La pluma en el plato [Lento #37, Abril 2016]

Cargaban con varias sospechas: a los pollos les dan hormonas, los pollos no duermen, los pollos crecen hacinados. Para despejarlas, Manuela Aldabe y Lucía Lorenzo anduvieron por galpones, granjas y despachos y averiguaron cómo se produce ese alimento que, con más de 20 kilos anuales por cabeza (y aumentando), ya representa cerca de la cuarta parte del consumo de carne en Uruguay.

Texto: Lucía Lorenzo / Fotos: Manuela Aldabe

Llegar de Montevideo a San Jacinto, Canelones, a la casa de un façonero, para preguntar sobre pollos va a generar más de un malentendido. Él es el encargado de la cría y el engorde de los animales, nosotros somos los consumidores. Venimos de la ciudad para refrendar el estereotipo del que se escandaliza porque descubre, un día, que el pollo que compra en el supermercado es criado, engordado y faenado.

“Yo como pollo siempre, y los crío”, dice con una sonrisa suspicaz Daniel Pereyra, ex presidente de la Asociación de Façoneros de Pollos Unidos. La frase recuerda una escena de Moby Dick, en la que uno de los arponeros come la carne de la ballena que él ha cazado, a la luz del aceite extraído del mismo animal, y el narrador, más irónico que desconfiado, pregunta al “hombre citadino” si hacerlo no es añadir el insulto a la injuria. En varias oportunidades, Pereyra se refiere a cierta susceptibilidad, “exageración” o “sensacionalismo” del consumidor que ignora cómo se produce lo que come:

—Nos duele que siempre estén cuestionando cómo criamos el pollo. La granja no será perfecta pero tampoco explotamos a los animales.

Las granjas de los façoneros no suelen tener más de tres o cuatro hectáreas, por lo que no hay plan B: es el pollo o el pollo. No tienen suficiente tierra para producir otra cosa y, quizá, tampoco tiempo para aprender otro oficio. Tienen, además, los galpones con la infraestructura necesaria: dispensadores de agua, comederos (en general, automáticos), calefacción (a leña o gas), ventiladores y sistema de riego para enfriar el ambiente en verano, un silo donde colocar el alimento para los pollos y grandes cortinas a los costados que se bajan o suben dependiendo de la necesidad de frío o calor, luz u oscuridad. Se calculan ocho o nueve aves por metro cuadrado. El piso de los galpones se llama cama y está hecho con cáscara de arroz. La cama, como todo, tiene sus propias reglas de higiene y mantenimiento.

Pereyra tiene 42 años, es façonero desde hace 20 en San Jacinto y actualmente es dueño de un terreno de tres hectáreas. Allí tiene tres galpones en los que hoy cría 36.000 pollos para la Avícola del Campo, de Soriano. Se autocalifica un productor mediano y explica que los pequeños productores tienen 10.000 pollos, los grandes, 60.000 y los muy grandes, unos 80.000 o 120.000 pollos, aunque éstos suelen ser inversionistas y no productores familiares.

“Façonero” deriva de façon, término francés para indicar la manufactura hecha por pedido de un tercero que es el dueño de los insumos necesarios para la elaboración. Pereyra aclaró que ellos utilizan el término façonero y productor como sinónimos y, según dijo, “los otros son empresarios”.

Pero ¿qué es exactamente un façonero? “Es un productor familiar que pone su predio, la infraestructura de los galpones, la luz, el agua y la mano de obra, y recibe los insumos de la industria”. Éstas, también llamadas integradoras, les dan a los façoneros el pollo, la ración, la leña o el gas para la calefacción, la cáscara de arroz para la cama, la asistencia y la dirección técnica.

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Alex y Luis, en la carnicería de la calle Pérez Castellano‚ cortan los pollos recién llegados de la faena.

