Existe razonable reserva y aún sobrevuela cierto misterio sobre el tema. Durante mucho tiempo circularon versiones en ámbitos políticos y periodísticos sobre la posible estadía de Ernesto Guevara en Uruguay, después de su experiencia en el Congo y antes de su ingreso a la guerrilla en Bolivia. “Años de empecinado relevamiento de datos y entrevistas me permitieron avanzar lo suficiente para develar el enigma de su presencia clandestina en nuestro país”, dice Miguel Aguirre Bayley, autor de Los militares antigolpistas: una opción ética e investigador de la historia del Frente Amplio.
Texto: Miguel Aguirre Bayley / Ilustraciones: Ramiro Alonso
En silencio ha tenido que ser, y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantaron dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin. Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas; y mi honda es la de David. (José Martí a su amigo mexicano Manuel Antonio Mercado, el 18 de mayo de 1895, en carta inconclusa por su muerte en combate ante los españoles al día siguiente).
En 1968, en el desaparecido cine Rex de la ciudad de Tacuarembó, el cantautor uruguayo Héctor Numa Moraes estrenaba “Viene, viene”, del poeta Washington Benavides, con ritmo de milonga y música del propio Numa. La canción es un homenaje a Ernesto Guevara que alude a su presencia en el pueblito de Zapará, ubicado en el noroeste de Tacuarembó, sobre el arroyo Tacuarembó Chico:
No trae otra divisa que la libertad.
Dicen que en Higueritas,
cuentan que en Zapará
su voz entera anduvo reclamándola.
Efectivamente, a fines de octubre de 1966, quizás procedente de Zapará luego de ingresar por tierra desde el sur de Brasil, el Che pasó fugazmente por Paso de los Toros, ciudad del suroeste del departamento de Tacuarembó, sobre la margen norte del Río Negro, que divide en dos partes la República Oriental del Uruguay. Sin embargo, en aquel momento, pocos sabían de su visita.
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Varias publicaciones coinciden en afirmar que el 3 de noviembre de 1966 el Che llegó al aeropuerto de La Paz, en un vuelo procedente de San Pablo, con pasaporte uruguayo a nombre de Adolfo Mena González. Se trata de la “versión oficial”.
Militantes e investigadores de la época afirman —de manera imprecisa— que Ernesto Guevara tuvo un corto pasaje por Uruguay antes de su llegada a Bolivia. En el No 1 de la serie Cuadernos de Veintitrés, con el título “Un destino insurgente”, se dice:
En mayo de 1966 volvió a Cuba, pero con la finalidad de dar los últimos toques a su incursión en Bolivia. Su presencia se mantuvo en absoluto secreto, solamente algunos de los relacionados con la nueva empresa y la dirección cubana se reunieron con él. Visitó a sus hijos, ya personificado para su paso por Uruguay y Argentina. Se presentó como un tío que venía a saludarlos. Ellos no supieron que se trataba de su padre y fue la última vez que lo vieron con vida.
[…]
A fines de julio de ese año entró a Uruguay y pasó por Argentina, donde su madre había fallecido sin llegar a verlo. Estaba irreconocible con su disfraz de Adolfo Mena, técnico uruguayo de las Naciones Unidas, con canas en las sienes, calvo, sin barba y con traje y corbata.
Su corta permanencia en Uruguay fue coordinada en forma muy compartimentada para garantizar que el Che pasara inadvertido a pesar de los severos controles que ejercía la CIA y que fueron denunciados, entre otros, por el ex agente Philip Agee.
La última intervención pública de Ernesto Guevara en Cuba había sido el 15 de marzo de 1965 ante sus colaboradores en el Ministerio de Industrias. Allí los informó sobre su gira al exterior iniciada tres meses antes en Nueva York, donde presidió la delegación cubana en la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas.
A partir de entonces, se pierden sus huellas. Su ausencia alentó las más diversas e insólitas teorías y constituyeron fuente de inquietud y preocupación para los servicios de inteligencia. La CIA y el FBI, desconcertados y sin pistas firmes, difundieron distintas versiones en las que aseguraban que el Che había sido muerto en Cuba. Con los días, las hipótesis iban y venían, sin confirmarse.
En su entorno más cercano, sin embargo, se sabía que una nueva empresa le aguardaba: la revolución latinoamericana. El Che se encontraba realizando una nueva tarea revolucionaria, a la que “acompaña un secreto absoluto” (según él mismo), a fin de evitar cualquier información que pudiera servir al enemigo imperial que enfilaba sus baterías para capturarlo a través del espionaje del departamento de Estado, la CIA y el Pentágono.
Medios de prensa y de comunicación masiva indicaban que el Che se encontraría en misión secreta en Vietnam o en algún país de América, cuando en realidad —se conoció después— ya estaba combatiendo en el Congo. Adolfo Gilly, corresponsal del semanario Marcha en México, planteaba:
Es inútil conjeturar dónde está o qué le ha ocurrido al Che. El Che no está más en la dirección de la Revolución Cubana. Su renuncia no es una cuestión personal, sino un hecho político. La dirección cubana no ha dado a su propio pueblo la explicación política de este hecho, ni tampoco el Che.
El 20 de abril de 1965, ante la insistencia de los periodistas, Fidel Castro respondía que “el comandante Guevara siempre estará donde sea más útil a la Revolución”. Recién el 3 de octubre, en la sesión constituyente del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, Fidel se refirió a la ausencia en un discurso público y leyó la carta que el Che le había enviado.
