Entre inundaciones en todo el país, cambio climático global, competencia de servicios extranjeros y una larga y pesada historia, la meteorología en Uruguay cambia y se actualiza, en gran parte gracias a la última ley de presupuesto. Mientras los flamantes licenciados en ciencias de la atmósfera explican las complejidades del estudio climático, a los demás nos va quedando claro que se trata mucho más que de una ayuda para saber cómo salir vestidos a la calle.
Texto: Matías Castro / Fotos: Pablo Nogueira, Cecilia Vidal, Pablo Vignali
Aferradas a la convicción de que el sol y el calor limpiarían su cansancio del año, 120.000 personas transitaron por la terminal de Tres Cruces durante los dos últimos días de 2015, en busca de los ómnibus que las llevarían a sus remansos de vacaciones. Al mismo tiempo, más de 23.000 personas de Artigas, Salto y Paysandú se aferraban a las pocas pertenencias que habían rescatado de sus casas cuando la histórica crecida del río Uruguay los expulsó, llevándolos a desear —y a temer— el mismo sol y calor que la gente de Tres Cruces tanto buscaba. Aunque había 500 kilómetros entre los evacuados del Norte y los veraneantes del Sur, la atención de todos estaba centrada en lo mismo: el tiempo y el clima.
Si bien se tiende a percibir el clima como algo asociado a los límites físicos de un territorio, se trata de un sistema complejo que no tiene fronteras y, por eso, la crecida del río Uruguay es una extensión de la que vivió el Paraná. Entre Argentina, Paraguay, Brasil y Uruguay, los evacuados fueron aproximadamente 50.000. En los departamentos uruguayos afectados se montaron campamentos de desplazados, pero el calor descomponía los restos y abría la puerta a las amenazas sanitarias, y las empresas barométricas drenaban todo lo que podían de las zonas inundadas. La emergencia revolucionó a las intendencias de Artigas, Salto y Paysandú, el Ministerio de Vivienda destinó 3,5 millones de pesos a un fondo de reconstrucción y el Ejército se movilizó para asistir en las evacuaciones.
El Sistema Nacional de Emergencias, asociación de las instituciones públicas que actúan en casos de desastres, trabajó a pleno entre diciembre y enero. Uno de sus integrantes es el Instituto Uruguayo de Meteorología (Inumet), joven heredero de la vetusta Dirección Nacional de Meteorología, que tiene poco más de un año de vida y recién empezó a contar con un presupuesto mejorado a partir de diciembre. Su existencia tiene que ver con la evolución internacional de la vieja y llana meteorología hacia lo que se conoce como ciencias de la atmósfera, amplia disciplina que nació de la mano de la identificación del cambio climático, hace unos 30 años. Del mismo modo, las crecientes e inundaciones han sido relacionadas al fenómeno de El Niño, que es la ola de temperatura cálida de la superficie del Pacífico, cuya severidad podría haber aumentado en estas décadas a raíz del cambio climático causado por el hombre.
—Gracias a la creación del Inumet, desde hace un año hemos aumentado la capacidad de trabajo y alerta temprana, al afinar la predicción meteorológica y dimensionar lo climatológico —dice Fernando Traversa, director del Sistema Nacional de Emergencias—. El Instituto no está todavía a pleno en sus capacidades, lo reconocemos todos, como tampoco lo está el Sistema de Emergencias ni la Dirección Nacional de Aguas, porque son instituciones jóvenes dentro del país. Ahora lo que necesita Uruguay es aumentar la articulación de la información hidrometeorológica.
Con “información hidrometeorológica” Traversa se refiere a una parte de los sistemas de alerta temprana de crecidas de corrientes, creado en la Facultad de Ingeniería de la Universidad de la República, que permitió anticipar con 72 horas una crecida en el río Yí y evacuar a 4.000 personas. Este sistema podría ser ampliado a los ríos Olimar y Cuareim y, eventualmente, a otros cursos de agua, con el objetivo de controlar el flujo en las represas.
