A la derecha y más allá [Lento #4, junio 2013]

 Si se hubiera tratado únicamente de los cabezas rapadas, habría sido una simple repetición en clave cómica del accionar de las bandas paramilitares de hace 50 años. Pero luego surgieron sectores con aspiraciones políticas, un movimiento social y hasta un partido hecho y derecho. Santiago Sánchez y Gabriel Delacoste historian el recorrido de estos grupos locales a la vez que exploran el delgado límite que separa lo aceptable de lo inaceptable en la actividad pública. En el camino cruzan la raya que hay entre el periodismo y la politología.

Textos: Santiago Sánchez y  Gabriel Delacoste / Ilustraciones: Federico Murro

Arrancaron siendo pocos, muy pocos, los nacionalsocialistas-skinheads de Uruguay. Era 1996. Internet, su principal arma de difusión en el resto del mundo, recién comenzaba a popularizarse en el país. El riñón del movimiento Orgullo Skinhead no superaba los diez integrantes. Sus creadores, dos muchachos de menos de 20 años, eran además fundadores de la banda hatecore (estilo de música hardcore con letras de contenidos blancosupremacistas) Escuadrón 88, que todavía subsiste en la clandestinidad, aunque con otros integrantes. “Yo era el típico adolescente que dibujaba esvásticas en los cuadernos del liceo y no iba más lejos que eso, pero un día decidí dar un paso más y dejar de hacerlo como joda”, dijo quien llamaremos Wilson —uno de los primeros miembros de Orgullo Skinhead— al recordar una decisión que le cambiaría la vida. Mediante conocidos se enteró de que alguien había creado una página de internet y estaba formando un grupo.

Así dio con los fundadores del grupo, cuya formación excedía la lectura de Mi lucha, el famoso libro de Adolf Hitler, gracias a información que llegaba principalmente desde Argentina. Los camaradas de la vecina orilla fueron los verdaderos guías de estos jóvenes neonazis uruguayos: “Nos proveyeron de la mayor parte del material y de las referencias culturales y de comportamiento. Los tipos tenían un aspecto más salado, más impresionante estéticamente, y eran mucho más fierreros. Las salidas que hacíamos en la noche eran mucho más violentas que las de acá”, rememora Wilson. A diferencia de Uruguay, donde estos cabezas rapadas no tenían ningún tipo de contacto con el mundo político-legal, en Argentina se estaba conformando el Partido Nuevo Orden Social Patriótico, pretendido brazo legal del movimiento skin neonazi argentino, aunque su participación en instancias electorales nunca llegó a concretarse. Tampoco llegó a materializarse una suerte de alianza regional de grupos de Argentina y Brasil que se iba a denominar Imperium. Pero aquella página de Orgullo Skinhead, además de las pintadas, las pegatinas y la casilla de correo electrónico que habían abierto, les permitió sumar nuevos militantes.

Fue una sorpresa para ellos: “Fue brutal cómo creció la cosa. Debo de haber conocido como a 100 personas que pasaron por la vuelta”, recuerda Wilson. Se adhirieron jóvenes, militares en actividad y algunos “veteranos” de poco más de 40 años. Varios de ellos no encajaban en el estereotipo ario preconizado por los nazis originales: “Muchos no hubieran pasado una revisión de la SS, pero como eran camaradas se buscaba la vuelta para incluirlos”. Con esa sorprendente participación se buscó emular la situación de Argentina al crear un brazo político que acompañara al movimiento, aunque sin dejar de lado lo que les parecía más divertido: su veta callejera e ilegal. La estrategia discursiva era eliminar las reivindicaciones raciales, pero mantener el antimarxismo y el antiliberalismo en su plataforma. Fue así que se comenzó a conformar el Frente Nacional Revolucionario del Uruguay, una experiencia que nunca tomó vuelo y se dispersó rápidamente. En 2000, uno de sus principales líderes, apodado el Бguila, caería preso, detenido por “incitación al odio, desprecio o violencia hacia determinadas personas”.

Para Wilson, el intento por la vía partidaria no funcionó: “No atrajo más gente que el otro camino, ni tampoco catalizó en la posibilidad de hacer realmente un partido político”. En realidad, según cuenta este antiguo skinhead, el movimiento neonazi de aquella época estaba completamente sobrestimado en la opinión pública. Pero había una razón: el secreto consistía en crear varios grupos de diferente nombre para dar la impresión de que se trataba de algo mucho más grande de lo que en realidad era. Y si bien Wilson conoció a cerca de 100 personas en aquellas vueltas, los “activos”, los que salían a hacer pintadas, a caminar de noche y participar en alguna paliza nunca eran “más de diez”.   Las salidas no eran más que eso. Deambular en la noche céntrica montevideana con los camaradas a “romper las bolas” y “pudrir el ambiente”. En esas jornadas los enemigos preferidos de estos skinheads no eran judíos ni negros ni comunistas sino jóvenes punk o hippies que tenían la mala suerte de toparse con ellos. “Lo otro, los judíos, el poder… eso es intocable. No tenés acceso a luchar contra eso de ninguna manera”, cree Wilson. A ese limitado universo de enemigos se les sumaron, durante la última década, los red skinheads o skinheads antifa (antifascistas), la antítesis de los skin neonazis (también conocidos como boneheads).

