Incidentes en la Rural del Prado. Protestas frente a negocios que rematan animales embalsamados. Escraches en la vereda de una señora que prendió fuego a su gata. En un año especialmente activo de los defensores de los animales, la ley que pena con prisión el maltrato tiene media sanción en el parlamento. Jorge Fierro (Maldonado, 1987) se acerca al tema desde un lugar personal —es vegetariano por convicción— y académico —estudió letras y filosofía— y sostiene que está mal meter a todos los activistas en la misma bolsa. También hay manifestaciones pacíficas, como la que realizó el grupo respeto animal en el Zoológico de Villa Dolores en 2009 y cuyas imágenes acompañan esta nota.
Texto: Jorge Fierro / Fotos: Javier Calvelo
Se están preparando al mismo tiempo.
Unos patean al caballo, que hace fuerza para liberarse. Está atado, con los ojos vendados, incapaz de escaparle al griterío. Tiene algo en la boca y dos manos le pellizcan los orificios de la nariz. Ni las cachetadas que le pegan en el hocico ni el choque de su cuerpo al caer contra el piso le causan un dolor físico considerable: se trata de ponerlo nervioso. Corcovea. Buscan hacerlo enojar para exacerbar sus contorsiones durante la jineteada. Se enoja.
Otros, a 50 metros, también lidian con el miedo y el estrés. El hábitat al que se están por enfrentar es hostil. Un murmullo los anuncia y se vuelve barullo. El foco del espectáculo cambia. La manada de bípedos salta con una pancarta contra la tortura.
Primero la valla. Desde las gradas de la Rural del Prado los insultos (“¡andá a lavar los platos, atorranta!”) y enseguida la caballería: uno, dos, 33 gauchos. Luego guardias de seguridad que no impiden a una paisana golpear con su rebenque a los activistas. El público aplaude a la heroína y ella hace una reverencia. Otros se inspiran en ella y proceden a unir sus puños con el cuerpo de los otros activistas. En criollo: les dan una paliza.
Ya fuera de la arena, el procedimiento pasa a ser policial. Se los llevan entre la jauría que les tira tarascones. Hay empujones y más insultos. Los agentes sacan su rebenque, al que llaman cachiporra, y doman a los salvajes. Uno de ellos será internado. Habrá también gritos de pánico y, luego, una visita al juzgado a lidiar con la ley de faltas. Parte de esto aparece en el documental de Santiago Reyes La verdad del Prado, en el que también se ve cómo un organizador dice que ya tiene arreglado con la Policía “para que se la den y se coman la amansadora”.
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—¡Maltrato animal!
—No, no. Si hay maltrato nosotros castigamos a los jinetes —contesta Fernando González, gerente de Eventos de la Intendencia de Montevideo, en el documental de Reyes.
—¿Ustedes han recurrido a un análisis científico del asunto o es sólo un planteo filosófico? —pregunta Alejandro Figueredo en el programa Día Perfecto.
—A mí los que más me gustan son los que dicen “no, porque estos ignorantes…” y estamos hablando de gente que tiene como primera inclinación mental humanizar a los animales, que es de las cosas más ignorantes que puede haber en un ser humano. […] Les aplican sentimientos humanos a los animales. Es una cosa insólita. “El caballo no quiere tal cosa…”. ¡El caballo no tiene deseos, mijo! Frío, calor, placer, dolor. Cuatro funciones trae. Un lavarropas trae más funciones que un animal, mijo —dice Darwin Desbocatti en la radio.
Es probable que Darwin —Charles, el más famoso en el resto del mundo— también haya causado humoradas populares con su tesis sobre el origen de las especies. ¿A quién se le ocurre que el hombre venga del mono? ¿Quién es ese bruto que en El origen del hombre, su libro de 1871, dice una cosa tan insólita como la siguiente?
Hemos visto que los sentidos y las intuiciones, las diversas emociones y facultades, tales como el amor, la memoria, la atención y la curiosidad, la imitación, la razón, etcétera, de las que presume el hombre, pueden encontrarse en una condición incipiente, e incluso a veces bien desarrolladas, en los animales inferiores.
