Extraña Semana Santa 
en La Habana [Lento #38, Mayo 2016]

En marzo, Barack Obama y los Rolling Stones fueron protagonistas de siete días que estremecieron a Cuba. Rafael Grillo, escritor, editor de la revista El Caimán Barbudo y fundador de la web sobre literatura cubana www.isliada.org, y el fotógrafo y antropólogo brasileño Rogério Ferrari, fueron testigos de esos hechos que pueden haber parecido milagrosos, pero que forman parte de un cambio en las relaciones entre Estados Unidos y la isla, que comenzó hace dos años.

Texto: Rafael Grillo / Fotos: Rogério FerrariCuba_Ferrari_02

Hacía rato que la realidad se estaba enrareciendo. Avistamientos de Ozzy Osbourne, renombrado príncipe de las Tinieblas y voz del grupo Black Sabbath, de Natalie Portman, actriz de Cisne negro, y de la cantante y oscura vampiresa Rihanna. Junto a esas celebridades, un millón de extranjeros ha volado a la isla en el primer trimestre de 2016, cuando antes alcanzar esa cifra de turistas en un año era milagro.

Pasan hombres en blanco atuendo de sacerdotes y detrás los feligreses entonando un cántico devoto. Rumbo al Santuario de Nuestra Señora de Regla marcha la procesión. Estoy del otro lado de la bahía, a media Habana de trayecto hasta el estadio donde ocurrirá el concierto de sus satánicas majestades, los Rolling Stones, y caigo en la cuenta de la sacrílega coincidencia con el viernes santo. La larga hora de espera del ómnibus que me llevará a la cita con la banda de “Sympathy for the Devil” sirve para meditar sobre la avalancha de eventos insólitos que ha estremecido la capital cubana.

El trastorno comenzó el domingo, con el arribo del único afroamericano afianzado en el despacho oval de la historia entera de Estados Unidos y primer líder de esa nación en tocar Cuba desde que lo hizo el republicano Calvin Coolidge en el lejano 1928. Por puro azar, o acaso astuta “jugada imperial”, el demócrata Barack Obama llegaba justo un Domingo de Ramos, como si evocara la entrada de Jesús en Jerusalén. Curiosamente, la visita fue anunciada a mediados de febrero, con el inicio de la Cuaresma.

A esoterismos de calendario se le agrega la complicidad de la caprichosa naturaleza con la historia para ensanchar el halo místico. El primer “enemigo del Norte” en acercarse al “régimen de los Castro” desde la clausura de las relaciones diplomáticas en 1961 cargaba a sus espaldas un “Norte” —así llamamos los cubanos a los frentes invernales—.

Rebotaron las primeras gotas sobre los paraguas que cubrían al presidente, su esposa Michelle, las dos hijas y el resto de la delegación estadounidense en el desembarco del Air Force One en aeropuerto cubano. Un diluvio casi malogra el recorrido por la restaurada Habana Vieja. Enseguida decae la temperatura hasta alrededor de los 18-20 grados. El clima extravagante, falto del sol y la calidez habitual en esta época del año, encapota la agenda caribeña de Obama, pactada entre el 20 y el 22 de marzo.

Pero ya los augurios, contradictorios y variados, venían precediendo a esta cita. “El deshielo” había comenzado en 2014, el 17/D (17 de diciembre, también Día de San Lázaro), cuando ambas orillas se pronunciaron por el restablecimiento de las relaciones diplomáticas. Esto se consumó el 20 de junio de 2015, con el despliegue de las banderas antagónicas en renacientes embajadas de los países respectivos.
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Desde entonces, la parte estadounidense desenvuelve un paquete de medidas que irá aflojando el nudo gordiano del bloqueo (al decir cubano) o embargo (según los norteños): salida de Cuba de una “lista de enemigos”, facilidades para el intercambio artístico y la afluencia de ciudadanos estadounidenses a la isla (sin abrir el turismo del todo), cooperación en sectores de interés bilateral como la inmigración y la seguridad nacional, ofertas en materia de tecnología y acceso a internet, restablecimiento del servicio de correo postal directo, futuro abierto a la restitución de líneas comerciales y de pasajeros por vías aérea y marítima, apertura de un diálogo irrestricto entre gobiernos, contactos en el ámbito deportivo… Sin embargo, Raúl Castro insiste:

Queremos la devolución de la Base Naval de Guantánamo, total fin del bloqueo y anulación de la Ley de Ajuste Cubano.