Pero aquel mundo de la noche, los grafitis, los camaradas y las peleas callejeras comenzó a desbaratarse entre 1999 y 2000. El procesamiento en junio de 1999 con cuatro meses de prisión por “incitación al odio, desprecio o violencia” de muchos de los integrantes del núcleo dirigente acabó transitoriamente con aquel rebrote del nazismo uruguayo. El trabajo que llevaba adelante la Dirección Nacional de Información e Inteligencia había dado resultado. Algunos de los camaradas tuvieron dos platos de sopa y volvieron a ser procesados por una confusa agresión a un joven en el año 2000. Aunque los procesados recuperaron la libertad, el movimiento perdió fuerza y su protagonismo fue quedando por el camino, al menos por un tiempo. Algunos permanecieron en la clandestinidad. Con el paso de los años aparecerían nuevas agrupaciones, “escuadras” locales en Montevideo, Las Piedras y Flores, y nuevas bandas de RAC (Rock Against Communism, “rock contra el comunismo” en español) como Contra Ataque 88. También hubo quienes prefirieron tomar otros caminos.

En 2002 un viejo conocido llamó a Wilson para convencerlo de que se incorporara a algo “más legal”. Wilson aceptó la invitación a la que terminaría siendo una de las agrupaciones políticas más polémicas de la última década. La Juventud por el Resurgir Nacionalista (JRN), unida al Movimiento por el Resurgir Nacionalista (MRN), nace de algunos “jóvenes nacionalistas” que militaban con el dirigente rochense blanco Alem García para luego conformar un espacio propio, según recuerda Germán Sainz, uno de los fundadores del grupo. Entre los que militaron con García y pasaron a integrar la JRN se encontraban Gustavo Calandra y el doctor Fernando Bosch.

Jerarca en la educación durante parte de la dictadura, Bosch era el principal sostén económico de la JRN, según Sainz y otros ex integrantes de la agrupación. A pesar de estos controvertidos antecedentes, Bosch participó, junto con muchos colectivos de izquierda, en la redacción de la reforma constitucional que se aprobó en 2004, y que definía la nacionalización y estatización de los recursos hídricos del país. Alem García lo recuerda como un adherente a la “filosofía democrática republicana”, aunque también hay artículos académicos y de prensa que lo vinculan con el nazismo (una nota publicada en Brecha en 2005 refiere a archivos que ubican a Bosch en el III Congreso de la Confederación Anticomunista Latinoamericana en 1977).

El grupo no tardó en adquirir visibilidad debido a sus pintadas en las calles, tarea que lo hizo destacarse en aquellos años junto con la Brigada Palo y Palo —del conservador colorado Daniel García Pintos— y la lista 1001 del Frente Amplio (FA), nucleada en torno al Partido Comunista. “No había noche que no saliéramos a pintar muros”, recuerda Sainz. La presencia del grupo siguió en aumento y muchos políticos blancos comenzaron a mirar de reojo la situación, pensando en las internas de 2004. A la sede ubicada en 18 de Julio casi Acevedo Díaz “no hubo un político que no haya ido”, recuerda Wilson, y menciona la vez en que el ex presidente Luis Alberto Lacalle visitó el local.

Los mismos dirigentes nacionalistas que pisaron aquel salón cuestionarían a la agrupación poco tiempo después. “Nos tomaban como unos loquitos de mierda, pero éramos 20 votos más y el PN estaba muerto, sobre todo en cuanto a muros”, ilustró. Tal vez fueran algunos más. En total, según Sainz, pasaron por las filas del movimiento unos 40 militantes, aunque “no había un carnet ni nada para participar; los militantes iban y venían”. En este sector del Partido Nacional (PN) convivieron personas de las más variadas especies de ideologías, aglutinadas por sus “diferentes visiones del nacionalismo”. Algunas propuestas del grupo ganaron cierta aprobación, incluso entre algún que otro militante del Movimiento 26 de Marzo, que podía llegar a ver ciertas coincidencias en las propuestas de reforma agraria, nacionalización de la banca y reforma de la Constitución para prohibir al sector privado operar en el abastecimiento y conexión de agua potable. Sin embargo, su explícito mensaje antiliberal y antimarxista (ver el recuadro) lo ubicaba firmemente en la derecha.

“Es cierto que la JRN incorporó a muchas personas de centroderecha y que en realidad no era un grupo neonazi ni perseguía esos objetivos, pero sus principales líderes, los que tomaban las decisiones, eran todos fachos”, afirma Wilson. En cambio, Sainz cree que la JRN no contó entre sus miembros con personas de pasado nazi o con dudosas convicciones democráticas, aunque admitió que era común trabajar con “ciertas lecturas de la hispanidad” y que se recurría a algunos textos de la Falange franquista. Sobre la eventual orientación nacionalsocialista de algunos miembros de la JRN, Calandra comentaba a Brecha en 2005 que no sabía si había miembros con simpatías nazis o neonazis: “Hemos dado muchas charlas y conferencias y es posible que haya ido gente de todo tipo, porque nuestras charlas siempre fueron abiertas, pero no tenemos constancia de que entre la dirigencia de la JRN haya habido neonazis. Además, en varias oportunidades condenamos este tipo de ideologías”.

