¿Por qué seguir siendo docente?

Texto: Ana Lía Fortunato, Javier Sellanes*

La vocación docente se pone de manifiesto en el aula día a día, donde están presentes el conocimiento, el afecto, la formación. Ser profesor significa no sólo transmitir conocimientos de una disciplina sino también despertar en el adolescente la duda, la reflexión, la crítica, la conciencia social. Aspectos como el género, la convivencia, la participación atraviesan la vida en el aula, lo que constituye un desafío diferente que afrontar a diario, y que enriquece a profesores y a estudiantes por igual. La posibilidad de ser parte de la formación de adolescentes de esta manera cabal, en tanto futuros ciudadanos, además de ayudarlos a aprender contenidos y desarrollar conceptos y formas de abordar los conocimientos científicos y sociales es, sin duda, una gran responsabilidad y un gran privilegio, a la altura de lo cual es menester estar.

Sin embargo, el abordaje de estos desafíos tiene lugar en un marco institucional no siempre propicio para los docentes, ni para los estudiantes y sus familias.

En los últimos 30 años ha habido no menos de cinco planes de estudios o reformulaciones diferentes para educación media. Ningún plan de educación puede evaluarse en períodos tan breves respecto de los tiempos de una sociedad, ni puede tener un impacto significativo si ni siquiera se formó una generación de estudiantes.

Tal vez por el tamaño de la ANEP, la organización institucional no es ágil, efectiva: un docente que comienza a trabajar demora más de un mes en cobrar su sueldo mensual, las elecciones de horas docentes son complicadas, los profesores adscriptores demoran meses en cobrar lo correspondiente por su tarea de formar nuevos docentes.

Desde hace años se vive una realidad social compleja e injusta, que condiciona los resultados educativos en general y académicos en particular de los estudiantes de la educación pública. En general, se quiere responsabilizar a los docentes de los malos resultados y se depositan en ellos las culpas. Sin embargo, en clase, los profesores nos encontramos con alumnos en cuya realidad están presentes las dificultades familiares, de vivienda, de alimentación, de transporte, de trabajo, de estimulación; problemas de los que debe hacerse cargo el poder político, ya que la educación, por sí sola, no tiene las herramientas para ello. Ocurre que la formación del profesor no es la de un trabajador social ni debe serlo, sino que está pensada para trabajar con el conocimiento, por lo cual los docentes no tenemos las herramientas necesarias para atender esa realidad.

Además, muchas veces los grupos están superpoblados: tienen 35 alumnos y más, y en poco espacio. La construcción de liceos no ha tenido el ritmo que ha tenido el crecimiento de la matrícula, lo que lleva a la superpoblación. Tenemos liceos en edificios que no fueron pensados para tal función, que no tienen espacios de recreación, que no tienen gimnasio, que no tienen comedores acondicionados, en los que se padecen el calor y el frío, la lluvia y el sol.

A los liceos, por otra parte, llega gran cantidad de chiquilines con dificultades de relacionamiento con sus pares y con los docentes y enormes carencias en lectoescritura y cálculo. Muchas veces fracasan en primero de liceo, por lo que el foco se pone en secundaria, dado que completaron los años escolares. Sin embargo, las carencias que obstaculizan el trabajo liceal vienen de antes. No es lo mismo enseñarle lectoescritura y cálculo a un chiquilín de siete, ocho o nueve años que a uno de 15: primero, porque no aprenden igual, pero, además, porque hay otros contenidos específicos que se supone que deben incorporar al mismo tiempo.

Hay una brecha entre los chiquilines, que son nativos digitales, y los docentes, que en su mayoría no lo son, aunque eso también vaya cambiando. Que el estudiante sea nativo digital no quiere decir que sepa de tecnología, sino que naturalmente está más abierto a aprender a través de una tecnología que con los métodos tradicionales. Esto exige que, ante esa brecha, el docente reciba una formación previa a la introducción de la tecnología en el aula.

Sin embargo, hoy lo que sucede es que se introducen las tecnologías sin que los docentes tengan la formación necesaria, y muchas veces terminan convirtiéndose en un distractor en vez de un aliado. Así, la introducción de nuevas tecnologías en el aula se ve como una imposición y como una carga a la hora de planificar una clase.

La formación en TICs debería ser parte de Formación Docente y no venir desde fuera, como sucede con el Plan Ceibal (que es un plan social que está dentro del presupuesto de educación). En el plan 2008 de Formación Docente se incluyó cierta formación en esos aspectos, pero a los que egresaron antes nadie los forma.

Uno de los grandes problemas de los liceos es el ausentismo docente. ¿Cuáles son las causas? Muchas y muy complejas, y a veces de índole individual. Ese ausentismo docente, que es notorio de verdad, y que cada tanto es recordado por El País en sus artículos acerca de por qué los adolescentes dejan de ir al liceo como una de las principales causas de la deserción estudiantil, no es atacado ni considerado por las autoridades. No se controla mayormente, ni se realizan proyectos de contención a docentes o lo que fuera necesario para, primero, disminuir el ausentismo y, segundo, tomar medidas cuando ocurre.

Ser docente requiere de un tiempo de formación importante; sin embargo, la remuneración no se corresponde ni con la dedicación y el tiempo invertidos por cada docente en su formación ni con la responsabilidad de la tarea.

Tampoco es estimulante elegir una profesión que es atacada desde el sector político, incluido el propio gobierno, y desde ciertos sectores de la prensa en tanto formadores de opinión.

Como docentes, queremos un individuo más libre y un mundo más justo, y desde nuestro lugar pretendemos aportar para ello.

Elegimos ser docentes todos los días, no a pesar de los desafíos que se nos presentan, sino por ellos mismos.

Consideramos que las condiciones de trabajo, incluida la remuneración, deben ser atendidas de una vez por todas; la importancia de la tarea docente en la sociedad lo impone. Si para el Ejecutivo de turno la educación es prioridad, como lo han dicho todos, se debe demostrar en los hechos, y no evitar su responsabilidad atribuyéndola a otros.
Los docentes estamos.

*Ana Lía Fortunato es profesora de Idioma Español egresada del IPA y trabaja como docente de educación media en liceos públicos y privados desde 2009. Javier Sellanes es profesor de Informática egresado del Instituto Normal de Enseñanza Técnica y se desempeña como docente en el ámbito público y privado desde 1995.


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