En el fin del mundo

La economía china es omnipresente aun en lugares tan alejados como Uruguay. La comunidad china, en cambio, es bastante discreta entre nosotros. Mientras Ana Artigas se encontró con varios inmigrantes chinos que oscilan entre el deseo y el desinterés por la integración, Carlos Lebrato salió a la caza de su registro fotográfico y Malvina Galván se dedicó a recopilar cifras elocuentes sobre la nueva potencia mundial.

 

Textos:  Ana Artigas, Malvina Galván / Fotos: Carlos Lebrato

 

Xiang Hua Yang memorizó su diccionario chino-español de la A a la Z. Logró esa proeza por sus ganas de aferrarse a Uruguay, la tierra que eligió para darle una vida mejor a su hija. Pero a pesar de su esmero con el idioma, esta mujer de 34 años necesita que su compatriota Nan Sheng Hé vaya traduciendo mientras cuenta que llegó a Montevideo hace un año desde Hebei, su provincia natal, al norte de China, donde trabajaba de cajera en una tienda. Supo de Uruguay por videos en internet y junto a su marido decidieron que ella viniera primero, sola. Ahora está buscando un local para poner un almacén. Lo que más le gusta de este país es el cielo, el clima y la poca gente; lo que detesta es la caca de perro que tiene que esquivar en las veredas. Optimista y aplomada, no extraña China: sólo quiere arraigarse y empezar de nuevo.

Hace casi dos meses su marido y su hija aterrizaron en Carrasco. Él pone su mejor sonrisa pero no habla ni entiende una pizca de español. La niña tiene ocho años y puede repetir palabras perfectamente. La gran ilusión de los padres es que comience a ir pronto a la escuela como oyente. La familia comparte la vivienda con Nan Sheng y con una joven china de 24 años que apenas balbucea algunas frases en inglés y que representa a una empresa de su país que compró la sociedad anónima Tabaril y por medio de ella estudia las posibilidades de hacer negocios en Uruguay: “Están interesados en productos agrícolas, exportación de carne y obras mayores, como puertos de aguas profundas”, explica Nan Sheng, quien decidió que en el Río de la Plata pasaría a llamarse Wilson.

Wilson tiene 24 años y hace 14 que llegó a Buenos Aires con sus padres. Cruzó el charco hace pocas semanas para trabajar en la empresa. Si le va bien, se quedará en Montevideo. Cree que tanto la compañía para la que ha comenzado a trabajar como la familia de Xiang Hua eligieron instalarse en Uruguay por el mismo motivo: Argentina está incrementando las restricciones a la entrada de inmigrantes y los requisitos para que los que llegan de afuera emprendan algún negocio.

Se estima que hay 40 millones de chinos viviendo fuera de su país, la mayoría emigrados en los últimos 30 años. Algunos lo han hecho con ayuda de compatriotas que los precedieron. Wilson cuenta que es común que los desempleados pidan ayuda a los paisanos que están en el extranjero. Otros incluso pagan para salir. Algunos se van para reunirse con su clan, porque la familia tiene mucho peso en su cultura. Además, en los últimos años creció el número de ciudadanos que buscan empleos en filiales de empresas chinas localizadas en el exterior; allí reciben mejores salarios y mayores beneficios.

Muy pocos de esos chinos viven en Uruguay. De acuerdo al censo de 2011, son 165: 88 hombres y 77 mujeres. La embajada china eleva un poco esa cifra, aunque según sus cuentas no llegan a 300. “La colonia es pequeña por el número y en términos de influencia en la sociedad uruguaya”, sostiene Ding Shan, consejero político de la embajada. Los primeros chinos llegaron en 1930 y provenían de Hong Kong. Nunca fueron grupos grandes. Shan encuentra varias causas: “En primer lugar, porque Uruguay es un lugar apartado. Es el fin del mundo, el país más alejado de China. En América Latina hay algunos lugares donde la presencia china es más fuerte, como Perú, Panamá y Brasil, pero las personas llegaron allí hace mucho tiempo para participar en las grandes obras como peones: a Panamá para ocuparse en la construcción de las vías del ferrocarril y a Cuba para trabajar en la caña de azúcar y sustituir a los esclavos. Como aquí no vinieron los primeros, tampoco llegaron los sucesores. Algunos de los que emigraron a Argentina cruzaron a Montevideo, pero no se quedaron, porque al no haber una colonia china importante no pudieron poner sus ventajas en juego”.