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Independientemente de qué ideología tenían los principales dirigentes del grupo, lo cierto es que su corta vida estuvo plagada de trámites judiciales justamente por rumores y acusaciones de que se trataba de un grupo nazi. La publicación del bimensuario del sector, llamado Polнticamente Incorrecto, fue foco de las críticas. El primer número ya le valió una denuncia del por entonces diputado colorado Nahum Bergstein. Referente de la comunidad judía en Uruguay, el 7 de octubre de 2003 el legislador presentó la publicación ante el fiscal de Corte Óscar Peri Valdez con el argumento de que uno de sus textos violaba los artículos 149 bis y ter del Código Penal, que comprende “incitación al odio, desprecio o violencia hacia determinadas personas” y la comisión de actos con tales fines. Pocos días después, la JRN enviaría una carta al diario El País defendiendo su postura.

El artículo que llevó Bergstein a Peri Valdez se titulaba “Lo que nadie dijo sobre la guerra en Irak” y comenzaba con la advertencia de que “el gobierno sionista de Estados Unidos, encabezado por su títere local, George W Bush, invadió y conquistó Irak”. En el texto se hablaba de “la cúpula sionista que gobierna Estados Unidos, la principal interesada en perpetuar los gobiernos corruptos y antidemocráticos de los países árabes, para evitar que los mismos cambien su actual postura sumisa hacia Israel”. En medio de una sección titulada “La lucha contra el terrorismo” se destacaba que Osama Bin Laden, “ese supuesto ‘fundamentalista islámico’, es en realidad un rabino que estuvo (¿está?) apoyado por la CIA”.

La denuncia de Bergstein activó una alarma en el Honorable Directorio del PN. “Han hecho afirmaciones de carácter racista que rechazamos totalmente”, dijo a El País el diputado herrerista Gustavo Borsari el 13 de octubre de 2003. Ese día el Directorio analizó el caso y resolvió derivarlo a la Comisión de Asuntos Políticos del partido. El ejecutivo blanco emitió una declaración que marcaba el rechazo de la colectividad política a toda expresión basada en la discriminación de los hombres o gobiernos por credos o razas por ser absolutamente ajena a la doctrina y al programa de principio del PN.

Tras la reunión de la JRN con la Comisión de Asuntos Políticos del PN, el senador Luis Alberto Heber informó de la situación al Directorio el 3 de noviembre de 2003. Según consta en actas, Heber dijo que no le quedó duda de un franco antisemitismo. Luego, el ex presidente Luis Alberto Lacalle expresó preocupación, ya que la JRN “resucita un fantasma que ha perseguido al Partido Nacional, sobre todo al Herrerismo, que ha costado mucho, a los que durante años hemos trabajado para reconstruir la relación con la actividad judía” y advirtió: “Éstas son cosas de una tremenda sensibilidad para la colectividad judía, que además rebotan internacionalmente, porque no es que pase acá en Montevideo, sino que esto va derecho a la B’Nai B’rith de Uruguay al Congreso Judío Mundial, o sea que es una bomba de tiempo”.

En cambio, Sergio Abreu ensayó una defensa a la JRN, recordando que el “Dr. Bosch ha adherido al sublema Todos por el Pueblo, conducido por Alem García, cuya ideología distaba de ser antisemita” y aludió a la necesidad de expresarse con objetividad en el tema.

El juez Roberto Timbal terminó por absolver al autor del artículo, Calandra, a pedido de la fiscal Mónica Ferrero. En un comunicado emitido por la JRN el 14 de octubre se asegura que la Fiscalía entendió que “del análisis y lectura del artículo cuestionado surge que [su] contenido es plenamente informativo, lo que excluye, de por sí, cualquier tipicidad penal”. “No abrió un juicio negativo contra la población de dicho Estado [Estados Unidos] ni tampoco buscó generar odio o desprecio contra la población de Israel”.Según consta en actas judiciales, la JRN compareció ante la comisión de asuntos políticos del PN.

Tras aquella aspereza llegaba la hora de marcar presencia en las urnas, y las internas de 2004 fueron un desafío en el que la JRN se puso a prueba. Sin apoyar ningún precandidato presidencial, el grupo decidió presentarse únicamente a la Convención Departamental de Montevideo. La figura política más visible de la lista era el ex senador herrerista Walter Santoro. “Estuvo yendo un tiempo a las charlas de la agrupación. Creo que tenía contactos con los más adultos, Bosch y Calandra”, recuerda Sainz. Los resultados no fueron muy alentadores: bajo la lista 717, la JRN presentó 83 candidatos a la Convención Departamental y obtuvo 311 votos. La 717 ya no aparecería en las elecciones nacionales. Esto significó un duro revés para el grupo, que terminaría disolviéndose menos de un año después.

En febrero, cuando el FA se aprontaba para asumir el gobierno, ocurrió un hecho que desencadenaría nuevas consecuencias judiciales. La golpiza que recibió Damián Stratta, cantante de la banda Split 7, volvió a poner a la JRN en el ojo de la tormenta. El joven fue atacado por una banda de tres neonazis, dos de los cuales pertenecían a las Fuerzas Armadas. Los tres terminaron procesados con prisión. Tras el hecho, algunos medios de prensa relacionaron a estos jóvenes con la JRN, pero según Sainz, ninguno de ellos había tenido relación con el grupo. Wilson, en cambio, recordó que habían pasado por la JRN, pero habían sido expulsados, justamente “porque eran demasiado zarpados”. La Justicia dictaminó que los atacantes no estaban vinculados con la agrupación.

