Tiempos de crisis

Texto: María José Olivera Mazzini*

Agosto de 2015 es un mes que los docentes vamos a recordar por un largo tiempo, al igual que la palabra “crisis”, como marca de agua de cualquier frase que implique “educación”. El cruce de opiniones, sentencias, proyectos de viabilidad, encuestas, cánticos, marchas y esencialidades ha formado una nebulosa de ruido silenciado.

En vez de analizar, se generaliza. Se ha confundido docencia con apostolado, se ha desacreditado la lucha por un salario digno, se han tergiversado cifras, se ha catalogado a los alumnos como “rehenes” de sus docentes, se ha estereotipado hasta el hartazgo la complejidad que implica la formación y carrera docente. Se ha tensado a tal punto el estado de cosas que lamentablemente sólo quedan restos de una cuerda de dos puntas: presupuesto viable por un lado, presupuesto de 6% del otro.

—Profe, ¿podemos hablar de la vida?
—¿Qué sería hablar de la vida? ¿De la vida biológica? —claramente el chiste no funciona.
—De la vida, profe. Conversar.
—No, tenemos un programa, una planificación que seguir.
—Ah, profe, siempre trabajamos. Hoy tuvimos una charla de orientación vocacional.
—A eso venimos, a trabajar. Tenían que responder unas preguntas vinculadas a la despedida de Lázaro y su madre. Quiero ver los textos sobre el banco.

No insisten. Bajan la cabeza y buscan los materiales. Pueden repetir el gesto disciplinado tantas veces como sea necesario. La profesora piensa en Jacques Rancière y El maestro ignorante, en cómo los docentes muchas veces enseñan y reproducen desde la sumisión.

—La despedida es re seca, profe.
—¿Qué significa “re seca”?
—Que la madre le da a entender que ahora está solo.
—Profe, ¿cuántos años tendría Lázaro?
Hablan entre ellos, discuten y aparece la magia.
—Lázaro está solo, y su soledad no es sino la soledad de todo lo que lo rodea. Se acuerdan lo que conversamos respecto de la sociedad española en la que surge este texto, ¿no?
—Igual, parece re de hoy.
—¿Por qué?
—Y porque sí, porque siempre cualquiera se da cuenta en un momento que está solo.

La profesora piensa rápido, se ordena mentalmente para lo que viene. No hay planificación ni guía didáctica ni presupuesto ideal que enseñe cómo convocar la magia de la palabra, pero cuando aparece, algo se transforma. Las opciones son dos, simples, claras.

Cortar allí el diálogo, guiarlo hacia el objetivo planificado y que constará en el desarrollo del curso que todo docente debe escribir en el famoso “Libro del profesor” cada vez que termina una clase. O escucharlos, involucrarse, potenciar el diálogo hacia una construcción colectiva crítica del discurso. Se acuerda rápidamente de Silvia, trabajando en el liceo de La Teja día y noche, de Oscar desafiando a estudiantes de cuarto año de formación docente como nadie, de Charles y su generosidad intelectual, de Manuel trabajando y estudiando sin descanso.

—Profe, ¿vio que hoy faltó Vicky?
—Sí, estoy al tanto. Hay que brindarle apoyo cuando vuelva.
Un segundo de silencio atraviesa a los 40, profesora incluida.
—Entonces, ¿qué alcances tiene la sentencia de la madre “Válete por ti” en la vida posterior de Lázaro?
—De ahora en más va a tener que bancársela solo, profe.
—Es como que Lázaro representa nuestra edad.
—A ver, ¿podés desarrollar qué significa esa afirmación?
Silencio. No puede, no sabe cómo, no quiere.
—¿Los demás?
—Y sí, porque muchas veces a vos te pasan cosas pero tenés que guardártelas porque los mayores no escuchan.
—Lázaro ahora está obligado a seguir, pero nadie le enseñó cómo hacer.
—No es que no escuchen, mis padres no están nunca porque trabajan.
—Igual no es sólo que no escuchen, es que vos no podés elegir lo que querés.
—Yo el año que viene voy a trabajar.

La profesora piensa rápido otra vez. Los escucha mientras se escuchan. Hablan del rol de los padres y hermanos mayores, de los profesores, de por qué tienen que elegir una orientación específica dentro de poco si no tienen ni idea. De qué van a vivir cuando sean grandes, o ahora mismo, qué les espera ahí afuera. Piensan, piensan mucho. ¿Qué tendrá que ver esto con Lázaro? Todo.

¿Cómo es la sociedad que alberga y espera a estos jóvenes? Sin duda, una en la que discusiones como ésta ya no son posibles. El aula toma muchas veces el carácter político y la potencia transformadora que los gestores del Estado perdieron hace rato.