—El façonero cría al pollo desde el primer día hasta que está pronto para la faena. La industria le paga a ese productor según el buen uso que haya hecho de los insumos, de acuerdo a los gastos y los resultados. Si tuviste una buena supervivencia, una baja mortandad, si tuviste una buena conversión (o sea, relación entre ración y peso), si los cuidaste, la industria te va a pagar más. No hay un precio fijo, es una tabla de productividad. Uruguay es el único país que tiene este sistema de pago —dice el productor.

Las integradoras son dueñas de las granjas de reproductores, y los pollos que allí se incuban y crían son de líneas genéticas importadas. De estos pollos saldrán los huevos fértiles que se trasladan a las incubadoras donde estarán 21 días. Al nacer, los pollos bebé se colocan de a 100 en bandejas para ser trasladados a los galpones de los façoneros. El avance en genética permitió seleccionar aves que produzcan carne o huevo y que, en el primer caso, tanto el macho como la hembra sirvan para el engorde, llegando al peso de faena (unos tres kilos) a los 50 días, aproximadamente.

—Antes, el pollo que se criaba era el macho que quedaba de la gallina de postura (la que da huevos), porque no había línea genética, y para que ese animal tuviera carne necesitaba mucho tiempo, más de seis meses, porque era flaco, todo pluma. En los últimos 20 años mejoraron mucho los parámetros productivos, pero también se perdió rusticidad. El de ahora es un pollo que no puede tomar frío, que precisa mucho cuidado, porque es más delicado —explica Pereyra.

Hoy en el departamento de Canelones hay 370 façoneros que crían más del 90% de los pollos del país. El porcentaje restante de la producción está en manos de las propias integradoras (en las llamadas “granjas propias”) y otros inversores. La concentración de la producción hacia el Sur del departamento, donde están ubicados la mayoría de los molinos que proveen de alimento a los criaderos, y la llegada de inversores (en algunos casos las propias integradoras), que compraron gran número de galpones para el engorde, complicaron la situación de los pequeños productores del Oeste de Canelones. Para darles una solución, la Asociación de Façoneros creó hace dos años la Cooperativa Nacional de la Asociación de Façoneros de Pollos Unidos (Conafpu).

—En la cooperativa hay 35 productores, pero los que están en el ciclo productivo son los 12 que no tenían trabajo. Tienen unos 10.000 pollos por crianza.

Los façoneros “fusible”, como llaman a estos 12, están ubicados lejos de los molinos y son requeridos por la industria sólo en momentos de expansión, para luego ser descartados.

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Mónica Umpiérrez y su marido Robert Blanco, de la Conafpu, en un galpón con 5.000 pollos‚ de 30 días de vida. Santa Rosa, Canelones.

—Son productores que no tienen la continuidad de los otros y, por eso, muchas veces, no llegan a un ingreso mínimo, y no hacen mantenimiento de la granja porque priorizan a la familia o pagar las deudas. Cuando la industria los requiere, no tienen el mantenimiento necesario y tienen una mala crianza. Es un círculo vicioso porque después les van a entregar menos pollos para el engorde.

La asociación reclama que se ponga un límite a la habilitación de galpones como forma de proteger a los productores familiares.

—Ahora están sobrando galpones y no puede ser que venga alguien de Montevideo e instale diez, dejando sin trabajo a diez productores familiares. Tiene que haber alguna protección. En algunos casos ponen galpones muy tecnificados y no usan façoneros, ponen empleados que reciben un sueldo y no cobran por la tabla de productividad. Pero ahora esos inversionistas se están dando cuenta de que ese sistema no funciona, porque el que cuida el pollo tiene que estar comprometido con los resultados. Si yo cobro un sueldo, y un sueldo malo, no me importa el pollo —opina Pereyra.

En nuestro país hay pocos galpones altamente tecnificados. Se les dice blackout o dark house y son propiedad de integradoras o de inversionistas particulares. Vistos desde afuera, parecen un búnker: “Salen muy caros, están iluminados artificialmente y requieren mucha energía eléctrica. El pollo está más cómodo porque está cerrado, no le entra sol. Ellos controlan la luz y tienen un sistema de ventilación que es como si fuera aire acondicionado”.