—El problema es cómo gestionamos el riesgo meteorológico. Con buena información es distinto. Ahora que el Instituto la tiene y la disponibiliza de forma precaria apuntamos a mejorarla con el pedido presupuestal —asegura el ingeniero Gabriel Pisciottano, presidente del Inumet desde su refundación en 2013.
Para las inundaciones de fines de 2015, el Instituto había lanzado una alerta en la que diagnosticaba un aumento de lluvias para el último trimestre del año. A partir de este anuncio, el Sistema Nacional de Emergencias le planteó las perspectivas a las intendencias del litoral.
—La responsabilidad del Instituto de Meteorología es ofrecer información y advertencias, la del Sistema de Emergencias es analizarlas y lanzar una alerta para trabajar con la población —explica Traversa, y luego aclara que cada departamento actúa distinto y reacciona en diferentes plazos según sus experiencias ante catástrofes.
El concepto de alerta temprana, entonces, es fundamental y para ejecutarlo adecuadamente la autoridad meteorológica uruguaya debió abandonar la edad de piedra.
Hasta 2009, cuando casi todo Uruguay ya tenía conexión a internet, los reportes diarios de las estaciones a la vieja Dirección Nacional de Meteorología se hacían por teléfono. Este atraso en las comunicaciones habría sido consecuencia de la poca atención que se le prestaba al servicio cuando era parte del Ministerio de Defensa. Tres fuentes consultadas coincidieron en afirmar que la Dirección se había convertido en un depósito de funcionarios de AFE, Pluna y otros organismos y que como consecuencia de esto el nivel del trabajo había descendido gravemente.
Ahora hay dos estaciones automáticas que nunca se apagan (en Colonia y Rocha) y cuatro con personal que trabaja las 24 horas (Rivera, Aeropuerto de Carrasco, Laguna del Sauce y Rocha). El resto de las estaciones del país funciona de día, en horario de oficina extendido, por lo que algunos fenómenos nocturnos no han podido ser advertidos. Dato a tener en cuenta: desde la Facultad de Ciencias de la Universidad se asegura que los tornados suelen producirse durante el atardecer o un poco después. Otra fuente cuenta que se llegó a anunciar un fenómeno meteorológico sorpresivo a partir de lo que comunicaba un informativo televisivo argentino, ya que la estación de meteorología a la que le tocaba cubrir el Suroeste del país todavía no había abierto. Las estaciones automáticas, por otra parte, no alertan, sino que solamente recogen los datos.
Además, en las épocas de la Dirección de Meteorología, los equipos de medición tenían poco recambio y rara vez eran actualizados. El predictor nacional, que es quien tiene en sus manos los análisis y proyecciones del clima y tiempo en todo el país, cobraba hasta hace poco unos 14.000 al mes. Por otro lado, mientras que en otros países había carreras universitarias en ciencias atmosféricas, aquí todavía no se podía estudiar el tema a nivel terciario; era la Dirección la que formaba técnicos meteorólogos. Al personal militar que se destinaba allí se le daba una capacitación de seis meses para que oficiaran de observadores, pero no de meteorólogos.
Las mediciones de vientos medianamente confiables recién se pueden contar desde 1977, ya que antes se inferían de forma primitiva. De todos modos, aseguran desde el Instituto, para los análisis meteorológicos no importa tanto el dato de la fuerza del viento como su dirección, ya que lo que se estudia son patrones de circulación. Al menos ese defecto en los registros históricos se puede justificar en la idea de que a los efectos de leer el estado del tiempo, los vientos no influyen demasiado en análisis y pronósticos.
En 1911, apenas iniciada la segunda y fermental presidencia de José Batlle y Ordóñez, su ministro de Fomento, José Serrato, dictaminó que las comisarías se ocuparían de medir las precipitaciones. Así nacieron los llamados agentes pluviométricos: policías que hasta hoy miden las precipitaciones a cambio de una compensación de 400 pesos por mes. La idea original tenía como objetivo establecer una red amplia de estaciones pluviométricas que, dentro de las comisarías, estaría a resguardo de actos vandálicos. Actualmente hay algo más de 200 activas en todo el país, de acuerdo al mapa que está en la web del Inumet.
