Methol: la religión como geopolítica,
la geopolítica como religión [Lento #5, agosto 2013]

Cuando José Mujica se entrevistó con Jorge Mario Bergoglio, en 2013, hablaron de un amigo en común. Aunque Alberto Methol Ferré fue muchísimo más que un tema de conversación para el presidente uruguayo y el Papa argentino, ese cruce entre política y religión es una buena pista del peculiar camino que recorrió este pensador uruguayo. Vivo en cada impulso de integración regional que recorre nuestro continente, Methol también trabajó intensamente dentro de la Iglesia Católica latinoamericana. Su inesperado retorno mediático fue la excusa para internarnos en una trayectoria tan múltiple como coherente.

 

Texto: Marina González y JG Lagos // Ilustraciones: Federico Murro

 

Tucho es una de las pruebas uruguayas de la existencia de Dios: un tartamudo charlatán”. La frase, muchas veces atribuida a Carlos Real de Azúa, apunta a una característica de Methol Ferré que alguno podría tomar como un defecto pero que él aprovechó de otra manera. Fuera gracias a su tartamudez o a pesar de ella, se convertía en el centro de todas las reuniones. Para uno de sus amigos, el historiador Mario Cayota (dirigente del Partido Demócrata Cristiano [PDC], miembro fundacional del Frente Amplio y ex embajador en el Vaticano), Methol llegaba a usar las pausas en su hablar como un efecto retórico. Otro, el historiador Elbio López Raffo, su asistente durante los 17 años que pasó en el Secretariado del Apostolado de los Laicos del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam, que Methol llegó a dirigir), recuerda cómo lo impactó la tartamudez del que se iba a convertir en su mentor en 1968, la primera vez que le habló: “Vino a saludarnos con una actitud de disposición, como si nosotros fuéramos grandes figuras, cuando éramos simples estudiantes del IPA”. Entonces, Methol “empezó a tartamudear muy severamente y yo empecé a ponerme muy nervioso por él y realmente ahí me di cuenta, por las reflexiones que empezó a hacer, que estaba ante un ser excepcional”.

Él mismo, en cambio, vivía su problema en el habla de manera distinta: la conciencia de ser tartamudo lo llevó a interesarse por otras diferencias que mantenía con los demás y a prestar mayor atención a “los márgenes”, según contó a las historiadoras Vania Markarian e Isabella Cosse en 1993. Una pista, tal vez menor, para explicar una cosmovisión construida a contrapelo de las nociones dominantes y, a la vez, enfocada apasionadamente en la comunicación y la seducción.

Visto desde una perspectiva exclusivamente partidaria —pero no ideológica— el camino de Methol fue intrincado: podría decirse que fue de todo (menos colorado o comunista). Durante la Segunda Guerra Mundial se convirtió en seguidor de Luis Alberto de Herrera, el único líder político que no se manifestaba a favor de los Aliados. Detalle: Methol era alumno del Liceo Francés, bastión de la causa aliada; por las dudas, se puso a aprender boxeo. Tras unirse a la posición tercerista —ni con Estados Unidos ni con la Unión Soviética—, durante sus años de militancia estudiantil, a fines de los 50, se plegó, junto con el grupo de intelectuales que nucleó en torno a la revista Nexo, al movimiento ruralista que dirigía el anticomunista Benito Nardone. Para la elección de 1962 se sumó a la columna blanca de la Unión Popular, una alianza entre el nacionalista Enrique Erro (cuyo secretario era el joven José Mujica) y el Partido Socialista. A fines de los 60 intentó acercar el wilsonismo a la Democracia Cristiana. En 1971, cuando se originó el Frente Amplio, formó parte del círculo de asesores de Liber Seregni y escribió varios discursos para el candidato presidencial de la coalición. Dos años después está entre quienes piensan que el Ejército es un posible aliado de las causas populares.