En Canelones se faenan, según cálculos de Pereyra, unos 100.000 pollos por día, o más. En su opinión, el mercado está disputado hoy entre Avícola del Oeste y Tres Arroyos. Las integradoras son dueñas, además de los pollos recién nacidos, de las incubadoras, los molinos y las plantas faenadoras, y se encargan de la distribución y venta de los pollos al público y para exportación. La cooperativa, por su parte, comercializa sus pollos a la Dirección de Cárceles del Ministerio del Interior gracias a un convenio con la Intendencia de Canelones, pero la idea es llegar a 30% de todas las compras públicas de pollo y disputar, al menos, un pequeño nicho del mercado a las grandes integradoras. Para lograrlo necesitan una planta de faena propia y realizar también el trozado del pollo.

En este momento, la cooperativa depende de las integradoras para faenar. Esto trae algunos inconvenientes, como la espera (“primero está el pollo de ellos y recién después el nuestro, nos dejan para el final”), y una desventaja económica, ya que les cobran 17 pesos por animal, cuando podrían estar “faenando y trozando por ocho”.

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Un pollo macho de 50 días en el galpón de engorde de Daniel Pereyra, antes de cerrar el distribuidor de agua y trasladar a las aves al frigorífico.

El Instituto de Colonización cedió a la cooperativa un terreno de nueve hectáreas en San Jacinto. La construcción de la planta rondará el millón de dólares y están buscando la forma de financiación mediante distintos fondos y apoyos.

A pesar de que, como dijo Pereyra, “en el Ministerio manda la vaca”, la creación de la Mesa Avícola en 2009, integrada por el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca, delegados del sector industrial, empresarios avícolas, y façoneros, ha permitido algunos avances importantes, como el pago por la tabla de productividad, reivindicada por los façoneros. Otro logro de la Asociación de Façoneros, con el apoyo del Ministerio y su Dirección General de Desarrollo Rural, fue la publicación de un Manual de buenas prácticas en la producción avícola, necesario para acceder a los mercados más exigentes. Allí se dan consejos para una crianza de aves saludable; algunos por exigencias del Ministerio, otros por sugerencias de la asociación, como lo relativo al bienestar animal.

En avicultura, la mujer no sólo trabaja sino que es, en general, la que toma las decisiones. Mónica Umpiérrez, façonera desde hace diez años junto a su esposo, integra la cooperativa. Comenzaron “sin nada de experiencia”, aprendieron el oficio haciéndolo pero también con el apoyo de las empresas, y las reuniones y talleres que da la asociación.

Hoy tienen dos galpones en sus dos hectáreas de campo y crían cerca de 10.000 pollos que llegaron hace un mes. Hasta ahora se le murieron 170; lo habitual es que haya 5% de mortandad durante toda la crianza. Cuando el pollo muere en la primera semana, suele tratarse de una malformación del huevo y es responsabilidad de la incubadora. En verano son comunes las muertes por ola de calor, y en invierno el problema suelen ser las infecciones respiratorias. Los cadáveres se entierran y, si es invierno, se queman.
Para Mónica y su esposo tampoco hay plan B.

—¿Yo a qué voy a cambiar? Le tengo mucha esperanza, sé que hay que luchar mucho y que tenemos que estar unidos, pero todos vamos por el mismo objetivo: trabajar. Cuando te va mal, te bajoneás un poco, pero si ves que te va mejor, te da más fuerza para seguir.

Las raciones de los pollos contienen maíz, harina de soja, sal y vitaminas. “Antes era común el uso de sorgo porque era mucho más barato que el maíz, pero es poco digestivo, rinde menos, al pollo le cuesta más engordar y va a necesitar más ración y más días”, según Pereyra. Wilder Barreto, presidente de la Cooperativa y ex estudiante de veterinaria, explica que el pollo come unos 200 gramos de ración en su primera semana de vida, y después va aumentando para terminar comiendo aproximadamente unos 200 gramos por día. Machos y hembras se crían en galpones distintos porque, de acuerdo a Pereyra, el macho es más dominante y desplaza a la hembra de la comida, pero también porque llega al peso de faena antes.