Hay una ausencia en nuestro Comité Central, de quien posee todos los méritos y todas las virtudes necesarias en el grado más alto para pertenecer a él y que, sin embargo, no figura entre los miembros de nuestro Comité Central. Y para explicar esto vamos a leer una carta del compañero Ernesto Guevara. No fue puesta la fecha, puesto que esta carta era para ser leída en el momento en que lo considerásemos más conveniente.
Ese momento había llegado. El discurso y la lectura del texto contribuyeron a disipar la clave de los interrogantes. La coincidencia con los objetivos de la Revolución, incluida su política exterior, seguía siendo plena. “Otras tierras del mundo reclaman el concurso de mis modestos esfuerzos. Yo puedo hacer lo que te está negado por tu responsabilidad al frent
e de Cuba y llegó la hora de separarnos”, escribía Ernesto Guevara a Fidel Castro.
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Al Che no le interesaron los cargos ni los honores. En él convivían la solidaridad, el desprendimiento y la disposición al autosacrificio. Contemplaba su muerte como algo natural y probable en la acción guerrillera. Sus últimas cartas tenían carácter de despedida. Así escribió a Fidel Castro:
Un día pasaron preguntando a quién se debía avisar en caso de muerte y la posibilidad real del hecho nos golpeó a todos. Después supimos que era cierta: que en una revolución se triunfa o se muere (si es verdadera).
A sus padres:
Puede ser que ésta sea la definitiva. No lo busco, pero está dentro del cálculo lógico de posibilidades. Si es así, va un último abrazo.
A sus hijos:
Si alguna vez tienen que leer esta carta, será porque yo no esté entre ustedes. Su padre ha sido un hombre que actúa como piensa y, seguro, ha sido leal a sus convicciones. Sobre todo, sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda de un revolucionario.
Es muy probable que en julio o agosto de 1966, luego del regreso clandestino del Che a Cuba, tras participar en la lucha guerrillera en el Congo, haya escrito a Haydee Santamaría (Yeyé como la llamaban sus compañeros). La carta no hace referencia al lugar de origen, fecha o nombre del autor por razones de seguridad. Sin embargo, al leer la misiva del Che, surge con certeza que la correspondencia fue redactada en algún lugar de Cuba, en el marco de la preparación del grupo guerrillero que, muy poco después, se trasladaría a Bolivia. Dice así:
Querida Yeyé:
Armando y Guillermo me contaron tus tribulaciones. Respeto tu decisión y la comprendo, pero me hubiera gustado darte un abrazo personalmente en vez de este epistolar. Las reglas de seguridad durante mi estancia aquí han sido muy severas y eso me ha privado de ver mucha gente a la que quiero (no soy tan seco como a veces parezco). Ahora estoy viendo a Cuba casi como un extranjero que llegara de visita; todo desde un ángulo distinto. Y la impresión, a pesar de mi aislamiento, hace comprender la impresión que se llevan los visitantes.
Te agradezco los envíos medicamentoso-literarios. Veo que te has convertido en una literata con dominio de la síntesis, pero te confieso que como más me gustas es en un día de año nuevo, con todos los fusibles disparados y tirando cañonazos a la redonda. Esa imagen, y la de la sierra (hasta nuestras peleas de aquellos días me son gratas en el recuerdo), son las que llevaré de ti para uso propio. El cariño y la decisión de todos ustedes nos ayudarán en los momentos difíciles que se avecinan.
Te quiere,
tu colega.
A su esposa, Aleida March, le dejó una selección de poemas grabados con su voz en una cinta. “Esto es lo único, íntimamente mío e íntimamente conocido de los dos que puedo dejarte ahora”. “Los heraldos negros”, de César Vallejo, y “Farewell”, de Pablo Neruda, fueron algunos de los poemas que el Che recitó para aquella cinta de despedida.
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Desde el desembarco del Granma hasta su titularidad en el Ministerio de Industrias, su inserción en la Revolución Cubana había estado proyectada desde una perspectiva revolucionaria continental y no solamente circunscripta a Cuba. Podía deducirse, en consecuencia, que el Che estaba haciendo lo que desde el principio se había propuesto y continuaba la lucha revolucionaria en alguna parte de América Latina.
Según señala el escritor Jean Cormier en Mística y coraje. La vida del Che, el ex agente de la CIA Philip Agee “revela en su prefacio al libro La CIA contra el Che que la agencia creía saber en ese entonces que, después de su expedición al Congo-Kinshasa, el Che había sido hospitalizado en la Unión Soviética por haber ingerido un medicamento vencido contra el asma. A Agee se le había encargado, en la primavera de 1966, instalar un nuevo sistema de control de pasaportes en Montevideo, con una lista de nombres y de fotos de los personajes indeseables”.
Dice Philip Agee:
Como responsable de las operaciones cubanas, me correspondía tomar medidas específicas de control de viajeros, para descubrir cualquier intento de parte del Che de infiltrarse en la región. Desde luego, nadie creía que él viajaría con barba, pero no se pudo encontrar ninguna foto suya sin ella. Se recurrió entonces a un artista que ejecutó un retrato, difundido en todos los puestos fronterizos de América Latina. En el aeropuerto de Montevideo yo distribuí copias a todos los policías y a la gente de inmigración.