Cercana la hora del contacto definitivo, Obama ofrece autorización para el uso del dólar en transacciones internacionales. A tenor, transnacionales de las telecomunicaciones firman un acuerdo con la estatal Etecsa para la conexión directa en el tráfico de voz, la cadena Marriott presume de lanzarse a la inversión hotelera en la isla, Google monta un centro tecnológico de última generación en La Habana…

No todo será jolgorio; pronto guijarros se atraviesan en el zapato. Con el rugido del ala del Congreso guiada por representantes del exilio royéndole la nuca, Obama se compromete a una reunión con la facción opositora dentro de la isla y a abogar por el cumplimiento de los derechos humanos. Contraataca un editorial de Granma, diario del Partido Comunista:

Deben ser eliminados los programas injerencistas dirigidos a provocar situaciones de 
desestabilización y cambios en el orden político, económico y social de nuestro país. La política de “cambio de régimen” tiene que ser definitivamente sepultada. Asimismo, debe abandonarse la pretensión de fabricar una oposición política interna, sufragada con dinero de los contribuyentes estadounidenses.

Queda definida la posición oficial: nada de trastocar recambio político por migaja económica. Son ellos los “bloqueadores”, Cuba no daña en absoluto a Estados Unidos.

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¿Qué pasa en la calle entretanto? Ajetreo inusual, a la contra del eslogan “Sin prisa, pero sin pausa”, esgrimido por Raúl Castro. Brochazos de pintura, fachadas y techos resanados, apresuramiento de proyectos en obra, avenidas asfaltadas con rapidez. A la ruta de los afeites el pueblo la renombra “Vía Obama” (a juego con la romana Vía Sacra) y predice el paso de “La Bestia” y su caravana presidencial. Los babalawos están de enhorabuena con un nuevo orisha al que adorar y a su imagen y semejanza: San Obama. Aquellos favorecidos con los arreglos hablan encomiásticamente del nuevo “delegado”.

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Los babalawos son los oficiantes de la religión afrocubana. Adoran a orishas o dioses que se han sincretizado con figuras del santoral católico. Por ejemplo: la Virgen de Regla es Yemayá, BabalúAyé es San Lázaro y Oshún es la Virgen de la Caridad, patrona de Cuba.

El delegado es elegido por los barrios para representar sus demandas ante las autoridades superiores de la Asamblea Nacional del Poder Popular.

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El cabecilla de la otrora potencia enemiga recibe el trato socialista de “compañero”. Se adiciona un detalle humorístico: Pánfilo, querido personaje de la televisión, entabla una conversación telefónica con la Casa Blanca. “¡Qué volá!”, contesta Obama en plan “cubaneo”. La dilatada reparación del Estadio Latinoamericano, sede del Industriales, recibe un empuje tal que se maravillan los vecinos. Aunque la razón todos la saben: un team de las Major Leagues va a topar ahí contra la selección nacional de béisbol.