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Recolección de pollos para faenar en el galpón de engorde de Daniel Pereyra. Luego serán metidos en cajones de plástico y trasladados en camiones al frigorífico.

La producción del pollo de engorde tiene su zafra en los meses de verano, cuando la gente consume más. Entre crianza y crianza, algunos façoneros pasan más de un mes “parados”. Mónica llegó a estar 60 días sin pollos. Lo mismo le sucedió a Eduardo Chiarle y su esposa, Noemí Garrido, que también forman parte de la cooperativa y son façoneros desde hace más de 30 años. “Seis meses se hace largo. Lo ideal serían cinco crianzas por año y tener pollos cada 20 días”, dice Chiarle. Los pollos que están criando ahora llegaron hace sólo cuatro días y son cerca de 6.000, de los cuales murieron 25.

—Habiendo pollos, tiene que pasar una cosa muy rara para salir y dejarlos solos. Estamos todo el día con los bichos —dice Chiarle.

En el caso de su familia, que dispone de cuatro hectáreas, tampoco hay plan B. El sueño, otra vez, es que la cooperativa funcione.
Los pollos de uno de los galpones que tiene Pereyra pesan tres kilos y ya están prontos para ser faenados. La cuadrilla de agarradores (cuatro muchachos contratados por la empresa dueña de los pollos) baja los cajones vacíos para llenarlos de pollos, cargarlos al camión y llevarlos a la planta de faena. Desde hace seis horas no comen ni toman agua para evitar la contaminación cuando los faenen. En general, la cuadrilla trabaja cuando anochece para no asustar a los demás pollos. Los agarran por las patas de a cuatro o cinco y, para quien no está acostumbrado a las tareas del campo y a no producir lo que come, puede resultar algo violento. El propio Pereyra confiesa que pasa un momento feo. La faena será esta misma noche, “por el tema del calor”.

En la planta de faena se cuelga el pollo vivo en la noria, se lo insensibiliza con agua electrificada y se lo degüella antes de que recupere el conocimiento. Después del proceso de sangrado, pasa por agua caliente, a 52 grados, para que conserve el epitelio amarillo. En la peladora se le sacan las plumas, luego se le da una ducha de agua limpia y, de forma manual o automática, se le corta la cabeza y las patas. Después, se lo manda a otra área aislada, en una noria distinta, para sacarle las vísceras. Se cosechan los menudos, se le da otra ducha y ahí va a un tanque grande de agua helada para bajarle la temperatura. Circula por esa agua y sale para ser clasificado y llevado a la cámara de frío. En caso de que sea pollo para venderse trozado, pasa al día siguiente a la sala de trozado para hacerle los distintos cortes (muslo, ala, pechuga, etcétera), y después se envasa.

La tasa de producción de carne de pollo es liderada por Estados Unidos, Brasil, China y la Unión Europea, de acuerdo al Anuario 2015 de la Oficina de Programación y Política Agropecuaria. A nivel mundial, la carne de ave es la segunda en volumen de producción luego de la de cerdo, y se estima que, en 2016, habrá una producción global de casi 90 millones de toneladas. Los grandes exportadores del Norte son Estados Unidos y la Unión Europea, mientras que en América Latina el que va a la cabeza es Brasil, seguido por Argentina y Chile.

En 2015, sólo 7% de la producción de Uruguay fue para exportaciones: las ventas al exterior cayeron debido al cierre del principal mercado, el venezolano. Otros destinos de exportación son Emiratos Árabes, Congo, Hong Kong, Vietnam y Angola, mientras que las importaciones son, en su mayoría, de preparaciones y conservas, y provienen principalmente de Brasil y Chile. También se ha importado pollo entero congelado desde Brasil y Estados Unidos aunque en pequeñas cantidades.

