En octubre de 2014 llegó a uruguay la primera camada de refugiados sirios. Huyen de la guerra civil entre el gobierno de su país y varios grupos armados que a la vez están enfrentados entre sí. Quique Kierszenbaum, fotoperiodista uruguayo que vive en israel hace 25 años, pasó por el enorme campo de refugiados zaatari, en jordania, y tomó retratos improvisados de los niños que viven allí y de las sonrisas a prueba de guerra de algunos de ellos.
Texto y fotos: Quique Kierszenbaum
Fue un encuentro fugaz. Recién llegados al campo de refugiados sirios Zaatari, en Jordania, hacíamos nuestro primer recorrido. Un policía nos permitió entrar al arenal donde un grupo de niños jugaba ante la atenta mirada de sus cuidadores. La visita de los “forasteros” llamaba la atención a los chicos, que enseguida nos rodearon. Todo era un poco caótico: el desierto, el alambrado, la arena, el calor y las voces gritando “sawarne, sawarne”, una palabra mágica. La he escuchado miles de veces en Gaza y en Cisjordania. Significa “sacame una foto”.
Tenía poco tiempo, pero sus miradas eran intensas y profundas. Contaban supervivencia, miedo y olvido. Sabía que nuestro encuentro era corto, así que decidí pedir a Ahmed, nuestro traductor, que me ayudara a ordenar en fila a quienes querían sawarne.
Rompí con todas mis leyes de cómo tomar retratos. Quería concentrarme en sus miradas y no me importaban el desorden del arenero de fondo, ni el equilibrio necesario en un retrato ni la composición. El policía que nos guiaba en el campo nos apuraba. El secreto de cada uno de ellos estaba allí presente, en cada mirada, la mirada de los más vulnerables en toda guerra.
El campo de Zaatari está en el noreste de Jordania, a 17 kilómetros de la frontera con Siria. Desde que se estableció, en julio de 2012, se ha convertido en una ciudad más: cuenta con tres hospitales, cinco clínicas y seis escuelas que funcionan en doble horario. La interminable y cruda guerra civil en Siria ha dejado ya tres millones de desplazados; 100.000 de ellos están en Zaatari y 55% de estos refugiados son menores de 18 años.
Según Unicef, la mayoría de los niños sirios están en “situación de supervivencia”, expuestos a las vivencias más terribles, se olvidan de las reacciones sociales y emociones “normales”. Los últimos tres años dejaron a muchos de ellos con profundas cicatrices emocionales y trastornos del desarrollo.
La confederación internacional de ONG Oxfam advirtió en su más reciente informe que la respuesta internacional a la crisis en Siria está fallando estrepitosamente: la ayuda humanitaria es insuficiente y el realojamiento de la población refugiada, exiguo; a su vez, las transferencias de armas continúan. En el informe Andy Baker —responsable de la respuesta de Oxfam a la crisis en Siria— señala: “El enfoque contraproducente de la comunidad internacional hacia el conflicto es un total fracaso para las millones de personas que han huido de las torturas, las masacres y las bombas de barril, así como para quienes aguardan un futuro incierto en Siria. La comunidad internacional los ha abandonado y ahora viven en condiciones desesperadas, luchando cada día por sobrevivir”. QK
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De dónde vienen, de dónde salen
Son 42 los sirios que llegaron en octubre —y dos que nacerán ciudadanos uruguayos en los próximos meses—, más otros diez que llegaron pocos días antes, pero por fuera del plan oficial. Vienen del Líbano, que los recibió en refugios temporales como los que hay en Jordania y Turquía, los otros países fronterizos con Siria. Desde hace casi un mes las cinco familias aprenden nuestro idioma y costumbres en el Hogar San José de los Hermanos Maristas, en Villa García. Además, reciben capacitación para insertarse en el mercado laboral; uno de los inmigrantes pudo sacarse una muela con ayuda de la Administración de los Servicios de Salud del Estado, y los niños empezaron la escuela el 21 de octubre. Uruguay es el segundo país sudamericano en recibir refugiados sirios, luego de que Argentina admitiera a más de 300 el año pasado.
Junto con la voluntad de Mujica de recibir a otro sirio, el prisionero de Guantánamo Abu Wa’el Dhiab, la llegada de estas familias se convirtió en tema electoral: los candidatos presidenciales Pedro Bordaberry y Luis Lacalle Pou opinaron que la prioridad son las carencias de los niños uruguayos, aunque el líder blanco cambió de opinión en setiembre luego de que Javier Miranda, secretario de Derechos Humanos de Presidencia, lo informó sobre la situación del país árabe.