En la dictadura optó por una postura de “no alineado”, porque veía al régimen como una clara repercusión uruguaya de la Guerra Fría y quería romper esa lógica. A mediados de los 80 se alejó del Frente Amplio junto con quienes conformarían el Nuevo Espacio. Un poco antes había reintentado lo de la alianza entre el PDC y Wilson Ferreira Aldunate. En la elección de 1994 reapareció como asesor del presidenciable blanco Alberto Volonté. En 2009 brindó su apoyo personal a José Mujica, pero cuando efectivamente ganó la presidencia, Methol ya no estaba vivo: murió el 15 de noviembre, es decir, entre la primera y la segunda vuelta de las últimas elecciones nacionales. “Se nos fue un viejo libertario”, dijo el ahora presidente en el entierro, según Juan Raúl Ferreira.

Lógicamente, muchos le pasaron facturas en cada peaje de ese largo viaje político. Para complicarlo más, habría que agregar que Methol siempre siguió con atención al peronismo desde un país en que la mayoría se divide entre la animadversión y la indiferencia ante ese movimiento político argentino. Y para terminar de entreverarlo, Methol era abiertamente católico en el territorio más anticlerical de toda Iberoamérica.

—Papá, me enamoré de un dinosaurio.

Con esa metáfora Methol intentó darle un poco de humor a una noticia que iba a sorprender a su padre: se había convertido al catolicismo. Tenía 19 años y su familia no era especialmente devota. También sus amigos se sorprendieron. Por lo menos, los que se reunían en la confitería Los Chinos: Juan Fló, Mario César Fernández y Guillermo Fernández (es decir, un futuro filósofo, un futuro diplomático y un futuro pintor).

En algunas conversaciones, Methol atribuye su transformación a la lectura de Del sentimiento trбgico de la vida (1912), del español Miguel de Unamuno. “Se trata de una teología de la historia, de una interpretación de lo nuestro. Por Unamuno a mí se me arma el desafío religioso”, dijo a Markarian y Cosse. Otros creen que su cambio deriva de la lectura del escritor e historiador GK Chesterton (católico en la Inglaterra anglicana, ironista y polemista, preferido por Borges), de quien Methol decía haber aprendido que la paradoja y el humor son caminos a la verdad. López le atribuye un rol importante en la conversión al sacerdote salesiano Arturo Mossman Gross, con quien Methol tuvo largas charlas a principios de la década del 50. Lo cierto es que por esa época había comenzado una ardiente tarea autodidacta.

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Mente sana y cuerpo también

Methol también se dedicó al deporte, pero siempre según el consejo de su padre — “deportes sí, deportista no” —, asumiendo como propia la idea según la cual dedicarse al deporte implica que el éxito —si se alcanza— se alcance de muy joven, algo que afecta el proceso natural de maduración, porque una eventual fama podría causar su pérdida, por prematura. Methol le transmitió ese mensaje a sus hijos, según el mayor,  Marcos, de 26 años.  Lucas, de 23 —el segundo de los tres hijos de Methol—, es futbolista.

Methol seguía el deporte desde las gradas. Se hizo hincha de River Plate (el uruguayo), cuando de niño su padre lo llevó a ver un partido del equipo contra Nacional. Sintió empatía por los “darseneros”, al verlos “muy chiquitos” frente al “bolso”.

Según Marcos, su padre iba de joven al Rowing Club de Montevideo, en la Rambla Sur. Ahí practicaba boxeo y remo. Lo primero le sirvió para defenderse de los que se burlaban de él por tartamudo y lo segundo lo practicaba en la bahía del Cerro de Montevideo, junto a un gran amigo, el artista Guillermo Fernández.

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—Iba a una biblioteca municipal, que estaba donde hoy está El Águila [el restaurante ahora llamado Rara Avis]. Ahí leí varios libros que para mí fueron muy importantes, como La revoluciуn traicionada, de León Trotsky. Yo tomé contacto con el marxismo no por Marx ni por Lenin, sino por Trotsky, cuando él hace la crítica interna a lo que llama la “degeneración burocrática de un Estado”, el nacimiento de una burocracia que se apropiaba del proceso. Leí a Harold Lasky, jefe del ala izquierda del laborismo. El otro tipo que me impacta profundamente es Víctor Haya de la Torre. No sé cómo diablos conseguí ahí ese libro. Me sorprendió muchísimo algo de Haya de la Torre: fue un gran misterio que estuviera contra Perón. Porque yo encontraba que, de alguna forma, el peronismo era el movimiento que encarnaba una especie de aprismo rioplatense —dijo a Markarian y Cosse.

