En la misma bolsa

 La amapola llega de Oriente y es tradición en la repostería europea.

Pero esos diminutos granos que acompañan preparaciones dulces y saladas, que saborizan un budín, que dan terminación a una rosca, no se importan más. Hoy se pagan como oro y tienden a desaparecer del mercado.

 

Guillermo Garat

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Pregunte en tiendas que ofrecen semillas si tienen de amapola. Es probable que las respuestas recorran tres escenarios. Uno: hay, aunque su precio es desorbitante; medio kilo cuesta casi 2.000 pesos. Dos: “No vendemos porque están prohibidas”. Tres: “Apúrese que son las últimas”. ¿Desaparecen las semillas de amapola? Sólo del Uruguay legal; hay de contrabando.

La dueña de un comercio pocitense de productos “naturales” se toma el trabajo de explicar lo que sabe. Le cuchichearon que un hongo colonizó las últimas partidas y por eso se prohibieron, que se quemó un cargamento y hasta que las semillas de amapola vienen de Afganistán y que no se consiguen porque están tratando de que no prosperen junto a barbados talibanes. “Se dijo de todo”, previene.

En Montevideo no todas las tiendas de semillas y granos las tienen en stock. Dejaron de entrar legalmente hace cinco años. Desde entonces ninguno de los dos importadores más grandes —Silcom y Coelho— introduce semillas de amapola para usos culinarios. En aquel último cargamento los fiscalizadores estatales detectaron que 10% de las semillas podía germinar. Perseverancia y dedicación habrían hecho de ellas procreadoras de adormidera, lo que hubiera permitido a la larga un regio colocón de opio. El análisis terminó llevando a las autoridades nacionales a pedir la destrucción del cargamento. Un profesional gubernamental que participó en el proceso explica en confianza que los comerciantes no pueden asegurar la calidad requerida de su producto. Los que fraccionan y venden al público sienten el peso de una prohibición. Varios importadores habían embarcado conjuntamente esas semillas y otros productos con el intermediario comercial habitual entre Uruguay y Turquía. Montevideo importaba unas 12 toneladas anuales.

Ignacio Coelho, de Coelho Importadores, todavía lamenta haber perdido el negocio. No recuerda cuántas toneladas de amapola tuvo que desechar. Pero no titubea tanto en el cálculo económico: perdió entre 35.000 y 40.000 dólares en aquella aventura trunca. Su padre llegó a conversar con la ex ministra de Salud Pública María Julia Muñoz. El andamiaje estatal le advirtió que, más allá del negocio, su propia libertad estaba en peligro. Muñoz, que fue consultada, no recuerda el encuentro.

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La familia Coelho compró las semillas durante 40 años al mismo exportador en Turquía, el más grande proveedor mundial, dice Ignacio, confiado. Fernando Silberman, de Silcom, aclara que Uruguay es el único país del mundo donde hay una prohibición para la semilla de la amapola y que ni siquiera es posible traerla molida. La empresa también corrió el riesgo de perder un buen dinero, pero pudieron desactivar la totalidad de las semillas, asegura Silberman al otro lado del teléfono. Fueron los últimos en vender la amapola legal. Desde 2008 ninguna empresa trajo una sola semilla de amapola, por miedo o por no poder garantizar su inocuidad. La semilla debía venir desactivada de origen, es decir, previamente tostada, irradiada o congelada para impedir el brote. En Uruguay no existe la capacidad para desactivar tanto volumen. El proceso sería muy costoso y largo. Coelho decidió olvidarse de las semillas. En Silcom explicaron a Lento que aquella vez pudieron irradiar las semillas en el exterior.

Los importadores siguen recibiendo ofertas de Turquía a 2,5 dólares el kilo, mientras que en Montevideo algunas tiendas las pregonan por lo bajo a 20 dólares los 100 gramos. Uruguay “es el único país del mundo donde está prohibida. Piden un certificado que indique que la amapola es de cultivos lícitos pero eso no lo emite ningún organismo del mundo; es imposible de conseguir”, reprocha Silberman.

