La música tropical había tenido a su público histórico concentrado en la clase baja, pero a principios de siglo se expandió gracias al éxito internacional de bandas como Chocolate. Luego llegaron los años de una variante más dura proveniente de Argentina, la cumbia villera, que fue suavizada en nuestro país para convertirse en un negocio dirigido a la clase media, lo que llevó a los antiguos tropicales a refugiarse en revitalizados boliches de plena. Gastón González Napoli ve en este fenómeno una “cumbia cheta” —alejada de la cultura “plancha”— y su cobertura es la actualización de un trabajo que recibió mención especial en el primer concurso de periodismo de Lento que organizamos hace dos años.
Texto: Gastón González Nápoli / Fotos: Javier Calvelo
El mensaje de texto de Jorge Rodríguez pedía que lo esperara a la 1.50 de la mañana en la puerta de In, boliche entonces ubicado en la entrada a Ciudad de la Costa, sobre Gianattasio y frente al Puente de las Américas. Pero a esa hora, Rodríguez —más conocido por su nombre artístico: El Reja— me dice que se atrasó. El cantante de cumbia uruguaya del momento está saliendo de la otra fiesta que tiene en la noche, en un colegio de Colón.
Cerca de las 3.00 una camioneta blanca estaciona en la puerta del local y El Reja, un joven de 21 años criado en el Cerro y Pajas Blancas, se baja a buscarme. Lleva una campera de cuero y un gorro azul eléctrico con la visera para atrás y nos acercamos a la camioneta mientras sus compañeros llevan los equipos al escenario improvisado. No pasan ni cinco minutos antes de que un amigo le arrime una chica morocha evidentemente borracha que quiere tomarse una foto con él. La chica se tropieza subiendo los escalones del vehículo y cae de rodillas frente al vocalista. “Victory”, exclama el amigo celebrando la caída, como si la chica se hubiera arrodillado a propósito, para las risas de todos.
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El show dura 25 minutos, en los que El Reja toca sus tres mayores hits —“Siéntelo”, “Llegó el verano” y “La noche me vino a buscar”— mezclados con retazos de cumbias viejas argentinas e interrumpidos para que el animador del grupo grite exhortos varios a la audiencia bolichera (“¿dónde están los solteros?”, “¿dónde están los fumaporro?”, “el que no salta es un puto reprimido”: todos recibidos con gritos de júbilo). Al terminar el toque, el cantante me pregunta si me gustó y me dice que la idea es “cagarse de risa”.
Una semana antes, Jorge Rodríguez me recibía en la barbacoa de su casa de Pajas Blancas y me contaba que en Uruguay la antigua cumbia villera de villera ya tiene poco.
—Se alejó de la cultura plancha. Antes un loco teñido de rubio era facha, las minas morían por un Polaquito. Ahora es un desastre, la gente ve venir a un tipo así y cruza la calle —afirma en referencia al Polaco, el cantante argentino que estableció el look plancha clásico y que en 2013 participó en el reality show Celebrity Splash conducido por Marley.
Hoy la cumbia argentina ha perdido peso en Uruguay frente a los exponentes locales, desde El Reja hasta los más establecidos de Resk-t, los más nuevos Sonido de la Costa y El Súper Hobby y los que más han trascendido al mainstream, Vi Em y Marka Akme. Un cambio ya de por sí llamativo en un género que se importó por entero del país vecino. Pero por encima de eso, una visita a cualquier boliche de la capital muestra una transformación más profunda: la cumbia villera, nacida de los barrios más bajos de Argentina, se sacó de encima las referencias a la pobreza, se industrializó, limpió su sonido y de pronto se convirtió en una de las principales músicas de consumo cheto.