La mayoría de los chinos que residen en Uruguay están en la capital. Son pequeños comerciantes: tienen bazares, almacenes y, unos pocos, restaurantes.

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Casi 20.000 kilómetros separan a Montevideo de Shanghái, la ciudad natal de Yufeng Xu, de 37 años, dueña de Buffet 21, en la calle Joaquín Requena. Llegó en 1997 junto a su marido, que murió hace un tiempo. Sus dos hijos, de 14 y 11 años, viven en Estados Unidos con sus suegros, porque Yufeng cree que allí recibirán una mejor educación que en Uruguay. ¿Cómo vino? “Mi madre estaba viviendo aquí. Quería irse de China por el régimen comunista. Después se casó con un uruguayo y se quedó. Yo vine a visitarla junto a mi marido y me enamoré de la belleza del país”.

La pasión de Yufeng es el piano. Está cursando una licenciatura en la Escuela Universitaria de Música. El dicho popular sobre trabajar como un chino no le calza: “Yo quiero trabajar para vivir, no vivir para trabajar”, dice. Por eso sólo abre el negocio cuatro horas de noche y dedica el resto de su tiempo a la música. Susana, su profesora de piano, reconoce la perseverancia de la discípula y la atribuye a su origen: “Tiene talento y es muy tesonera”. Se conocen desde que Yufeng llegó: “Al principio no entendía nada de español. Era una pesadilla darle clases, pero poco a poco la comunicación fue mejorando”.

La joven pianista no es un ejemplo del migrante nostálgico: no recuerda mucho de China. La última vez que volvió a Shanghái fue hace siete años, con pasaporte uruguayo. Siente que no tiene nada que hacer allá: “Mi madre vive aquí y yo soy hija única como resultado de las políticas del gobierno chino”. Tiene una lista de diferencias que percibe entre los dos países. “Allá si no trabajás, no tenés comida; acá igual te la dan. Acá tenés derecho a votar y allá no. Acá podes ver a Pepe Mujica o Lacalle caminando por cualquier lugar y allá no ves a ningún presidente. Me gusta más Uruguay. Hay democracia”, dice sin asomo de duda. “En China todo es más moderno pero nada es tuyo, es un país maravilloso pero nada es tuyo. Acá, sin embargo, no hay nada, pero algo es tuyo”, agrega. Pero no se ahorra el eterno reproche de tantos extranjeros: al parecer no valoramos las oportunidades que brinda el país. “Acá hay lugar para estudiar y es gratis; en China hay millones para entrar a una escuela y nos matamos estudiando, porque si no, no podemos acceder a nada”.

Se entusiasma al hablar de los clichés sobre la comida de su tierra: “A los chinos les gusta vender arrolladitos primavera. A mí no, ¡no sé ni cómo se hacen! Pero la comida china es más que eso, aunque aquí es difícil hacerla porque no se encuentran los ingredientes. Sería muy caro”. Cree que los uruguayos son conservadores al comer: “No prueban cosas que no conocen. Y como han oído que los chinos comen bichos, desconfían. Una vez tuve una discusión con un señor que dijo cualquier cosa de mi país y le contesté: ‘¿Vos conocés China? Tomate un avión, andá y después opiná. Si creés que por ver tres películas sabés algo de China, estás equivocado’, y eso que era un profesional, una persona educada”.

Para evitar ese tipo de malentendidos, una de las primeras cosas que hizo Xiang Hua Yang cuando llegó —además de memorizar el diccionario— fue contactar al Centro de Integración Cultural Uruguay-China. Fue un cable a tierra: la orientaron para tramitar su residencia y le dieron contención mientras esperaba que llegara su familia. En ese espacio pensado para dar clases de chino mandarín a los uruguayos y español a los chinos, Xiang Hua ayuda con la pronunciación a los tenaces locatarios que osan lidiar con la lengua que algunos consideran el idioma del futuro. Uno de los profesores que impulsa esta titánica tarea es Cheung-Koon Yim, un referente de los chinos que viven en Uruguay.

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China en el mundo

2 es el puesto que ocupa China en importancia en la economía mundial, superado por Estados Unidos. El gigante asiático pasaría al primer lugar en 2016 cuando su Producto Interno Bruto (PIB) exceda al estadounidense, vaticinó el Fondo Monetario Internacional (FMI).

 

55% sería la contribución de los países asiáticos, liderados por China, al crecimiento económico mundial en 2016, según estimaciones de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).