El tema volvió a colarse nuevamente en el orden del día del Honorable Directorio. El miércoles 23 de febrero de 2005 el senador Julio Lara dijo a El País que el cuerpo debía “dar una respuesta contundente y no tolerar que en su seno existan agrupaciones que tengan el más mínimo contacto con el nazismo”. En la sesión del 11 de abril el presidente del Directorio, el senador Jorge Larrañaga, mencionó que si bien el tema ya había sido tratado por la Comisión de Asuntos Políticos, su recurrente aparición en la prensa dejaba en evidencia que el partido no había tomado aún una resolución. Eso, sumado a que la JRN había informado de su disolución, llevó a que el PN redactara una nueva declaración en la que se resolvía eliminar del Registro de Agrupaciones del Partido Nacional a la agrupación y comunicárselo a la Corte Electoral.

Calandra ratificó a Brecha en 2005 que para ese entonces la JRN ya estaba completamente disuelta. Con la intención de refutar posibles versiones de expulsión publicadas en la prensa, expresó: “Yo no sé cómo nos van a expulsar si hace meses que la JRN no existe más, el local está cerrado y no existen autoridades a las cuales comunicarles esta decisión. No pueden expulsar algo que no existe”. También explicó que la disolución se debió a la falta de apoyo, fondos y resultados electorales que consiguieron en las internas.

Poco tiempo después, Calandra, junto con otros ex dirigentes de la JRN, comenzaron un juicio civil contra varios medios de prensa y contra los integrantes del Directorio del PN. Saldrían victoriosos en varias instancias. El grupo denunció haber sufrido “carradas de agravios” desde varios medios de prensa y que, en ese marco, los integrantes del Honorable Directorio “se dejaron amedrentar por la campaña desinformativa en cuestión y no sólo faltaron a su obligación de amparar a las víctimas […] sino que llegaron a colaborar con esa campaña al no desmentir la falsa afirmación de que la JRN había sido ‘expulsada’ del PN por ‘vinculaciones neonazis’”, refleja el resumen de la sentencia 47/2010, dictada por la jueza Josefina Beatriz Tommasino. La denuncia abarcaba a los diarios El País, El Observador, La República, Últimas Noticias, el semanario Brecha, Montevideo Portal y todos los integrantes del Directorio del PN.

El fallo en primera instancia condenó a El País y a El Observador a pagarles por “daño moral” 1.200 dólares a Calandra y a cada uno de los restantes demandantes 800. En tanto, Últimas Noticias, Montevideo Portal y La República debían desembolsar 800 y 400 dólares. Las demandas a Brecha y a los integrantes del Directorio fueron desestimadas. La diferencia entre los montos que debían pagárseles a Calandra y al resto se justificaba porque él era el único que había sido mencionado en las notas, y era por eso el principal agraviado. Algunas de las partes demandadas apelaron el fallo, pero Calandra y los demás representantes volvieron a salir victoriosos e incluso aumentaron el monto a recibir: la sentencia 275/2011, fechada el 4 de octubre de 2011, obligó a que El País y El Observador pagaran a Calandra 3.600 dólares y a los restantes demandantes 2.400, mientras que Últimas Noticias, Montevideo Portal y La República debieron pagar 2.400 y 1.200 respectivamente. El fallo fue firmado por los tres magistrados del Tribunal de Apelaciones en lo Civil de Sexto Turno: Selva Klett, Felipe Hounie y Elena Martínez.

Disconformes con esta derrota, Montevideo Portal, Últimas Noticias, El País y El Observador presentaron un recurso de casación a la Suprema Corte de Justicia, que fue desestimado por la corporación, tal como lo demuestra la sentencia 639/2012 redactada por el ministro Jorge Chediak. Total: Calandra y los demás ex militantes vencieron a los medios de prensa en tres instancias judiciales consecutivas.

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La colonia de hormigas

El primer número de Políticamente Incorrecto, el bimensuario de la JRN aparecido en 2003, incluye “un cuento para meditar sobre muchos aspectos de la vida en sociedad”. Lo transcribimos aquí:

Había una vez una gran colonia de hormigas negras muy laboriosas que vivían en el bosque […] Reinaba la armonía y el espíritu de unidad, y todo hacía pensar que seguiría así hasta el fin de los tiempos. Pero un día, llegó a la colonia un grupo de hormigas rojas, narrando horrendas persecuciones injustas que habían sufrido a manos de otras colonias y pidieron asilo en el hormiguero. Como las hormigas negras tenían un gran corazón y apiadándose de las nuevas visitantes, les permitieron vivir entre ellas. Todo anduvo muy bien al principio, pero con el paso del tiempo se fueron generando fricciones […] entre las hormigas nativas y sus huéspedes. Esto se debía a que los nuevos miembros, en vez de integrarse plenamente a la colonia, permanecían separados y vivían como parásitos del esfuerzo del resto, a través de una actividad que ellos llamaban ‘préstamos’ e ‘intereses’ […]. Sin que las hormigas negras lo supieran, este mismo fenómeno se estaba dando en casi todos los hormigueros del bosque. Y respondía a algo que sólo las rojas conocían: un macabro plan para la dominación total del bosque. La primera etapa del plan ya había sido alcanzada: consistía en infiltrar la colonia y lograr un gran poder económico y político […] Lo más difícil fue obtener el poder político, que ellas mismas no podían ejercer […] Se les ocurrió crear una organización secreta (Lasonería), e invitaron a participar a todas las hormigas con cierto poder en la comunidad […]. Lo interesante de esta organización era que no sólo era secreta para los de afuera, sino para los propios miembros, que acataban las decisiones sin saber quiénes dirigían la organización (obviamente las hormigas rojas) […]. Representantes de las hormigas rojas que vivían en las diferentes colonias del bosque decidieron reunirse para actualizar su plan y la estrategia común a seguir en todos los hormigueros. Al terminar la reunión habían elaborado dos líneas de acción simultánea, una moderada y una radical, que aunque parecían antagónicas, se complementaban perfectamente […]. La hormigas rojas con mayor poder económico se encargaron de llevar adelante el plan moderado (llamado “Libertalismo”), que consistía en promover bellos ideales libertarios entre las hormigas, para alterar el orden y conducir a la sociedad al libertinaje total, ya que con la excusa de fomentar la libertad, eliminaron todas las barreras éticas, morales, religiosas y en especial legales, que impedían a los poderosos (ellas mismas) abusar del poder y someter a los más débiles […]. Para detener la creciente oposición a su campaña, los agentes políticos de las hormigas rojas impusieron leyes arbitrarias que castigaban con prisión a quienes denunciaran lo que estaba pasando: se acusaba a dichas hormigas de promover el odio hacia otras colonias […]. La otra línea de acción más radical, el “Comunalismo”, debía alcanzar el poder por la fuerza. Para ello […] debían derrotar a grupos poderosos, como el Rey, los comerciantes y los religiosos […], que ya fuera por interés propio o por lealtad hacia su comunidad, no iban a permitir que las hormigas rojas impusieran su tiranía […] La solución al problema vino de una intelectual roja llamada Mark, que buscando el camino de la revolución se dio cuenta de que podía aprovechar el gran malestar social causado por sus hermanas libertales, y usarlo como excusa para engañar a los más humildes y lanzarlos a la guerra contra el hormiguero […]. Ha pasado mucho tiempo desde que el plan fuera llevado a la práctica. Se podría decir que las hormigas rojas dominan casi completamente el bosque […] La vida en el hormiguero ya no es lo que era antes, se perdió la armonía y ya muy pocos quieren trabajar o luchar para el interés general de la colonia […] Se denigran las tradiciones y los valores […] Muchos reclaman derechos pero sin asumir responsabilidades […] La perversión y las drogas son el pan de cada día […]. Pero no todo está perdido. Todavía quedan hormigas leales a la colonia, que conocen los planes de las rojas y están dispuestas a luchar contra ellas. Por ahora no son muchas, pero confían en que las otras hormigas abran los ojos antes de que sea demasiado tarde […].

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Hoy, a siete años de aquellos acontecimientos, la JRN es para Sainz una experiencia “superada”. En 2004 el ex dirigente de la agrupación emigró a Maldonado, donde se recibió de profesor de Historia. “Haber estudiado fue como un gran shampoo que me ayudó a lavar la cabeza para aclarar ciertas ideas. Me ayudó a rever muchas cosas desde el punto de vista ideológico”. Opina que la JRN no era “de derecha”, ya que “no se definía como tal”, sino que fue un grupo “nacionalista”, una “asociación de nacionalismos clásicos”. Para Sainz, el nacionalismo es una etapa que quedó atrás: “Uruguay ya está constituido como nación. Todos somos nacionalistas en el fondo. Artigas puede entrar en cualquier camisa, hasta en el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros. [La JRN] me agarró hace más de una década atrás con poca lectura y poca incursión en el mundo de las ideas”.Ahora piensa que aquel trabajo en la militancia fue estéril y espera “que no haya más vertientes como ésa perdiendo el tiempo”. Cree que el grupo tenía un discurso “muy del siglo XX”.

Desde Maldonado, Sainz contribuiría al surgimiento de la Derecha Social (DS). En 2006 participó en la conformación de la Red Comunitaria, un grupo de activismo social integrado por unas 20 personas, “totalmente ajeno a la política”. Sus acciones se limitaban a la limpieza de playas, la plantación de huertas en comedores infantiles y “charlas sobre temas ecológicos”, entre otras cosas. Pero un día, en una radio comunitaria, los periodistas presentaron a la Red como una “asociación de izquierda”. Sainz se sorprendió: “Ahí a uno le cae la ficha de que el activismo social está relacionado con la izquierda”.

En este grupo Sainz conoció a otro joven que tampoco tenía problema en definirse de derecha: Diego Díaz. Ambos terminaron escribiendo juntos un libro llamado Ideas y reflexiones desde la derecha y fundando más adelante la DS. “Empezamos a reflexionar sobre el porqué de la necesidad de la derecha. Nadie rescataba el término, ni el ámbito político, ni el sociológico, ni el cultural”, recordó Sainz. En 2009, mientras la Red Comunitaria “se apagaba un poco” —según Sainz, por la propia lógica temporal de las agrupaciones—, surgía la DS, una idea que sumó al trabajo de la Red un contenido político y cultural. De esta manera, comenzó a funcionar el grupo, abocado tanto al activismo social como a la reflexión política y bajo la marca principal de una identificación explícita con la derecha.