Cuando aparecieron las guerrillas en Bolivia, versiones procedentes de Estados Unidos o del gobierno boliviano informaron de la muerte del Che en combate reiteradas veces. Sin embargo, fuentes digitadas por la CIA, por exiliados cubanos y cercanos a René Barrientos (por entonces presidente de Bolivia después de haber participado en el golpe de Estado que derrocó en 1964 al presidente constitucional Víctor Paz Estenssoro) invalidaron su credibilidad cuando a comienzos de 1967 difundieron una nueva historia: Ernesto Guevara estaba al frente de la guerrilla en Bolivia.
Bandos distribuidos en los poblados de las sierras bolivianas aseguraban una recompensa económica a quien entregara al Che al gobierno de Barrientos. “Se ofrece la suma de 50.000 pesos bolivianos a quien entregue vivo o muerto (preferiblemente vivo) al guerrillero Ernesto Che Guevara, de quien se sabe con certeza que se encuentra en territorio boliviano”, decía el texto difundido por el Ministerio de Gobierno. Antes, en la Sierra Maestra, la Policía y el Ejército del dictador Fulgencio Batista ofrecían su recompensa en dinero por la captura de los líderes “comunistas” Ernesto Che Guevara y Camilo Cienfuegos.
El desarrollo de las operaciones antiguerrilleras en el transcurso de 1967 en Bolivia dejó al descubierto —una vez más— la injerencia estadounidense en suelo boliviano. La participación de Estados Unidos alcanzó notoria significación con el envío de equipos instructores de sus fuerzas especiales (los boinas verdes) para el entrenamiento de tropas de asalto (rangers) y la participación de la CIA.
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El general cubano Harry Villegas, alias Pombo, uno de los sobrevivientes de la guerrilla boliviana, compañero del Che en sus campañas en Sierra Maestra, en el Congo y en Bolivia, comandó el grupo que logró eludir el cerco tendido por la CIA y el Ejército boliviano. Como el Che, Villegas también registró los acontecimientos de la epopeya en su diario personal.
Villegas y Carlos Coello (Tuma) llegaron a Santa Cruz de la Sierra el 25 de julio de 1966. Los esperaba José María Martínez Tamayo (Mbili, Papi), también cubano. En el primer encuentro, le trasladaron verbalmente un informe de Ramón (o sea, Ernesto Guevara). En el punto 4 de las anotaciones del diario, Pombo escribe: “El viaje de Ramón a la isla [Cuba] y posible duración de su estancia allá”. Ese mes de julio, efectivamente, el Che había regresado en forma secreta a Cuba y reanudaba el entrenamiento guerrillero para emprender la lucha en Bolivia.
Con fecha 8 de setiembre de 1966 señala:
Continuamos nuestras discusiones con Pacho [Alberto Fernández Martínez de Oca, cubano] acerca de la forma más conveniente para el viaje de Mongo [otro seudónimo del Che Guevara], de la fecha de su regreso a Manila [Cuba] y acerca de la mejor forma de solucionar los nuevos problemas planteados por las nuevas instrucciones. Tenemos que llegar a un acuerdo para hacer un informe en el cual podamos cubrir, más o menos, los puntos discutidos y ampliar aquellos sobre los que llegamos a un acuerdo.
El 10 de setiembre, Pombo da cuenta de las actividades realizadas hasta ese momento y hace una referencia puntual “al reciente congreso del Partido Comunista de Uruguay”. En sus anotaciones del día siguiente registra apuntes complementarios en un nuevo informe dirigido a “Ramón” en el que hay expresa mención al “Asunto de Uruguay” en el punto 3, pero sin dar detalles de la operación. En sus notas del 28 de setiembre indica que Estanislao (Mario Monje Molina, primer secretario del Partido Comunista boliviano) les manifestó que “en el Uruguay, [Rodney] Arismendi habló de nuestra presencia aquí y acerca de la posible llegada de Ramón para el asunto del sur. Arismendi exigió que los secretarios generales de todos los partidos sean informados, y si no, él se ocuparía personalmente”.
Antes, el 12 de setiembre, había escrito: “Despedimos a Pacho en viaje de regreso a Manila”. 21 de octubre: “Mongo saldrá para aquí este sábado 22 para encontrarse con Renán [Montero Corrales, enlace con Cuba] en el lugar citado en el mensaje”. 28 de octubre: “Mbili nos cuenta que ha llegado Renán y que preparemos las cosas de Mongo en un pequeño maletín”.
4 de noviembre: “Mbili nos comunica que Mongo ha llegado […] Pide que no vayamos todos juntos a verlo, que estuviéramos listos para partir al anochecer. Yo iré con Bigotes [Jorge Vázquez Viaña, boliviano] en el segundo jeep y en el primero irán Mongo, Pacho y Tumaine”.
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El 13 de abril de 1967 tenía lugar en Punta del Este la conferencia de presidentes de los países de América, con la ausencia de Cuba, que había sido expulsada de la Organización de los Estados Americanos. Al mismo tiempo, Salvador Allende, presidente del Senado de Chile, pronunciaba un discurso en la Universidad de la República en Montevideo. En un pasaje de su discurso en el Paraninfo, hay una referencia expresa al Che:
Hace seis años, lanzaron desde esta misma tribuna su mensaje, el ministro de Industrias de Cuba, comandante Ernesto Che Guevara —el de la ausencia presente enclavado hoy en misión revolucionaria en algún tramo de la geografía nuestra— y Gregorio Selser. También yo dejé oír mi voz, en aquella ocasión, al igual que hoy.
Muy pocas personas sabían del nuevo emprendimiento revolucionario de Ernesto Guevara. La coordinación secreta para que el Che ingresara a Bolivia con la finalidad de iniciar una acción guerrillera en América del Sur tuvo en Fidel Castro y en el secretario general del Partido Comunista de Uruguay, Rodney Arismendi, dos compañeros esencialmente solidarios.