En El Club, el boliche para adolescentes de clase media alta de mayor convocatoria de Montevideo, ya no se trae a grupos internacionales, salvo los que sobrepasan la línea del éxito cumbiero para saltar al suceso pop masivo, como Agapornis o Nene Malo, pero en un fin de semana cualquiera tocan Vi Em o El Reja. En el interior la movida es impresionante: el primer video que arroja la búsqueda “Resk-t en vivo” en YouTube los muestra presentándose ante 20.000 personas en Flores. Pero si se visita un antiguo recinto de cumbia como Cabildo, uno se encuentra con que al género popularizado por Pablo Lescano (Damas Gratis) y compañía lo suplantó el resurgimiento de un viejo olvidado: la plena.
A mediados de la década pasada, con la cumbia villera argentina ya instalada en la vida cotidiana uruguaya, Bruno Martínez juntó a su barra de amigos de Malvín Norte y formaron un grupo para tocar esa música que tanto les gustaba. Como cualquier banda de rock barrial, empezaron por diversión: “¿Viste los que se juntan a jugar al fútbol? Nosotros nos juntábamos a tocar”, cuenta. Se equiparon, grabaron sus propios temas con una calidad pobre y sufrieron un golpe que sonaba a freno definitivo: Bruno se fue a España. Pero un año después, El Bruja regresó de la Madre Patria y reorganizó al grupo, que, rebautizado 100%, se terminó de profesionalizar. Al poco tiempo se convirtieron en la primera banda uruguaya de cumbia villera en conocer el éxito, a caballo de su tema “No te olvidaré”. Fue el empujón que puso la máquina en movimiento.
Desde esa primera semilla se puede apreciar que la cumbia uruguaya nunca fue exactamente igual a la originaria del país hermano. “No era una copia de lo argentino, porque no nos salía, sinceramente”, dice Martínez y se ríe. “Teníamos una mezcla de todo, por eso el nombre 100%”. El camino de su grupo es una muestra de lo que ocurrió con el género en nuestro país: desde las complicaciones que atravesaron en sus inicios, cuando creían que no iban a lograr nada porque en la radio sonaban sólo los famosos argentinos, hasta el punto actual en que los empresarios que antes traían a las bandas internacionales optaron por crear las propias en Uruguay. Y las hay de a montones. Existen productoras de cumbia: sólo EQ Entertainment ya maneja tres de las bandas más importantes del país.
Junto con 100% surgieron La Clave, Ritmo Base, Cumbia Pa Bailar y otros grupos locales, pero para que pudiera empezar a hablarse de una explosión de la cumbia era necesario un salto de prolijidad que permitiera que las clases altas se dispusieran a aceptar la nueva ola. La cumbia tuvo que desprenderse de la imagen de plancha, de clase baja, procesarse y cambiar para el público global.
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En la cantina de la Escuela Universitaria de Música, Olga Picún me explica que la cumbia está atravesando lo que se conoce como apropiación, “un proceso de legitimación por una clase burguesa con capital económico, no necesariamente intelectual”. La burguesía toma algo de las clases bajas, lo hace más prolijo para acercarlo a sus estándares y recién ahí lo aprueba, con lo que de alguna forma lo destruye. Apropiación y destrucción, afirma la musicóloga, que en su tesis de doctorado investigó cómo el candombe había surgido en los barrios marginales de negros para luego entrar en la cultura masiva del país y cómo el tango pasó de ser música prohibida a ostentar su actual estatus de respeto máximo. Pero en estos dos casos la apropiación incluyó a la clase burguesa intelectual, en tanto la cumbia sólo ha sido adoptada por la burguesa económica, dice Picún.
Para introducirla en el tema, le pasé a Picún videos de diferentes etapas del género, desde “Pibe cantina”, de los argentinos Yerba Brava, hasta “La noche me vino a buscar”, de El Reja. La musicóloga observó:
—Hay un pulido de aristas que pueden resultar ofensivas para los que son los nuevos ricos. En los últimos videos son todos gente linda, hablando de temas propios de la adolescencia, mientras que en los primeros hablan de lo que pasa en la villa.
Picún opina que los cambios del género en Uruguay son buscados:
—¿Por qué ahora llega a las clases altas? Porque está pensada para ellas. Hay un proceso de transformación para adecuarse a esos sectores. Pasa lo mismo que con el tango: cuando empieza a meterse en los salones de baile, es un tango pulido.