La consecuencia de aquella decisión de Serrato fue que, a lo largo del siglo XX, las mediciones se hicieron de forma despareja en el territorio, según los equipos, la voluntad y el rigor de cada agente. Una tesis de 2012, firmada por Joaquín Amiel y realizada en la Unidad de Ciencias de la Atmósfera de la Facultad de Ciencias, sacó a relucir datos que inducen a pensar que el sistema no ha sido confiable en absoluto. Por ejemplo: en algunos sitios no habría llovido los domingos durante 30 años, o tal vez el agente pluviométrico no se haya preocupado por dejar un sustituto en sus días libres. En otros casos, el investigador llegó a la conclusión de que no se medía durante tres días o más, y se registraban datos estimados que quedaban por debajo o por encima de lo que realmente había llovido. “Ésa es información perdida”, afirma Madeleine Renom, licenciada en Ciencias de la Atmósfera y tutora de la tesis de Amiel. Otro de los problemas, para rematar, es que los recipientes usados para medir variaron mucho y no fueron homogeneizados. Pero como llegaron a funcionar hasta 400 estaciones pluviométricas en todo el territorio, los errores e irregularidades se fueron diluyendo y permitieron igualmente manejar datos y estadísticas.
El archivo de datos de meteorología tampoco está en las mejores condiciones. Fue acumulándose a lo largo de los años, entre tierra y humedades, y su digitalización y relevamiento total todavía está pendiente.
Si bien al que pasa apurado por Tres Cruces para irse de vacaciones le preocupa el tiempo —es decir, la temperatura, los vientos o las lluvias de un día puntual—, de lo que se trata es del clima, que es el conjunto de condiciones meteorológicas para una región durante cierto período. El buen análisis del clima, que repercute en la toma de decisiones para actuar ante posibles sequías, inundaciones, temporales u olas de calor, no sólo se basa en las cuestiones circunstanciales sino también en los relevamientos históricos. Y para hacer un diagnóstico histórico, la convención es que se necesitan 30 años de mediciones continuas, o incluso más.
Las más antiguas apreciaciones sobre el clima de este territorio habrían sido aportadas por el español Félix de Azara, en los primeros años del siglo XIX. Según se afirma, fueron apuntes escasos e imprecisos, pero oficiaron de antecedente. Luego Dámaso Antonio Larrañaga incluyó en sus diarios personales algunos datos meteorológicos y llegó a fabricar un pluviómetro casero, que puso en actividad en agosto de 1819; habría sido el primero en medir las lluvias en Montevideo. Fructuoso Rivera decretó la organización de un servicio para elaborar tablas meteorológicas, pero que no se habría concretado debido a las agitaciones de su gobierno. En 1848, el doctor Pérez Castellanos hizo algunos comentarios generales sobre el clima en sus Observaciones sobre agricultura, pero no incluyó cifras.
Uruguay no estaba tan lejos de los procesos del hemisferio Norte en esta disciplina, si se tiene en cuenta su gestación como país. Quien bautizó la meteorología fue Aristóteles y se estima que incluso antes de su era, hacia el año 500 aC, ya se hacían análisis del clima en India; pero fueron los siglos XVIII y XIX los del establecimiento de la disciplina con rigor científico moderno. En 1849 el Instituto Smithsoniano empezó a instalar una red de observatorios en Estados Unidos, en correspondencia con lo que se hacía en Europa. Y recién en 1854 se inauguró el primer servicio meteorológico nacional del mundo, el Meteorological Statist to the Board of Trade en Reino Unido.