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El proceso evolutivo que lleva a las jineteadas, los rodeos y las corridas de toros tiene su origen en los juegos romanos y su público masivo, que engendró los cánticos de hinchada y la cultura de estadio. En los inicios eran esclavos de guerra, delincuentes y bárbaros capturados en la expansión del imperio los que se colocaban en la arena para luchar unos contra otros. Los animales aparecieron cuando el combate entre hombres se empezó a poner aburrido. Osos, leones, rinocerontes, elefantes, toros y hasta cocodrilos aportaron la novedad, los efectos especiales de la época. Todos contra todos. Aullidos, gruñidos, balbuceos. Parte de la popularidad de los emperadores dependía del énfasis con que promovieran los juegos. Los más necesitados de aprobación no escatimaban vidas: 5.000 animales murieron en un solo día en la consagración del Coliseo por Tito y 10.000 hombres combatieron durante los juegos de Trajano.
En Uruguay fue José Batlle y Ordóñez quien prohibió las corridas de toros. “El que concurre por primera vez se horroriza de la atrocidad del espectáculo; pero luego la sensibilidad se gasta, se cansa con su repetición, y el horror del primer día se convierte, al fin, en una voluptuosidad que podría calificarse, quizás […] de verdaderamente salvaje”, decía Batlle, según cita José Pedro Barrán en el tomo 2 de su Historia de la sensibilidad en el Uruguay.
En Occidente fue el cristianismo el que acabó con los gladiadores. Con el auge de la religión de Jesús, a partir del siglo IV, la vida humana se sacralizó: a partir de la concepción, el hombre poseía un alma inmortal que lo distinguía del resto de las especies. Al igual que las meras cosas, los animales estaban a su servicio. Para la Iglesia, asistir a los juegos era motivo de excomulgación. El sufrimiento, producto del pecado capital cometido por Adán y Eva, no abarcaba a los animales.
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El origen
El término “liberación animal” apareció por primera vez en 1973, en un artículo firmado por Peter Singer que publicó The New York Review of Books. “Algunos creyeron que con la liberación femenina habíamos llegado al final del camino”, escribía el filósofo. “Se decía que la discriminación basada en el sexo era la última universalmente aceptada y practicada abiertamente, incluso en los círculos liberales que tanto se enorgullecieron de su distancia con la discriminación racial”; para él, era un punto más en una línea que incluía la liberación negra y gay. El autor, además, desaconseja el uso de “derechos de los animales” porque entiende que la discusión se centra más bien en las decisiones morales que los humanos tomamos respecto del tema.
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La imagen del Dios blanco, humano y masculino es apenas un síntoma del estrecho vínculo entre el racismo, el sexismo y el especismo. La característica de estos “ismos”es trazar una línea divisoria, discriminatoria y arbitraria para resaltar ciertos beneficios y potestades de unos en detrimento de los otros. En un tiempo se podía comprar y explotar negros, en algunas culturas se pueden comprar y explotar mujeres, en el mundo entero se pueden comprar y explotar animales. En su contexto, todos los casos son considerados normales. El uso cotidiano del lenguaje da cuenta de ello: “laburar como negro”, “sos una nena”, “no podés ser tan bestia”.
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Esperando a que se reanude la clase, quizá de antropología, una estudiante fuma un cigarrillo y se termina una bebida recostada en la pared de la Facultad de Humanidades. Poco importa que sea morocha y de gestos delicados. Hace calor. Cuando abre el contenedor para tirar el envase, ve que la basura se mueve. Qué susto. Un compañero se acerca y la ayuda. Desconfiados, abren el contenedor y ven una bolsa negra que respira. La sacan y la apoyan en la vereda. Está atada, así que rompen el nailon mugriento para abrirla. Encuentran lo que queda de un perro.
Se está muriendo. El rabo no colea. En portería de facultad le prestan una guía amarilla y comentan que no es la primera vez que pasa. Llaman a varios veterinarios pero sólo uno accede a ir. El diagnóstico: el perro está envenenado y no se puede hacer nada. Le introduce una aguja gruesa que le llega al corazón y le inyecta aire. Tiene que repetir el procedimiento tres o cuatro veces porque aun muriendo no es tan fácil morir. El veterinario no cobra el servicio pero sí los insumos: guantes, jeringa, aguja, alcohol. Unos 200 pesos. El contenedor oficia de cementerio provisorio.
Del lado de adentro, en los cursos de Ética de la Licenciatura en Filosofía, el estudio de las consideraciones morales de los animales está ausente, pese a que en el mundo es uno de los temas de mayor expansión académica en los últimos 40 años: surgieron cientos de publicaciones de libros específicos y se crearon cátedras enteras dedicadas a la cuestión. Acá, humanos y sólo humanos. Demasiado humanos, quizá.