Las oficinas de EQ están en el cruce de Uruguay y Cuareim. Con Resk-t a la cabeza y el ascenso veloz de Sonido de la Costa y Marka Akme, también se cuentan entre sus filas a los músicos de El Alto Tun, Bryan Álvez, Los Poderosos y Divad. Salvo unos pocos exponentes más —El Reja, Vi Em, Fer Vázquez, Márama, El Súper Hobby—, lo de EQ es casi un monopolio. Como tal, hace valer sus productos: trae arregladores de Argentina y cobra al nivel de los internacionales.
“Era muy difícil igualar el material argentino. Los comparabas y el material uruguayo estaba flaco, como que faltaba algo”, explica Christian Rodríguez, vocalista de Resk-t. “Nos inundaron con grupos argentinos y no nos dejaron ni respirar. Pero de a poco nosotros fuimos evolucionando”. Ahora, según Christian, las bandas uruguayas (en particular, según él, las de EQ) están en condiciones de pelear “cualquier mercado” en igualdad de condiciones con los grupos argentinos. Todo va de la mano de lo que el cantante pone en palabras simples: “La cumbia se universalizó”. Y baja a tierra las palabras de Picún:
—No podés ir a una fiesta, salvo que sea bien definida de rock o de electrónica, en que no haya cumbia. Vas a cualquier fiesta en Carrasco y mínimo te ponen Nene Malo.
Hace años que la cumbia está presente en las fiestas de 15, los casamientos, las previas, pero las palabras de Rodríguez se confirman en la expansión más allá de esas celebraciones y en cómo las bandas de cumbia ya no sólo surgen en barrios como Piedras Blancas, de donde viene Resk-t, sino que empiezan a surgir de a montones en otros más de clase media, en particular en Ciudad de la Costa, o en ciudades del interior, como Rivera, de donde viene El Súper Hobby.
—A mí me molesta la gente que dice que la cumbia es plancha. ¿Y qué es plancha? Definime plancha. ¿Alguien que se viste de determinada manera es plancha y alguien que sale a robar es plancha? Yo puedo vestirme de determinada manera y nunca salí a robar —sigue el vocalista.
Vestido con un jean algo rotoso y un gorro blanco, Christian —que en realidad prefiere la plena a la cumbia— se muestra molesto contra las actitudes anticumbia que identifica como prejuiciosas, “casi fascistas”.
—El que critica la cumbia tiene que escucharla antes. Yo no critico el rocanrol. No lo escucho, no lo consumo, no lo aconsejo ni lo recomiendo, pero tampoco me vas a escuchar hablando mal de él. Hay gente que viene y dice “la cumbia es terraja”, pero mañana vas a la fiesta de esa persona y lo primero que pone es cumbia.
En su rechazo a esa actitud prejuiciosa, Rodríguez termina poniendo a todos los chetos en la misma bolsa:
—Nosotros nos asociamos obviamente con la clase media baja; la clase media alta no arma un grupo de cumbia. La consume, se pone en el iPod, se satura de temas de cumbia, pero no arma grupos. Ellos viven en un mundo aparte.
Esa conversación había tenido lugar a fines de 2013. En 2014 el cambio fue rotundo. Pero de eso, más adelante.
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La distancia que Christian Rodríguez observa entre la música y la cultura plancha es lo que más diferencia a la cumbia uruguaya de la cumbia villera propiamente dicha. Cuando arrancó en Argentina, las letras hacían apología de la droga y el delito, le preguntaban de qué se la daba al pibe cantina, borracho y haragán, hablaban de cómo a Laura se le veía la tanga, de cómo al primero que se hiciera el ortiva le iban a dar por pancho y careta.
