A prueba de cámaras

Marcos Morón

Un aullido capaz de helarle la sangre a un esquimal nos recibe ni bien se abre la puerta del ascensor. No es humano, pero resulta difícil asociarlo con algún animal conocido.

No se preocupe, están encerrados en celdas de vidrio blindado— nos explica el encargado de la división experimental de la compañía, y agrega con un indisimulado orgullo: 20 centímetros.

El dato del espesor del vidrio detrás del cual se esconden las enigmáticas criaturas no sirve demasiado para tranquilizarnos.

Cuando aparece una nueva aplicación para celulares la gente dice: “Esto no sirve para nada”. Al año y medio todo el mundo lo tiene. Y con las cámaras pasó eso. ¿Quién no tiene un celular con cámara hoy en día?

Seguramente sabedor de que a esta altura el origen de aquel aterrador sonido nos intriga —e inquieta—, mucho más que la evolución de la telefonía celular, nuestro guía nos hace pasar al sector de experimentación con sujetos.

La gente saca fotos de cualquier cosa, todo el tiempo. En el cumpleaños del botija, en las vacaciones, en el patio mientras toma mate, en el balcón. Y en los boliches nocturnos. Ése es el principal problema.

Estamos a punto de encontrarnos cara a cara con la criatura responsable de los aullidos y nuestro pulso se acelera.

Con las cámaras que hay por ahí uno ni se da cuenta de que le acaban de sacar una foto. Se sorprende. Y no todas las sorpresas son gratas.

En eso estamos de acuerdo, aunque, en este caso, lo que nos sorprende es la apariencia del sujeto que está dentro de la jaula de cristal. Se trata de un joven de unos 25 años, con aire melancólico, de facciones delicadas y vestido completamente de negro. Pero lo que más nos llama la atención es la asombrosa palidez de su piel. Cuatro científicos lo rodean.

Hay ciertos momentos y lugares en los que los hombres no quieren que los capturen con un celular o, mejor dicho, que les den la captura. Cuando van a boliches discretos, en busca de ciertas compañías cuyas esposas no aprobarían, tratan de pasar desapercibidos. Antes podían hacerlo a resguardo de las miradas curiosas, pero ahora con estos celulares con cámara es imposible. ¿Qué otra solución le queda a un hombre que no quiera ser fotografiado en una situación incómoda que volverse invisible?

Un nuevo aullido nos estremece y en esta ocasión vemos su origen: uno de los científicos le acaba de acercar una ristra de ajos a este frágil y delicado muchacho, que se convierte en una fiera salvaje, cuya verdadera naturaleza comprendemos cuando abre la boca y enseña un par de colmillos. La piel se nos eriza y un miedo ancestral, casi instintivo, se apodera de nosotros.

La idea se le ocurrió al hijo del dueño de la empresa cuando leyó en un libro que los vampiros no se reflejan en los espejos.

Dentro de la celda uno de los investigadores se acerca al vampiro cautelosamente. Lleva un par de lentes de sol, una camisa a rayas, una bermuda y una sombrilla en la mano. Una colega suya se acerca por el otro flanco, vistiendo también un atuendo veraniego, con un pareo y la parte de arriba de un bikini. Un tercer investigador coloca detrás del trío una pequeña palmera y dos sillas playeras. El hombre que antes portaba las ristras de ajo tiene ahora un celular en la mano, con el que apunta al grupo. Luego de un par de segundos mira la pantalla y sonríe. Se acerca al muro de cristal y nos enseña la foto que acaba de sacar. Allí puede verse a la pareja de veraneantes, la palmera y las sillas de playa, pero no al vampiro. Nuestro guía también sonríe.

Ahora estamos tratando de identificar el componente de la sangre de vampiro que los hace invisibles ante los espejos y, como usted acaba de apreciar, ante las cámaras. Todavía no sabemos cómo lo vamos a introducir en el organismo de los seres humanos. Seguramente sea por medio de chicles con gusto a menta. Cuando un hombre sale a un boliche le gusta tener buen aliento. Y si encima puede moverse con total libertad, sin miedo a que alguien le saque una foto y la haga circular por las redes sociales o algún otro lugar en el que su esposa pueda verla, mejor aún. Venga que le muestro.

Antes de abandonar el sector lanzamos una última mirada al pobre sujeto que en algún punto de los últimos siglos fue convertido en vampiro y, más recientemente, en conejillo de indias.


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