¿Cuál es el estatus moral de los animales no humanos? Ésa es la pregunta central que se hicieron filósofos como Peter Singer y Tom Regan. Al analizar los presupuestos de nuestra moral llegaron a un problema: ¿hay alguna capacidad que posean todos los humanos y únicamente los humanos que sea considerable para situarla como criterio moral? Un criterio frecuente para separar a los humanos de los animales es la existencia de la racionalidad, pero, según estos filósofos, los humanos con ciertos daños cerebrales, los bebés y los ancianos con altos grados de senilidad carecen de razón en la misma medida que algunos animales, y se hace difícil sostener que otros —delfines, chimpancés— no la tienen si se considera el estudio de su comportamiento. Si nuestro criterio moral fuera ése, no estaría mal matar a algunos humanos para comer, para experimentar o por entretenimiento. Los autores coinciden en que establecer la especie como criterio —merecen un trato ético porque son humanos— es igual de arbitrario que establecerlo por el sexo o la nacionalidad —porque es hombre o porque es francés—.
¿Qué otra cosa es la que podría trazar la línea infranqueable? ¿Es la facultad de la razón o acaso la facultad del discurso? Un caballo o un perro adulto es sin comparación un animal más racional, y también más sociable, que una criatura humana de un día, una semana o incluso un mes. Pero, aun suponiendo que no fuera así, ¿qué nos esclarecería? No debemos preguntarnos “¿pueden razonar?” ni “¿pueden hablar?”, sino “¿pueden sufrir?”.
La cita pertenece a Jeremy Bentham, el padre del utilitarismo, que tiene por seguidor a Singer, autor del libro Liberación animal (1975), la biblia del movimiento de defensa de los animales. Su consigna, actuar según se genere más y mejor placer —o bienestar— y evitar o disminuir el sufrimiento, permite comparar intereses y jerarquizarlos.
Los animales, dice Singer, tienen dos intereses fundamentales: vivir y no sufrir. El humano tiene además otros no fundamentales, como el entretenimiento o la satisfacción del gusto, y para satisfacerlos desatiende los intereses fundamentales de otras especies. En la mayoría de las situaciones nuestro interés por vivir y no sufrir se podría garantizar sin pasar por arriba del mismo interés de los animales y lo mismo sucede con los secundarios: podríamos entretenernos sin cazar ni asistir a zoológicos y comer de manera sabrosa y nutritiva evitando la carne, dado que sus propiedades alimenticias se encontrarían (en diferentes valores) en otras comidas vegetales y en complementos.
Otros filósofos no están de acuerdo con la postura de Singer en las cuestiones de fondo. Hay quienes consideran, junto con Regan, que los animales son sujetos de vida compleja, valiosos por sí mismos, y que por lo tanto deberían poseer derechos inviolables independientemente de cualquier conflicto de intereses, e incluso existen movimientos, como el feminismo ecológico, que abordan la división jerárquica de las especies como relaciones de poder que hay que desarmar. Las distintas posturas coinciden en que los animales deben ser considerados moralmente y que en la mayoría de los casos no deben ser usados como cosas o como medios para los fines de nuestra especie.
El caso práctico que ilustra estas diferencias es la experimentación científica con animales. Ciertos filósofos utilitaristas aceptarían las investigaciones con animales (incluyendo a los humanos) si el saldo placer-sufrimiento de los involucrados fuera positivo. La experimentación por el mero avance del conocimiento científico, para el desarrollo militar o la creación de cosméticos queda descartada por todas estas posiciones.
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País carnívoro
Paul McCartney mira a la cámara y presenta el video. “Si los mataderos tuvieran paredes de vidrio todos seríamos vegetarianos”, dice; es la segunda frase más célebre relacionada con animales. La primera pertenece a Gandhi: “Un país, una civilización, se puede juzgar por la forma en que trata a sus animales”. Enseguida comienza el audiovisual, realizado por Personas por el Trato Ético con los Animales (PETA, por su sigla en inglés), que muestra los métodos para matar vacas, pollos y cerdos antes de que lleguen a nuestro almuerzo. La frase de Paul fue utilizada en un afiche que envolvió Montevideo antes de su primera visita en 2012. El ex beatle prohíbe la venta de carne en sus conciertos.
Los frigoríficos y mataderos de nuestro país están en las afueras de la ciudad, protegidos por grandes muros de cemento. Lo que sucede en su interior no se ve. Las publicidades del Ministerio de Turismo muestran un país rural, de animales fuertes y orgullosos, pero desconocemos que 30.000 caballos por año se convierten en carne para exportar.