Uno de los ex integrantes de la DS, Nicolás Quintana, recordó que aquello era “una federación de agrupaciones sociales y culturales que se identificaba con la derecha del pensamiento político e ideológico. Explicábamos qué es la derecha, por qué somos de ella y, en contraposición, qué es la izquierda, sin faltarle el respeto”. El grupo organizó en pleno clima electoral talleres dirigidos a varios tipos de público, desde “casas de amigos” hasta agrupaciones de los partidos tradicionales. De hecho, Quintana se integró a la DS a partir de una exposición de Díaz ante militantes de la lista 71 del PN, en la que él militaba. Sainz explicó que en ese tipo de presentaciones los líderes partidarios podían escuchar un discurso “diferente”: “Está todo bien, pero el FA sigue ganando”, ilustraba el joven militante, dando cuenta del trabajo de activismo social de la izquierda.

El blog Formaciones fue un espacio importante en la evolución de la DS: por medio de él se conocieron varios de sus miembros y se consolidaron las ideas que terminaron en el libro de Díaz y Sainz. Lo sorpresivo de Ideas y reflexiones desde la derecha es que sus bases teóricas remiten mucho más a pensadores marxistas que a ninguna otra corriente. Aparecen principalmente los desarrollos del concepto de hegemonía de Antonio Gramsci, pero también se puede ver el problema planteado por Adorno y Horkheimer sobre cómo la Ilustración y la Modernidad son parte de un proceso de disciplina con potencial de totalitario.

Al hablar, Sainz y Díaz se muestran interesados sobre todo en temas relacionados a la estrategia del discurso político, la globalización, la posmodernidad y las posibilidades de llevar adelante una política comunitarista. Ese pensamiento de la DS llegó a generar un aparato conceptual que sobrevivió a la disolución de la organización, y que se puede ver hoy en el discurso, por ejemplo, de miembros del Partido Uruguayo (PU).

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Conexión animal

¿Con qué organizaciones sociales tiene relaciones fluidas el Partido Uruguayo? Carlos González mencionó a Fuerza Nueva, que organizó una protesta en las Criollas del Prado y terminó siendo víctima de graves incidentes. Si bien González dice que se trata de una organización “muy radical”, mencionó que tal vez ayuden a pulir la plataforma del partido en el punto del bienestar animal. El tema se repitió varias veces a lo largo de la investigación. Por ejemplo, el blog del grupo skinhead Uruguay Anti-Antifa tiene entre sus categorías de entradas una dedicada al maltrato animal.

 

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La idea de que en Uruguay hay una “hegemonía cultural” lograda mediante la militancia social de la izquierda en la cultura aparece con mucha fuerza tanto en el discurso de la DS como del PU. La búsqueda de una política que priorice lo espiritual por sobre lo material (bajo la idea de que “la derecha se basa en lo espiritual y la izquierda, en lo material”) también es frecuente. Además, se repite el uso estratégico de la palabra “derecha”, pensada como desafío, como asumir el lugar del “otro”, que bajo condiciones de hegemonía nadie quiere ocupar.

Al estar inspirados en Gramsci, a los autores del libro no les debería molestar ser considerados intelectuales orgánicos de la derecha uruguaya actual. Pero ellos no se ven de esa manera y muestran preocupación por la manera en que el PU llenó el lugar vacío del “otro” con las tradiciones de la derecha uruguaya de toda la vida, vinculadas sobre todo al nacionalismo y a lo militar.

Con el paso del tiempo, la militancia de la DS fue creciendo y se comenzó a considerar la posibilidad de tener una sede propia. Según recordó Quintana, con el aporte de sus integrantes lograron alquilar un inmueble en Aconcagua y Gallinal, que habría de llamarse Casa Identitaria. Allí se podían reunir “la gente de la DS y todo el que quisiera”. “Se prestaba para la interacción entre los diferentes grupos”, recordó.

Sin embargo, la obtención de la casa en 2011 terminó desbaratando indirectamente al movimiento en un hecho en el que —de nuevo— la prensa tendría un inesperado protagonismo. Tanto Sainz como Díaz y Quintana apuntaron a la cobertura que hizo la revista Caras y Caretas sobre la organización, que “asustó” a gran parte de la militancia. El artículo del periodista Roger Rodríguez expresaba que las autoridades policiales estudiaban la “actividad de otros grupos definidos como derechistas, como DS y Casa Identitaria, que el pasado 24 de setiembre bajo el lema ‘un sueño, una meta, un logro’ (rítmicamente similar al eslogan hitleriano ‘Un pueblo, una nación, un líder’) inauguró un local en la calle Aconcagua 5277, en el barrio Malvín, con oratoria de Alberto Buela, filósofo argentino denunciado por nazi”. A Quintana le molestó que en aquel artículo se dijera que él había estado involucrado con la JRN y que Javier Bussi (otro ex JRN) estaba presente en la inauguración de la Casa Identitaria. Para él, “lo que Rodríguez quería no era esclarecer la realidad ni buscar que no existieran grupos de dudosa fe democrática, sino desarticular un grupo de jóvenes que trabajaba bien y molestaba. Nuestra crítica era a los partidos tradicionales”. También dijo que el Buela que asistió a Casa Identitaria no era el mismo que había sido acusado de nazi, aunque en realidad sí se trata de la misma persona, Alberto Buela Lamas, quien efectivamente recibió acusaciones de nazi en algunos sitios web de Argentina por participar en una charla del ultraderechista Movimiento Patriota Socialista de España, aunque él niega adherir a esta ideología.