 

2017 es el año en que el comercio de los países en desarrollo (sur-sur) superaría el comercio de los países desarrollados (norte-norte), advirtió la CEPAL, si continúa el fuerte descenso —en 1985 60% del comercio era protagonizado por países desarrollados, en tanto en 2010 representó menos de 40%— de la participación de las potencias en el flujo comercial.

 

30% de las reservas oficiales internacionales, en 2011, estaban en China; en una década el país casi cuadruplicó la tenencia de estos activos, según la CEPAL.

 

1.411 miles de millones de dólares en 2011 representaron los activos de los fondos soberanos de inversión en China, que es el país con mayor recepción de estos fondos, afirma también la CEPAL.

 

20% de la población mundial es china.

 

157 millones en un total de 1.350 millones constituye la clase media china, que es más grande que la de Estados Unidos, según datos de la CEPAL.

 

2015 es el año en que, según Naciones Unidas, la población china en edad de trabajar comenzará a reducirse. El número de niños por cada 100 personas en edad de trabajar disminuyó desde 1965, en parte como resultado de la política del hijo único, y llegará a su nivel mínimo en 2045.

 

26 controversias en la Organización Mundial del Comercio afrontó China desde su ingreso al organismo en 2001. Los principales demandantes, Estados Unidos y la Unión Europea, aludieron a temas como la protección de derechos de propiedad intelectual y restricciones en la exportación de materias primas, entre otros.

 

14% de la inversión extranjera directa de China en 2010 tuvo como destino América Latina y el Caribe. El 92% de estas inversiones se concentró en los centros financieros de las Islas Caimán y las Islas Vírgenes Británicas, según la CEPAL.

 

Uruguay y China

1 es el puesto que ocupa China como socio comercial de Uruguay en 2013, si se tiene en cuenta la actividad de las zonas francas. Carne bovina y soja son los principales productos que salen a China, en tanto que teléfonos y maquinas de procesamiento de datos son lo que más se importa, según Uruguay XXI.

 

11 acuerdos comerciales tiene China con países de Asia Pacífico, Chile, Perú y Costa Rica; éstos pueden ser considerados tratados de libre comercio. Entre Uruguay y China rige desde 1993 el Convenio de Promoción y Protección Recíproca de Inversiones.

 

7 acuerdos bilaterales entre Uruguay y China firmaron los presidentes José Mujica y Xi Jinping en mayo. Involucran cooperación económica, educación, comunicaciones, supervisión bancaria, minería y geociencia.

 

3 empresas, según Uruguay XXI, fueron responsables de 45% de las exportaciones uruguayas a China en 2011 de un único producto: soja.

 

46% aumentaron las exportaciones de Uruguay a China en el primer trimestre de 2013, afirmó un informe de la Facultad de Ciencias Empresariales de la Universidad Católica.

 

1.896 empresas uruguayas registraron importaciones desde China en 2011. En 2010 sólo 330 lo habían hecho. El crecimiento de las importaciones de China entre 2010 y 2011 fue de 28,1%.

 

11 empresas explican la inversión extranjera directa de China en Uruguay. Se desempeñan en construcción e ingeniería, industria automotriz y autopartes, transporte marítimo, servicios de telecomunicaciones, metales y minería, alimentos, bebidas y tabaco, energía, industria textil e indumentaria.

 

China polйmica

200.000 cámaras de vigilancia se instalaron en la ciudad de Shenzhen, en 2008, para aportar seguridad a los Juegos Olímpicos en Beijing. Sin embargo, denunció la activista Naomi Klein, 2 millones de circuitos cerrados de televisión serían instalados en los próximos años, lo que volvería a la ciudad la más vigilada del mundo. Para Klein (en su artículo “China’s all-seeing eye”), el gigante asiático está a la vanguardia como Policía 2.0.

 

65 productos fabricados con hierbas tradicionales en China revelaron la presencia de un “cóctel tóxico” de residuos de pesticidas, algunos de ellos ilegales en el país, según denunció Greenpeace. Estas hierbas se utilizan como ingredientes en alimentos o medicinas y se consumen en todo el mundo. La ingesta a largo plazo de las hierbas contaminadas con pesticidas puede derivar en su acumulación dentro del cuerpo, lo que en ocasiones acarrea dificultades de aprendizaje, desajustes hormonales y fallos reproductivos.