La educación en tanto problema no debería ser una cuestión regida por estadísticas, resultados o presupuesto. La educación es el territorio fundante de todos los niños y jóvenes. Si ese espacio se ve atravesado por conceptos como “logros”, “metas” “capacidades” y no por ideas, entonces la educación va camino a convertirse en la estructura privilegiada para la capacitación. Y por lo tanto, aunque suene a lugar común, a formar adultos adaptados a un mundo que no pretenden transformar.

Es ahí cuando el rol del educador adquiere una relevancia extrema. Porque es también un trabajador, que rinde cuentas, al que se le exigen resultados pero al que jamás se le consulta ni se le propone ser parte de una discusión seria y resolutiva. Porque es un asalariado, porque muchas veces se vuelve cómplice del sistema al irse dando cuenta de que si no trabaja más y piensa menos, no come.

El vaciamiento progresivo de la praxis ha hecho que numerosos docentes titulados, y en general jóvenes, se hayan alejado de la práctica en el aula prefiriendo una mejor ecuación en términos de tiempo-sueldo-reconocimiento social-condiciones de trabajo claras, etcétera. Año tras año docentes con gran capacidad de trabajo y tiempo de dedicación eligen formarse en otras carreras, o ganan concursos para trabajar en dependencias del Estado que nada tienen que ver con educación. Sin los docentes y su conocimiento producido y resignificado por la práctica, transformar verdaderamente la educación es imposible. La burocracia institucional es abrumadora, decepcionante y peligrosa. Y ésa es la que permanece.

—Recuerden que la clase que viene es la última antes del escrito y es importante que hagan la tarea. La vamos a poner en común. Pueden salir.
La profesora va guardando sus cosas porque tiene sólo cinco minutos para cambiar de clase, grupo y programa. Pero la mayoría se queda en el salón.
—Al final hablamos de la vida, profe.
Levanta la vista y sonríe. Busca la conversación entre el murmullo y ellos lo notan.
—Hay veces en que queremos hablar pero nadie escucha.
—Y sí, por eso los profesores hacen paro. ¿Usted hace el paro mañana, profe?
—Mañana no tenemos clase nosotros.
—¿Pero hay clase, profe?

La profesora piensa en todos los descuentos que lleva acumulados por paros, en la complicación que supone un paro para los funcionarios del liceo, en la desacreditación permanente que escuchará en el informativo (“docentes que no quieren trabajar”), en el vaciamiento que ha sufrido la medida, en esos alumnos que mañana van a estar todo el día en la vuelta.

—¿Con qué grupo tiene clase ahora, profe?
—Vayan saliendo, a ver si alguno me ayuda con la llave del salón, por favor. Ahora voy a quinto.
—¿Qué están dando?
—La Biblia.
—¡Qué masa!
—¿Ustedes qué materia tienen ahora?
—Tenemos libre, profe.
—¿Podemos ir con usted a la clase de quinto?
—No pueden, chiquilines.
—¡Ah, profe!

La profesora se ríe. Pero en verdad se emociona. Ellos quieren seguir hablando. No hubo whatsapp ni Facebook que se interpusiera. Fueron 90 minutos de encuentro, de análisis, conversación y construcción, un tiempo suspendido, una eternidad. La profesora suspira y se arma de coraje. Como tantos otros que llevan sobre sí la responsabilidad del vínculo educativo sea en el sistema que sea.

Los tiempos de crisis deberían ser tiempos de reflexión compartida. El aula es el espacio en el cual confluyen infinidad de ideas, dudas, miedos, dolores y expectativas. Los docentes están acostumbrados a pensar y repensar constantemente su práctica. Y quienes no lo hacen, ya sea por desazón, cansancio o falta de motivación o compromiso, no son la mayoría y no deberían ser tomados como el estereotipo docente. Se necesitan mecanismos y estrategias de formación, perfeccionamiento y acompañamiento docente —un interesante primer paso fue el llamado a concurso de la ANII dirigido a docentes con proyectos de investigación—. Se necesitan salarios dignos y participación no solamente consultiva. Son imperativos los edificios nuevos, los gimnasios cerrados, el aumento de las partidas por liceo (que muchas veces no alcanzan ni para comprar papel higiénico), los equipos multidisciplinarios en todas las instituciones y no solamente en los liceos “críticos”; se necesita presupuesto sí, pero sobre todo es necesario que se empiece a hacer valer el pensamiento frente al reduccionismo maniqueo otrora atacado.

