Hombre Araña, vos me conocés

 

 

† ANA FORNARO

ƒ JAVIER CALVELO, BISMARCK PINO

 

Eras chico y estabas disfrazado de Hombre Araña. Te rasgaban el traje, te gritaban cosas y te pegaban. También venían unas nubes gigantes y se transformaban en pedazos de hormigón amenazando con romper todo lo que estaba a tu alrededor: las vacas, los chanchos, los perros y la casa donde vivías con tus tнos y tus abuelos en un campo en San José. A veces no eran tormentas sino naves espaciales que prometían llevarte con su tripulación hasta donde estaba tu madre. No sabías dónde estaba tu madre. En el momento en que te estaban dando más fuerte o cuando la nube se transformaba en piedras, te despertabas sudando. Hoy ya no tenés esos sueños. Te los sacó un curandero. Cada tanto se aparecen otras imágenes que no querés contar porque sabés que pueden volverse realidad. Lo sabés así como estás seguro de tener un sentido especial para intuir y evitar el peligro. Como el Hombre Araña.

Es un martes tórrido de enero y el Parque Rodó todavía se está desperezando. De a poco se instalan los vendedores de golosinas y los autitos del circuito Monza comienzan a moverse. Se levantan los telones de las calesitas pero todavía no hay un alma. Ni un solo niño a la vista. El sol pega demasiado fuerte para la hora y el Hombre Araña, que prometió llegar a eso de las cinco de la tarde, como todos los días, no aparece. A lo lejos se distingue una figura roja y azul pero con la cabeza al descubierto. ¿Habrá venido a mostrar la cara para el encuentro? No. Es un adolescente disfrazado de jugador del Barcelona.

—Acá lo conocemos todos. Viene desde hace años. Aunque a veces pasa temporadas sin venir. ¿Bismarck? No sabía cómo se llamaba. Bismarck… Qué nombre raro. Es amable sí, no tiene problemas con nadie pero nunca le vimos la cara. Para mí que desvaría. Dice que salió en la tele, que es famoso. Hasta me ofreció promocionar los juegos. Yo le dije que el parque se promocionaba solo.

Rainieri, dueño de casi todos los juegos del parque infantil, sentado en la cabina de la Calesita Espacial y rodeado de monos extraterrestres, no sabe que sí, que es verdad. Bismarck Pino salió en la tele varias veces, lo entrevistaron otras tantas y recorrió el mundo en una serie de fotos que le llevó cinco años a Marcelo Isarrualde. El Hombre Araña uruguayo no desvaría.

—Dicen que sufrió maltrato cuando era chico y por eso ahora anda de personaje. Pero se dicen tantas cosas…

Ahora sí. Cruzando 21 de Setiembre con paso decidido y sin mirar si vienen autos, se aproxima el Hombre Araña con todo un cargamento en la espalda. Por un instante fantaseo con que me va a reconocer aunque nunca me haya visto. Porque yo lo reconozco. Cuando nos encontramos, se saca la mochila, que es en realidad una valijita donde tiene todos los implementos para trabajar. Del cuello le cuelga un trípode plateado y una credencial de su propia manufactura que dice “Seguridad Social”. La valija-mochila está forrada de nailon para proteger las muestras de lo que ofrece: fotos, tatuajes de arañas y golosinas del superhéroe, todo con su precio correspondiente. Además, tiene algunos carteles colgados que anuncian sus condiciones de trabajo: si otras personas le sacan fotos, tienen que dejarle una propina de al menos 20 pesos; si no colaboran, se tapa la cara. La gente es de abusar. Otro cartel avisa que anima cumpleaños. También tiene tarjetas de presentación diseñadas e impresas por él mismo. La mochila debe de pesar sus buenos kilos, y entre la cámara digital y la impresora portátil –antes usaba una Polaroid– lleva mucha plata encima, pero nunca le robaron. El traje se impone. Fue consiguiendo sus instrumentos de trabajo de a poco, gracias a una distribuidora de artículos de fotografía a la que le compra desde hace tiempo. Todavía sigue pagando la impresora. Dice que debe 16.000 pesos.

