Sumisión, la nueva novela de Michel Houellebecq
Texto: JG Lagos
Una novela para estremecer a politólogos y feministas, por lo menos. A los primeros les anuncia que en Francia, el lugar que moldeó nuestra forma de ordenar a los partidos, pensar en izquierda-derecha deja de tener sentido, porque todo se reducirá a elegir entre derecha extrema y un partido musulmán. Para las militantes —para las mujeres en general— las noticias son más terribles: en el primer país europeo en adoptar paulatinamente la ley islámica las mujeres no podrán ocupar puestos públicos de importancia.
¿Cómo se llega a eso? Tranquilamente, con desgano. Michel Houellebecq nos dice en Sumisión (editorial Anagrama, 2015) que los franceses, de los que es un símbolo el protagonista del relato (por si no queda claro: se llama François), han llegado al colmo de su apatía espiritual y parecen aliviados de abandonar el camino iniciado por la ilustración, la revolución, la emancipación. El Islam les ofrece, sin sobresaltos, la sumisión a un poder más grande, divino, el relevo de las responsabilidades individuales y un buen consuelo para la soledad radical.
¿Y cuándo se llega a eso? En 2022, dentro de dos elecciones presidenciales francesas. Houellebecq, que casi siempre coquetea con la ciencia-ficción, abandonó sus juegos con la genética y se enfocó en la especulación política pura. Para armar su historia extrapoló el crecimiento electoral del Frente Nacional y supuso que su líder, Marine Le Pen, será la única que tendrá asegurado su pasaje a la segunda vuelta. El otro que llegará al ballotage, será, sorpresivamente, el candidato de la Hermandad Musulmana, que sobrepasará por poco al del Partido Socialista. Así, el arco político se alineará en contra del candidato más inaceptable y los musulmanes obtendrán el poder.
Para crear ese escenario de opciones acotadas, posiblemente Houellebecq se haya inspirado en las elecciones francesas de 2002, en las que hubo que elegir entre un candidato de derecha moderada, Jacques Chirac, y uno de derecha bruta, Le Pen padre. (Los montevideanos no frentistas debieron sentir algo parecido en las departamentales 2015, en las que en la práctica los únicos con posibilidades son dos candidatos de izquierda).
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François es un profesor universitario, poco interesado en la política, autor de una tesis brillante pero lejana. Como casi todos los protagonistas de Houellebecq —desde el informático de Ampliación del campo de batalla (1992), su primera novela, hasta los clones de La posibilidad de una isla (2005)— oscila entre la necesidad de afecto femenino y la misoginia rampante. Testigo excéntrico de los cambios que ocurren en su país, François registra lo que ve en la calle —hay una memorable excursión rutera el día de las elecciones—, pero, sobre todo, lo que ocurre dentro de La Sorbona, donde da clases: la universidad más notoria de Francia pasa a ser financiada por la petromonarquía saudita y los docentes que quieran mantener su puesto —sólo hombres, por supuesto— deben convertirse al Islam. A cambio, además de salarios altísimos, los nuevos mecenas ofrecen la posibilidad de tener hasta cuatro esposas (y les evitan la complicación de elegirlas).
La figura clave en esta revolución educativa es un tal Robert Rédiger, literato de fuste y antiguo simpatizante “identitario” (eufemismo para “nacionalista extremo”), quien distribuye entre los intelectuales la idea de que la salvación espiritual de Occidente está en el Islam. Rédiger es el autor de un panfleto en el que explica cómo será ese islamismo a la europea, despejando dudas y temores sobre el proyecto musulmán.
Resulta sobrecogedor intuir que tal vez Sumisión sea una versión novelada de ese panfleto. Es conocida la muy negativa opinión que Houellebecq tiene del Islam y también fue notorio que el autor, que estaba presentando la novela horas antes de los atentados de Charlie Hebdo, decidió suspender la promoción. Todo eso puede oscurecer el hecho de que, en la mayoría de sus obras, Houellebecq presenta intentos desesperados por superar el dolor existencial que provoca el estilo de vida occidental. ¿Y si Sumisión no fuera un llamado a la reacción, sino una invitación? Pista: JK Huysmans, el escritor decimonónico del que se ocupa François, es también un desconforme que finalmente abraza la religión (católica, en su caso).
Como sea, Houellebecq es de los pocos escritores de ideas que van quedando. Su prosa no es tersa —y la apurada traducción ibérica le arruina la puntuación—, pero tiene mucho para decir. Demasiado individualista, demasiado contradictorio, demasiado antiliberal, demasiado lúcido, él mismo desafía el eje izquierda-derecha para obligarnos a pensar en otras maneras de concebirnos como civilización, como especie, como conciencias dispersas.