Hacia 1949, gracias a Sergio Benvenutto, que había residido con su padre Carlos en París, comenzó a recibir la obra de teólogos europeos, que según Methol precedían al trabajo modernizador que representó el II Concilio Vaticano de la Iglesia Católica en los años 60. El material no era todavía difundido en Uruguay y ese desfasaje contribuyó a algunas divergencias doctrinarias entre Methol y la Iglesia local.

El catolicismo no es una extravagancia en el pensamiento de Methol; por el contrario, es casi inseparable de su visión geopolítica. Methol creía en la unidad del mundo hispano y consideraba que la religión era un elemento de cohesión tan importante como el idioma. En este esquema, Inglaterra es también una constante, pero como oposición. Para Methol, la corona británica comenzó dividiendo a la península ibérica al propiciar la separación de Portugal respecto de España, y luego repitió la maniobra, cuando debilitado el Imperio español, instigó la aparición de múltiples países independientes en América Latina. La tarea, entonces, era reintegrar esos territorios a su destino común. Un proyecto político, aunque no necesariamente izquierdista: Methol creía en la idea de los “estados continentales”, echada a andar por el fundador de la antropogeografía, el alemán Friedrich Ratzel (que también acuñó el concepto de “espacio vital”, luego utilizado por los nazis). Por eso, para él, la unidad política tenía primacía sobre el tipo de régimen a instalar; en este sentido, Methol no era un demócrata o un revolucionario, y por ello fue objeto de críticas. La más famosa de las polémicas que se generaron a partir de esas críticas la mantuvo en 1967 con el director de Marcha, su admirado Carlos Quijano, otro de los grandes ideólogos de la unidad latinoamericana.

Cristo y su fe, además, nutrieron no sólo su visión del pasado sino también la del futuro. La integración misma, en tanto reunión de lo disperso, puede aproximarse al concepto católico de ecúmene. Pero también hay asuntos que escapan a las posibilidades humanas y quedan en manos divinas: “La estructuración de un humanismo integral es la tarea más urgente, aunque difícil y lenta. En ese sentido Cristo es la revolución permanente [jugando con el título de una de las obras de Trotsky] y es plegándonos a sus exigencias como será posible, dentro de las circunstancias históricas, instaurar una ciudad temporal en la que la persona deje de vivir alienada en las cosas”, escribía en el número 2 de la primera encarnación de la revista Nexo, que fundó en 1955 junto con Roberto Ares Pons y Washington Reyes Abadie.

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Pensar
por problemas

Desde finales de los años 50, y especialmente después del triunfo blanco de 1958,  comenzó a proliferar en nuestro país la reflexión sobre la crisis. Desde la novela (como El astillero, de Juan Carlos Onetti), el testimonio (El paнs de la cola de paja, de Benedetti), el ensayo (El impulso y su freno, de Real de Azúa) y decenas de informes económicos, se expresaba la necesidad de dar cuenta del estancamiento social que parecía alcanzar a todas las esferas de la vida. El título que resumió mejor el espíritu de la época fue El Uruguay como problema, escrito en abril de 1967 por Methol como respuesta a la pregunta: “¿Cuáles son las posibilidades de independencia real, si es que existen, de un país como el Uruguay?”, lanzada por el Instituto de Economía de la Universidad de la República.

Además de su habilidad para titular, allí a Methol lo separaba de la mayoría de la “literatura de la crisis” su dimensión propositiva: no solamente hacía un repaso histórico de los errores que habían llevado a las deficiencias del presente —extendiéndolas a la propia conformación de Uruguay como un país independiente, que consideraba una maniobra del Imperio Británico para controlar la entrada a la Cuenca del Plata—, sino que además indicaba el camino de salida. Llamaba a dejar los lamentos a un lado y “trascender al Uruguay” por medio de la unión política y económica con los países de la región, que debía ir atada a un sostenido accionar antiimperialista (con Estados Unidos en el lugar de Inglaterra) y a una política industrialista común (su lucha contra el prejuicio hacia la técnica y el desarrollo científico tendría paralelo dentro de su labor eclesiástica, pero en El Uruguay como problema, claramente su obra más conocida entre no devotos, las menciones a factores religiosos son mínimas).

