”Bastaba con mirar hacia los costados. No hacía falta más para enterarse si aún era Cristina Fernández o ya era Mauricio Macri quien gobernaba en Plaza de Mayo”, dice el fotoperiodista Santiago Mazzarovich, que por nada del mundo quería perderse un traspaso de mando histórico.
Texto y fotos: Santiago Mazzarovich
Es 9 de diciembre: la despedida de Cristina Fernández, que cierra un ciclo de 12 años de gobiernos kirchneristas. El acto es a las seis de la tarde y al mediodía ya llegan los primeros; dentro de seis horas serán 700.000 en Plaza de Mayo. El calor pega por todas partes en una plaza con apenas un par de árboles. Aparecen las columnas de organizaciones: La Cámpora, Movimiento Evita, Movimiento Tupac Amaru, Juventud Peronista. Con ellas vienen los bombos, las pancartas enormes y las banderas de Argentina. Llegan también los militantes sueltos, los carteles hechos a mano, y otros miles de banderas nacionales. Los cánticos arrancan temprano y durarán 12 horas, hasta medianoche: “patria sí, colonia no”, versos contra el FMI, Clarín y la derecha, a favor Néstor, Cristina y el programa 678.
A la hora señalada, Cristina Fernández descubre un busto de Néstor Kirchner dentro de la Casa Rosada; afuera son un montón las camisetas y los carteles con la cara del ex presidente. Casi las ocho de la noche y entonces el himno, y con el himno el pogo y una plaza que salta entera, y la explosión cuando llega: “¡O juremos con gloria morir!”. Exactamente a las ocho Cristina Fernández sale al escenario y explota todo otra vez, pero más fuerte. Tras 50 minutos de oratoria “La Jefa” se despide y saluda con la mano mientras desaparece atrás de una tarima que dice “Presidencia de la Nación”. El adiós y los fuegos artificiales estallan junto al llanto, a los saltos y a los cantos.
El 9 de mayo fue todo eso: cánticos, alegría, desamparo, llantos, abrazos, tristeza. Cientos de miles se desparraman desde Plaza de Mayo y hasta pasada la medianoche una consigna resuena como un rumor en todo el centro de Buenos Aires, y se grita como un presagio en calles, bares y ómnibus: “Vamos a volver”.
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Desde la medianoche anterior otra Argentina se preparaba para llenar la plaza. Ya es 10 de diciembre y dentro de algunas horas el empresario Mauricio Macri se hará con el gobierno. En la madrugada se escuchan los primeros signos: algunas bocinas en la calle Corrientes se mezclan con el “vamos a volver” peronista que se va apagando.
A las ocho de la mañana Plaza Congreso reúne cientos de simpatizantes. Macri jura frente a los legisladores, sale a las escalinatas y va hasta Plaza de Mayo rodeado de una guardia policial de honor. A lo largo de Avenida de Mayo son miles los que esperan para verlo pasar. En la plaza, cerca de 15.000 personas lo esperan. Otra vez las banderas nacionales casi llenan la plaza, aunque las amarillas del PRO y las rojiblancas de los radicales acompañan. Ni columnas ni organizaciones: aparece más el “votante” que el “militante”. Los cánticos son menos elaborados y más autorreferenciales que los del día anterior: “sí se puede” —“sí se pudo”, corrige Macri desde el escenario—, “Mauricio, Mauricio”, “Argentina, Argentina”.
Dura poco. A las dos de la tarde la plaza está casi vacía. Macri va a Cancillería a saludar a los mandatarios extranjeros y luego de un impasse vuelve a Casa Rosada para la jura de sus ministros. La jornada del nuevo presidente termina por la noche en el Teatro Colón en una gala cultural junto a figuras de la política —como el ex presidente De La Rúa— y del espectáculo —Mirtha Legrand, Susana Giménez y Florencia de la Vega—.
Saber cómo y quiénes eran los que acompañaron una jornada y otra no alcanza para comprender el fenómeno político. Pero algo debe querer decir que Cristina Fernández haya decidido pasar su última noche como presidenta con cientos de miles y pancartas, y que Mauricio Macri haya dispuesto que su primera noche al mando fuera con algunos cientos, de gala y vestidos largos.