La primera crónica literaria desde dentro de un matadero la escribió un tal León Tolstói, que acabó por convertirse al vegetarianismo. “No se puede fingir ignorancia, porque no somos avestruces; no podemos creer que, si no miramos, no sucederá lo que no queremos ver. Más imposible es aún no querer ver lo que comemos”.
Peter Singer considera que la mayor naturalización del especismo se ve en nuestra alimentación, porque suele ocultar los procesos que hay antes de que la carne llegue a nuestro plato. Este filósofo entiende el vegetarianismo como un boicot a la industria. En Uruguay, país carnívoro casi por definición, crece la cantidad de vegetarianos y veganos, y aparecen opciones gastronómicas para ellos en varios restaurantes, pero también se come más carne: de un consumo de 98 kilos anuales en 2012 pasamos a 101,2 en 2013, según datos del Instituto Nacional de Carnes.
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Quizá se deba a que generan más repercusión las acciones violentas o irracionales, el morbo y el escándalo, pero las notas de prensa sobre los activistas construyen una imagen. Amantes de los animales. Fanáticos. Vinculados con la derecha política y con las clases sociales más altas. Preocupados sólo por los animales, indiferentes a las problemáticas de los humanos.
Pese a la homogeneización, hay de todo. Están las históricas protectoras de los 90 —unificadas por Ricardo Púrpura en la Asociación Nacional de Protección Animal— que batallaron por eliminar los sacrificios a los perros que se llevaban las perreras y por aprobar la ley de bienestar animal. Hay organizaciones como Animales Sin Hogar, que arrancaron como una base de datos de animales perdidos y encontrados pero que luego se convirtieron en una protectora más, con un refugio en el que conviven unos 750 animales de varias especies —perros abandonados y accidentados, caballos usados para mover carritos que cayeron ya sin fuerza, ovejas que iban a ser sacrificadas en ritos religiosos—. Están los colectivos como Acción y Reacción y el Frente de Liberación Animal que combaten al especismo en todas sus instancias: promueven el veganismo y son contrarios a la vivisección, las jineteadas, la caza, los circos y los zoológicos.
Algunos arman campañas de sensibilización y difunden información con volantes y documentales. Hay quienes saltan y se encadenan para obstruir las jineteadas. Hay quienes abren jaulas de forma indiscriminada, como sucedió en el zoológico de Atlántida, con resultados penosos como la muerte de varios de los animales liberados.
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En la noche del martes 2 de Junio nos acercamos al Instituto Pasteur (laboratorio en donde se torturan animales en nombre de la ciencia) y colgamos en el portón del costado, en una horca, un muñeco en tamaño real vestido como estos torturadores (vivisectores) con el nombre de Martina Crispo (encargada de la unidad de animales transgénicos y de experimentación), luego prendimos fuego dos ruedas de auto y en el muro dejamos escrito un mensaje para esta torturadora: “Martina Crispo: asesina de mierda, si seguís torturando animales te espera lo mismo. Sabemos dónde vivís”.
El relato aparece en la web del movimiento internacional Frente de Liberación Animal, firmado por integrantes de su célula uruguaya.
Ratas y ratones, cobayos, hámsters, conejos, ovejas, gatos, caballos y otros animales se usan en Uruguay para experimentos. Aunque los laboratorios que producen medicamentos para humanos no suelen usar animales porque trabajan con copias de fármacos producidos en el extranjero, sí se los utiliza para testear medicamentos para otros animales y en instituciones científicas como la Universidad, el Instituto Pasteur y el Clemente Estable.
Las ratas y los ratones son los que más se utilizan, por motivos económicos y prácticos: son más baratos y más controlables que los primates y los gatos. Obstruirles una arteria para estudiar los infartos cerebrales, suministrarles pasta base para indagar los efectos o provocarles diversas patologías que van desde el cáncer de mama o de colon hasta la esclerosis son algunas de las prácticas. También se les induce angustia para estudiar la depresión.
Por año se utilizan 79.655 animales para investigación científica en nuestro país. Son criados en vivarios para estas actividades, según Científicos de cuatro patas. Experimentación con animales no humanos en el Uruguay, la tesis de grado de Ana Pais, egresada de la carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad ORT. Cuando terminan los experimentos, se los sacrifica: estos animales no están preparados para vivir en un entorno natural y morirían por falta de experiencia o generarían un desequilibrio en el hábitat. Los que no son eliminados mueren como consecuencia de la propia experimentación. El destino es siempre la muerte.