Profético entonces y estimulante todavía, El Uruguay como problema fundó la geopolítica uruguaya contemporánea y también fue causa de polémicas; la más notoria, acerca del signo político que debería tener la unión con los vecinos, la mantuvo Methol con Quijano, para quien que Uruguay ya estuviera rodeado de dictaduras no era un tema menor. Junto con la obra del director de Marcha y a la de Real de Azúa, con los que compartía las raíces blancas, El Uruguay como problema se inscribe entre lo mejor de la crítica cultural al batllismo y al neobatllismo, pero la supera tanto en la visión histórica como en la prospectiva.  JGL
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Los impactaban algunos editoriales latinoamericanistas de Quijano y también eran lectores atentos de “Los trabajos y los días hacia la federación hispanoamericana”, la columna que el ex socialista Servando Cuadro publicaba en Marcha. Real de Azúa les había recomendado la relectura de Rodó. Con la mirada puesta en las dos orillas del Plata, comenzaron a cuestionar los consensos de la historia nacional, que culminaban con el trabajo de Pivel Devoto. El grupo de Nexo encarnó la versión uruguaya del revisionismo histórico, y, directa o indirectamente, a ellos se les debe la popularización de las nociones de que Uruguay es un “Estado tapón” o de que Artigas nunca pensó en un país independiente. Son ideas que llegan lejos: en el discurso por cadena de radio y televisión del último 18 de julio, el presidente Mujica dijo que Artigas “nunca se propuso fundar acá un país independiente”, ya que “la globalidad de su lucha apuntaba hacia todo el viejo Virreinato del Río de la Plata”. En el año de su muerte, sobre este tema, el mismo Methol hacía gala de su excepcional humor:

—Te enseñan una historia para justificar que Uruguay “sea”. Inventan un Artigas que no existió nunca. Cuando Rivera lo mandó a buscar para volver, el tipo le contestó “yo ya no tengo patria”. No quiso volver nunca, porque él no era uruguayo, era de las provincias unidas, era jefe federal. Cuando el país dividido entre blancos y colorados precisaba algo que lo unificara, lo único anterior era Artigas, porque Oribe y Rivera eran jefecitos de él. El Senado discute pero no llega a resolver qué había hecho Artigas para la independencia de Uruguay. Entonces decidieron ponerlo en la Plaza Independencia, pero como era obvio que no quería a Uruguay, le pusieron al monumento simplemente “Artigas”. Más nada. Es el único monumento en el cosmos que no dice un porqué —dijo en una conversación que conserva la Asociación Methol Ferré.

La revista que Methol fundó en 1967 tenía ya un talante americanista y cristiano, y se distribuía en todo el continente. Víspera fue un encargo del Movimiento Internacional de Estudiantes Católicos, una institución surgida tras el impulso modernizador del II Concilio Vaticano. Allí escribían, entre otros, los uruguayos César Aguiar y Romeo Pérez, el nicaragüense Ernesto Cardenal y los argentino-mexicanos Néstor García Canclini y Enrique Dussell (quien luego, como fundador de la Filosofía de la Liberación latinoamericana, sería duramente combatido por Methol en la interna eclesiástica). También lo hacía Guzmán Carriquiry, actualmente el laico (no sacerdote) de mayor rango en el Vaticano y parte de la red que medio siglo después une a Methol con Bergoglio.