Una sexta parte de la población de Siria cruzó las fronteras a causa de la guerra civil que quema al país desde 2011, aunque la inestabilidad de la región es histórica. Sólo en el siglo XX el territorio estuvo en poder del Imperio Otomano (turco), se separó con ayuda militar inglesa en 1918 para formar parte de Gran Siria (una monarquía que incluía también territorios de Irak, Palestina y Transjordania, hoy Jordania), quedó bajo gobierno francés junto con el Líbano después de la Primera Guerra Mundial y, durante la Segunda Guerra, fue parte de las disputas militares entre los Aliados y el Eje por el control de Medio Oriente y su petróleo. La situación se agravó después de varias décadas de relativa tranquilidad en 2011, cuando la ola de reclamos civiles hacia varios gobiernos de la zona, llamada Primavera Árabe, contagió a los sirios, que protagonizaron varias manifestaciones contra el presidente Bashar al-Assad.
Oftalmólogo, hijo de un general militar que organizó varios golpes de Estado y accedió al poder en 1971, Assad junior asumió la presidencia en 2000 tras la muerte natural de su padre y la inmediata y sospechosa de su hermano mayor —el que seguía en la línea de sucesión— en un accidente de auto. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) vio con simpatía al nuevo presidente cuando liberó a 600 de los presos políticos que había acumulado el régimen familiar, pero la represión volvió cuando las protestas aisladas de la Primavera Árabe empezaron a nuclearse en grupos organizados o se acercaron a otros que hace décadas operan en la región, como Estado Islámico (EI, antes conocido como ISIS), que hasta este año estaba vinculado con Al-Qaeda.
Gran parte del fuego que alimenta este conflicto es de origen religioso: Assad no es musulmán y, como su padre, quiere una Siria secular. En 2013 la ONU lo acusó de crímenes contra la humanidad por encarcelamiento ilegítimo, tortura y asesinato de opositores.
A Assad, además del Ejército, lo apoya un frente conformado por varios grupos paramilitares, fuerzas iraníes y Hezbollah, el único sector islamista aliado del gobierno. Del otro lado está el Ejército de Liberación Siria —que surgió en 2011— y la Coalición Nacional Siria, de acción pacífica. EI, a su vez, se opone tanto a Assad como a los grupos opositores democráticos: su objetivo es unificar los países de la Península Arábica bajo una monarquía regida por la religión musulmana y la ley sharia, basada en el Corán y otros tres textos.
Con su armamento pesadísimo y sus cerca de 7.000 soldados, EI ha establecido en parte del territorio sirio e iraquí un califato con sus propias reglas; algo así como un país dentro de otros dos. Allí están prohibidos (entre otras cosas) el consumo de alcohol y tabaco, y las penas son crucifixiones, lapidaciones y sacrificios. Según el portal Vice, cuando EI toma un territorio, prende fuego las tiendas de ropa “provocadora” e instala el velo obligatorio para las mujeres, además de intervenir las escuelas para incorporar las enseñanzas de la ley sharia y demoler los templos de las religiones no musulmanas.
Muchos sirios deciden quedarse: prefieren zonas bajo control militar —sea de EI o del gobierno— a otras “liberadas”, más vulnerables al ataque de otras guerrillas.
Sólo existen dos fotos de Abu Bakr al-Baghdadi, líder de EI; los medios lo bautizaron “el nuevo Bin Laden” y Estados Unidos ofrece diez millones de dólares por su cabeza. Cada tanto llueven misiles sobre combatientes y de paso sobre civiles: Estados Unidos bombardeó en setiembre zonas tomadas por EI y el gobierno de Assad destruyó en 2012 la ciudad de Homs, que estaba tomada por opositores. Incluso el fútbol, un puente que podría cruzar una brecha cultural tan honda entre los orientales uruguayos y los orientales sirios —la misma que vuelve tan árido este conflicto a ojos occidentales—, se destruyó en la guerra civil siria: según un informe de The Guardian, varios jugadores de la selección colgaron los botines para luchar en uno u otro bando, algunos se exiliaron y otros dejaron su puesto para alejarse lo más posible de vinculaciones con el gobierno de Assad. FDLS