En 1882 se inauguró el Observatorio Meteorológico y Climatológico del Colegio Pío, en Montevideo, en el barrio Colón, y con él empezaron los estudios de la meteorología como clima. En 1890 se creó la Sociedad Meteorológica Uruguaya, que un año más tarde inauguró estaciones en el interior con equipos que venían de París y Buenos Aires.
Y en 1895, como consecuencia de los planes de reforma del Puerto de Montevideo, se inauguró la Estación Meteorológica del Antepuerto, considerada punto de inicio de la ex Dirección Nacional de Meteorología. Los estudios oficiales de meteorología uruguaya cumplieron, entonces, 120 años el 5 de julio del año pasado. Uno de los directivos de aquella fundacional estación portuaria fue, casualmente, José Serrato, quien tiempo después les otorgó las estaciones pluviométricas a las comisarías.
En 1900 se instaló el Observatorio Municipal donde hoy está la residencia presidencial en el Prado. Las instituciones que trabajaban con el tema continuaron evolucionando, fusionándose, ampliando objetivos y cambiando de nombres a medida que avanzaba el siglo XX. En 1934 el Observatorio Meteorológico Nacional entró a la órbita del Ministerio de Defensa y fue rebautizado como Servicio Meteorológico Nacional y en 1979 como Dirección Nacional de Meteorología. La constante fue, según el actual director del Instituto, que el servicio que se brindó estuvo a la par de los estándares internacionales durante buena parte del siglo. Hasta que empezó a decaer.
—El producto meteorológico siempre es información, ya sea cruda o análisis en base a interpretaciones. Por eso, es necesario tener los datos registrados y gestionados. Una vez digitalizados, hay que procesarlos y analizarlos. El clima, sin embargo, funciona todo entrelazado, porque la meteorología de acá interactúa con el clima del Sur de Brasil y el Este de Argentina, y lo mismo al revés —asegura Pisciottano, que además es uno de los pioneros en los estudios de ciencias de la atmósfera en el país, desde que 20 años atrás fue enviado a estudiar en California.
En realidad, toda la cuestión es muy reciente. La ley No 19.158, que convirtió a la Dirección en el Inumet, es de 2013. La idea era crear un servicio descentralizado con presupuesto propio y cometidos acordes al modo en que se entiende el clima en la actualidad. Un año después se nombró su directorio y la reglamentación de ley se promulgó en febrero de 2015. El Instituto apunta a que sus cargos sean cubiertos, en la medida de lo posible, por más licenciados en Ciencias de la Atmósfera y menos técnicos en Meteorología. La licenciatura existe desde 2008, recibe unos 25 estudiantes nuevos cada año y apenas cuenta con tres egresados y dos estudiantes que están por finalizar la carrera.
Uno de los objetivos de la ley del Inumet es establecer nuevas estaciones y redes de medición hidrometeorológica. Otro es mantener actualizado y accesible el registro histórico, para lo que se creó el Banco Nacional de Datos Meteorológicos y Climáticos. Hasta el año pasado, cada persona que solicitaba datos históricos al Instituto tenía que pagar un canon, pero a partir de la última ley de presupuesto se estableció el criterio de datos abiertos, por el que solamente se tienen que pagar algunos informes especiales. Otra de las metas es que las mediciones pluviométricas no se hagan solamente en comisarías y para ello se empezaron a comprar medidores digitales.
La última ley de presupuesto le dio al Instituto 40 millones de pesos de aumento, con lo que anualmente pasó a disponer de unos 160 millones. Esto incluye un incremento significativo de lo que se destina a sueldos, con el objetivo de generar cargos específicos para licenciados, con remuneraciones que se correspondan, dentro de lo posible, con la jerarquía que se les quiere dar.
Del porcentaje que corresponde a sueldos, hay 20 millones que aporta el Ministerio de Defensa, ya que continúa pagando a sus funcionarios dentro del Instituto. Hay quien, para referirse a los empleados del antiguo régimen, habla de una “herencia maldita” y una fuente cita roces y problemas entre los nuevos funcionarios y algunos de los viejos, que se resisten a dejar vicios adquiridos durante décadas de trabajo mal entendido.