Desde Víspera se preparaba el primer encuentro del Celam, que tuvo lugar en Medellín en 1968, y también se cuestionaba el sociologismo marxista y el liberalismo dentro de la Iglesia Católica. En el libro-entrevista La Amйrica Latina del siglo XXI (2006), Methol le explica al periodista italiano Alberto Metalli los conceptos de “ateísmo mesiánico” y “ateísmo libertino”, es decir, el comunismo y el capitalismo, respectivamente. El primero buscaría acabar con la desigualdad e instaurar una idea comparable al “reino de Dios” en la tierra. Pero, aunque estaba en contra del marxismo como ideología inseparable de su base atea, Methol lo prefería a su opuesto, ligado a la sociedad de consumo: “El ateísmo libertino es indiferente a la justicia universal, crítico con ese particular criticismo que no cree en nada, empeñado en la búsqueda del placer como mero placer”.

En 1975 los militares allanaron la redacción de Víspera. En 1983 Methol creó, con apoyo de movimientos italianos, otra Nexo, ahora directamente abocada a la “identidad católica de América Latina” y a “evangelizar la cultura y crear la Patria Grande de América Latina”. Entre otras cosas, allí Methol recuperó varios artículos de Real de Azúa, muerto en 1977.

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El puerto de Montevideo. Para el Methol maduro, representaba al país volcado erróneamente hacia Europa. Sin embargo, residió y trabajó gran parte de su vida allí. Nacido en 1929, a los 20 años abandonó la carrera de Derecho —era compañero de estudios de Jorge Batlle y preparaban juntos los exámenes en la residencia presidencial que ocupaba Luis Batlle Berres— para ingresar como funcionario en la Administración Nacional de Puertos. Cuando en marzo de 1959 Nardone llegó al poder, Methol fue nombrado al frente de la institución. Renunció seis meses después, con una carta pública aparecida en Marcha en la que denunciaba la reunión semisecreta que el líder ruralista había tenido con el embajador de Estados Unidos; para Methol, fue una traición que implicó su alejamiento del grupo de Nardone. De vuelta como funcionario, en 1973, condenó el golpe de Estado del 27 de junio en el libro de actas de la Administración de Puertos y decretó una huelga unipersonal.

Visto el golpe antinacional, cipayo y cisplatino, el suscrito hará paro hasta que la situación cambie.

Así rezaba el texto que le costó la destitución, según su hijo mayor, Marcos Methol. Methol regresó como gerente en 1988 amparado por la ley que restituía a los funcionarios públicos afectados por la dictadura, pero logró ser transferido como docente al Ministerio de Relaciones Exteriores.

Solía decir que los militares le habían hecho un favor, porque lo habían obligado a labrarse caminos laborales más abiertos. Un piso de su casona de las calles Brecha y Reconquista fue transformado en un exitoso restaurante macrobiótico. Al mismo tiempo, su trabajo remunerado para el Celam comenzó a intensificarse y por fin recorría el continente sobre el que tanto había escrito. Vivió mucho tiempo en Colombia, donde estaba la sede de la institución, pero nunca dejó su casa en el puerto.

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 La primera escala en el viaje latinoamericano fue, por supuesto, Argentina. El joven Methol vivió de cerca el ascenso de Perón, en quien vio no sólo a un líder de masas —el pueblo es un actor privilegiado en la doctrina religiosa latinoamericanista de Methol—, sino también a un estadista con visión continental y con una estrategia hacia el desarrollo industrial.

—El Mercosur es lo que yo aprendo de Perón. El primero en proponer el Mercosur es Perón —dijo Methol.

Sus primeros vínculos argentinos llegaron por medio del peronismo; las conexiones eclesiásticas llegarían un poco después. Entre sus amistades cercanas estuvo el trosko-peronista Abelardo Ramos, uno de los ideólogos de la “izquierda nacional argentina”. En 1968 el mismo Methol prologó y comentó la compilación La izquierda nacional en la Argentina y se convirtió así él mismo en un referente del movimiento.

En los 70, en cambio, su actividad en Argentina se volvió predominantemente religiosa y tomó distancia tanto de los simpatizantes montoneros como de los nacionalistas católicos. “Tuvo mucho éxito porque era una voz nueva, algo distinto, y empezó a crecer. Cuando llegó la dictadura a Argentina los milicos no podían encasillarlo”, opina Cayota.