En una entrevista televisiva concedida al periodista italiano Gianni Miná, el 28 de junio de 1987, que lleva como título “Cuando pienso en el Che”, Fidel Castro hace algunas referencias puntuales sobre la operación guerrillera en Bolivia. Allí señala que al Che le interesaba Argentina. Para ello, era necesario crear un frente guerrillero, cuya acción se desarrollaría en la frontera con Bolivia, en la zona de Salta. Tras su regreso clandestino a Cuba, el Che estuvo dos meses entrenando en una zona montañosa de la isla. “Nosotros”, afirma Fidel, “apoyamos la expedición a Bolivia porque nos parecía posible”.
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A fines de octubre de 1966, el Che permaneció en Paso de los Toros poco más de un día. Pernoctó en una casa de la ciudad isabelina a orillas de la playa de Los Curas sobre el Río Negro. Exactamente, en el número 113 de la calle que hoy lleva el nombre de Paula Bermúdez Godoy. Era el domicilio de Rogado Pedro Cornalino Portier, militante del Partido Comunista.
Casi 20 años después de la breve estadía del Che, en el fin de semana del 22 y 23 de setiembre de 1984, el general Víctor Licandro y Antonio Di Catterina se alojaron en esa misma casa, luego de una jornada de actividad del Frente Amplio en Paso de los Toros. Según el testimonio de Di Catterina:
Concluido el encuentro, las autoridades locales del Frente Amplio nos invitaron a compartir un asado criollo en un club situado a orillas del Río Negro. Finalizado el agasajo, cerca de las cuatro de la tarde, un compañero invitó a su casa a Licandro para que hiciera una pequeña siesta y así descansar un rato. Fuimos a una casa que estaba a una cuadra del Río Negro. En la esquina de esa cuadra, me llamó poderosamente la atención una vivienda vecina pintada de color rosado, que tenía una marca horizontal, y pregunté a nuestro anfitrión cuál era el motivo de esa marca. El dueño, un hombre de unos 60 años [Pocho Cornalino], me dijo que esa línea indicaba el nivel que en esa casa había alcanzado el agua en las inundaciones de marzo y abril de 1959.
El general se despertó aproximadamente a las cinco de la tarde. Una vez que Licandro se levantó —y lo recuerdo nítidamente— el dueño de casa, el compañero, le dijo: “Usted ha descansado en una cama donde durmió una personalidad famosa”. Licandro contestó: “Será algún rey. No conozco ningún rey que haya pasado por aquí”. Y el anfitrión le respondió: “No, por supuesto que no. El que pasó por aquí y durmió en esa cama una noche sin que yo lo supiera hasta mucho tiempo después fue Ernesto Guevara. En la madrugada vinieron a buscarlo dos personas y se despidieron. Los compañeros del Partido me habían hecho responsable de una misión: dar seguridad por una noche a esa persona que se quedaría por unas horas en mi domicilio. Lo recuerdo perfectamente hasta con los gruesos lentes que tenía el Che.
Cotejadas sus históricas agendas de bolsillo, en la que corresponde a 1984, el general Víctor Licandro tiene registradas las siguientes anotaciones: sábado 22 de setiembre, Paso de los Toros; domingo 23, Tacuarembó; lunes 24, Paso de los Toros…
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Rogado Cornalino falleció el 4 de enero de 2011 en Paso de los Toros a la edad de 89 años. Quienes lo conocieron, lo recuerdan como un comunista muy solidario y gran compañero. Durante la dictadura fue preso desde febrero de 1976 hasta febrero de 1981. Tras permanecer detenido unos cinco meses en el cuartel de Paso de los Toros, fue trasladado al de Salto hasta recobrar su libertad. Su hija Lila Cornalino Viñas también estuvo detenida entre 1976 y 1981.
Hablé con ella en diciembre de 2014.
—La persona encargada de hacer los traslados era un comunista de Tacuarembó, muy militante y de plena confianza entre nosotros. Tenía librería y, entre otros textos y publicaciones, vendía libros editados por Ediciones Pueblos Unidos. En general, este compañero llegaba de noche a casa. Poco rato después o de madrugada, iba a recoger al “ilegal” que había que mantener a buen resguardo. Ese año, en el invierno de 1966, compañeros del Partido Comunista de Brasil, requeridos por la dictadura de ese país, ingresaron clandestinamente a Uruguay con el apoyo del Partido Comunista y estuvieron en casa. Cada vez que alguien venía a quedarse, era una odisea y se vivía un nerviosismo total —me dijo Lila.
La casa de su familia tenía dos dormitorios, una pieza más grande que oficiaba de comedor (y de dormitorio para el hermano menor de Lila), un pequeño living, más cocina y baño. La cocina desembocaba en un galpón amplio, que tenía estufa a leña, una cocina de hierro; allí funcionaba la carpintería de Cornalino. Había, además, dos patios, uno al frente y otro al fondo. Por la entrada del frente se ingresaba al galpón y de ahí a la casa.
—Mi abuela, que vivía al lado, iba de mañana y al mediodía sin golpear, recorriendo la casa hasta que aparecía alguien. Muchas veces, cuando notábamos que iba a entrar al oír su silbido de tono muy suave, salíamos a la disparada a cerrar “puertas comprometedoras”.