 

8% (como mínimo) de la tierra cultivable en China estaría contaminada con metales pesados, lo que podría ascender a 20%, entre 10 y 24 millones de hectáreas. La información, aportada por investigadores chinos a The Wall Street Journal, es parte de un estudio que detectó que 60% de arroz en una zona rural del país tenía residuos de cadmio.

 

6 millones de nacimientos indocumentados en China fue la cifra que dio a conocer el corresponsal de The Washington Post, John Pomfret, en el artículo “In China’s countryside, ‘it’s a boy!’ Too often”, en 2001. Las políticas destinadas a que las familias tengan un solo hijo han obligado a los padres a ocultar nacimientos. Se sospecha que entre los indocumentados el número de niñas es superior, dado que, como en el resto de los países asiáticos, se busca el heredero varón.

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Cheung-Koon Yim llegó hace 60 años, cuando tenía 16. Lo trajo lo mismo que en aquella época hizo migrar a miles: dejar atrás las penurias de la guerra. Vino con su madre y sus tíos. Su padre desapareció durante la invasión japonesa que ocurrió en los años previos a la Segunda Guerra Mundial. Les dijeron que había muerto de peritonitis y que lo habían enterrado: “Intenté buscarlo; todavía no lo encontré, pero no pierdo las esperanzas”, cuenta. Nació en Beijing. Era chico cuando empezó la invasión japonesa y se refugió junto a su madre católica en una iglesia franciscana: “Así pasamos la primera época de la invasión, que fue muy dura. Después nos mudamos a Wuhan y, al terminar la guerra, en 1945, nos fuimos a Shanghái para encontrarnos con mis tíos. Luego empezó la Guerra Civil entre el Partido Nacionalista y el Comunista y fue un caos”.

La familia de Cheung-Koon, dirigida por su tío, migró a Hong Kong en 1948, antes del establecimiento de la República Popular en 1949: “Era una colonia británica. Estábamos medio lejos de los conflictos pero enseguida estalló la Guerra de Corea y todo el mundo volvió a ponerse nervioso. Había riesgos de invasión desde el continente a Macao y a Hong Kong. Muchas familias, hartas de la guerra, decidieron emigrar”. Entre ellas, la de Cheung-Koon.

Algunos emprendieron el viaje a Sudamérica y se quedaron en Buenos Aires. La familia de Cheung-Koon eligió Uruguay por el clima: “Queríamos una zona más templada que San Pablo o Río de Janeiro y en Argentina estaban los primeros conflictos de Perón y los militares. Si salíamos de una, no íbamos a meternos en otra”, recuerda. Un libro escrito por un sacerdote católico chino le dio el impulso final que necesitaba: en sus páginas se podía leer que Uruguay era la Suiza de América, un motivo más para desembarcar en el Puerto de Montevideo. El barco tardó 45 días en llegar y Cheung-Koon los aprovechó para aprender un español rudimentario con un disco de pasta. Cuando ya estaban en el Atlántico, se enteraron de que Stalin había muerto y de que la Guerra de Corea había terminado. Pero no hubo marcha atrás: ya estaban demasiado cerca de la tierra prometida.

Como les pasa a muchos inmigrantes cuando llegan al país anfitrión, Cheung-Koon decidió cortar amarras con su lugar de origen. Fue su manera de insertarse en Uruguay. En su casa mantuvieron costumbres de China, pero también introdujeron los churrascos y las milanesas. Estudió arquitectura y fue un alumno destacado, tanto que al recibirse pasó a ser docente. Se casó con una uruguaya y tuvo cuatro hijos (tres mujeres y un varón). Dice que este país le abrió los brazos de par en par.

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Kun Zhang también se sintió bien recibido, pero no es de los que se imaginan viviendo acá para siempre. “Podría mudarme a una ciudad como Toronto, donde hay muchos chinos y sería como estar en mi país. Para mí Uruguay sería mejor si hubiera más chinos. Nuestra cultura es milenaria y las costumbres son muy fuertes. Es muy difícil de cambiar”, señala este universitario de 27 años que llegó hace diez meses desde Changzhou, una ciudad ubicada muy cerca de Shanghái. De niño jamás imaginó que terminaría viviendo una larga temporada en Montevideo para estudiar nada menos que el vínculo entre los partidos de izquierda y la Teología de la Liberación, tema de su tesis de doctorado en Historia. Tiene amigos uruguayos, pero sobre todo se relaciona con los jóvenes chinos que ha conocido en Montevideo.