Ese tipo de referencias se suavizó para que el mercado masivo pudiera escuchar aquéllo de lo que tanto se hablaba sin sustos. En Argentina la clase media alta ya se había apropiado de la cumbia, en ese proceso del que hablaba Picún. Nació la cumbia villera romántica, con grupos como 18 Kilates, pero el costado más “plancha” permaneció. En 2011, el grupo Chimpan-C editó un tema llamado “Anda robando coches”. Por la misma época, La Zorra publicó “Cuidame al nene” (“Me voy pal baile / cuidame al nene”) y Mc Donalls, con una estética visual puramente plancha, compuso el estribillo: “Ella me pide sexo / que la agarre por el pelo y la maltrate”. A Uruguay eso llegó en cuentagotas.
—En Uruguay ya no existe la cumbia villera, no se toca más. La gente ya no consume eso, está podrida de la violencia. La gente sabe que la gente se mata, sabe que la gente se droga, la gente sabe las cosas que pasan en la calle y no quiere que se las estén nombrando todo el tiempo —dice el cantante de Resk-t.
Así, un género que se había importado por entero echó raíces en la antigua Banda Oriental con un estilo propio, si bien marcado por franjas de lo que se trabaja en el país de al lado. Cuando dio el paso natural hacia producirse localmente, la música comercial por excelencia se amoldó a lo que quería el mercado masivo uruguayo —no sólo el plancha, no sólo el de clase media baja— sin chistar.
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Cuando El Reja me abrió la puerta de su casa (la misma que aparece en los primeros fotogramas del videoclip de “La noche me vino a buscar”), alguien que caminaba por la calle lo saludó por su nombre artístico. Él devolvió el gesto, aunque luego admitió que no sabía si era alguien conocido o no, ya que su visión está muy golpeada: de más chico usaba lentes de contacto de color y le arruinaron la córnea.
En su barbacoa conviven un PlayStation 3, guitarras, teclados, una cama y pósters de The Beatles, Guns N’ Roses y él mismo. La comparte con su hermano —”según quién se traiga la mina”— y de su hermano son los pósters de rock. A El Reja no le gusta la música en inglés, aunque no tiene nada en contra del rock en español y es fan de bandas argentinas como Attaque 77, Turf y La Portuaria, de cuyo tema “Selva” sale el sample con el que comienza “La noche me vino a buscar”, el hit que cimentó su fama. Justamente ese sample era lo que el cantante pensaba que iba a pegar en la gente, pero terminó pasando algo curioso con unos versos para él aleatorios.
—La frase boluda esa que mató, la de “Ella se queja, pero no es tan fácil ser El Reja”: hay gente que no la entendió, que pensó que yo la decía como haciéndome el salado. En el tema el loco se lo dice a la madre, que le pide que corte andar de noche, de joda. Es irónico —dice y se ríe—. Pero todo el mundo me decía “¿por qué no es tan fácil ser vos?”. Eso sí que no me lo esperaba ni a palos, no era algo matador. Yo lo que veía matadora era la historia, que es un poco distinta: todo el mundo hablaba de las minas, el baile y éste hablaba de que la madre le decía que era un vago.
—¿Tu vieja te dice que sos un vago?
—Ese tema es muy realista. Cuando trabajaba, mi madre siempre me venía a despertar re quemada porque yo llegaba tarde todos los días; de repente entraba a las ocho y eran las nueve y media y yo seguía acostado.
Más allá del chiste, la frase prendió y El Reja se volvió el rey de la cumbia fiestera. “La gente lo eligió así y yo tengo que hacer lo que le gusta a la gente”, explicaba entonces y agregaba: “Ahora estoy con ganas de hacer un tema romántico. Pero no sé cómo se lo tomará la gente, más acostumbrada a un Reja fiestero. Capaz que tiro un adelanto y si gusta lo saco, si pasa desapercibido, no”.
La canción “Los fiesteros se enamoran”, que grabó más tarde junto con El Súper Hobby, tiene hoy casi un millón de vistas en YouTube.