“‘Se sitúan pulgar e índice a cada lado del cuello junto a la base del cráneo […] y en ese momento con la otra mano, se tira rápidamente de la base de la cola o de los miembros posteriores, produciendo la separación entre las vértebras cervicales y el cráneo’ […] La eutanasia tiene que hacerse en una habitación distinta a donde viven los animales […] porque al tomar al animal para matarlo hace ‘vocalizaciones’, sonidos que alteran al resto de la colonia’”, dice un manual de la Unión Europea citado en el trabajo de Pais.
Muchas veces —cuenta la tesis— los investigadores se encariñan con los animales al punto de que algunos llegan a solicitar permiso para adoptarlos y el conejo “modelo biológico” pasa a convertirse en una mascota. Otros creen que para la actividad profesional es necesario establecer una distancia emocional. También hay quienes relatan que cuando se acerca el sacrificio de algún animal se vive un clima de “velatorio”.
Esa sensibilidad de los propios científicos contribuyó, quizá, a la ola de regulaciones que se está aplicando a la investigación con animales: antes de la aprobación de la ley N° 18.611, de 2009, sobre la utilización de animales en experimentación, investigación y docencia, la actividad ya estaba regulada por exigencias internas desarrolladas por las propias instituciones científicas.
—En muchas revistas no se podía publicar si vos no acreditabas que habías pasado por una comisión de ética que había controlado que se estaban tomando en cuenta las tresR en tu protocolo —cuenta Sylvia Corte. Las tres R, propuestas en 1959 por el microbiólogo RL Burch y el zoólogo WMS Russel, son reducir el número de animales, reemplazar cada vez que se pueda a los animales por otros modelos —usando tejidos y no animales enteros, o modelos de computadora— y refinar los procedimientos buscando no infligir dolor o infligir el menor posible. Corte es bióloga especializada en etología e integrante por las protectoras animales de la Comisión Nacional de Experimentación Animal (CNEA), que se creó a partir de la ley, reglamentada en marzo de este año. Las funciones de la CNEA son elaborar un registro de todas las instituciones y personas que trabajan con animales de experimentación, controlar los procedimientos por medio de inspectores, hacer recomendaciones y, eventualmente, aplicar sanciones.
La bióloga da un curso de bienestar animal en la Facultad de Ciencias y asegura que en la comunidad científica se ignoran algunas cuestiones muy básicas.
—“No es dolor, es reflejo. Los animales no sienten dolor, no tienen conciencia”, se dice, como si los humanos no fueran animales. Y hay gente que todavía pregunta cómo probás eso científicamente. ¡Ya está probado! Se hicieron estudios directos en el cerebro (qué zonas se iluminan) y hay una cuestión también no verbal, expresiones, gestos, que son los mismos que hacemos los humanos cuando sufrimos. En 2012 se publicó la declaración de la conciencia de los animales firmada por científicos muy importantes como Stephen Hawking.
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Hecha la ley
“No siendo los animales sujetos de derecho, los mismos serán considerados como bienes de propiedad privada sujetos a una normativa especial”, dice la Ley de Protección Animal (Nº 18.471), aprobada en 2009. Quienes sí tienen derechos son los dueños y el texto regula la tenencia. La ley se aprobó sin partida presupuestal y creó la Comisión Nacional Honoraria de Bienestar Animal (Conahoba), que se conformó en 2010 con la tarea de trabajar en la reglamentación. Sus diez integrantes se reúnen semanalmente. Sólo el artículo referido a la eutanasia les tomó seis meses de debate interno.
En 2013 renunció Ricardo Púrpura, delegado por las protectoras de animales de la comisión, y en una carta pública señaló el escaso apoyo de las autoridades. Comenzó el año electoral. El 5 de marzo Jorge Larrañaga solicitó la reglamentación de la ley en una carta pública al vicepresidente Danilo Astori, apelando a estudios que consideran que el maltrato y la violencia hacia los animales conduce a violencia hacia los humanos. El 14 de marzo de 2014, cinco años después de sancionada la ley, Presidencia aprobó la reglamentación.
Uno de los 111 artículos que el Ejecutivo eliminó fue la sanción con prisión para casos graves de maltrato, en sintonía con la política gubernamental de descongestión de las cárceles; se estipularon sanciones económicas, la requisa y la prohibición de tenencia de animales. Diputados aprobó en julio una ley complementaria que aplica sanciones de entre dos y 12 meses de prisión por maltrato animal. La cámara baja redujo la pena inicial —que era de hasta dos años— y modificó un artículo que prohibía los circos con animales, que ahora sólo prohíbe los animales exóticos. La ley ingresó al Senado en setiembre.
