Mateo Arizcorreta y Diego Ruiz
Lunes 8
Aprendí a escribir. Mi instructor me sugirió que llevara un diario para poner en práctica mi nueva habilidad. De esta manera, me convertiré en el escritor que tanto quise ser en mi Jungla Mágica. Me lo prometió Shakespeare, que así se hace llamar él.
Martes 16
Hace una semana que no abro este diario. No lo encontraba. Lo hallé donde menos lo esperaba. Alguien lo puso en la heladera, quién sabe con qué fines. Al parecer, no todos comparten mi anhelo por redactar páginas literarias.
Es algo que me indigna tanto como la situación de mis congéneres en los zoológicos, donde son presa de las burlas más imbéciles de los niños más imbéciles que uno pueda llegar a conocer.
Miércoles 17
A partir de ese incidente, siempre cargo mi diario bajo una axila. Temo que sea robado nuevamente por las fuerzas del crimen organizado o por Faulkner.
También temo al portero, a quien escuché hablar sobre mi persona en reiteradas ocasiones pero en tonos peyorativos. Decía cosas como “con este mono me voy a hacer millonario”. No me interesa saber cómo. También lo he oído fornicar en el ascensor. No me interesa saber con quién. Debo estar alerta.
Jueves 12
No estoy de acuerdo con el calendario gregoriano. Me parece tan primitivo y predecible como un monito. Yo abogo por un calendario intuitivo, en el que los días se parezcan a las emociones que uno padece. Por ejemplo, hoy me sentía tan pleno como un edificio de cristal que empieza a volar.
Sigo sospechando del perro, digo, del portero. Hoy lo escuché hablar con alguien. Conmigo. Me hizo una propuesta un poco indecente, aunque incierta.
—Te pago 500 pesos si vienes conmigo —me presupuestó.
—¿A dónde? —inquirí.
—A un programa de preguntas y respuestas —especificó.
—¿Para qué? —adobé.
—Creo que tienes unas características bastante especiales —sentenció.
—¿A qué te referís? —me indigné.
—A que eres diferente, pero en una buena —se atajó.
—¿Cómo?
—A los productores les interesan los participantes con una “buena historia de vida que contar” —resumió.
—No entiendo —en realidad lo hacía, pero quería trastocar su serenidad de sereno crespo.
Viernes 13
Hoy sólo escribí esta frase.
Sábado 14
Ayer estaba muy cansado. Estuve secuestrado la mayor parte del día, pero logré escapar. Considero altamente innecesario detenerme en los vericuetos de mi cautiverio a manos del lampiño portero que buscaba hacerse millonario a expensas de un mandril que vive cual humano. Eso lo define.
En otros asuntos, he encontrado al culpable de la pérdida del diario. No se trataba del portero, tampoco de la señorita de la limpieza y menos aún de mi pareja estable. ¿De quién se trataba, entonces? Me da vergüenza contarlo. Quizá debería revelarlo para promover la tranquilidad de mi propia conciencia. Tal vez en el futuro vuelva a estas páginas y no recuerde qué fue lo que pasó. ¿Debería dejar constancia ahora que lo sé? Lo consultaré con la almohada.
Domingo 15
No puedo con mi genio. ¡Era yo!
Lunes 82
Fui al programa de preguntas y respuestas, pero por la mía. Perdí en la cuarta pregunta. Era sobre lencería erótica. No contesté por pudor y me retiré como un hombre.
Cuando me disponía a irme, recibí una nueva propuesta. Lejos de parecerme indecente, me resultó acertada.
Martes 14
Soy conductor de mi propio programa televisivo. Los invitados deben hacerme preguntas y yo las respondo con monosílabos, tales como “sí”, “no”, “gil”, “té”, “sol”, “pis”, “paz”, “pus”*.
La comunidad literaria me vitupera. Me tratan de idiota. Me tratan de enjaular por mono. Pero soy un mandril millonario, ese famoso mandril que enjaulará a toda la comunidad literaria.
Jaque mate a Faulkner.
* Quien logre formular una pregunta que me obligue a apartarme del monosílabo resulta vencedor.