Resk-t todavía puede asociarse con cierta onda “villera” —la descripción es de Sebastián Pereyra, cantante de Sonido de la Costa—, en el sentido de que cuando tocan en vivo persiguen el mismo “agite”, el mismo desenfreno que sus pares argentinos. En eso coincide Christian cuando dice: “Entramos pateando todo. Hay boliches a los que no nos llevan porque agitamos tanto que la gente rompe las cosas”. Pero son los únicos que tienen alguna conexión con esa senda de la cumbia. Los otros grupos se alejan cada vez más.
Sebastián Pereyra llega a la entrevista de jogging, championes con resortes y remera Adidas, a lo que se suma su corte de pelo con los costados rapados —es decir, lo que puede describirse como un look más plancha—, pero su compañero Giovanni Cisari está de jean y una remera común. “Vos me ves vestido así porque me queda cómodo”, asegura Pereyra, que estudia en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de la República, “pero a tocar vamos vestidos muy prolijos”. Sigue Cisari, el otro vocalista: “La estética cambió mucho. Este fin de semana tenemos cinco cumples de 15 y tenés que ir vestido de una manera que a la madre le parezca agradable”.
—Dar una buena imagen —complementa Pereyra.
—Si das una mala imagen capaz que dicen “a éstos no los vamos a contratar”. Dicen “en este grupo nos van a caer todos de gorro, los pantalones rotos”.
El grupo, oriundo de Ciudad de la Costa (ocho músicos, todos de entre Shangrilá y El Pinar), aspira a ese lugar más cheto desde la imagen y desde las letras. Si se extrae de la conversación una frase que defina su música sería ésta: “No decir groserías, no decir nada fuera de lugar, no hablar de drogas”. Su último hit, “Qué hablas de amor”, una suerte de balada cumbiera y romántica, recibió un millón y medio de visitas en YouTube.
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Los paladines de la estética cheta, sin embargo, no son los de la Costa ni El Reja. Vi Em surgió hace más o menos tres años y, según su dueño, Gustavo Tagliabue, es el responsable del viraje que tomó la cumbia uruguaya. Tagliabue (Violeta, como lo llama El Reja, con quien mantiene buena relación por su condición de hincha de Defensor) no tiene ningún problema en asegurarlo frontalmente.
El dueño del grupo me interrumpe antes de que pueda terminar la pregunta de si nota el cambio musical y estético de la cumbia:
—Nosotros fuimos los responsables, nos tomaron como ejemplo. Antes las bandas eran más desprolijas. Empezamos a hacer videos y está bueno que los demás hayan visto que uno hace las cosas bien y nos quieran imitar.
Suyos son dos de los hits más grandes de la cumbia nacional: “Quiero verte bailar” y “Canta”. Con la colaboración de los argentinos —de estética igualmente prolija— Grupo Play, Vi Em consiguió lo que se podría definir como un estilo cumbia-pop y arrasó.
Quizá donde más se destaque Vi Em sea en el rubro de los videoclips. Además, se trata de un terreno casi inexplorado para los grupos argentinos: según El Reja, se filman más videoclips de cumbia en Uruguay que del otro lado del río (para reír un rato y entender mejor esto, buscar en YouTube el video de “Pa que muevan la cocina”, de los argentinos El Retutu).
Algunos de sus trabajos audiovisuales se animan a usar efectos generados por computadora (“Dime si te gusta él”) o están filmados en un plano largo sin cortes (“Canta”); sencillos, pero con intenciones aventureras poco vistas incluso en los videoclips de géneros más prestigiosos de Uruguay.
Los de Sonido de la Costa aseguran que si se comparan fotos del primer Vi Em y el de hoy se nota cómo cambiaron en busca del look cheto. En todo caso, gracias a ese énfasis en la estética, Vi Em completó lo que en inglés se denomina crossover: el cruce desde un género marginal, en el sentido de reservado a un solo ámbito —el boliche—, hacia el mainstream, la corriente principal, lo masivo. En 2013, para la publicidad del Colet dulce de leche, Conaprole usó “Quiero verte bailar” y selló el cambio.