Los niños sabían que su padre colaboraba con compañeros que estaban en riesgo por sus ideas políticas:
—Nos decían que se trataba de principios de solidaridad internacional y que había que protegerlos y apoyarlos. Nos hicieron comprender que no debíamos preguntar nada, no atender la puerta de noche y no dejar entrar a nadie. Mi padre y los compañeros se manejaban con contraseñas. Obviamente, no debíamos contar nada a nadie pues también estaba en juego la vida y seguridad de papá, de nosotros y, por supuesto, de quienes venían a quedarse transitoriamente y de quienes hacían los traslados. Lo increíble es que nunca se nos ocurrió preguntar o cuestionar nada. En casa era notorio el nerviosismo de mis padres en esas instancias, pero siempre estaban procurando actuar de la manera más natural posible con nosotros y con los vecinos.
Cuando ocurrió la visita del Che, Lila, obviamente, no supo de quién se trataba:
—Enseguida nos dimos cuenta de que no era brasileño porque hablaba español, aunque con ciertos matices respecto del que empleamos en Uruguay. Pero jamás se nos pasó por la mente la identidad de él ni de nadie de quienes estuvieron en casa de manera clandestina. Además, es bueno decirlo, estaban en un dormitorio aparte y hablaban lo menos posible. Recuerdo que el Che llegó en la noche. Era alto, más bien delgado, vestía de traje y usaba lentes. Hablaba de manera suave y con finos modales. Tenía muy buena relación con los niños. Un par de veces lo vi conversar un rato con mi hermano menor que tendría unos seis años. Pasaba caminando de una pieza a otra, del living al dormitorio y viceversa. Creo que fue de las personas más inquietas que estuvieron en casa. No alcanzó a estar 48 horas. En la madrugada siguiente lo fueron a buscar. Nunca sabíamos el nombre de quienes iban a casa y, reitero, tampoco se nos ocurría preguntar. Teníamos plena confianza en mi padre. Lo admirábamos al tiempo que nos sentíamos impresionados por lo que estaba pasando y procurábamos movernos como si se tratara de una situación normal.
La revelación se produjo años después, tras una reunión en el local del Frente Amplio en Paso de los Toros. Una compañera de Lila llevaba una biografía del Che.
—Empecé a hojearla y me puse a mirar las fotos. Me detuve en una de ellas. No pude evitar una exclamación de asombro y de sorpresa. Enseguida pregunté: ¿quién es este hombre? Tengo la impresión de haberlo visto antes. Nadie me prestó atención en ese momento —tal vez mejor que haya sido así— y quedé como una fantasiosa. El hombre de la foto que me impactó al verlo tenía el traje y los lentes tal cual había estado en mi casa.
Muchos años después, Lila tomó conciencia de que había estado con el Che en su casa.
—Todavía me parece verlo de la misma manera, con el magnetismo que nos atraía a todos, sus ojos y la profundidad de su mirada, aun sin saber quién era aquella persona con quien habíamos hablado y compartido la mesa. Jamás podré olvidar su paso por casa y el efecto que causó en nosotros.
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El Che no solamente estuvo en Paso de los Toros: sobre el final de octubre de 1966 hasta su partida a Bolivia permaneció alrededor de dos jornadas en Montevideo. Con el mismo apoyo de militantes del Partido Comunista de Uruguay, esta vez se alojó en la costa montevideana de Punta Gorda en el límite con Malvín, muy cerca de las playas Honda y de Los Ingleses. Más precisamente, en una casa ubicada con el número 5551 de la calle Ismael (nombre que recuerda una de las novelas más importantes de Eduardo Acevedo Díaz), que en ese entonces pertenecía al doctor en psiquiatría Juan Carlos Badano Bozzolo. Apreciado y respetado como médico, Badano era militante del Partido Comunista y estaba casado con Agustina Gaona. Tuvieron dos hijos, Alondra y Luis Carlos, llamado así en homenaje al militar y revolucionario brasileño Luis Carlos Prestes, distinguido como “El caballero de la esperanza”.
En un pasaje de Decidme cómo es un árbol, el poeta y republicano español conocido como Marcos Ana (se llamaba Fernando Macarro Castillo), preso durante 23 años ininterrumpidos bajo el régimen del dictador Franco, se refiere a su visita a Uruguay en el invierno de 1963 en el marco de su lucha por la búsqueda de la libertad y la solidaridad con España:
Tenía noticias de que en Uruguay se desarrollaba una gran solidaridad con España. En Montevideo existía, desde 1939, un grupo de voluntarios de las Brigadas Internacionales que no llegó a embarcar para España pero que se mantenía muy activo y gestionó el exilio de nuestros camaradas acogidos en Uruguay, un país de fuerte tradición democrática. A la vez, los compañeros Antonio Guardiola, responsable del Partido Comunista español en aquella zona, Paco Banús y otros compatriotas habían formado el Centro Republicano Español e impulsaron la creación de un amplio comité de solidaridad con España, al que pertenecían numerosas personalidades uruguayas.
Mi llegada estaba preparada por una comisión de recepción que organizó una caravana de coches y autobuses para recibirme. En el aeropuerto ondeaban banderas republicanas, flores rojas y pancartas. Como en Brasil, era el homenaje a una España en lucha, sostenida por la memoria de españoles y uruguayos.
¡Quién podía pensar, en aquella época, que nuestros amigos, los demócratas uruguayos, sufrirían las mismas persecuciones, prisión y tortura que nosotros, cuando la noche fascista cayó sobre aquel pueblo hermano!