Además, el Instituto contará con una partida extra que proviene de 8% de lo que se cobra en aeropuertos por concepto de tasas aeronáuticas. La nueva situación económica le permitirá destinar unos diez millones de pesos a inversiones, cuando antes tenían sólo un millón y medio. Entre otras cosas, en 2016 se comprarán cuatro estaciones automáticas para sumar a las dos en funcionamiento, que habían sido donadas. El Banco Nacional de Datos, también previsto por la ley No 19.158, sigue siendo un proyecto.
A pesar de los avances, todavía hay problemas cuya resolución parece demasiado alejada de las posibilidades del país. Pisciottano lo reconoce:
—Hay un déficit grande en lo que se conoce como datos remotos: imágenes de satélite y de radar, de detección de descargas eléctricas como los rayos. Si uno las pone en un mapa, obtiene información de dónde hay actividad eléctrica. No es que no haya satélite, sino que no hay sistema de adquisición directa de imágenes de satélite.
Para obtener imágenes satelitales cada 15 minutos, Uruguay debería comprar un hardware y contratar un servicio que costaría hasta 800.000 dólares. Por ahora, lo que se hace es utilizar las imágenes de un satélite estadounidense, que se reciben cada tres horas gracias a un convenio de intercambio internacional.
—Todo lo meteorológico y climático se arregla, en lo básico, por intercambio. No es con plata, sino con participación. Aun en lo peor de la Guerra Fría, la Unión Soviética y Estados Unidos intercambiaban imágenes de satélite —dice Pisciottano.
Uruguay tampoco tiene radares meteorológicos, por lo que usa las imágenes de radares argentinos (en Ezeiza y Paraná) y del Sur de Brasil. Pero así sólo se cubre el contorno del país: el centro y el Sur quedan fuera del alcance. Por eso, la turbonada que sorprendió a Young el 19 de octubre no apareció en los radares. Y, como sucedió a las 23.00, tampoco quedó registrada en las estaciones meteorológicas locales.
La independencia del Ministerio de Defensa también ha planteado nuevos gastos. Por ejemplo, desde diciembre el Instituto debe pagar sueldo y viáticos del meteorólogo que se desempeña en la Base Artigas, en la Antártida. En algún momento de 2015 parecía posible que se eliminara el cargo si el Instituto no conseguía un presupuesto adecuado, con lo que el programa antártico uruguayo hubiera perdido su única pata científica estable desde 1985.
También deben hacerse cargo de la estación meteorológica de Laguna del Sauce, que entre viáticos, transporte y salarios insume unos 400.000 pesos mensuales, debido a que incluye una gran cantidad de turnos a cubrir. Como una de las tres estaciones más viejas de Uruguay, ha generado más de 90 años de registro de datos.
El recambio profesional enfrenta sus dificultades y plazos propios. El directorio del Inumet pretendía que se cerrase la tecnicatura en Meteorología, que se ofrece en sus instalaciones desde 1944, para que el área fuese solamente estudiada a nivel terciario en la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República. La idea no fue aceptada en el ámbito político: la ley no incluyó el tema y por eso el Instituto optó por no abrir inscripciones en 2014 ni en 2015. Sin embargo, el llamado para observadores meteorológicos que hicieron en enero pedía en primer lugar técnicos en Meteorología y luego estudiantes avanzados de la licenciatura.
Para Marcelo Barreiro, licenciado en Física y doctorado en Oceanografía, la tecnicatura en Meteorología y la licenciatura en Ciencias de la Atmósfera no tienen coordinación académica: sus respectivos egresados no manejan los mismos lenguajes ni conocimientos. Los cursos técnicos en el área, dice, tienden a desa-parecer, porque el conocimiento climatológico exige otra formación.