Por esa época se vinculó a obispos argentinos que tenían gravitación en el Celam y comenzó a trabajar con los equipos que preparaban la conferencia que tuvo lugar en Puebla, México, en 1978. Para los sectores más cercanos a la izquierda revolucionaria, Puebla fue un retroceso respecto de la reunión que había tenido lugar diez años antes en Medellín, que representaba la llegada a América Latina de los preceptos modernizadores del II Concilio y el papel central que le dio a los laicos en la Iglesia. Para la línea más ortodoxa, Puebla fue una corrección de excesos.

En la época del encuentro en Puebla, Methol era secretario del Departamento de Laicos —máxima autoridad de los católicos que no son parte del clero, los seculares— y, entre 1979 y 1982, fue el primer laico en ser secretario general del Celam, entonces dirigido por el cardenal Antonio Quarracino, uno de los impulsores de Bergoglio en las altas esferas de la Iglesia argentina.

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 Tuvo familiares tupamaros y simpatizantes de grupos de izquierda. Fue el caso de sus sobrinos, Fernando González Guyer (hoy presidente de la Asociación Alberto Methol Ferré) y el mártir estudiantil Ibero Gutiérrez González, con quien eran además amigos inseparables. Ibero fue asesinado por el “Comando Caza Tupamaros”, en 1972, cuando sólo tenía 22 años y militaba en el Movimiento 26 de Marzo, en la Facultad de Humanidades. Para su primo Fernando, “Iberito era una especie de anarco-existencialista”, “sumamente introvertido” y no muy dado a la “acción directa”, que, además, era “muy tuchista en sus visiones políticas”. Methol conocía bien las ideas de sus sobrinos y fue la última persona del entorno de Gutiérrez en verlo con vida.

González Guyer sí fue tupamaro; hoy se autodenomina tuchista y cree que su tío nunca dejó de apoyarlo a él y a Ibero. “Era intransigente con las fórmulas doctrinales, no con las personas”, opina López, quien también cree que, si bien Methol decía que “la política del Che es la política de la muerte y la muerte de la política” y calificaba a la guerrilla de “camino sin salida”, los ideales que él defendía sin armas no estaban tan alejados de los que sus sobrinos mantenían a principios de los 70.

Para Methol la verdadera revolución era la participación del pueblo y no la de “elites iluminadas”. Ésa es una de las causas de su oposición cerrada a la Teología de la Liberación y al foquismo. Su postura queda clara en el libro Puebla: proceso y tensiones (1978), en el que, entre otras cosas, dice: “Hay varias líneas de Teología de la Liberación, pero es un hecho también que vastos sectores eclesiales no las comparten e, incluso, le son hostiles. Todo crítico de la Teología de la Liberación no tiene por qué ser de derecha; el suponerlo es una insolente presunción sectaria”.

Ocurre que, en la visión de Methol y otros, la Teología de la Liberación se divide en tres corrientes. La más conocida es la que el sacerdote y filósofo Gustavo Gutiérrez Merino nombró por primera vez durante el encuentro en Medellín. El peruano interpreta el marxismo como método científico y lo vincula con la esperanza cristiana de la liberación. Methol se refiere, por otro lado, a Leonardo Boff (teólogo, filósofo, escritor y ecologista brasileño), “un nuevo nombre” vinculado a esa doctrina, pero con un enfoque más comunitarista, de experiencia evangelista, de inserción de los pobres. La tercera corriente de esa teología era para Methol la que lideraba el teólogo italoargentino Lucio Gera y la definía su afinidad al pueblo, a los pobres, a la religiosidad popular del sustrato católico latinoamericano, que rescataba el lenguaje del rito y de las imágenes.

En los 70 Gera fue uno de los íntimos amigos de Methol. Cuando murió hace un año, Bergoglio, que era arzobispo, ordenó que fuera enterrado en la catedral de Buenos Aires. Gera coincidía con Methol en la idea de que la teología latinoamericana tenía que ser una tradición ritual, más auditiva y visual que la clásica romana y más acorde con el lenguaje cultural de América Latina; debía ser una práctica movilizadora y conectada con los movimientos nacionales populares. Ambos, por supuesto, coincidían en dejar de lado al marxismo.