Uno de ellos es Guang Yang, corresponsal jefe de la agencia de noticias Xinhua. Tiene 26 años pero parece más chico. Tampoco es un inmigrante: tiene el billete de vuelta asegurado. Su buen español y su oficio le permitieron conocer la sociedad y la historia uruguayas mejor que algunos chinos residentes. Le sorprende la lentitud con la que discurre la vida en nuestro país pero le gusta. También a él le dijeron que Uruguay era la Suiza de América y la comparación no le parece mala: “Es un país que vive en paz, es tranquilo y con pocas personas. Hebei, mi provincia natal, tiene la misma superficie que Uruguay, pero en lugar de tres somos 70 millones”. Desde que está acá tuvo sólo dos acontecimientos relevantes que reportar: una entrevista con Mujica previa al viaje de nuestro presidente a China y la visita del primer ministro chino el año pasado.

 

Mientras Cheung-Koon recuperaba los vínculos con su país, China iniciaba las reformas económicas llamadas “socialismo de mercado”. Al proceso de apertura económica que comenzó en 1978 con la llegada al poder de Deng Xiao Ping se le sumó un aumento de permisos para viajar que les dio a los chinos mayor libertad de movimiento (durante los 27 años de gobierno anterior, encabezado por Mao Tse Tung, muy poca gente pudo salir del país).

Estas trasformaciones en China fueron oportunidades de hacer negocios para Li, que prefiere no revelar su nombre completo. En un salón ocupado por una larga mesa que preside una pantalla que sintoniza un canal chino, esta mujer de 67 años reconoce que la televisión le permite estar al día con lo que ocurre en su tierra, de la que se siente muy orgullosa. El sentimiento es compartido por la mayoría de los chinos, críticos o entusiastas del régimen: “Estoy muy contenta con nuestros gobernantes. China siempre fue lo mejor del mundo, pero hoy vive la mejor época de su historia”.

Los primeros en traer productos de China fueron los padres de Li, justamente en 1978. Ella, dos de sus hermanos, su marido y una de las hijas vinieron poco tiempo después y acá nació la segunda niña. “Pusimos un bazar, que tuvimos que cerrar cuando los judíos empezaron a importar a gran escala, aparecieron los shoppings y ya no fue rentable”. El esposo tiene una fábrica de bolsas plastilleras que funciona con empleados uruguayos. Las dos hijas del matrimonio se fueron a estudiar a Taiwán y después migraron a Estados Unidos y Suiza. El padre de Li falleció y su madre regresó a China: “Nosotros tenemos un precepto que dice que las hojas del árbol deben caer donde está la raíz”. A pesar de ese mandato, Li no piensa moverse, aunque le parece que Montevideo está mucho más sucio que cuando llegó y le rompe los ojos “ver a las mujeres rodeadas de hijos pidiendo en los semáforos”. Cree que se podría regular la natalidad con una política de un niño por pareja, como ocurrió en China. Esa política, inaudita para los orientales de acá, marcó las nuevas generaciones de orientales del otro lado del planeta: excepto Wilson, que tiene un hermano mellizo, los entrevistados jóvenes de esta nota son hijos únicos.

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En ese grupo está Jiakun Hong, de 24 años. Nació en la provincia de Xia Men y llegó hace cinco meses contratado por Chery, la empresa de autos china con sede en Paso Carrasco. Con la firma llegaron 19 personas; los otros 280 trabajadores son uruguayos. La función de Jiakun —que se rebautizó Paco— es oficiar de traductor: los técnicos que trabajan en la fábrica no podrían comunicarse sin intérprete. Paco, que estudió traductorado en la Universidad de Xia Men, tiene la intención de quedarse varios años acá, perfeccionar su español y llevarse algo “típico de Uruguay, como la salsa”. Se sorprende cuando le dicen que es un ritmo del trópico, pero no se desanima: igual piensa aprenderlo en las pistas de baile montevideanas.

Paco comparte una enorme casa de Carrasco con siete compatriotas que trabajan en la misma compañía; la empresa les paga la vivienda. En el living hay dos camas sin hacer, una mesa de ping-pong atiborrada de ropa que se entrevera con libros e incontables pares de zapatos desperdigados por el suelo. En el fondo del salón cuatro hombres sentados en una mesa se entretienen con el Mahjong, ese juego parecido al dominó, pero, lógicamente, con otras reglas. Todos saludan de forma afable con ademanes y señas, pero le critican a Paco haber llevado extraños a la casa. Él cree que son muy conservadores, aunque prefiere que vayamos a charlar a la rambla. Sabe que el idioma y las costumbres ponen un cerco entre sus compañeros y la sociedad uruguaya. Van del trabajo a la casa y de la casa al trabajo. En los ratos libres, que son pocos, se recluyen. “No bailamos, no sabemos bailar. En mi país lo que hacemos es karaoke y las discotecas de aquí nos parecen muy ruidosas”. Lo poco que conoce de Montevideo le gusta. Una de las cosas que más disfruta de estar acá es no tener que hacer eternas colas para todo.