Yo sudo y no sé a dónde mirarlo cuando hablo. Sus ojos son plateados y enormes y me pregunto si no se estará muriendo de calor con ese traje. Nuestro primer diálogo cara a cara es bastante extraño.

—¿No tenés calor con ese traje?

—Bien, por suerte bien. Ahora vengo sólo de tarde.

—¿Qué hiciste esta mañana?

—Ah, muy bien. Me siento muy bien.

Pero —otra vez— Bismarck no desvaría. Está sordo del oído izquierdo y yo estoy mal ubicada. Y no, no se muere de calor. La fibra sintética con la que él mismo se fabricó el traje lo protege del calor y del frío. Y de los rayos solares y de la contaminación. Está acorazado. Este traje es nuevo: lo tiene desde hace unos meses. Pero la gran novedad es el traje negro. Se lo diseñó y cosió hace poco y tiene ganas de que Isarrualde vuelva a sacarle fotos con él puesto.

—¿Conocés la historia real del traje negro? Es interesante porque al personaje lo penetra una mancha negra, una especie de alquitrán que viene de un meteorito, y el traje lo domina. Pero con el ruido del campanario después vuelve a la normalidad. Y bueno, ahora tengo los dos. Como todavía no me conocen mucho así, fui a hacer un reconocimiento a la comisaría para no tener problemas. Fui de particular. Me dijeron que todo bien, que ellos me conocen. Así que ahora lo puedo usar.

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En el parque infantil hay poco movimiento. Algunos le gritan a Bismarck y otros quedan paralizados, pero nadie quiere sacarse fotos. Entonces él se acerca, les pide chocar los cinco y les hace el “oso” sacándoles la mano. Les dice que sus padres los quieren mucho y que están orgullosos. Los adultos se muestran más esquivos y tironean a sus hijos con un venнparacб.

Mientras caminamos al “parque de grandes” nos cruzamos con la Bruja Alicia. Ella también está enmascarada y hace pociones en una marmita. Es amiga de Bismarck, aunque nunca se vieron las caras. Cuando la cosa anda floja, el Hombre Araña y la Bruja Alicia se juntan a charlar.

—Andará por los 40. Creo que también hace teatro. Es diferente porque yo soy parte de mi personaje. Soy un colaborante social. Mi misión es acercar a las familias, evitar la violencia dialogando. Ella anda disfrazada nomás, pero es una buena persona.

Se empieza a ver la playa y la luz se refracta en mil pedazos en el agua. Bismarck tiene razón: a esa hora el lugar es cerca del Rock and Samba. Suena “Gangnam Style” y varios niños y adolescentes hacen bailecitos. Ahí sí: el Hombre Araña se convierte en un imán. Despliega su trípode, le pide al niño de turno que se ponga a una distancia determinada, enfoca la máquina y va corriendo a su lado adoptando las clásicas posturas del superhéroe, poses que viene ensayando desde hace 38 años, cuando se puso por primera vez el disfraz.

Llega el momento de cobrar y de imprimir la foto. Los niños miran maravillados cómo un papel entra y sale de la caja mágica que va escupiendo colores hasta que se forma la imagen. Bismarck envuelve la foto en unos sobrecitos de nailon que tiene preparados, con su número de celular impreso.

Un Hombre Araña de tres años se acerca y queda petrificado; empieza a gritar como un poseso desdoblado.

—¡Yo te conozco, Hombre Araña! ¡Vos me conocés! ¡Yo te conozco, Hombre Araña! ¡Vos me conocés!

Se acerca el fin de la jornada laboral y no fue un gran día. Sacó un par de fotos nomás e hizo un solo tatuaje con su marcador. Lo que gana a diario lo anota rigurosamente en un almanaque para llevar un control. Es su único ingreso. Antes de partir quiere pasar a ver la exposición de su amigo Isarrualde sobre los años 80, que está en la fotogalería al aire libre del Parque Rodó. Habla de la dictadura. Un día lo detuvieron, no se acuerda por qué. Él siempre votó a la lista 1001. Hay que darle tiempo al país, reflexiona el superhéroe.