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Fernando Vázquez fue integrante de Estilo Libre, otra banda de Ciudad de la Costa, que, como su nombre indica, no se quería atar a un único estilo e incursionó en terrenos más pop. El músico no para de buscar proyectos nuevos, ya sea la cumbia-pop de Rombai y su éxito “Locuras contigo” o una onda más bachatera en su trabajo solista. El gran hit de Estilo Libre fue “La conocí bailando”, de 2011, un tema de cumbia con ribetes poperos que lo acerca más a Radio Disney que a cualquier tema que pase Aire FM, la 100.3. Además, si se quisiera empezar una discusión de quién fue primero en esto de la cumbia pop, “La conocí bailando” salió tres años antes que “Quiero verte bailar”.
Keoma Carreño, uno de los vocalistas de Estilo Libre, suelta frases clave para entender la nueva ola de cumbia locataria:
—Las bandas argentinas dejaron de venir no por ser argentinas, sino porque acá hubo un cambio en el gusto de la gente. Cuando la gente sale a bailar busca divertirse, quiere ver cosas diferentes. Le gusta Nene Malo porque es una cosa distinta, con innovaciones en la parte del sonido, que a mí no me gusta, pero que es original. Las chiquilinas de Carrasco de mayor nivel socioeconómico se ponen a escuchar Nene Malo y se ríen y lo cantan. Se divierten, no se lo toman en serio, y ésa es justamente la idea. “Gangnam Style”, “Harlem Shake”, las cosas que explotan en el mundo son las más incoherentes.
Uno de los dueños de El Club, que prefirió mantener perfil bajo, usa un argumento parecido para explicar cómo se fue introduciendo la cumbia uruguaya en las noches de su boliche en la rambla del Parque Rodó:
—Empezó como algo bizarro que poníamos al final de la noche y la gente lo empezó a pedir. Nos fijamos mucho en lo que dice la gente. Nos pasó con El Reja: las canciones no nos terminaban de convencer, pero lo pedían mucho.
De hecho, la idea para este reportaje surgió en El Club, al notar la cantidad de gente que había en el boliche cuando la banda que se presentaría al final de la noche era uruguaya y no internacional.
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Vi Em surgió puramente como un emprendimiento de Tagliabue. “Trabajo desde hace muchos años en la movida tropical y veía cómo venían las bandas argentinas y eran furor, y que no había ningún grupo nacional que hiciera lo mismo”, cuenta sobre el comienzo de la banda. “Mi idea era lograr un grupo que sonara igual o mejor que los argentinos. Realmente a partir del cambio que hicimos nosotros la gente se dio cuenta de qué es lo que vende”.
Pero pocos están de acuerdo con otorgarle a Vi Em el rol de padres fundadores que su dueño pretende. De hecho, ninguna de las bandas consultadas la citó como una referencia. “Yo hace dos años no escuchaba Vi Em”, dice Giovanni Cisari, pero el que va más lejos es Christian, de Resk-t: “Eso te lo dijo a vos porque no estás en el ambiente. Pero Vi Em es la copia en Uruguay de 18 Kilates. Acá el que marcó la tendencia y el único que logró sobrevivir a toda la movida, el que hizo el click en Uruguay, fue 100%”.
Tanto Sonido de la Costa como El Reja coinciden en hallar en ese grupo el origen de la cumbia en el país.
—Después de que se va 100% quedamos nosotros, con un estilo diferente, de agite, sabiendo que cualquier grupo argentino que viniera iba a venir a agitar con todo, y aguantamos. Es raro, porque el público de acá es de hacerle el aguante al argentino y darle palo al uruguayo, pero nosotros nos ganamos ese lugar —dice Christian.
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La “universalización” de la cumbia, que conllevó la apropiación y destrucción de la que hablaba Olga Picún, en realidad terminó alienando a los grupos de clase baja que primero la habían aceptado. Cuando fue apropiada por la clase alta, dejó de ser la cumbia que era y la clase baja volvió al antiguo amor: la plena. Bandas como Resk-t o Sonido de la Costa no entran a boliches en los que antes sólo pasaban cumbia y El Reja asegura que toca más para públicos de clase media alta que para otros.