Montevideo es una ciudad acogedora y apacible. Recostada sobre el mar, la capital vive sobre su sinuosa costanera […] En la playita de los Ingleses, en Punta Gorda, allí precisamente, en una atalaya privilegiada, se alzaba la casa del doctor Juan Carlos Badano, donde la comisión de recepción acordó que me alojara durante mi estancia en Uruguay. Era un lugar seguro y de confianza. La familia me acogió como a un hijo, me asignaron una habitación espaciosa, de cara al mar y a un cielo abierto y luminoso.
[…]
Juan Carlos Badano, el cabeza de familia, del que me hice enseguida un gran amigo, era un personaje irrepetible, de una gran humanidad. Su compromiso revolucionario lo llevó de joven a apuntarse como voluntario en las Brigadas Internacionales, pero no sé por qué dificultades nunca lo enviaron a España.
—Es una deuda que, como comunista y revolucionario, tengo con el pueblo español —me decía.
—Pero que pagas cada día con la más activa y generosa solidaridad —le respondí.
Juan Carlos era médico y pescador. Al muelle, frente a su casa, iban diariamente los pescadores y él se juntaba con los más humildes, entre los que era muy popular, y compartía con ellos la paciente espera de la presa.
Allí, entre las aguas y las arenas que tantas veces pisara descalzo, fueron arrojadas sus cenizas, cuando murió, tras regresar de la persecución y el exilio que tuvo que sufrir con toda su familia, hasta la restauración de la democracia en 1985.
En esa casa y con esa familia entrañable viví durante el mes que duró mi gira en Uruguay. Era la casa de la solidaridad.
—La adquirí pensando en los amigos que pudieran necesitarla —me dijo el doctor Badano con orgullo.
Allí estuvo el Che Guevara, Rafael Alberti y María Teresa León y, posteriormente, cuando el golpe de Estado contra el presidente Goulart en Brasil, Roberto Morena, comunista brasileño, y el luchador social Temístocles Batista, llamado “el combatiente de los rieles”, abogado de los ferroviarios de Río de Janeiro, vilmente asesinado cuando regresó al Brasil.
En otro pasaje de Decidme cómo es un árbol Marcos Ana escribe sobre el Che:
Hay una anécdota que me impactó y que he repetido como ejemplo algunas veces. En una visita que hice a Santiago de Cuba, los compañeros me prepararon una recepción de bienvenida. Nos reunimos una veintena. Aunque no eran tiempos de abundancia, se las arreglaron para improvisar una sencilla merienda. Todo iba bien, hasta que percibí cierta inquietud en los compañeros que se sentaban a mi mesa. Uno se levantó y volvió inquieto, habló al oído del responsable y ambos salieron preocupados de la sala. Lo que ocurría es que había llegado el Che a Santiago, preguntó por los camaradas y le dijeron dónde estábamos reunidos. Apareció, miró las mesas, las viandas esparcidas en sobrios manteles de papel y frunció el ceño contrariado. Los compañeros le explicaban algo y oí que él respondía:
—No estamos para banquetes, a Marcos Ana se le da la bienvenida con una recepción política.
Me acordaba de la canción de Carlos Puebla “llegó el comandante y mandó a parar…”.
Yo me sentía también incómodo, como si hubiera cometido alguna falta dejándome festejar de aquella manera. El Che se me acercó, me saludó con la cordialidad de siempre y al verme un poco confuso me dijo:
—Mira, Marcos, yo sé que esto no tiene importancia pero hay que crear una escuela de sencillez y ser un ejemplo para los demás. Los revolucionarios tenemos que ser honestos y austeros, de una austeridad ejemplar, sobre todo cuando estamos en el poder.
Nunca olvidé aquella definición, aparentemente de manual, pero básica, y no siempre bien ejercida en la práctica revolucionaria.
A partir de la década de los 70, la casa de Ismael 5551 fue destinataria de una retahíla de bombas domiciliarias. Y desde fines de los 60, policías de civil apostados en la rambla, dada la fácil visibilidad de la ubicación del inmueble, observaban todos los movimientos. Pero el domicilio del matrimonio Badano-Gaona reunía las condiciones ideales para proteger a los compañeros en clandestinidad. Tenía dos entradas y, obviamente, dos salidas. Los guardias de inteligencia no sabían que al final de la parte posterior de la casa un muro con plantas encubría una calle desconocida por la que entraban y salían los militantes clandestinos. Se ubicaba en el sector superior, junto al pasaje de La Cantera (hoy calle Juan A Scasso). La casa contaba, además, con dos garajes. Uno de ellos, en innu- merables ocasiones fue testigo de entradas y salidas de emergencia en situaciones comprometidas.
Badano, gravemente enfermo, falleció el 2 de noviembre de 1993 en Montevideo, después de casi 40 años de actividad como médico. Se había recibido el 18 de diciembre de 1953 y tenía su consultorio en la avenida Rivera 2347, entre la calle hoy llamada Mario Cassinoni y Bulevar Artigas. Su esposa Agustina Gaona, Tina, murió en Panamá en julio de 2007. Las cenizas del matrimonio fueron arrojadas al Río de la Plata, sobre las costas de la playa que tantas veces transitaron.
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Radicada en Panamá desde hace varios años, Alondra Badano Gaona es una escritora de prestigio. Actriz y directora, formada en El Galpón, ha publicado sus trabajos en varios países de América del Sur, en España y en Canadá. En 2011 ganó el Premio Onetti de la Intendencia de Montevideo con su novela autobiográfica La suerte del olvido:
—Aún está nítida ante mis ojos la presencia de “aquel señor” conversando con mi padre, los dos de pie, en el living comedor de casa. Sé que me impactó, algo irradiaba —me comentó Alondra en el bar Gran Sportman, frente a la Universidad de la República, en una tibia mañana durante el otoño de 2013.