La práctica docente de aula, la del patio, la de la cantina, la de la kermese, la de cruzarse en la parada o recomendar música es de los acontecimientos más subversivos que pueden existir (siguiendo al filósofo Alain Badiou, claro) si se está lo suficientemente calmo, formado y entero. Los docentes desarrollan diariamente un ejercicio reflexivo que es necesario ponderar a la hora de llevar adelante transformaciones educativas de gran escala. Han sido muchos años de desprecio hacia la práctica educativa, muchos años de vaciamiento de la praxis, de ninguneo de un saber degradado. Se necesita una vuelta seria al pensamiento, el conocimiento y la investigación, en la que los docentes sean partícipes con su saber. De lo contrario, seguirán existiendo parches metodológicos y monetarios que no son sino parte de un mecanismo oferta-demanda mercantil y tecnocrático que se guía por estadísticas de evaluaciones internacionales, y que no hace sino sumergir a la educación de los países pobres en un círculo de reproducción de la pobreza evidentemente funcional.

Suena el timbre y la profesora no logró llegar a la sala de profesores a cambiar la libreta. Ve a una joven con túnica blanca en el hall de entrada donde se dispersan los alumnos rápidamente para no tener “llegada tarde”. Piensa rápido otra vez: sexto año hace cuatro años. Hoy aquella alumna es una de las maestras de la escuela pública cercana.

—¿Se acuerda de mí, profe? Vine a invitar a los docentes a una reunión informativa sobre las movilizaciones con la comunidad educativa y los padres.
La profesora la mira y se llena de orgullo. La alumna-docente también.
—¡Claro! ¡Pero no me digas profe! Y no me trates de usted que me hacés sentir una vieja.
—Vos siempre vas a ser la profe, profe.

La profesora sabe que trabajar con adolescentes es como viajar en el tiempo y tener la posibilidad de decir y enseñar todo lo que no le dijeron y enseñaron. Es un momento único e irrepetible. Cuando un alumno de 16 años cuenta algo de su vida a partir de La Divina Comedia, cuando pide leer en voz alta un diálogo de Shakespeare, cuando pregunta por su vida con curiosidad y sabe que no es por saber, que el profesor es eso que está adelante y que tiene la obligación moral, ética e ideológica de ser muchísimo.

—¿Pensaron ideas a partir de la pregunta que quedó pendiente la clase pasada?
Silencio. Pasan unos segundos.
—Yo sí. Este relato del Génesis, si lo pensamos bien, demuestra muchas cosas de nuestra cultura. Por ejemplo, el rol del hombre y la mujer. Y la obligación de formar una familia tipo normal.
—Hoy eso ya fue.
—¡No! Si sos mujer, no.
—Nadie te obliga.
—¡La sociedad te obliga, mijo!
—Profe, ¿usted cuántos años tiene? ¿Tiene hijos?

Comienzan a hablar entre ellos bajito. Discuten, se escuchan, los celulares desparecieron de las mesas. Quieren hablar, quieren saber por qué.

Los tiempos de crisis no necesitan pruebas PISA diseñadas para evaluar la capacitación de la futura mano de obra barata y microespecializada. No son sino la forma en la que se legitiman programas educativos que fundamentan reformas con recortes profundos en la enseñanza de las humanidades y las ciencias abstractas en pos de la especialización. Tampoco alianzas público-privadas que vayan evaporando la universalidad fundamental que requiere todo proyecto educativo público, ni buenas intenciones aisladas.

Los tiempos de crisis pueden ser los más propicios para promover y producir reflexiones que busquen transformaciones conceptuales profundas, o pueden ser la confirmación de que todo, tarde o temprano, será devorado por las arcas del sistema y su promoción técnica.

Pensar la educación requiere comprender que es ante todo un acontecimiento político, construido y fundado por complejidades que están íntimamente vinculadas al contexto social, histórico y material que las hace ser. La mayoría de los problemas que definen la época actual no son “culpa” del instalado “desastre educativo”, aunque por ser un territorio tan heterogéneo y representativo se cristalicen en la educación. Reducirla en proyectos de capacitación, ponderando la enseñanza de herramientas productivas, culpabilizando a maestros, profesores y estudiantes, delegando responsabilidades en organismos internacionales o privados es el camino al fin de algo así como una idea sobre educación pública. Los perjudicados siempre son y serán los mismos. Aquellos que sin el espacio de la palabra que el aula les brinda no tienen otro. Aquellos que a pesar de ser protagonistas de los discursos, no tienen voz.

Los tiempos de crisis necesitan honestidad intelectual.

*María José Olivera Mazzini es profesora de Literatura y ejerce en la enseñanza secundaria pública y en instituciones vinculadas al teatro y al cine. Integró el comité editorial de la revista especializada 33Cines, es miembro del proyecto Casa de Filosofía y escribe en la Revista de Ensayos del colectivo Prohibido Pensar.


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