Deportivamente hablando, ¿cómo calibrar la confrontación política que se avecina? ¿Tendrá la flema del tope amistoso o el ardor del duelo entre contrincantes antiguos? Mejor juzgar a ras de los hechos. Avancemos hacia el lunes santo.Cuba_Ferrari_04La jornada es incómoda para el ciudadano de a pie, que constata al levantarse cómo ningún camino lo conduce a Roma, confinados los accesos al centro y las calles patrulladas con celo descomunal. (Sufro en propia carne la zozobra de pasar tres días varado en casa por el cierre de “la lancha de Regla”, medio de transporte que cruza la bahía). La comitiva del Norte vive una experiencia trascendental cuando Obama coloca una ofrenda floral delante del Monumento a José Martí. A su espalda queda la Plaza de la Revolución, tribuna de Fidel Castro y pasillo de multitudinarias marchas contra el imperialismo yanqui. Pero el americano impasible se percata de la imagen del Che Guevara incrustada sobre un edificio al fondo y pide a sus hijas que le saquen una foto. ¿Gesto de solemne respeto o pícaro lance para cargar gratis a casa el souvenir de la añejada épica revolucionaria? Después, el instante cumbre. Recibimien-to oficial y conversaciones bilaterales: Raúl y Barack cara a cara. A puerta cerrada. Habían prometido hablarse francamente; presumamos que lo hicieron, pactos y contradicciones mediante, y pasemos al acto siguiente: la rueda de prensa.

Ahí, el hijo del nigeriano, crecido en Hawái y doctorado en Harvard, el que eligió Washington como escenario, aunque, con tal destreza para la comedia y la tragedia, pudo haber reinado en Hollywood; Obama, encarnación viva del american dream, acostumbrado a domar a la fiera mediática, tenía todas a favor. Carismático, serio y a la vez jovial, fue profeta: “El embargo comercial, cuyo fin Castro reclama, acabará”, y fue prudente: “Lo que no estoy del todo seguro es cuándo; eso depende del Congreso estadounidense”. Se dijo dispuesto a cooperar con el desarrollo del pueblo cubano, pero enfatizó las diferencias con su gobierno, especialmente en los temas de libertad de prensa, expresión y reunión. Una de cal y otra de arena.

Por el contrario, es sabido que el general de Ejército ascendido a presidente tras la enfermedad del hermano mayor se muestra esquivo a escenarios con público y spotlights. Luego, acostumbrado a la dócil prensa interna, se aferró a la táctica de defenderse contraatacando: esgrimió salud y educación como escudos del sistema cubano y devolvió en estocada el contraste que muestra la sociedad estadounidense en ésos y otros rubros sociales. Pero sacado del libreto por una corresponsal extranjera que le habló de “presos políticos”, reaccionó contrariado: “Muéstrame la lista, dame esos nombres. Si hay presos políticos, estarán sueltos antes de que llegue la noche”. (No engañaba, pues al decir de los mismos opositores, “se libra contra ellos una guerra de baja intensidad”. A “los revoltosos” se les impide que “perturben el orden público”, con una detención temporal, y al rato los liberan).

En algún momento, no discernible por el organigrama divulgado en los medios, ni transmitido por la tele cubana, hubo reunión de Obama con esos “sediciosos” locales. Sabrá Dios qué se dijeron. Adivinando: frases de aliento y benevolencia del primero, quejas airadas de los segundos. Pero la realpolitik manda, y si bien el enviado de Washington cumplía formalmente el requisito pedido por políticos de su país, la guinda del pastel no era la disidencia, sino su “legado” personal: ser el artífice de la normalización de relaciones entre Cuba y Estados Unidos.

La mañana del martes 22 trajo el “Discurso del presidente Barack Obama al pueblo cubano”, pronunciado en el Gran Teatro de La Habana ante una muestra de la sociedad civil. Hay quienes lo definen ya como un “tratado de orfebrería política”. Fue redactado con pinzas de relojero y leído del teleprompter con un manejo de las pausas y cuotas de sobriedad y de entusiasmo que envidiaría el mismísimo Cicerón. Arrancó con ofrenda de paz: “Cultivo una rosa blanca”, verso de Martí declamado en perfecto español. Aclaró intenciones al modo grandilocuente: “He venido aquí para enterrar el último resquicio de la Guerra Fría en el continente americano”. Dio lección de civilidad: “Al gobierno y al pueblo de Cuba les doy las gracias por la bondad que me han demostrado”. Demostró erudición en el repaso de nexos históricos y culturales: “Cuba, como Estados Unidos, fue construida en parte por esclavos que trajeron aquí desde África”. Para zafar de la infernal herencia de sus predecesores, personalizó el alegato: “Hoy quiero compartir con ustedes mi visión de cómo puede ser nuestro futuro”.
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Obama retomó la balanza para afianzar los valores compartidos por ambos pueblos: “patriotismo”, “orgullo”, “un amor profundo por la familia”, sin olvidar las “profundas” diferencias: “Cuba tiene un sistema de un solo partido, Estados Unidos es una democracia de múltiples partidos; Cuba tiene un modelo económico socialista, Estados Unidos es un mercado libre; Cuba ha reforzado el papel y los derechos del Estado, Estados Unidos está fundado sobre los derechos individuales”. Recalcó su meta: “El embargo sólo hacía daño al pueblo cubano en lugar de ayudarlo. Y siempre he creído en lo que Martin Luther King Jr llamaba ‘la urgencia feroz de ahora’. No debemos temer el cambio, debemos acogerlo”. Como cierre, buscó sofocar el temor al injerencismo y, otra vez en español, dijo: “El futuro de Cuba tiene que estar en las manos del pueblo cubano”.