En el momento, Alondra no sabía quién era el huésped.
—Lo supe por mis deducciones posteriores mirando fotos. Mis padres nunca me lo dijeron porque eso debió ser secreto, pero los adolescentes siempre sospechan más que lo que los mayores imaginan y la impresión que me causó la guardo intacta. De aquellos personajes que venían a mi casa puedo hacer hoy una lista extensa que intenté borrar sin éxito de mi vida, porque, ahora lo sé, llevaban identidades falsas. El Che fue uno. Tenía el cabello encanecido, con grandes entradas y un leve bigote. En mi imagen no usaba lentes y todavía siento el brillo de sus ojos cuando me vio pasar en silencio. A medida que transcurren los años, estoy cada vez más orgullosa de mis padres, que lucharon exponiéndose, pero en el anonimato y sin esperar nada a cambio, y nada, absolutamente, recibieron jamás, ni nunca lo pidieron, ni en dictadura ni en democracia. Y de eso también me alegro.
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Sobre fines de octubre de 1966, dos primos caminaban por la rambla de Montevideo en un tramo muy cercano a la Playa de los Ingleses. Mientras se dirigían hacia el centro, se encontraron con un par de conocidos y se detuvieron allí a conversar. A uno de ellos, de cara al Río de la Plata, le llamó la atención una persona de gorra con visera corta que conversaba con dos hombres y una mujer muy joven en una rueda de mate. Por sus ademanes y su expresión, esa persona le resultó conocida, pero no pudo identificarla.
Los cuatro estaban sentados sobre el muro cercano a la entrada de la playa de espaldas al mar. Días después, con la natural curiosidad de saber de quién podía tratarse, le preguntó a su primo.
—Mal puedo decirte algo —le respondió el familiar—, pues durante la charla yo quedé de espaldas a esas personas de las que me hablas.
La fecha manejada es muy precisa, porque en diciembre de ese año —recuerda— vendió un auto NSU 1000 de color amarillo de su propiedad.
Cuando se difundió públicamente el pasaporte uruguayo con las fotos de la nueva caracterización del Che, ya no tuvo dudas: era a Ernesto Guevara a quien había visto. El testimonio agrega que durante la Conferencia del Consejo Interamericano Económico y Social llevada a cabo en agosto de 1961 en Punta del Este tuvo oportunidad de ver relativamente cerca más de una vez a Ernesto Guevara porque estaba trabajando como funcionario técnico de UTE.
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En Testimonio de una nación agredida, editado por el Comando General del Ejército en 1978, se afirma que Ernesto Guevara estuvo en Uruguay antes de ingresar a Bolivia. Sobre los dos pasaportes del Che indica:
Las impresiones digitales de ambos documentos son auténticas y también los sellos hurtados del ministerio [de Relaciones Exteriores]. Vale decir que Ernesto Guevara estuvo en Montevideo algunos días, realizando todas sus actividades apoyándose en la infraestructura del Partido Comunista.
En esa misma publicación, en la que el régimen militar justificaba su accionar en los años 70, se agrega que Rodney Arismendi —cuyo alias para esa operación sería “Simón”— fue una de las pocas personas que supo dónde estaba el Che, pues Fidel Castro habría confiado al histórico dirigente del Partido Comunista de Uruguay los preparativos del viaje a Bolivia.
Para ello, Testimonio de una nación agredida recoge un párrafo del Diario de Ernesto Guevara del 14 de febrero de 1967:
Se descifra un largo mensaje de La Habana cuyo núcleo es la noticia de la entrevista con Kolle. Éste dijo allá que no se le había informado de la magnitud continental de la tarea, que en ese caso estarían dispuestos a colaborar en un plano cuyas características pidieron discutir conmigo; vendrían el mismo Kolle [aparece también como Kolly], Simón Rodríguez [Simón Reyes, nombre real] y [Humberto] Ramírez, integrantes de la dirección nacional del Partido Comunista boliviano.
Se me informa además que Simón ha manifestado su decisión de ayudarnos independientemente de lo que resuelva el partido.
Cuando el Che comenta la posición de Simón de ayudar a la guerrilla, se refiere al dirigente boliviano Simón Reyes, según se desprende de la anotación del Diario y no como indica la versión de la dictadura en Uruguay.
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Varios testimonios coinciden en afirmar que Ernesto Guevara y Rodney Arismendi fueron compañeros de ideales y grandes amigos. En el número 5 de Tesis XI, del 18 de noviembre de 1997, el periodista Niko Schvarz hace referencia a un reportaje realizado a Arismendi por jóvenes de la revista Vamos (suplemento del diario El Popular), publicado el 3 de octubre de 1986.
En la entrevista se revelan algunos aspectos vinculados al apoyo brindado por el Partido Comunista al Che. Dice Arismendi:
Nuestro Partido alimentó siempre un gran cariño y una gran admiración por el Che, pensador profundo y uno de los más puros héroes de esta época en que América Latina se ha puesto de pie en la segunda guerra de independencia […] Su ejemplo puso su nombre junto al de los grandes Libertadores como parte de la mejor historia del continente.