Es hora de volver a Paso Molino y, como todos los días, se comprará en el camino un pomelo y con un tubito lo irá tomando a través de su máscara hasta llegar a su casa. No es una pajita cualquiera, es un dispositivo especialmente diseñado para poder calmar la sed sin necesidad de revelar su identidad. El tubo blanco va desde la botella —que esconde en su mochila— hasta su boca y entra al traje por el cuello. Esta nochecita espera no tener problemas en el ómnibus; algunas veces no lo dejaron subir con el disfraz. Él tiene anotadas las matrículas y las líneas en su celular; un día espera encontrarse con los conductores para decirles que discriminar está mal.

Cuando nos despedimos le digo que quiero verlo sin el traje. Duda. Después redoblo la apuesta y le digo que también me gustaría ir a su casa. Duda más. Se está por mudar y está todo hecho un relajo, además de que siempre está el tema de revelar la identidad. Dar a conocer su nombre es una cosa, pero sacarse la máscara es romper con el personaje. Así lo llama. Por esa misma razón, tampoco revela la edad. El Hombre Araña es un adolescente eterno y un señor grande defraudaría a los niños. Pero al final dice que sí, que quiere que conozcan su historia, “la verdadera historia del Hombre Araña”, dice, casi como propuesta de título. Saca un mapa —siempre anda con un mapa en su mochila— y me explica cómo llegar a su casa.

 

Te pusieron Bismarck por el acorazado alemбn de la Segunda Guerra Mundial. No sabйs el motivo. Tu padre no era militar ni belicista: era repostero de la йpoca en que La Tablada era un hotel, antes de que, durante la dictadura, se transformara en un enterradero. Naciste en Montevideo y fuiste un hijo ъnico mimado por un rato. Te sacaban fotos en tu triciclo, con moсita y zapatos de charol. Vos no mirabas a la cбmara y tus ojos se reнan mientras cruzabas las manos. 

Una noche, despuйs del trabajo, tu padre llegу a tu casa y tu madre estaba con otro tipo. Tu padre se fue y cuando volviу a buscarte hacнa dos dнas que estabas encerrado en un cuartito. Te llevaron al campo de San Josй con tus tнos y abuelos. Tenнas dos aсos y medio y eras “un negro chico precioso”, como dice tu tнa Norma, la que te criу con su marido porque nunca pudieron tener hijos propios. Igual que los tнos de Peter Parker, el Hombre Araсa de los cуmics.

En el campo de tus abuelos aprendiste de todo. Lo recordбs como un perнodo a veces idнlico, a veces terrible. Te llevabas bien con los animales y te mandaban a la escuela rural, una toda de piedra que habнa construido tu abuelo. Para ir a la escuela caminabas cuatro kilуmetros, pero nada te entraba en la cabeza. Estabas pensando siempre en otra cosa. Estabas pensando en tu mamб. En segundo quedaste repetidor y te tuvieron que mandar a una escuela especial. Llegaste a tercero y no fuiste mбs. Tu padre habнa conseguido un trabajo como cocinero en el hotel Nirvana, donde tambiйn trabajaba tu tнo Luis, el marido de Norma. Todos los meses iba al campo a visitarte en su moto. Cuando volvнa para Nueva Helvecia vos te escondнas a llorar atrбs de un бrbol y te abrazabas a Corsario, un ovejero alemбn. 

Al dejar la escuela te pusiste difнcil. Te peleabas con tu tнa todo el tiempo porque pensabas que te habнa arrancado de tu madre, que no dejaba que la vieras. Norma no sabнa dуnde estaba ella. Era tu madre quien no querнa verte, pero vos no entendнas. Cuando se mudaron a la ciudad de San Josй, despuйs de rematar el campo, te mandaron a la Escuela Industrial y a hacer cesterнa. Tenнas una habilidad manual increнble, aprendнas rбpido y llegaste a hacer de todo. Los fines de semana estudiabas dibujo por correspondencia. Pero empezaste a empeorar. Te dolнa la cabeza todo el tiempo y a veces tenнas alucinaciones. Veнas a tu madre por todas partes. Norma te llevу al psiquiatra, a la colonia Etchepare, y el mйdico te atiborrу de medicaciуn. Tambiйn te dieron electrochoques. Ibas y volvнas de la Etchepare hasta que un dнa en un episodio le pegaste a tu abuelo. Norma dijo basta. Vos no eras un chico violento. Se terminaron los remedios y nunca mбs te pasу algo asн. Pero seguнas insistiendo. Si no conocнas a tu madre no sabнas quiйn eras. Un dнa, a los 14 aсos, despuйs de conseguir la direcciуn, agarraste todas tus cosas y te fuiste a Montevideo decidido a recuperarla. Fue un momento intenso; lo viviste como mбgico, como si te devolvieran la sangre robada. Hablaron durante un rato, ella te explicу cosas pero no te invitу a quedarte. A las tres horas estabas de vuelta en San Josй. 