Terminado el discurso, hice una búsqueda de las reacciones inmediatas en la red. “No pidió perdón por todos los crímenes que se organizaron desde Estados Unidos contra este país”, “Fue un discurso seductor, pero también tramposo”, “Sin dudas, para nosotros los cubanos, el presidente de Estados Unidos más grande que ha tenido ese país”, “Es lo mejor, más inteligente, sincero que he escuchado en años en mi país”, “Es una lástima que ahora algunos se pierdan buscándole dobles sentidos a todo lo que dijo”. Tantas interpretaciones opuestas me advirtieron del “divide y vencerás”.

Mientras los sentimientos encontrados circulaban por La Habana, tuvo lugar un encuentro entre empresarios de allá y acá. Por el lado cubano, asistía el empresariado estatal, pero también un cupo de “trabajadores por cuenta propia”. Fue al sector privado que emergió con la apertura promovida por Raúl Castro al que Obama dirigió preferentemente la palabra. Los llamó “emprendedores” y se desvivió por recalcar la importancia de su creatividad en el destino de Cuba.

Llegó el momento de la confrontación deportiva. El equipo nacional de béisbol sólo había medido fuerzas con una contraparte estadounidense una vez, en 1999. Entonces, el antagonista fue un potente Orioles de Baltimore, pero Cuba, campeón olímpico en 1992 y 1996, contaba con una generación de luminarias (Kindelán, Linares, José Contreras, Pedro L Lazo) y logró que el tope de ida y vuelta se sellara con una victoria per cápita.

Ahora el equipo a enfrentar era uno de segunda categoría, los Rayos de Tampa Bay, con Evan Longoria como solitaria estrella consolidada. Sin embargo, casi nadie en los 40.000 asientos colmados del estadio arriesgaba los pesos a que ganaran los nuestros. Para la grada era mayor atracción ver entre ellos a Derek Jeter, genial short stop de los Yankees de Nueva York, o atisbar el ingreso de los capos políticos —Obama, vestido a lo sport, de camisa blanca y pantalón beige, acompañado por Raúl, en elegante traje azul marino— que estimular el esfuerzo de una selección nacional diezmada por la fuga de los mejores talentos hacia otras ligas y un torneo local que va de mal en peor.

Pronto la falta de reacción de los peloteros cubanos inundó de sopor al público. Para colmo, Obama, la verdadera gran estrella invitada, se retiró a mitad de juego para tomar el avión de salida. A la postre, Cuba tuvo sólo una anotación, aunque pegara nueve hits, mientras que los Rayos marcaron cuatro tantos cuando apenas habían tenido cinco conexiones buenas; el resultado daba razón a los norteños en su comparación de la productividad entre ambos sistemas económicos. Metáforas fuera, el partido servía como “una muestra de amistad y entendimiento mutuos”.

Cuando el gringo que vino con la lluvia se alejaba con destino a Argentina, el sol salió. El miércoles, los medios de prensa oficiales descuartizaron su “hechicero” discurso hasta reducirlo a cenizas, ensañados con un pretendido “borrón y cuenta nueva”.