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 Mil trescientos cincuenta millones de almas agobian a cualquiera. Para Paco, la frenética actividad laboral de sus compatriotas está justificada por su cantidad. Considera que el excedente de mano de obra genera pánico al desempleo, el archiconocido ejército industrial de reserva. Cheung-Koon, en cambio, cree que las causas son culturales: “Los chinos sienten una gran responsabilidad. Lo más importante es cumplir con las obligaciones que tienen con su familia, con su clan”.

La recuperación de la cultura de sus ancestros llevó a este docente de arquitectura a estudiar a fondo la idiosincrasia de su país natal: “El chino está influenciado por diferentes pensamientos filosóficos. Primero, el confucionismo, que apela al progreso frente a uno mismo, la familia y el gobierno local. Segundo, el pensamiento taoísta, que dice que la naturaleza es muy cambiante, lo que hace que nuestro destino no sea prefijado y se sepa vivir en las vicisitudes y alegrías, se vive aceptando esto. Y el tercero es el budismo, importado de la India, que te enseña a soportar el sufrimiento, porque estamos en esta vida para pagar karma”. A esta tríada que define la personalidad de sus compatriotas Cheung-Koon la llama “soporte isostático” y, sospecha, es el motivo por el que el psicoanálisis no tuvo éxito en China.

 

La terapia de Yi Liang Lin es el budismo y la medicina china que practica. Tenía tres años cuando Taiwán, la isla donde nació, quedó separada políticamente de la administración continental en 1949, tras la Guerra Civil entre nacionalistas y comunistas. Vive en Uruguay desde 1980. Mientras atiende a una paciente y amiga que quiere adelgazar, nos cuenta su historia, similar a la de muchos de los que vienen de China continental: llegó con su marido y su hijo pequeño para trabajar en una empresa marítima familiar. Con los años dejó ese negocio y abrió un almacén. Llegó a regentear una pensión que cerró cuando una empleada le hizo un juicio laboral; por eso no quiere saber nada de trabajar con uruguayos.

Esta mujer serena no ve diferencias entre la gente de la China continental y la de Taiwán: “Nuestros ancestros son los mismos, hablamos el mismo idioma. Mi marido y mi hijo viven en la República Popular. Somos todos chinos. Aquí participamos en las actividades de la embajada, nos conocemos todos”. También los demás entrevistados le quitan importancia a esa separación de los territorios. Shan, el funcionario de la embajada, dice que su consulado atiende las demandas de los nacidos en la isla: en ultramar son todos chinos.

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 En la calle Florida, al pie del puerto, hay un almacén con un cartel en caracteres chinos que anuncia a los navegantes que es “un lugar de muchos paisanos”. La traducción es de Fen-Li Gui, de 40 años, dueña del local. No deja de trabajar ni un segundo; lo que más vende es tabaco y alcohol. La acompañan una televisión encendida que nadie mira y un compatriota, empleado, de cara muy seria y que habla sólo en su lengua natal. Fen Li llegó de Beijing hace casi 18 años junto a su marido y su hijo bebé, que ya está por cumplir la mayoría de edad y empacar sus cosas para irse a estudiar a China, algo muy común entre los expatriados.

El vínculo de Fen Li con China es muy estrecho. Viaja con frecuencia y habla a diario con su familia gratis por medio de QQ, un programa que descargó en su celular. El Lejano Oriente no está tan lejos gracias a la tecnología y los barcos. A pesar de los halagos hacia Uruguay, Fen Li reconoce que si su hijo decidiera quedarse en China —cosa probable— va a bajar las persianas del local para regresar a Beijing. Mientras tanto, como la mayoría de los chinos que están en Uruguay, vive de manera discreta y trabajando sin freno en un micromundo lo más ancho posible dentro de un país cuyos aborígenes, tan extraños, la miran con curiosidad y se preguntan cómo vino a parar aquí desde tan lejos.

 

 

 


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