Lo cierto es que tras aquella nota la DS terminó disolviéndose. También hubo en aquel entonces “cierto desgaste en la militancia”. “Ya teníamos muchos años de trabajo”, recuerda Sainz. Tras el fin del grupo, muchos de sus ex militantes se retiraron. Otros, como Quintana, pasaron a engrosar las filas del incipiente PU.

***

 Fundado en 2012 con una sorprendente inversión monetaria, el PU aparece como el único partido político uruguayo que reivindica ser de derecha. La agrupación presentó en mayo su carta orgánica y su declaración de principios a la Corte Electoral con vistas a las elecciones de 2014 y con la idea de fundar departamentales en todo el país.

Pero según informó Búsqueda en mayo de 2013, el pedido fue rechazado por dos motivos fundamentales. Por un lado, el uso del adjetivo “uruguayo” no fue admitido por la Corte por considerar que “pertenece a toda la colectividad nacional y no puede reservarse su uso a un sector de la misma”. Por otro, la Corte consideró inaceptables ciertas consideraciones del partido sobre el golpe de Estado de 1973, que el programa justifica y califica de “ineludible”. Se señala también el descuido por parte del PU al copiar casi textualmente el programa del partido conservador Unión Democrática de Chile, redactado en 1991, que condena al “imperio soviético” y atribuye al Partido Comunista el interés por convertir a Chile (Uruguay en la versión del PU) en un satélite de la Unión Soviética.

Este nuevo lema es sostenido económicamente y presidido por Marcelo Fuentes, un empresario (titular de la inmobiliaria Fuentes & Massa) que tiene ocho antecedentes penales entre 1988 y 2000 por estafa, falsificación de documentos y receptación, según informó Búsqueda. Fuentes fue quien fundó el PU en 2012 y el “ideólogo” de todo, explica Carlos González, vocero del partido. El partido, si bien es un duro cuestionador del gobierno, explica su creación por el descontento que existe con los partidos tradicionales, por la “no oposición” que presentan. “Primero apostamos a las redes virtuales. Luego [el PU] cobró forma directamente”, dijo González. Los primeros militantes fueron amigos y conocidos de Fuentes, así como “gente que tenía trato comercial con él”, pero luego se fueron incorporando más personas, algunas desde los partidos tradicionales.

Ése es el caso del propio González, quien militó de joven en la Unión Colorada y Batllista de Jorge Pacheco Areco. Según dijo, hay entre sus simpatizantes incluso militantes del FA disconformes con la gestión del gobierno. “Los partidos tradicionales nos quisieron tirar línea para agarrarnos, pero al ver que teníamos una identidad demasiado firme y marcada no intentaron más nada”, aseguró González. La posibilidad de conseguir un lugar donde “verse las caras” se materializó gracias a la sede que instalaron en Jackson y Guaná, financiada por el propio Fuentes.“Acá no hay ninguna empresa atrás ni nada. Todo el partido lo está bancando él”, aclaró el vocero.

A pesar de las coincidencias en concepción política (y de algunos militantes en común) entre la DS y el PU, este último suele tomar distancia del primero, aclarando que no son parte de un mismo proceso. González admitió que algunos de los integrantes de la DS han pasado a sus filas, pero también subraya que “el activismo social siempre estuvo presente dentro de los núcleos viejos del Partido Colorado”. Para él, los militantes de la DS eran simplemente “gurises jóvenes que intentaban hacer un trabajo social”. “Lo nuestro va más allá del activismo, y si bien vemos el trabajo social como una base para alcanzar determinados objetivos, esto es un partido netamente político, que apunta a tener representación política”.

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 Algo llama la atención en los folletos del PU. El único partido político que se autodenomina “de derecha” en Uruguay reclama el fin de la sumisión al Fondo Monetario Internacional (FMI), la reinstauración del frigorífico nacional, la detención de la extranjerización de la tierra y una reforma agraria. Lo primero que rompe los ojos es que no se trata de políticas usualmente asociadas con la derecha, especialmente luego del ciclo neoliberal de los 90, durante el cual los latinoamericanos aprendimos a asociar la palabra “derecha” con la flexibilización, el ajuste, la privatización, la apertura de la economía y la aceptación de los mandatos del FMI y del Banco Mundial.

Lo segundo —y lo más preocupante para la izquierda— es la sensación de que sus banderas históricas fueron robadas nada menos que por un partido que se reivindica como de derecha sin complejos. El problema que cabe pensar no es tanto en cómo es posible que el PU levante estas banderas sino en qué espacio se abrió para permitir este movimiento.

En el posconsenso de Washington, la relación entre la izquierda y el capital no es tan clara como en etapas anteriores. Si en los 90 la izquierda representaba la resistencia contra las medidas y el sufrimiento humano causado por las reformas neoliberales, en el nuevo siglo se ha dedicado a diseñar modelos de desarrollo que permitan la atracción de inversiones con un grado de protección y bienestar social. Resultó, de hecho, que el desarrollismo con estímulos explícitos, negociaciones directas, regulaciones en áreas estratégicas acompañadas de espacios desregulados limitados, inversiones en infraestructura y grados de redistribución del ingreso fueron más eficaces a la hora de atraer inversores que el neoliberalismo crudo y cruel que lo precedió. El precio a pagar fue el abandono de las banderas que no colaboraban con esta eficacia, que quedaron solas y esperando que alguien llegara a reclamarlas.

