Diario de un crítico [Lento #20]

Martín Otheguy

 La vida cotidiana de un crítico culto de cine según la visión plasmada en su diario personal.

 

Viaje en un ómnibus 128 a la mañana

Calificación *

El clasicismo de la puesta en escena es de un rigor poco frecuente. Los inconfundibles olores mezclados de sudor y agua Jane sinécdoque evidente de estudiantes en edad hormonal y trabajadoras domésticas dan el marco contextual desde el inicio, preanunciando ya a Montevideo como un personaje que acompaña se sugiere durante el trayecto aun sin verse, debido al continuo desplazamiento de los cuerpos en espacios reducidos y el montaje frenético. Un traveling involuntario efectuado por una frenada injustificada da un toque de drama y nos ofrece el primerísimo primer plano de un obrero que reacciona con violencia al ser inesperadamente agredido por nuestro cuerpo. Reinterpretación semántica de la violencia social, sus puños en nuestro rostro son una forzada denuncia de los estragos del darwinismo social. Agobiante, opresor y de un hermetismo insoportable, se hace interminable.

Desayuno en bar frente a Cinemateca

Calificación **

Antonio es un mozo cansado de la vida y con una carga fuerte de resentimiento que viene a servirme un café a desgano, ofreciéndome una particular visión sobre el decadentismo y sus grietas. El pan rancio que me entrega y un vaho de amoníaco que persiste desde la noche anterior funcionan sin dudas a modo de metáfora del fin de su vida útil y la del comercio en el que trabaja simbolismo evidente del abandono de su maltratado cuerpo—, mientras que fotos en las paredes del bar muestran el patetismo de los clientes usuales mitificados desde una posición hagiográfica. Una cucaracha muerta en un rincón le da un tono costumbrista que no logra sin embargo disipar el vacío argumental y formal que se apodera del bar al transcurrir la mañana. Esfuerzo apreciable que cae en una trasnochada posmodernidad vaciada de contenido y que hace reflexionar negativamente sobre el sentido de nuestra propia vida. Recomendable sólo para pasar el tiempo. Poco.

Trámite en la Intendencia

Calificación: ***

Los pulsos muertos, las grises salas de oficina en las que el tiempo parece detenerse y la total falta de raccord en un encadenado de situaciones surrealistas caminan por la delgada línea de la comedia pirandelliana y el drama existencialista. Una eterna espera, un papel que nunca aparece, un trámite pendiente de eterna resolución forman un nudo gordiano que se resuelve en un conjunto de situaciones imposibles, que pintan una épica contemporánea sin lugar para la fe o el heroísmo. La aparición de un personaje secundario, una funcionaria gruesa y de pelo grasoso que hunde un redundante pan con grasa en el café con parsimonia mientras crece la tensión por una espera inútil de dos horas por mi patente es el catalizador para abandonar los eufemismos y permitirme hacer un panfleto insultante sobre la mediocridad y aburguesamiento del funcionariado. Prototipo estupefaciente de una vacuidad ensordecedora, no carente de un atrevido funambulismo, repunta con la terquedad epiléptica de su final catártico.

Alimento a las palomas en la plaza dos horas

Calificación *****

Formidable instantánea sociológica que fotografía la complejidad humana y que no es meramente un pasatiempo triste para disimular la ausencia de un trabajo estable o la carencia del respaldo necesario de los afectos, como algunos han insistido en señalar. Es la utopía rosselliniana definitiva; un ejercicio neorrealista en el que pasa todo sin suceder nada. Una paloma recibe comida y ejerce de vaso comunicante entre dos mundos: el engañosamente patético (el mío) y el artificiosamente feliz (el resto), mientras que la retórica referencial invita a reformular el universo y sus significados. Una encrucijada supravivencial resuelta con maestría por un plano largo de regreso a casa y la reinterpretación y posterior deconstrucción de las coordenadas populistas al mirar Showmatch antes de irme a dormir.

 

 


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