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Eduardo Chiarle cuida a sus pollitos de cuatro días de vida, les da de comer y les prende ventiladores en verano y estufas a gas en invierno. Vive con su compañera‚ Noemi Guerrido, y son parte de la Conafpu. Paraje Castellanos‚ San Bautista, Canelones.

Uruguay tiene un gran número de mercados habilitados para exportar pollo, pero se trata de lugares donde hay mínimas exigencias y, por lo tanto, pagan un precio de referencia muy bajo. En cambio, en un mercado exigente, se paga mucho más.

—Como sector tenemos que aspirar a producir un producto de valor agregado y acceder a nichos especiales —sostiene Pereyra.

Uno de los mercados a los que se quiere acceder es Chile, que es un gran exportador de pollo (a la Unión Europea, entre otros mercados) y, sobre todo, de pollo procesado (como nuggets), por lo que tiene gran demanda interna de pollos enteros.

Hay varios mitos en torno a la producción de pollos. Algunos versan sobre la alimentación y otros sobre sus condiciones de crianza. Se dice que les dejan la luz encendida las 24 horas para que coman más y engorden más rápido. Se dice, también, que les dan hormonas en el alimento o en el agua, y antibióticos siempre, sean o no necesarios.

Sobre las hormonas, todos los façoneros son tajantes: no se usan. El mito, dicen, viene de la década de 1940, cuando no había línea genética de engorde y se usaba el macho que quedaba de la gallina de postura que demoraba más de seis meses en engordar.

—Antes de que llegara al peso se le despertaban las características sexuales: mucha pluma, un gallo crestudo pero bien flaco. Para contrarrestar eso, se le daban las hormonas. Se le inyectaban estrógenos en el cuello. Eso quedó en la cultura popular 
—cuenta Pereyra.

Algo parecido sucede con los antibióticos. Barreto explica que se usan en casos especiales (“por ejemplo, bronquitis”) y siempre siete días antes de la faena, porque es el tiempo que necesitan para hacer efecto. No se da antibióticos si el pollo está listo para faenar. Si se trata de enfermedades que no se transmiten a los humanos, se retira y va a faena.

La enfermedad de Newcastle y la gripe aviar son las dos que restringen el acceso a los mercados. En Uruguay no hay casos de la primera desde hace más de 20 años y hasta el momento no ha habido gripe aviar. Entre otros controles relativos a plagas y roedores, el Ministerio exige el uso de mallas antipájaros para evitar la contaminación aérea con otras aves.

Lo que sucedió en mayo de 2015, cuando una granja de la empresa Tenent fue clausurada por el Ministerio de Trabajo luego de encontrar, entre otras irregularidades, roedores muertos, perjudicó a los façoneros y fortaleció el mito del mal manejo en las granjas de engorde.

—Esa granja estaba manejada con empleados, no con façoneros, pero el consumidor se queda con esa foto —se queja Pereyra.
Con respecto a la luz y la comida continua, Pereyra es categórico: los pollos necesitan, como mínimo, cuatro horas de oscuridad para generar serotonina.

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Un pollo de más de 60 días no logra sostenerse en pie en el galpón de engorde orgánico de Ecogranja. Melilla, Montevideo.

—Ése era un error que se cometía antes: se les dejaba la luz prendida para que comieran. Ahora, en cambio, el pollo come solo. Genéticamente se seleccionan para que coman y para que crezcan.

Rik Lester y Lut Boone son belgas (él es ingeniero agrónomo y ella educadora social), tienen más de 50 años, llegaron a Uruguay en 1988 y desde 1991 residen en Melilla. Allí, la granja en la que viven y producen tiene la contundencia de lo autosuficiente. Hay de todo en esas seis hectáreas productivas: hortalizas y frutas de estación, gallinas ponedoras, pollos, conejos y cerdos. También producen su propia miel y están terminando de hacer una casa con barro y paja.