Le pregunto si en El Club la respuesta que recibe es igual que en otros de clase media.
—Sí, hasta mejor a veces, porque es lo que escuchan ellos. Escuchan cosas en inglés y escuchan El Reja y Vi Em.
Charly Sosa, ex vocalista de Chocolate y actual solista, confirma que la entrada de la cumbia villera arruinó a la plena en su momento: la metió en la misma bolsa de letras relativas al crimen y las villas, y le hizo perder mucho peso. Además, Sosa afirma que el panorama siguió modificándose:
—Ya no se deja entrar a los planchas a los boliches de música tropical. Y boliches que estaban dedicados totalmente a la cumbia ahora están llevando bandas tropicales, las nuevas generaciones están bailando plena. Antes yo no trabajaba en Cabildo y ahora sí toco.
Sentado en las mesas exteriores de su restaurante El Brasero, en Luis Alberto de Herrera, a un par de cuadras de 8 de Octubre, Sosa recuerda lo que fue el boom de la plena que lideró su banda y lo compara con la actual explosión de la cumbia local. “No creo que sean tan masivos como fuimos nosotros, no tienen la difusión en Argentina que tuvimos nosotros”. Sus palabras tendrían eco en las de Olga Picún:
—El sociólogo estadounidense George Yúdice plantea que para que cualquier música latina tenga proyección internacional tiene que pasar por Miami. Es ahí donde se legitima. Yo pienso lo mismo de Uruguay y Argentina —dice la musicóloga.
Sin embargo, Charly Sosa no advierte que la cultura ha cambiado a pasos agigantados desde que él conoció el éxito masivo: estar en la televisión ya no es necesariamente clave. El Reja irrumpió en el país vecino por medio de la nueva TV, YouTube, cuando la celebrity web porteña Julián Serrano subió un video bailando su canción “Siéntelo”. Ese clip tiene hoy más de cuatro millones de vistas.
—Lo bailó el pibe y me dio terrible mano, al toque me llevó a Argentina —dice El Reja —. Aparte era un momento en que yo estaba complicado: estábamos sonando, pero estábamos bajando ya. Y ahí cambió todo. Yo aproveché y tiré otro tema, “Llegó el verano”, que la rompió. Es el tema de Los Pericos, que dice “Oi oi oi, fúmate una chala que está todo bien”. Yo puse “fumate uno del Pepe”. Tiro eso y fue… Pa, tocamos en todos los balnearios. Fue salado.
El Reja dice que en Argentina pegó tanto como acá. Dice que hay boliches que podrían llevar a Nene Malo, pero lo contratan a él. Dice que está armando un par de giras por allá para lo que queda del año. Y que pasando por allá se legitima acá.
En los boliches de la otra orilla suenan grupos uruguayos, aunque la mayor parte de la veces ellos crean —vaya sorpresa— que son argentinos.
Durante 2014 se produjo lo que se podría calificar como la “revolución de la cumbia cheta”, y la cumbia pop como género quedó establecida. El 2012 había sido el año de los argentinos de Agapornis, que sacudieron el ambiente al armar un paquete de versiones de temas que nada tenían que ver con la cumbia y meterlas en la pista de baile, pero también porque eran un grupo de rugbistas prolijos liderados por una chica de voz agradable.
Ese formato se fue multiplicando a lo largo de 2013 en las dos márgenes del Plata, en particular en Uruguay, con Mala Tuya a la cabeza. Ellos abrieron la puerta con un estilo más tendiente a la cumbia del interior, abrasilerada, y le cedieron el paso a un torrente de grupos de cumbia pop nacidos en los liceos de Carrasco y aledaños. Fueron surgiendo bandas como TocoParaVos (hit: “Hasta la Luna”), Rombai (“Locuras contigo” sonó en todo el verano de 2015), RC (“Jamás”) y Los Golden Rocket (representados por el conocido mánager de modelos Fernando Cristino). Todas tienen una chica en la voz principal y la táctica de meter en los boliches canciones que un par de años atrás hubieran estado absolutamente fuera de lugar. Los Golden Rocket tocan “El fantasma”, de Árbol, y TocoParaVos, “Sweet Child O’ Mine”, de Guns N’ Roses, por ejemplo.