“A partir de que se aprueba la comisión y la ley ha habido una gran difusión del bienestar animal en los medios y el tema ha tomado gran importancia en la sociedad”, comenta Homero Cabanas, presidente de Conahoba, “antes esto estaba circunscripto a un montón de activistas, que podían ser 2.000 o 10.000, y que manejaban códigos y generaban discusiones, pero no tenían repercusión”.
Conahoba creará un registro de mascotas para saber cuántos animales hay en Uruguay y en qué condiciones se encuentran. Se encarga de recibir denuncias por maltratos y ya ha requisado más de 150 caballos. Además, generará campañas de sensibilización sobre el bienestar animal y brindará cursos en escuelas y liceos.
La reglamentación considera maltrato animal a generar daño o estrés excesivo e injustificado. El texto toma cinco libertades básicas definidas por la Organización Internacional de Estados: libre de hambre y sed, libre de incomodidades, libre de dolor y sufrimiento, libre de miedo y angustia, libre de expresar su conducta normal.
Al mismo tiempo que se discutía esta ley se tramitaba otra que declaraba a las jineteadas como un deporte. “Hubo gente haciendo lobby para que eso fuera así”, comenta Cabanas. “Probablemente dentro de 20 años las jineteadas parezcan un barbarismo, pero en este momento social y cultural no hay herramientas para eliminarlas. Todos estos espectáculos tienen un gran público y por lo general las leyes son un reflejo de su sociedad”. A Conahoba no le corresponde eliminarlas, pero sí pueden enviar inspectores que controlan que no se usen espuelas afiladas, retirar caballos lastimados, sancionar a jinetes por maltrato y prohibirles participar en jineteadas futuras.
“Todos los días estoy en aprietos”, dice el presidente de la comisión, “son las reglas de juego, porque acá hay fuerzas contrapuestas. Los proteccionistas que levantaron la bandera de la comisión y juntaron 30.000 firmas para que el Parlamento aprobara la ley son los más críticos y dicen que somos demasiado permisivos. Por otro lado, los veterinarios dicen que la comisión es demasiado pro proteccionista, que los derechos de los veterinarios se ven lesionados y que la comisión no tendría que opinar sobre la eutanasia. Después, el gremio de recicladores dice que estamos a favor de las protectoras y que les requisamos los caballos. Tenemos que convivir con eso y tratar de buscar el camino del medio. Todos ven el medio vaso vacío”.
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Amantes de los animales eran Alejo Rossell y Rius y su esposa Dolores Pereira, empresarios filántropos del Uruguay del 900, así que comenzaron a coleccionarlos en su finca. En 1912 la pareja donó a la Intendencia montevideana el predio y sus animales, con la condición de que se convirtiera en un zoológico público, que hoy conocemos como Villa Dolores. Esa condición es ahora una traba legal para cerrar la institución.
Desde el siglo XIX tener animales exóticos cumple una función de ostentación para las clases altas del mundo. Lo que muestra la película ¿Qué pasó ayer? no es falso: Mike Tyson es uno de los tantos millonarios estadounidenses que poseen un tigre (de hecho, se puede comprar en internet por unos 1.000 dólares). Pablo Escobar, “el patrón del mal”, tenía dos colecciones espectaculares: una de autos y otra de animales.
Una de las funciones de los zoológicos es la de educar al público. Los etólogos —estudiosos del comportamiento animal— no suelen formar parte del staff de estas instituciones.
—La zoocosis es la forma que tiene el animal de lidiar con su ambiente de cautiverio —explica Sylvia Corte—. Se da porque hay algo que no es adecuado para el animal, que lo estresa, lo frustra. Surge un comportamiento anormal, atípico en la especie. El más visto es el pacing, que es cuando los grandes felinos caminan en ocho adentro de la celda. Lo hacen durante mucho tiempo, en una frecuencia elevada, y les quita tiempo para comer o interactuar con otros animales del grupo. Hay estudios que sostienen que ese comportamiento hace que se generen endorfinas. Es la forma que tiene el animal de aplacarse, de autocontrolarse a pesar de la frustración. Es como drogarse: se mantiene groggy haciendo eso.
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Los afiches que convocaban a la marcha fueron silenciados. Les taparon la boca otros, más grandes. Los cercos rotos y los animales que se escapaban en blanco y negro habrán estado dos horas, quizá tres. Los sustituyeron grandes sonrisas y brazos abiertos a todo color. Había campaña electoral por las elecciones internas y en las paredes se aplica la ley de la selva: el más fuerte pega más cantidad y más veces.