“Acá no se pierde nada, ni la mierda se pierde”, dice Rik y enseguida explica que ellos, más que productores orgánicos, son “productores agroecológicos, integrales”. Las palabras siguen siendo importantes: la granja tiene un nombre largo pero “con sentido”: Eco Espacio Integral Taller Agrario. Allí dan talleres a estudiantes de agronomía y a todo aquel que quiera iniciarse en este tipo de producción. También forman parte de una cooperativa, la EcoGranjas, con 18 productores de Montevideo rural, San José y Canelones, que están en la misma línea de trabajo que ellos. Los puntos comerciales de la cooperativa son la Ecotienda, ubicada en el centro de la capital, y un puesto en la feria del Parque Rodó.

La agroecología, según Rik, “implica tener en cuenta todo el sistema de producción, no sólo tu plantita; es una visión sobre el medio ambiente y es una visión política también, porque es la única forma en que se va a poder, a largo plazo, producir alimentos para el ser humano”. En una granja ecológica tiene que haber animales, porque, según explicó, limpian, comen restos que no se pueden usar y producen abono. Los pollos que crían, y que regalan a amigos, viven alrededor de 80 días y llegan a pesar unos tres kilos. Actualmente tienen alrededor de 100, además de entre 130 y 150 gallinas ponedoras, que producen, por lo menos, 100 huevos por día.

Sus animales son de la misma línea genética que los de los façoneros, pero los alimentan de manera diferente.

—Es una fórmula que mandamos a hacer al molino, en la que tratamos en lo posible de sacar el maíz transgénico y la soja transgénica. Les estamos dando muy poca soja porque el 100% es transgénico, pero todavía se consigue maíz no transgénico. Tratamos de sustituir la soja por otros alimentos que tengan alto porcentaje de proteínas. Les damos sorgo, girasol, semitín, arveja forrajera, y aumentamos los núcleos que se ponen de proteínas —dice Rik.

Tampoco se usan antibióticos en la granja. Si tienen un problema de sanidad, lo que hacen es “cortar todo durante tres o cuatro meses”.

Las condiciones en las que viven los pollos también son distintas: tienen más contacto con el aire y, por una razón obvia, más espacio. Rik afirma que los criaderos están superpoblados y cree que el espacio es importante para producir una carne con más fibra y consistencia. También deja convivir a machos y hembras, porque “hay que pensar un poco en la salud sexual de los bichos”. ¿Qué pasa si el pollo come materia fecal de otros animales? Para Rik, no es importante: considera positivo que el animal cree autoinmunidad para ciertas enfermedades. Tampoco usan mallas antipájaros, por lo que estarían expuestos a la contaminación de otras aves y a la gripe aviar, pero Rik piensa que de eso “nadie se salva”.

El tema del uso de hormonas en la cría de aves reapareció en 2013 a partir de una nota del suplemento Qué pasa (del diario El País) en la que se relacionaba la pubertad precoz, y en particular el desarrollo del botón mamario en niñas de ocho años, con el consumo de pollo. Como reacción, la Sociedad de Medicina Veterinaria del Uruguay emitió un comunicado en el que declaraba:

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En la misma granja pollos de 15 días de vida crecen bajo cuidados orgánicos de Lut y Rik.

… en la producción industrial de carne de pollo en Uruguay no se utilizan hormonas, no sólo porque la normativa legal vigente lo impide expresamente, sino además por la estricta aplicación de los principios éticos de los profesionales veterinarios responsables de dicha actividad.

La pediatra Rosario Satriano, integrante del Comité de Nutrición de la Sociedad Uruguaya de Pediatría, afirma que el desarrollo del botón mamario en niñas de ocho años “es absolutamente normal y se lo considera un estado prepuberal”. Además, dice que “no hay ningún estudio en el país que avale científicamente que los pollos acá están tratados con hormonas” y que “los pollos no tienen hormonas por motivos éticos, de costo económico y de trazabilidad”.