 

Para llegar a la pieza donde vive Bismarck hay que golpear un portón de metal. Atiende la vecina de adelante y lo llama. Por debajo del portón veo las botas de Hombre Araña que se acercan y me digo que no, que no puede ser, que se arrepintió. Otra vez hablar a través de una máscara, no. Pero cuando abre la puerta veo la cara de un señor morocho de pelo crespo que me sonríe con su traje azul y rojo. En la pieza vive con Paola, su pareja desde hace unos años, y los dos hijitos de ella. El cuarto es chico: entra una cama de dos plazas y poco más. Un rincón-cocina con una garrafa arriba de una mesa, un baño separado con una cortina azul y un par de bancos. Las paredes están peladas: sólo hay colgada una foto de Messi, que pegaron los hermanos de Paola cuando pasaron una temporada ahí. La pieza está casi vacía porque llevaron casi todo a Punta Rieles, donde se van a mudar en breve, a una casa con más espacio.

A su mujer la conoció en un ómnibus. Él volvía del Parque Rodó con su traje y el hijo mayor de Paola quedó hipnotizado. Intercambiaron chistes y cuando le tocaba bajarse Bismarck le dio su tarjeta. Esa misma tarde Paola le estaba mandando un mensaje de texto al enmascarado y al mes siguiente estaban todos instalados en la casa de él. Él crió a Victoria, la hija menor, que era una bebita cuando se conocieron, y la considera su hija. Nunca tuvo hijos propios porque siempre temió repetir su historia. Por eso siente que su trabajo consiste en acercar a las familias, hacer que los hijos se sientan queridos por sus padres. Es su tarea, su colaboración social, su misión de superhéroe.

Paola es muy joven. Observa a Bismarck mientras relata pedazos de su historia. El Hombre Araña sin la máscara es un señor flaco de piel oscura que habla con voz nasal y cadencia infantil. Las palabras no le salen fácil, pero cuando se embala no hay quién lo pare. Tiene una mirada inteligente que parece desgastada por el paso del tiempo, por una vida llena de peripecias que a veces le cuesta situar. Las fechas se mezclan cuando pasaron tantas cosas. Bismarck no se queja. El Hombre Araña lo salvó, le proporcionó una identidad ansiada, la de un personaje que le caía bien. Él sabe que no es el Hombre Araña. Pero también sabe que si hay alguien que puede encarnarlo es él.

—Me gustó desde el principio. Desde que lo empecé a ver en los cines. En las primeras series. Tiene buena onda y tuvo una adolescencia difícil, como la mía—, dice mientras me muestra todos los DVD que tiene en su casa. Sólo tiene películas del Hombre Araña. Las mira todo el tiempo con los nenes en un “huevito” que funciona como tele, radio y reproductor de DVD.

 

Despuйs del encuentro con tu madre, entre la decepciуn y la negaciуn, las cosas empeoraron con tu tнa. Norma estaba desbordada y decidiу que fueras a vivir con tu padre a Nueva Helvecia. Quizбs allн encontraras un rumbo. Tenнas 15 aсos. Mientras trabajabas haciendo alguna changa y artesanнas, te enteraste del concurso de disfraces del carnaval y con un pantalуn de lana azul de niсo y otros retazos que fuiste encontrando fabricaste tu primer traje. Sabнas coser. Te habнa enseсado tu tнa. Sabнas dibujar y diseсar, era el talento que tenнas. Ganaste el concurso y saliste en el diario local. Siguieron los concursos y el traje se iba perfeccionando. Fuiste ganando varios hasta que te hiciste conocido. Un dнa vino el director del Circo Norteamericano y te ofreciу trabajo. 