“Este año cierra el zoológico” es la consigna. Quienes la llevan adelante se reúnen los sábados en La Solidaria, un espacio en la calle Fernández Crespo vinculado al anarquismo. Participan entre diez y 30 personas. No todas se definen como anarquistas y la mayoría participa en otras luchas: contra la explotación de los trabajadores, la megaminería, la discriminación de género, la ley de caducidad, el especismo en todas sus manifestaciones. Se autogestionan. Su fundamento es simple: un zoológico sólo existe si se considera la vida animal como una mercancía.
La exigencia del cierre del zoológico está acompañada por la propuesta de reinsertar a los animales a su hábitat natural y de que se consideren las capacidades de cada especie. Los que ya no pueden vivir en libertad como consecuencia del cautiverio serían trasladados a reservas (“a las que no acceden más humanos que los cuidadores y trabajadores del establecimiento”), donde los prepararían para la vida silvestre o terminarían sus días. Con esta idea toman distancia de lo que pasó con los animales de Atlántida.
Falta poco para la marcha. Los organizadores discuten qué hacer con la prensa. Si bien es poco común escuchar voces favorables al zoológico, los activistas están cansados de ser tergiversados, hartos de tener que contestar siempre las mismas preguntas: si comen carne y si las plantas no sufren, si esos championes son de cuero, cuántos perros tienen en sus casas. Después los comentarios en los portales web: “Esos rollos no son de lechuga”.
La campaña incluye volanteadas, pintadas, marchas, difusión web y el seguimiento a la intendenta Ana Olivera a cuanto evento pueden. Parece tener efecto. La consigna de la campaña se volvió muy conocida y se empezaron a juntar firmas para el cierre del zoológico de San Carlos.
En el momento en que Olivera agarra el micrófono los activistas levantan su pancarta con el mensaje de “este año cierra el zoológico” y empiezan a cantar por encima de las palabras de la intendenta. Entonces ella les da la razón: “Es verdad eso que dicen ahí”, comenta, “así que bájenlo”.
Este año cierra el zoológico. Cierra por reformas. Se invertirán 500.000 dólares en obras para garantizar la accesibilidad universal y mejorar la calidad de la exhibición de las especies. Se habla, en conferencia de prensa, de brindar un “ambiente moderno para los animales” y de cambios que beneficiarán a toda la ciudadanía. Se repite la palabra “colección”. No se menciona en ningún momento el concepto de bienestar animal ni el de enriquecimiento. Se habla de veterinarios, pero no de etólogos. Los leones, al igual que los del zoológico de Paysandú y San José, serán trasladados a una reserva en Estados Unidos, The Wild Animal Sanctuary.
Sylvia Corte opina sobre la idea de zoológico:
—Se construye como un teatro para que los animales estén a la vista, que lleguen las personas y los vean. Pero el humano es el depredador más grande del mundo. De por sí estresa al animal, a veces por estar muy cerca o a los gritos, como pasa con los grupos escolares. Mi postura es cerrar los zoológicos. Es un concepto egoísta. Todas sus funciones son para nosotros, para entretenernos nosotros, para investigar nosotros, para educarnos nosotros, para conservar las especies que a nosotros nos parece, porque hay muchísimas especies en el mundo y sólo algunas tienen propaganda. El niño que entra al zoológico ya entra con ese especismo, con la idea de que los animales están ahí para educarnos y entretenernos. Lo que habría que tener son centros de rehabilitación y rescate de fauna, y centros de protección, dado que lamentablemente seguimos sacando animales de su ambiente natural porque queremos mascotas o porque nos parecen lindos. Eso tendría que pasar a ser Villa Dolores, y no iría en contra de la voluntad de quienes donaron el predio.
Se están preparando al mismo tiempo: las obras para agrandar las jaulas y las acciones para abolirlas.
Leer más: en contra y muy a favor.
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Los hechos
Marzo de 2009
Se aprueba la Ley de Tenencia Responsable de Animales, que crea la Comisión Nacional Honoraria de Bienestar Animal (Conahoba), establece cuidados obligatorios, prohíbe el maltrato y sanciona con multas de hasta 500 UR, confiscación e inhabilitación.
Noviembre de 2011
Tres adolescentes de Nueva Palmira apalean a una perra hasta la muerte y lo filman. El video se vuelve viral en internet y causa indignación entre los defensores de los animales; algunos difunden fotos y datos de los agresores, que reciben amenazas. Conahoba impone multas que los padres de los adolescentes nunca pagan y el INAU decide internarlos diez días por su propia seguridad. Mujica, que estaba en México, dice que el episodio es “una vergüenza”.