En el caso de RC, fue un proyecto diseñado por los productores Eduardo Britos y Alejandro Jasa, la misma dupla que a principios de siglo había creado Chocolate. “Estaban buscando algo para vender”, explica el cantante Damián Hughes, “y para vender en este país había que hacer cumbia”. Hughes subía videos a YouTube cantando covers de Ricardo Arjona, entre otros, y allí fue donde lo descubrieron los productores. “La familia contentísima, porque pasé de tener 100 reproducciones a 50.000”, cuenta.
Lo de TocoParaVos fue el caso contrario: una banda de amigos que se armó en el liceo y empezó a seguir el modelo Agapornis, mechando temas propios entre las versiones. Su intención era tocar en “un par de fiestas de amigos”, cuenta Andrés Urioste, pero les empezaron a llegar propuestas para seguir, lo que de alguna forma prueba el tamaño del mercado. Este verano tocaron incluso en El Club de Punta del Diablo, con la gente coreando sus temas. “Vamos a seguir siempre y cuando nos divierta”, dice Urioste.
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La puerta de In rebosa de gente, pero no hay planchas. Se nota la mezcolanza de clase media, aunque los gorritos y championes con resortes que hasta hace poco abundaban en ese recinto y en el cercano @Night no aparecen sino muy esporádicamente. Dentro del boliche, mientras El Reja espera en una esquina oscura a que sus compañeros terminen de armar los equipos, sólo suena cumbia.
El público se amontona contra el escenario inexistente —tan sólo un costado de la pista protegido por patovicas— y saltan y ríen con las frases del animador del grupo. Al lado de la banda, algunas chicas que no tienen ninguna relación con ellos bailan de un modo bastante erótico, apretadas entre sí. “¡El que no salta es un cornudo!”, grita por enésima vez el animador y el público responde despegándose del suelo. Situado detrás de los músicos, apoyado en un barra, me pregunto si esa movida podrá alguna vez salir de dentro de los límites de la fiesta, si podrá terminar el proceso de legitimación.
Picún cree que puede suceder:
—Cuando la clase intelectual no encuentra la manera de legitimar algo por lo que ellos puedan definir como de calidad, dicen “ah, no, pero es de culto”. Siempre hay un nombre para que alguien convierta algo en otra cosa y lo legitime —explica la musicóloga, y pone como ejemplo las películas de Isabel Sarli.
Por lo pronto, la cumbia local vive un momento de esplendor entre la juventud de clase media para arriba. El dueño de El Club que quiso mantenerse en el anonimato asegura que los jueves, cuando el boliche abre para más jóvenes (los sábados son para mayores de 20), los DJ no pueden sostener toda la noche sin pasar cumbia en la pista de afuera, que estaba pensada para música electrónica.
—Ahora los jóvenes se juntan para tocar y hacer plata porque saben que se puede, no como cuando arrancamos nosotros —dice Bruno Martínez, de 100%.
Hoy en Uruguay la cumbia es más negocio que nunca. Los de Estilo Libre no querían hacer específicamente cumbia, pero sabían que para entrar en la música era la vía más fácil. El caso de RC es transparente: diseñados por una productora que eligió a los integrantes.
El Reja asegura que se puede vivir de la cumbia si se es dueño. Él no terminó el liceo, no trabaja de otra cosa actualmente y no quiere volver a hacerlo. Quiere quedarse en la cumbia, durar lo más que pueda, sea o no como músico. Ahora se está lanzando como productor, de la mano del grupo My Life, y quiere sacar varias bandas. Dice que El Reja como banda puede dejar de funcionar, pero que en ese caso él tendría otros grupos.
—Quiero vivir de esto —afirma el cantante.
Pocas veces Uruguay dio tantas chances para hacerlo como ahora.