Fotos: Ximena Clavelli, Pablo Fontana
Fue viviendo en Alemania que Ximena Clavelli y Pablo Fontana comenzaron a interesarse por el patrimonio ferroviario con intenciones de hacer un aporte. “En el tercer mundo está un poco el discurso de que el ferrocarril es un medio de transporte obsoleto, eso se va afianzando en la gente, y vos estás en Europa y ves que ese argumento se cae por su propio peso”, dice Clavelli, que es uruguaya y se dedica a la posproducción de fotografía publicitaria. De vuelta en el sur junto con Fontana, que es argentino y con formación en historia, a fines de 2011 empezaron a tomar fotos sin un fin preciso. El relevamiento formal se concretó más adelante e insumió al menos dos meses de pasar por todas y cada una de las estaciones que sobreviven en el país. Si bien subieron a las locomotoras y conversaron con los maquinistas, los viajes fueron, necesariamente, en auto, ya que “de la amplia red, que un día detentó la relación mayor entre kilómetros de vías y superficie en toda Latinoamérica, hoy permanecen operativos 1.532 kilómetros, 11 de ellos de doble vía. Esto significa aproximadamente la mitad de la red construida”.
La información está incluida en su libro Huellas de hierro —lo firman conjuntamente— que con el apoyo del Fondo Concursable del Ministerio de Educación y Cultura consiguieron completar. Sacaron 14.000 fotos, seleccionaron 200 y actualmente exponen 14 a gran escala. Es que, además de un libro, concibieron su ambiciosa empresa como una muestra itinerante, que comenzó en junio en Colonia, siguió en Artigas, este mes estará en Fray Bentos y en Rivera, y en noviembre llegará a Montevideo. Las imágenes van recorriendo el país junto con un abordaje conceptual de su postura y con una serie de postales que se obsequian a los visitantes.
En el territorio nacional hay cerca de 200 estaciones: algunas están en funcionamiento o todavía muestran una atractiva tipología arquitectónica, otras están habitadas por ex ferroviarios o reutilizadas por familias. Hay distintas situaciones, desde las reguladas hasta las más precarias. Existe incluso una estación de la que sólo resiste un inodoro atornillado. Clavelli explica que fue deliberada la decisión de no mostrar el costado más decadente ni el más nostálgico, sino los trenes que sí funcionan, los servicios de carga en actividad, los servicios de pasajeros que quedan, los funcionarios, la gente que trabaja en los talleres. “Lo otro está, tampoco lo vas a negar, pero está bueno hacer énfasis en el tren como posibilidad. En el interior tienen un vínculo muy afectivo con el tren. Más que todo, la idea es poner en el tapete la discusión sobre el tema, si es válido el sistema. No tenemos la intención de hacer una cuestión arqueológica ni mostrar una foto de las viejas máquinas ni de las estaciones derruidas. Si bien eso está presente, porque es parte del patrimonio, la idea es mostrarlo en actividad y como una alternativa viable. Creemos que tiene muchas ventajas comparativas, como la seguridad, descongestionar las rutas, más cuestiones de orden ambiental, porque consume mucho menos recursos que otros medios, abarata los costos de las mercaderías y ni qué hablar si es de pasajeros. También está el tema de la conectividad, de la integración, y con una red que ya está y que fue la que pobló el país. El tren es una herramienta para descentralizar; hay que actualizarlo, pero la infraestructura ya está y sigue siendo del Estado”.
Se imprimieron 300 ejemplares de Huellas de hierro, que están a la venta en librerías, en la página web y que acompañan cada exposición. También, para que sea accesible y gratuito, se puede descargar el PDF. Aparte de eso, por un convenio con El Correo, el libro fue distribuido a 80 bibliotecas y museos ferroviarios de Uruguay y del mundo, incluyendo China e Inglaterra.