En el artículo “Cultura y Teología de la Liberación”, publicado en 1984 en Nexo, Methol opinaba que esa doctrina marcó el fin de la Iglesia latinoamericana como especular de la europea y abrió paso a “teologías con sello latinoamericano”. Para Methol, la “religiosidad popular” es la base de la unidad de los pueblos latinoamericanos, la base y la razón de ser —junto a la unidad lingüística— de la “Patria Grande”.

En los discuros de Bergoglio y Methol aparece el deseo común de una iglesia para los más necesitados. Methol rastrea la idea hasta el papa Juan XXIII, que cuando convocó a realizar el II Concilio Vaticano dijo: “De cara a los países pobres, la Iglesia se presenta como es y quiere ser: la Iglesia de todos, pero especialmente la Iglesia de los pobres”. Un oficial del Ejército francés que se hizo monje y optó por vivir en la pobreza en el desierto de Nazaret, Charles de Foucauld, sería el primer pensador de esa iglesia. Su historia, difundida en Charles de Foucauld, explorador de Marruecos, ermitaсo en el Sahara (1921), se convirtió en best seller y dio nacimiento a los Hermanitos de Foucauld. El intelectual francés Paul Gauthier se unió a la congregación y años después escribió La iglesia, el mundo y los pobres (1962), un texto repartido al inicio del II Concilio. “Sobre la base del planteo de Gauthier, los conciliares elaboraron, con aportes propios, la idea de una iglesia abierta a la modernidad desde un sentimiento de pobreza. Pobreza, en el sentido de renunciar a lo superfluo, vivir con humildad y aprender a aprender”, dice Elbio López, quien recuerda que entre aquellos conciliares estaba, como perito, Joseph Ratzinger, que luego se convertiría en Benedicto XVI.

Otra idea que sedujo a Methol había crecido dentro del movimiento de laicos Schönstatt (“bello lugar”, en alemán), fundado por el sacerdote palotino José Kentenich, quien desde antes de caer prisionero de los nazis en el campo de concentración de Duchau predicaba el culto a la virgen María en un seminario ubicado en el pueblo que le dio nombre al movimiento. Kentenich aseguraba que la liberación de los pueblos se haría alrededor de los santuarios marianos (de María). Como esa figura tiene un vigor especial en América Latina, Methol hizo suya la propuesta.

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“Maquiavélico”. La palabra y sus variantes no son demasiado simpáticas. Sin embargo, algunos viejos conocidos la pronuncian con el mismo cariño que al sobrenombre Tucho. Para ellos, es una noción clave para que los demás comprendan los movimientos políticos de Methol: el hombre tenía un ideario y precisaba estar cerca de quienes podían llegar a ponerlo en práctica, es decir, de quienes consideraba que podían acceder al poder. Esto explica también la buena disposición de Methol hacia las figuras de liderazgo, capaces de canalizar grandes transformaciones.

Ese acercarse directamente a las cúpulas fue también su proceder dentro de la Iglesia y generó no pocos resquemores entre la feligresía uruguaya. Muchos veían con desconfianza a ese pensador que se había “saltado” la carrera local para pasar de golpe a la esfera internacional. En los 70, mientras que trabajaba intensamente en Argentina, mantuvo, según Cayota, distancia crítica hacia la modalidad de “grupos de reflexión” por creerlos demasiado encerrados en el mundo parroquial y desconfiar de su potencial evangelizador. Esto estaba unido a su visión de la “religiosidad popular”, que para algunos sonaba a demagogia, y a otros, más conservadores, les producía un rechazo similar al que podía causar, en materia política, su admiración hacia el peronismo. Entre sectores cristianos de izquierda, por otra parte, resultaba antipático su convencimiento de que la actividad política —y en particular las tendencias marxistas— debía quedar por fuera de la Iglesia.