En 1961 la Convención Única sobre Estupefacientes excluyó a las semillas de adormidera de los frutos prohibidos y celosamente listados. En 1999 la Comisión de Estupefacientes de Naciones Unidas pretendió fiscalizar el comercio de estas semillas. La resolución pedía a los estados miembros que aceptaran solamente semillas de cultivos permitidos en 18 países, donde la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes hace lo suyo. Temían que los campos en países donde el cultivo es ilícito contagiaran esa peste de flores blancas, violáceas y bermellonas.

La sospechada pepita pasó a los escritorios del Grupo Mercado Común, órgano ejecutivo del Mercosur, que firmó su resolución 23 del año 2000 para atender a las semillas de adormidera. Los estados se obligaron a reclamar el certificado de que la simiente no llegaba de cultivos sin fiscalización. En setiembre de 2001 el entonces presidente Jorge Batlle pasó a decreto la resolución del bloque comercial. El Ministerio de Salud Pública (MSP) debía ejercer el contralor, pero el tiempo demostró que no tenía la capacidad de hacerlo. Sí la tenía el Instituto Nacional de la Semilla, pero no estuvo encargado de realizar los análisis. Un decreto de 2004 privó al instituto de autorizar la importación, producción y comercialización de semillas “de plantas productoras de principios activos alucinógenos, alcaloides o estupefacientes”. Por la vía de los hechos la fiscalización recayó en el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca, el Laboratorio Tecnológico del Uruguay, la Dirección General de Aduanas y un MSP que hacía las veces de Gran Hermano. Todos juntos —cuando se articularon— detectaron algo que no les gustó.

En Uruguay se distribuía la variedad azul, poppy blue (en inglés) o mavi (en turco), de la muy psicoactiva familia de las Papaver Somniferum (también hay blancas y rojas). Sus semillas no ocasionan efecto alguno en el sistema nervioso. Eran utilizadas exclusivamente en la industria panificadora. Los importadores no podían fraccionarla ni atribuirle una marca comercial. La vendían a granel. Las semillas se veían más que nada en panes frescos, masas finas y en galletas artesanales envasadas, como las Yannet. Pero la amapola desapareció de la góndola. Los que amasaban o espolvoreaban con ellas cambiaron de opción. Usan amaranto o chía, cuando no sésamo negro o cualquier otro sustituto. Para comunidades de origen europeo —Alemania es un exquisito ejemplo confitero— la semilla es un tanto más importante que la decoración que representaba para los panes uruguayos.

En Turquía la amapola forma parte de la vida de los campesinos: 600.000 viven de ella. El país es uno de los pocos con un sistema regulatorio para producir opio con fines médicos; es de los más antiguos y muy controlado. Anualmente las 13 provincias que admiten el cultivo entregan unas 100.000 licencias, sobre todo para pequeñas empresas y familias que cuidan y cosechan las cápsulas que envían a la monopólica planta estatal de procesamiento custodiada por una fuerza de choque. Sin embargo, la mayor renta de los campesinos viene de la venta de semillas, explica el investigador holandés Jorrit Kamminga. Las semillas o la pasta va a los hornos comunales en la región de Anatolia, una de las más distinguidas en el cultivo de la adormidera. Las panaderías fritan y muelen el producto, que se mezcla con otra masa estirada para conseguir formas, texturas y gustos variados. Incluso decoran ensaladas. Los buskme son unos arrolladitos de masa oleaginosa, a medio camino del hojaldre, dulces o salados, servidos en grandiosas bandejas y rellenos de miel, pistachos, avellanas o nueces y otras delicias de Oriente dulcemente acaneladas. Las semillas también se emplean para un aceite codiciado, un tanto caro, que cada vez se fabrica menos.

Las comunidades europeas afincadas en el Río de la Plata suelen utilizar esta semilla para sus preparaciones. Quizá la más conocida es la torta de chocolate y amapolas, pero hay tantas otras, como los bizcochuelos repletos de semillas combinadas con ralladura de naranja o limón. Los judíos la espolvorean en el jalá, pan trenzado típico de las festividades. El pletzalej, un pancito vestido de cebollas, es otra de las cosas ricas rociadas de semillas de amapolas. Uruguay es un país libre de cultivo de opio. Y también de sus semillas. Una pena para el paladar.


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