Primero limpiaste las jaulas de los tigres bengala. Despuйs se dieron cuenta de que tenнas carisma y empezaste a ensayar con los payasos haciendo piruetas. Despuйs malabares, luego el trapecio, y sin darte cuenta estabas girando con el circo con gente de todas partes del mundo. Cuando el circo se iba, vos volvнas al Hombre Araсa y a las changas hasta que te llegaban telegramas para reclutarte otra vez. Conociste todo Uruguay y fuiste feliz, pero querнas mudarte a Montevideo. En la capital estaban tus raнces, tu madre, aunque ella no te quisiera ver. Ahн conseguiste trabajo en una empresa que le hacнa el cableado a UTE. A pico y pala te pasaste 14 aсos con un trabajo fijo y fнsico del que no te quejabas. Con el primer sueldo te compraste tu primera cбmara de fotos y empezaste a fotografiar todo lo que tuvieras enfrente. Como el Hombre Araсa. El tiempo fue pasando y te fascinaste con la tecnologнa: te pasaste a las Polaroid —hoy tenйs cuatro— hasta que entraste en la era digital. Los fines de semana o durante las vacaciones aprovechabas y salнas con tu disfraz a recorrer los parques. Hasta te conseguiste un trabajo con Dalton Rosas Riolfo, el dueсo del Tony Park. Tus compaсeros de la empresa te aceptaban como Hombre Araсa. A veces te embromaban, te tomaban el pelo, pero nunca te trataron de loco. Incluso uno de ellos te dio la gran idea: juntar la fotografнa y el personaje para sacar unos mangos extra. Cuando te quedaste sin trabajo, como todos los de la empresa, te reconvertiste en superhйroe a tiempo completo. 

 

Para visitar a sus tíos en San José, Bismarck prefirió ir de particular. Vestido de vaquero, camisa azul y buzo violeta, nos espera en la plaza Independencia a Javier —quien le va a sacar las fotos— y a mí, mientras fuma con boquilla. La adoptó hace tiempo porque prefiere ingerir la menor cantidad posible de porquerías. Tiene su valijita con todos sus implementos y lleva los dos trajes —el rojo y el negro— para las fotos y para dar unas vueltas por la ciudad maragata; capaz que puede trabajar un poco y todo.

En el viaje no para de hablar; está entusiasmado, hace chistes y conoce la ruta de memoria, e incluso propone atajos. Tiene parientes en todas partes y nos va explicando quiénes son, qué hacen, aunque haga tiempo que no los ve. Bismarck, a pesar de tener una familia tan grande, es un solitario. O al menos de eso se queja su tía Norma cuando nos recibe en la casona donde vive con su marido Luis y su hermano Chiquito, un viejo de pocas palabras que se está quedando ciego. La casa de los Pino tiene más de 100 años y es donde Bismarck pasó su adolescencia y donde conserva sus tesoros, esas pertenencias que nunca se llevó a Montevideo “por seguridad”. El jardín de la entrada está repleto de flores y canteros ahora amenazados por la bestia: un cachorro caniche que no para de saltar, correr y robarle el matamoscas al tío Luis. Le pusieron Toy.

El encuentro entre Bismarck y sus tíos no es cinematográfico. Se saludan como si se hubieran visto el día anterior y comentan cuestiones cotidianas. No saben demasiado qué estamos haciendo ahí, pero nos tratan con mucha amabilidad. En realidad no entienden mucho de la vida de Bismarck ni de su pasión por el Hombre Araña. No lo juzgan, pero de todos los primos es el único que no siguió estudiando ni tuvo una vida “normal”. Norma se encargó de Bismarck cuando todavía era un adolescente. Cuidó a sus familiares con la ayuda de su marido Luis, un descendiente de croatas, de mirada transparente, que fue recepcionista del hotel Nirvana durante 30 años. Luis antes tenía una fábrica de escobas artesanales y trae las fotos de la época; también muestra —orgulloso— los retratos en el Nirvana y las cartas de los clientes agradecidos. Trabajaron toda la vida y ahora están descansando mientras siguen haciéndole arreglos a su casa. En las paredes hay fotos de sobrinos nietos, de hermanos y de los abuelos. Bismarck no está en ninguna.