El viernes vuelve a encenderse la magia de la semana y debo retomar el relato en donde lo dejé. Tomo, por fin, el ómnibus. Me acompaña mi esposa, que padece del corazón pero prefiere, dice, que el segundo infarto la agarre brincando con los Rolling Stones. Del lugar en el que descendemos hasta la Ciudad Deportiva hay un trecho largo. Un río de gente nos secunda en esta otra procesión. Ahora los cánticos son profanos. La multitud reunida en el concierto, se calcula, alcanzó el medio millón.

Justo cuando la guitarra de Keith Richards y la garganta de Mick Jagger lanzan a la noche los primeros aullidos estoy llegando. Los pies me traicionan: bailo. 
El cuerpo olvida cuando respaldé a los Beatles en contra de la banda de la lengua afuera, de que presumía que me gustaba “(I Can’t Get No) Satisfaction” en los covers de Cat Power y de los Jóvenes Pordioseros más que en sus voces originales y por eso me dejaron afuera de la pandilla de “los rockeros duros”, los heavies.Cuba_Ferrari_06Aun accediendo por el corredor de los invitados, quedo como a 70 metros del escenario. Pero no es gran inconveniente, porque han traído un derroche de tecnología nunca antes visto en La Habana: pantallas y consolas de audio impresionantes. Como en un sueño perdido y ahora tiempo recobrado, se cumple la ilusión de estar frente a uno de los grupos mitológicos. A regañadientes, sus letras, que yacían escondidas en mi memoria, regresan: canto “Angie”, “Jumpin’ Jack Flash”, “Brown Sugar”. Jagger despliega tanta energía como en un videoclip de hace 20 años. ¿Milagro de la medicina geriátrica moderna? ¿Acaso importa? Igual lo envidio, porque trato de imitarlo y casi no puedo. “¡Qué público más chévere! Están en talla”, grita él.

Las piedras rodando se encuentran, según el refrán. Pero algunas demoran bastante en hacerlo. Los propios Rolling Stones se encargan de decir por qué: “En otra época no nos podían escuchar aquí, pero ahora estamos en La Habana. Parece que los tiempos están cambiando, ¿verdad?”. Me sumo irreflexivamente al coro que exclama: “¡Sí!”. Eso es lo que quiero creer, ¡qué diablos! Y agito fuerte mis pelos largos, reminiscencia rebelde de unos años duros en los que el simple hecho de escuchar música anglosajona era interpretado como “diversionismo ideológico”.

Un grupo que me circunda lanza un “¡Viva Cuba! ¡Viva la revolución!”. Ondean una bandera cubana y además una extrajera. Parecen nórdicos, creo reconocer el emblema: son de Finlandia. Hay miles de fanáticos de los Stones venidos desde cualquier rincón del mundo. La ocasión es única: es gratis. En su tierra tendrían que pagar mucho para disfrutarla. Esto me hace sentir especial: vaya suerte, La Habana se ha puesto de moda.

En medio de la estruendosa música, una melodía suave me asalta desde los recovecos del recuerdo. Es copla de mi patria, bolero que invita:

Hay que vivir el momento feliz,
hay que gozar lo que puedas gozar,
porque sacando la cuenta en total,
la vida es un sueño y todo se va.

Ah, viejo Arsenio Rodríguez, en eso estoy, gozando delante de estos carcamales, estas rodantes piedras prehistóricas que vendieron sus almas al diablo para ganar la inmortalidad, y todavía se atreven a proponerse como milagro en viernes santo…
Empecé a escribir esta crónica el domingo. Todavía el esqueleto acusaba los excesos. Es domingo de resurrección. Hay que levantarse y andar. Porque corre un rumor prodigioso: ¡aparecieron las papas en el mercado! La excitación de una semana increíble irá quedando atrás para que vuelva la realidad de siempre.

¿La de siempre? El futuro está en manos de los cubanos. ¿No fue eso lo que Obama dijo?

 


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