, en El cuento de la criada (Margaret Atwood, 1985), las personas utilizan el sexo principalmente con fines reproductivos, los hombres y mujeres del futuro que imagina Rhinehart comerán sólo para mantenerse vivos.

Cuando se le hacen preguntas que tocan los puntos más débiles de su propuesta, Rhinehart en general devuelve un discurso sin fisuras: “Me encanta la ciencia-ficción y leí todos esos libros (1984, Hagan sitio, Un mundo feliz). El nombre [Soylent] fue más bien irónico porque realmente creo que el futuro va a ser más bien utópico. Si uno observa nuestra evolución a nivel macro, resulta evidente que nuestro planeta está mejorando y no empeorando. Cosas como la violencia, el hambre y la salud han mejorado en general. Si bien a veces surgen problemas temporarios, éstos son resueltos gracias a nuestro mayor conocimiento y a la tecnología. Soylent es parte de la tecnología que nos hará más saludables y liberará a la humanidad y al medio ambiente de la pesada carga que significan los alimentos”.

Más allá de la hábil retórica de Rhinehart, está claro que su empresa busca el lucro y no la salvación universal. Antes de Soylent ya lo había intentado con otras dos startups. Se puede decir que en su época pre Soylent era un chico con un futuro prometedor. Había recibido algunos honores durante su vida académica, pero nada lo señalaba como una mente genial. Hasta el momento del boom de la campaña de crowdfunding, Rhinehart era sólo un jovencito pelirrojo de Atlanta que soñaba con ganar millones con su próxima idea; la clase de tipo que uno puede encontrar hasta debajo de las piedras en Silicon Valley.

Ya investido de su aura de golden boy, Rhinehart sueña en grande. Una de sus fantasías es que en el futuro el Soylent salga de las canillas. Sin embargo, no es descabellado imaginar que si realmente sucediera, algunas empresas no se verían en la obligación de pagarles a sus empleados dinero suficiente para comprar alimentos; con Soylent, éstos podrían seguir produciendo aunque no tuvieran un centavo. Esto parece bastante probable a la vista de las últimas recomendaciones de Mc Donald’s a sus empleados de menor categoría: cortar la comida en pedazos para aumentar la saciedad.

Hay algo perturbador en el hecho de que Soylent se llame Soylent, que sea un alimento puramente utilitario que elimina al placer de la ecuación y que su creador hable a veces como un robot salido de una novela de Huxley. El caso de Soylent hace foco sobre algunos de los grandes males que aquejan a nuestro mundo. No ha sido testeado, pero las personas corren a comprarlo. Significa el fin de uno de los rituales más placenteros y saludables de los que puede disfrutar el ser humano, pero a muchos les parece una buena idea. La diferencia que existe entre el Soylent y la comida natural es la misma que existe entre la supervivencia y la felicidad. En efecto, Soylent representa muchos de los problemas acerca de los cuales los autores de las novelas distópicas buscaban advertirnos. A juzgar por el mundo en que vivimos, cualquiera sea el futuro, estas advertencias parecen haber sido completamente en vano.


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