—El que dice que a los pollos les dan hormonas, tiene que demostrarlo —agrega.

“Si bien acá no estamos en la última moda en los estudios para detectar hormonas o antibióticos, en otros países donde se venden los productos cárnicos sí lo hacen. Nuestra carne de vaca, por ejemplo, es aceptada en los mercados externos porque tiene trazabilidad cero, es perfectamente natural”, dice la pediatra.

Por otro lado, los costos de dar hormonas a los pollos serían altísimos: “La hormona no se puede dar por medio del alimento, se da intravenosa, pollo por pollo, y a veces más de una vez en el día, con lo cual sería imposible”. Como los façoneros, Satriano opina que el tema de las hormonas es un mito que viene de mediados del siglo XX.

—No estoy de acuerdo con dejar de darle pollo a los niños, porque es una proteína de alto valor biológico. Creo que tenemos que aceptar de la naturaleza los alimentos que están, siempre que la alimentación sea balanceada. No hay que hacer caso a las modas, los mitos y los bolazos.
—¿Qué pasa con los reguladores de crecimiento que se utilizan en la ración de los pollos?
—Son probióticos, bacterias buenas que mejoran y cambian la flora intestinal del animal. Los usan para mejorar la absorción del alimento y permitir así un engorde mayor en menor tiempo —responde Satriano.

Sobre el uso de antibióticos, coincide con lo dicho por Barreto, con una pequeña diferencia de días: “En caso de que se los den, lo hacen 15 días antes de faenar al pollo, para tener la certeza de que no va a pasar al consumo humano y generar resistencias”.
Satriano también confirma que el máximo de exposición de los pollos a la luz es de 20 horas diarias, para que puedan producir serotonina, hormona encargada de regular, entre otras cosas, el comportamiento.

En cuanto a las líneas de engorde, la pediatra explica que si, luego de los 60 días el pollo no es faenado y sigue engordando, “tiene condicionantes que le bajan la calidad”, como cojeras u otras patologías originadas por la obesidad.

La pediatra no está al tanto de un aumento de casos de pubertad precoz y explica que en nuestro país no hay ningún estudio estadístico sobre el tema:

—Puede haber muchas causas para la pubertad precoz pero son causas médicas. Las más frecuentes son trastornos endocrinológicos que se estudian, pero no creo que estén determinados por el pollo.

Sería importante, según dijo, hacer una reunión informativa o una jornada científica sobre este tema, para mejorar la difusión y “evitar que se digan cosas sin rigor científico”, ya que se trata de un “problema de nutrición a nivel de la población”.
En los mitos que circulan alrededor de los alimentos y su forma de producción parece subyacer el temor a lo corrompido. Lo que fue bueno antes, por alguna extraña razón, ya no lo es. Y no sería difícil señalar al culpable —el estúpido hombre que todo lo pervierte—. Pero hay otra cosa más. Dentro de los galpones, caminando entre los pollos, viendo a unos asustados, a otros indiferentes, y a alguno casi pensativo, uno siente que estamos vergonzosamente atados a lo que nos es familiar, y que repudiamos todo lo que no lo sea.

Y si uno resiste el pudor de esa novedad podrá saber, también, que la verdad de los pollos no es que son incubados, criados de a montones y agarrados, un día, para ser llevados a un camión y de allí a la faena. La verdad de los pollos es que los ciclos naturales se cumplen de una manera inexorable. El hombre de campo lo sabe, convive diariamente con eso, y sabe que él mismo es parte de ese ciclo. El hombre de ciudad, en cambio, se hace ideas, y se crea ilusiones. “Pobres pollos”, piensa el citadino mientras contempla a los pollos que esperan, sin saberlo, la muerte. Sólo le haría falta un minuto más para poder sentir cómo le es devuelta, en exacta dosis, toda esa conmiseración inútil.


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