—Mucha gente tiene una idea equivocada de la meteorología, y piensa que es sólo la predicción de la lluvia. Pero para entender el funcionamiento de la atmósfera, la base del conocimiento es física y matemática. Por eso los primeros dos años de la licenciatura son esencialmente sobre física. No necesitás mecánica cuántica, pero tenés que saber termodinámica, mecánica de los fluidos, fenómenos ondulatorios; incluso turbulencia de fluidos, el único fenómeno que todavía no está resuelto. Cuando la gente se da cuenta de lo intenso que se estudia física y matemática, perdemos unos cuantos alumnos.
—En secundaria el clima se da en geografía, que es enfocada como un área más humanística que científica. Eso ya da una idea equivocada —dice la licenciada Madeleine Renom.
Hasta hace unas tres o cuatro décadas, la meteorología se asociaba a la predicción del tiempo, es decir, más a lo que busca el veraneante que parte hacia el balneario que el evacuado que deja atrás su casa inundada. A partir del reconocimiento del cambio climático por efecto antropogénico —es decir, originado y acelerado por la acción del hombre—, se habla de ciencias de la atmósfera, resultado de la interacción de la meteorología, la climatología, la física y la química de la atmósfera, más la oceanografía, de importancia creciente. Tal vez el mayor ejemplo de cómo estos estudios trascienden fronteras y vinculan océano con atmósfera sea El Niño, el fenómeno cíclico que afecta a una gran región de nuestro continente, cuya comprensión implica análisis de corrientes marinas, vientos ecuatoriales y flujos de energía.
Para la cumbre del cambio climático que se celebró en París en diciembre, Uruguay elaboró un documento en el que se establecían metas nacionales, como desarrollar nuevos sistemas de información, integrar servicios climáticos, hacer mapeos de riesgo y evaluación de pérdidas. También se hablaba de la formación de investigadores capacitados para contribuir a la respuesta nacional a los efectos del cambio climático y de darles más relevancia a estas actividades dentro del presupuesto nacional.
Los beneficiarios del trabajo del Inumet van desde el Ministerio de Agricultura, donde interesan los informes sobre lluvias o fenómenos extremos como olas de calor, hasta el Ministerio de Industria, Energía y Minería, que precisa mapas de vientos aplicables a los parques eólicos. Como el Instituto sólo mide los vientos en la superficie, Industria financió mediciones complementarias para tener información de 50 metros de altura y conocer datos más adecuados para los molinos.
Y luego estamos los usuarios comunes y corrientes, que queremos saber si salir con mucho o poco abrigo, paraguas o sandalias. Para nosotros, la vieja Dirección de Meteorología adoptó el sistema de alerta por colores, creado en Europa, que se adecua bien a la idea del clima como algo inasible y sólo parcialmente predecible. Tan parcialmente, que no hay organismo meteorológico serio en el mundo que lance predicciones de más de cuatro días (seis, como mucho).
Para los que comentamos las nubes mientras van pasando, está también la aplicación del Inumet para celulares. Aunque no es tan vistosa como las de Weather Underground, AccuWeather o WindGURU, todas estas empresas extranjeras usan los datos del servicio uruguayo y les dan sus propio color (como extender los pronósticos por semanas).
Para el usuario medio, de todos modos, no importa tanto entender el clima como un sistema complejo que no reconoce fronteras ni horarios y que se entiende más mediante la teoría del caos que de lo que pueda decir un meteorólogo en la televisión. A muchos, el clima nos parece tan poco predecible como un misterio religioso. Los historietistas Gosciny y Uderzo plasmaron bien la idea cuando hicieron que la tan resistente aldea gala de las historietas de Astérix sólo temiera una cosa: que el cielo se cayera sobre sus cabezas. Por eso, para los que carecemos del conocimiento científico, a veces es una cuestión de dónde depositar la fe: puede ser en Madeleine Renom, en el Inumet, en los mediáticos Juan Torraca y Nubel Cisneros, o en Doria Tillier, la presentadora francesa que en 2013 apareció desnuda en cámara mientras daba el pronóstico. Todo sea por tener algo que decir cuando nos cruzamos con nuestros vecinos.