Nosotros apoyamos la operación del Che en Bolivia y no tenemos nada de qué arrepentirnos. La apoyamos a pesar de que considerábamos —y así lo dijimos— que los datos políticos en que basaba la operación acerca de Bolivia eran, por lo menos, problemáticos. Es decir, que teníamos un margen crítico en cuanto a la oportunidad política y algunas condiciones de la operación. Pero advertíamos la proyección histórica del acontecimiento para América Latina. Y no podíamos dejar solo al Che en esta hora del destino del continente.
Militarmente la operación del Che en Bolivia fue derrotada, y seguramente las posibilidades de derrota eran cien veces mayores que las de victoria. Pero política y moralmente, el Che se volvió contraseña de la voluntad indómita de liberación de los latinoamericanos.
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Jaime Pérez, preso de la dictadura uruguaya durante varios años, da cuenta en su libro El ocaso y la esperanza publicado en 1996 que, efectivamente, antes de ingresar en Bolivia el Che estuvo en Uruguay. Allí, el dirigente comunista uruguayo expresa:
En ese momento de la década del 60, hay movimientos guerrilleros… todos vinculados a la oleada provocada por la victoria de la Revolución Cubana. En el cuadro de esa oleada es que pensaron —el Che y se supone que la dirigencia cubana— que Bolivia podía ser un lugar en el cual iniciar un proceso guerrillero, en el corazón del continente, frontera con Brasil, con Argentina, con Perú. Esto fue avalado por los comunistas bolivianos, insisto, en esa situación tan particular del continente, mientras se estaba desarrollando la lucha en Vietnam, mientras se estaba desarrollando el proceso descolonizador en África. Es decir, en un momento de aguda y profunda contradicción con el imperio.
En función de todo eso, consideramos que era necesario ser solidarios con el proyecto […] Esa solidaridad se manifestó, por un lado, en que el Che salió de Montevideo, y de aquí fue para Bolivia, y que mientras estuvo en Montevideo, fue bajo la protección del Partido [Comunista de Uruguay]. También, que los documentos uruguayos con los que viajaba, le fueron provistos acá.
[…]
Tengo que decir que en realidad me enteré que había estado acá cuando ya se había ido. En ese momento estaba en el secretariado del Partido, pero todo eso fue una cosa muy compartimentada, porque una operación de este tipo, donde lo que se jugaba era la cabeza del Che, me parece absolutamente natural que lo supieran únicamente aquellos que imprescindiblemente debían saberlo. En cambio, participé, junto a Arismendi y a Walter Sanseviero, que era secretario de la Juventud en aquel momento, así como otros compañeros, en la elaboración de la lista de participantes uruguayos en la guerrilla del Che.
Esos elegidos fueron 18 comunistas dirigidos por Raúl Rezzano, luego detenidos, torturados y procesados. Rezzano ya conocía personalmente al Che: había estado el 17 de agosto de 1961 supervisando su llegada e ingreso al Paraninfo de la Universidad de la República; por ese entonces era responsable de la Comisión Nacional de Organización del Interior.
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Muy probablemente, sobre el final de octubre de 1966, el Che salió del Aeropuerto Internacional de Carrasco en vuelo regular del Transporte Aéreo Militar Uruguayo de la Fuerza Aérea Uruguaya. Por medio de información idónea, recogida con carácter absolutamente confidencial y reservado, el Che viajó en el avión Douglas C-47 D No de serie USA AF 43-16138 de origen norteamericano —matriculado con el No 514— con destino a Santa Cruz de la Sierra.
Desde enero de 1961, con una frecuencia mensual, el Transporte Militar hacía vuelos regulares a Buenos Aires y Río de Janeiro. A fines de ese año, las salidas al exterior agregaron nuevos destinos: Asunción del Paraguay y Santa Cruz de la Sierra en Bolivia, extendiéndose hasta Cochabamba. Entre 1963 y 1964, se sumaron Chile, Perú y, excepcionalmente, México. El avión que llevó al Che puede verse en el Museo Aeronáutico de la Base Aérea No 1 sobre la ruta 101, ubicado entre el acceso al Aeropuerto Internacional de Carrasco y avenida Calcagno. Es todo un símbolo.
Otro testimonio de menor relevancia me había sido brindado 30 años atrás por un militante del Partido Socialista fallecido hace varios años. Aseguraba haber estado muy cerca de Ernesto Guevara por esas fechas en una fila de espera en el Aeropuerto Internacional de Carrasco, donde el Che conversaba con un reconocido dirigente político de la izquierda uruguaya y no más de dos o tres personas. En ese momento no supo de quién se trataba hasta que se dieron a conocer los pasaportes con la foto de un irreconocible Che caracterizado como Adolfo Mena González, de profesión comerciante, nacido en Uruguay.
Puede concluirse que los responsables del vuelo y los demás pasajeros no asociaron al Che con aquel intelectual calvo y de gruesos lentes, de profesión comerciante, que se presentaría ante las autoridades bolivianas con credencial de la Organización de los Estados Americanos, en la que se especificaba que viajaba para estudiar las relaciones económicas y sociales de Bolivia. Transcurridos varios años de su pasaje clandestino por nuestro país, surge que una eficiente y rigurosa compartimentación fue la clave para que su estadía en Uruguay no se notara y, finalmente, el Che ingresara a Bolivia como un ciudadano uruguayo insospechado de pertenecer a la guerrilla latinoamericana.
Han transcurrido 50 años y aun hoy un gran silencio rodea al pasaje del Che por Uruguay. Es muy probable que el Gobierno Revolucionario de Cuba posea rica información que guarda, naturalmente, con especial reserva. No es cuestión de que se filtren datos al enemigo.