Agosto de 2012
Unos diez activistas del grupo Acción Directa liberan loros, urracas, una llama, un carpincho y un faisán del zoológico de Atlántida. Varias de las aves mueren, funcionarios municipales capturan a la llama después de correrla varias cuadras y el mono se queda, a pesar de que su jaula estaba abierta.
Noviembre de 2012
Kevin, uno de los adolescentes de Nueva Palmira, muere de un infarto un año después del hecho. Sus padres dicen a los medios que de niño había recibido un trasplante de corazón y que su condición se agravó por las amenazas que recibió todo el año.
Diciembre de 2012
Un hombre de 24 años mata a golpes a una yegua preñada en Las Acacias, pero la Justicia lo absuelve porque ningún testigo se presenta. El caso genera ruido en los medios y las redes sociales, y el Parlamento crea en respuesta la Comisión Especial de Bienestar Animal.
Enero de 2014
Un pitbull ataca a una mujer de 67 años en Brazo Oriental. El juez procesa a su dueño sin prisión por “lesiones gravísimas” y dispone que el perro quede a cargo de una sociedad protectora de animales.
Marzo de 2014
El Poder Ejecutivo reglamenta la ley No 18.471 cinco años después de su aprobación. Incorpora obligaciones para la tenencia por parte de particulares y refugios, pone un límite de diez perros para los paseadores y agrega requisitos para el uso de caballos de carga: vacunarlos, no dejarlos pastar en predios con residuos, sólo azuzarlos con riendas, no sacarlos a la calle con más de 32 grados de temperatura y no emplear animales preñados.
Abril de 2014
Un grupo de activistas ingresa a la Rural del Prado con pancartas en contra de las jineteadas. Se generan discusiones fuertes entre el público y los manifestantes, que reciben golpes de la Policía y personal de seguridad. El periodista Santiago Reyes filma lo que pasa y es detenido junto a dos personas más. Sólo una manifestante resulta procesada sin prisión, por “provocación o participación en desorden en un espectáculo público y falta de respeto a la autoridad”.
Julio de 2014
Diputados aprueba el proyecto de ley de protección de animales, que agrega la prisión a las multas que preveía la ley No 18.471, otorga a Conahoba la potestad de restringir la tenencia de razas de perro peligrosas y agrega requerimientos y restricciones a circos y zoológicos.
Agosto de 2014
Una mujer prende fuego a su gata y la tira desde un segundo piso. Los vecinos avisan al grupo Animales Sin Hogar. Se convoca un escrache por las redes sociales; 100 personas elevan pancartas, grafitean paredes, pegan afiches con la cara de la señora y prenden fuego en la puerta del edificio. La manifestación se repite las dos semanas siguientes cada vez con menor participación, y en la última interviene Granaderos. El juzgado remitió el caso a Conahoba, que inhabilitó a la mujer para la tenencia de animales y ordenó una pericia psiquiátrica; el resultado fue “normal”.
Agosto de 2014
Leones, osos, patas de elefantes, alfombras de cebra, lámparas hechas con patas de jirafa y otros 130 trofeos se rematan en Bavastro e Hijos, en Ciudad Vieja. Diez manifestantes se acercan con pancartas, volantes y un megáfono. Los encargados bajan la cortina y siguen con el remate, pero del lado de afuera hay forcejeos entre el guardia de seguridad y un hombre que pretende quemar una bandera de la empresa. Cuando la Policía llegó, los manifestantes ya se habían desbandado.
Setiembre de 2014
Un pitbull salta de la camioneta en la que viajaba, mata a otro perro y ataca a cuatro personas en el Cerrito de la Victoria. Su dueño le dispara dos veces, pero sobrevive; el juez libera al hombre y determina que la ONG SOS Caninos y Equinos se haga cargo del animal.
Uno de los tres pitbull de una familia ataca a la niña, de un año, y le provoca lesiones graves en el cráneo. La Justicia deja al perro en manos del Instituto Legal de los Derechos de los Animales —ONG que promueve la prohibición de esa raza para tenencia doméstica— que traslada a los tres perros a Colonia.
Octubre de 2014
Un hombre encuentra a un clasificador de residuos muerto en el fondo de su casa, a causa de mordeduras de —nuevamente— sus dos pitbulls. El dueño no fue detenido durante las indagaciones y el caso fue archivado por la Justicia.
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