Ignacio Alcuri
Quedan menos de 50 ejemplares de rinoceronte peludo en todo el planeta, lo que lo coloca bien arriba en la lista de animales en peligro de extinción. Entre ellos, el más famoso seguramente sea Giulio, un macho adulto que vive en el Zoológico de Barcelona.
Desde la muerte del gorila albino Copito de Nieve, Giulio se transformó en la atracción principal del lugar. Las personas viajan solamente para verlo y su merchandising es el de mayor salida. Quizá por eso, cuando las organizaciones ecológicas intentaron devolverlo a las planicies mesoamericanas de las que es originario y el animal se negó, las autoridades del zoo respiraron aliviadas. A su regreso, duplicaron el tamaño del corral y la cantidad de personas destinadas a su cuidado.
Quienes revisen los clasificados catalanes encontrarán con frecuencia llamados para trabajar junto a Giulio. Los puestos de trabajo de su corral tienen una alta rotación por los magros salarios, pero en especial por la dificultad para tratar con este espécimen.
Giulio es una de las criaturas más miserables, mezquinas, aprovechadoras, malhabladas, antihigiénicas y violentas de toda la Creación. Mediante engaños, ha logrado despojar a empleados del zoo de su dinero, ha destruido parejas y en un par de ocasiones se las arregló para escapar y sembrar el caos en la ciudad. Si no salió a la luz fue para cuidar la reputación de la mina de oro.
El bicho es tan jodido como inteligente, portándose bien frente a las familias y las excursiones escolares, para luego ningunear a quienes se encargan de que viva con todas las comodidades. Cuenta la leyenda que una vez apostó que haría renunciar a una joven cuidadora y lo logró en menos de 15 minutos.
Si la popularidad hacía aflorar lo peor de él, saberse en extinción lo agravó todo. Redujo la cantidad de horas que aparecía frente al público y pidió un cambio de alimentación sólo para que sus heces tuvieran menos consistencia y olor más penetrante.
Un día el veterinario en jefe le explicó que debía reproducirse. Giulio dudó hasta que le mostraron fotografías de las hembras de rinoceronte peludo que podía elegir. Encontró una que le parecía “menos desagradable a la vista” y mandaron embarcarla desde el otro lado del mundo. Él no pensaba moverse de ahí.
Quien conozca a esta especie sabrá que las hembras son bastante más pequeñas. Si le sumamos que el sedentarismo de Giulio lo había hecho engordar bastante, la diferencia entre ambos asustaba. Sobre todo a ella.
Ni bien entró en su territorio, el dueño de casa se acercó para darle la bienvenida. Lejos de hacer un amigable roce de cuernos delanteros, le dio una certera patada en el abdomen que la tumbó en el suelo. Mientras ella luchaba por recuperar el aliento, él se acercó y la orinó en el rostro.
Los gritos de los empleados del zoológico no tardaron en escucharse, pero Giulio los miró y con los pocos músculos de su rostro dio un clarísimo mensaje: “¿Quieren pasar a la historia como los imbéciles que nos hicieron desaparecer?”. Le respondieron marchándose de ahí, mientras escuchaban los quejidos de la recién llegada.
El único testigo del brutal apareamiento fue un viejo trabajador, que hacía tiempo había perdido las ganas de vivir. Contó que la hembra había perdido el conocimiento en varias oportunidades y que el macho esperaba a que se recuperara para que no se salvara del sufrimiento.
También contó que los esfuerzos en ése y otros establecimientos son en vano, ya que el rinoceronte peludo desaparecerá en pocos años más. Muchos culpan a la invasión del hombre en los sitios que habitaba o al calentamiento global, pero la verdad es que las hembras no quieren reproducirse por este tipo de cosas.