—Yo incidí mucho más en la Iglesia afuera. Porque los núcleos hegemónicos en Uruguay no me querían. Nunca ofrecí lucha, porque, como actuaba en otro orden, prefería concentrarme en batallas que para mí eran más importantes, que dar unas batallas acá y otras allá. Uno es limitado, finito. Por eso yo me limité a otro frente —les dijo a Markarian y Cosse.

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 ¿Conservador o progresista? Desde una perspectiva católica es igualmente difícil encasillarlo. En 2005 le dijo a Carmen María Ramos en una entrevista publicada por La Nación:

—En cuanto a otros temas, como el uso del preservativo, la Iglesia se recuesta en la intimidad del confesionario. La diferencia entre Calvino y la Iglesia Católica es que para Calvino todo pecado era mortal. La Iglesia distinguió siempre entre pecado mortal y venial. Para mí, el preservativo es un asunto venial, pero necesario, porque si no el matrimonio se expone a tener 20 hijos, y eso es imposible. Lógicamente, la Iglesia no puede decir urbi et orbi “usen preservativo”, pero lo contempla, caso por caso.

En el mismo sentido, Methol se manifestaba en contra del matrimonio homosexual, aunque se cuidaba de condenar a los homosexuales como personas. Marcos Methol recuerda que su padre estaba en contra de que se usara la palabra “matrimonio” para las uniones homosexuales porque ésta se refiere al sacramento cristiano, pero no estaba en contra de las parejas homosexuales. “Pónganle otro nombre”, decía.

Su vínculo con la Universidad de Montevideo también alimentó su imagen de conservador. Methol, creen algunos, fue “cooptado” por el Opus Dei, organización que creció especialmente desde la asunción de Juan Pablo II en 1978. Cayota, de formación franciscana, no cree que Methol comulgara con las ideas elitistas del Opus. Es posible que se acercara a ellos debido a su afán por hacer que sus ideas llegaran hasta los círculos de influencia. “Si concebía al Ejército como un poder, es posible que también considerara así al Opus”, dice Cayota. Del otro lado, “Tucho vestía, porque no era un reaccionario y tampoco sostenía la teoría de la liberación de los famosos ‘cretinos útiles’, al tiempo que era un independiente solitario, un gran intelectual”.

El hecho es que todo su archivo documental está en la universidad, que, como el Centro Latinoamericano de Economía Humana (Claeh) y la Universidad Católica, durante años amparó su trabajo de investigación en el Instituto de Estudios Latinoamericanos Alberto Methol Ferré, creado en 2010. El archivo se sigue procesando. Además, se van a sumar unos 13.000 libros de la biblioteca de Methol cuando se pueda realizar el inventario, una tarea que impulsa su hijo Marcos.

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Así como Methol fue un converso, logró convertir a otros. Entre ellos, al historiador y politólogo Gerardo Caetano, quien recuerda que en sus épocas de estudiante era uno de los que lo criticaban su obra por la falta de rigor documental. Hoy, Caetano, especialista en temas de integración regional, se reconoce como “metholista” y se entusiasma al hablar del estilo ensayístico del autor de El Uruguay como problema, al que en los últimos años presentaba con “un profeta”. Caetano también se congratula de que Tucho haya estado —cómo no— entre el grupo de intelectuales que se opuso públicamente a la firma de un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos en 2007.

Los conversos por Methol no son pocos, pero sobre todo, son notorios. La Asociación Methol Ferré —que tiene a Bergoglio entre sus miembros, pero no a Cayota ni a Fló— divulga constantemente las conexiones entre Methol y el Papa, quien se refirió al uruguayo en Una apuesta por Amйrica Latina (2005), de Guzmán Carriquiry. La asociación también le entregó a Mujica La Amйrica Latina del siglo XXI, prologado por Bergoglio, y nuestro presidente resolvió entregarle la obra al Papa.

“El Papa tiene la manera de pensar del Tucho: habla de la patria latinoamericana que está por hacer”, dijo Mujica a Lento sobre su conversación de 45 minutos —casi media hora más que lo establecido por el protocolo— con Bergoglio. Un presidente y un Papa: posiblemente a Methol le hubiera agradado que, aunque sea de manera póstuma, sus ideas hayan llegado tan lejos.  MG, JGL


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