—Bismarck siempre anduvo en la suya. Era un buen muchacho, pero fue difícil. Era problemático, supongo que por el trauma de la madre. Yo le digo: llamá más, avisá que estás bien. Nunca nos trajo ninguna novia.

Norma es una señora enérgica aunque ahora tiene problemas de salud. Sigue cosiendo en su máquina y teje para entretenerse. Se parece mucho a su sobrino, porque se parece mucho a su hermano, que se murió hace diez años y a quien dice extrañar como loca.

Mientras Bismarck se va con Javier para mostrarle fotos viejas y su colección de máquinas, el tío Chiquito, Luis, Norma y yo conversamos de todo y cualquier cosa en un estar luminoso. Chiquito, que hasta entonces no había pronunciado una palabra, dice de la nada:

—Ya está grande Bismarck. Yo tengo 80 años y me acuerdo cuando le compré su primera bicicleta. Él quería una de carrera y como yo soy el padrino se la regalé. Se iba pedaleando hasta Mercedes cuando el padre se mudó para ahí, e incluso a Montevideo. Siempre tuvo esas cosas.

Norma y Luis se ríen. Sí, Bismarck siempre tuvo esas cosas. Y lo siguen regañando como a un niño.

—¿Qué estás haciendo ahí adentro, Bismarck?— le grita la tía.

Cuando les cuento que ahora a su sobrino le gustaría tener un cuatriciclo para moverse con más libertad, lo toman como algo natural. Nunca le gustaron las motos, aclaran, pero eso es otra cosa.

Entramos al cuarto de la adolescencia de Bismarck. El Hombre Araña —ya tiene el traje puesto— desparramó sus cámaras antiguas y varios álbumes de fotos que le muestra a Javier. En la pared del dormitorio hay colgado un retrato de su padre: un señor elegante de bigote con pinta de actor italiano del 40.

—¿Viste? Él fue mi gran compañero. Igualito a mí. De él saqué la inteligencia.

—Ay, ¡tú siempre tan humilde!— le dice la tía un poco en broma, bastante más en serio.

 

Llegó la hora de partir. No nos quedamos a comer porque se está por largar a llover y el Hombre Araña quiere pasear por las calles de San José. Nos despedimos y Bismarck promete volver pronto.

—¡Pero sin el disfraz, por favor!—, dice Norma, risueña, desde el portón.

Recorremos un poco la ciudad. Vamos hasta la plaza a ver si hay gente pero sucedió lo esperable: se puso a llover torrencialmente. De todas formas, Bismarck aprovechó para sacar un par de fotos, posar en la plaza y saludar a transeúntes atónitos. Ya en el auto, le decimos si no prefiere sacarse el traje, al menos la máscara, para volver a Montevideo.

—No, está bien. Es mejor así.

 

IMAGENES

01. Bismarck Pino con su cámara en la plaza principal de la ciudad de San José.

02. En su ex habitación, en casa de su tía, Bismarck se prepara para salir a trabajar. Su mochila carga con cámara, impresora, ropa, trajes rojo y negro, caramelos. Pesa como 15 kilos. Antes de salir cuida cada detalle y practica algunas de sus poses como Hombre Araña.

03. En la habitación de su infancia guarda muchas pertenencias y casi todos sus recuerdos, decenas de álbumes de fotos, películas y una colección de cámaras antiguas que ha usado a lo largo de su vida. Ahora usa una digital pero por mucho tiempo utilizó película y Polaroid.

04. La casa en la que vivió de niño y adolescente está llena de fotografías viejas y actuales, pero sólo aparece con su rostro descubierto en las que le fueron tomadas cuando era niño. Algunos de esos retratos todavía permanecen colgados en su antigua habitación.

 

 


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