Historias similares se repiten en varios países de Occidente: en Francia y Gran Bretaña el Front National y el British National Party proponen la reindustrialización y protestan contra la globalización financiera y la relocalización de puestos de trabajo en el Lejano Oriente. En Estados Unidos el movimiento Tea Party explotó en 2009 alimentado por los recortes a Medicare (el programa estadounidense de salud pública para adultos mayores) incluidos en la reforma de la salud de Obama y por la indignación generalizada por las masivas estafas financieras de los grandes bancos y su posterior salvataje. En Grecia el partido xenófobo Amanecer Dorado (que propone medidas en contra de los inmigrantes, como proteger las fronteras con alambrado eléctrico) fue una de las voces más estridentes contra los brutales ajustes impuestos por la Unión Europea.

Se trata en todos los casos de reclamos de clase obrera, una clase golpeada primero por las desregulaciones y luego por la gran recesión que sacude al primer mundo. La misma clase obrera que ve cómo estos cambios económicos vienen aparejados a la degradación de la trama a nivel social y barrial, aumentos de la violencia callejera, cambios bruscos en la manera en la que se organiza la familia y la sexualidad, cuestionamientos profundos de identidades arraigadas y la obsolescencia de buena parte de las habilidades y virtudes, que, según lo que les fue enseñado, iban a brindarle un lugar en el mundo.

Las derechas extremas sueñan con una comunidad armónica, con una identidad estable, con una economía social y con un Estado protector, y su crecimiento responde a preocupaciones económicas y políticas reales que la izquierda no puede tener en cuenta por los imperativos de la economía política transnacional y la competencia electoral. Naturalmente, esto no significa que estos reclamos no tengan una cara más oscura.

El sueño de la comunidad armónica es una pesadilla para los que son designados como extranjeros, o peor aún, como culpables de la decadencia de esta armonía. Si bien buena parte de la ira de estas derechas está dirigida a banqueros, altos funcionarios y empresarios, el grueso de la violencia y el destrato se la llevan los chivos expiatorios designados según el caso; inmigrantes, gitanos, beneficiarios de planes sociales, jóvenes urbanos, personas LGBT y otros son los que terminan viviendo las pintadas, las corridas y las políticas represivas o discriminatorias que estos grupos presionan. La homofobia, el nacionalismo exacerbado, el fanatismo religioso, la xenofobia y el racismo de algunos de estos grupos tienen efectos políticos que van más allá del daño directo que puedan generar.

Estos discursos se retroalimentan con izquierdas que en el proceso de combatir contra estas tendencias hacen de la “apertura de mente” su gran valor político, apertura que en varios países terminó consolidándose como marca de las clases acomodadas, que se ven como superiores moralmente a unos pobres que imaginan machistas, xenófobos y atrasados. En Estados Unidos el Tea Party significa al mismo tiempo un resurgimiento de la derecha religiosa, un movimiento libertario, un rebrote xenófobo y una protesta del heartland (el “tierra adentro”) religioso y obrero (minero, agrícola, industrial) estadounidense contra las elites de las costas (multiculturales, ecologistas, sensibles), representadas por una centroizquierda democrática que se ve en la posición imposible de elegir representar a las ideas de los relativamente ricos sobre las angustias de los dejados atrás por el desarrollo globalizado.

El papel de lo “políticamente correcto”, pensado como discurso de elite transnacional, es fundamental en el discurso de las derechas. Esto se puede ver claramente en distintas organizaciones de Uruguay que repiten (en las entrevistas que Lento hizo a miembros de varias de ellas) una construcción discursiva que consta de dos partes. En primer lugar, se denuncia un pensamiento único “a su izquierda”, que impide la expresión de todos aquellos que sean “incómodos” o “disidentes”. Lo “políticamente correcto” es el mecanismo por medio del cual esto se impide, definiendo (de nuevo, supuestamente) qué se puede decir y qué no. No en vano la publicación bimensual de la JRN se llamó Políticamente Incorrecto, expresión que también reivindica el PU.

El hecho de que la organización que buscó militar contra la aprobación del Matrimonio Igualitario se llamara Coordinadora por la Libertad de Expresión y Pensamiento muestra que la derecha en Uruguay siente, un poco paranoicamente, que antes de lograr lo que efectivamente son sus objetivos debe ganarse el derecho a hablar en público. El segundo punto, por lo tanto, es la autoidentificación como de derecha, con algo de bravado desafiante, en particular en oposición a otros que no se animan a hacerlo.

Estos grupos, que en ocasiones se ven a sí mismos como minoritarios y perseguidos, encuentran en internet un lugar privilegiado para su actividad, sobre todo gracias a la posibilidad del anonimato. Es en este medio que proliferan organizaciones como la skinhead Uruguay Anti-Antifa, el pintoresco gonellismo (una mezcla entre genealogía amateur y teorías de la conspiración), el foro nacionalista blanco Stormfront (basado en Estados Unidos pero con una comunidad activa en Uruguay) y los blogs falangistas Extrema Derecha Uruguaya y Alerta Irreligiуn, que, entre otras cosas, acusan al Papa Francisco de “antipapa”. Un poco por las características del medio es que es difícil saber a ciencia cierta si son grupos con algún grado de organización, barras, blogs personales o delirios.

Cada grupo de derecha necesita fijar a su derecha un límite que separa aquello que está más allá de lo aceptable. Para los miembros del PU, por ejemplo, quien superó esa línea fue la JRN, que Carlos González llama “demasiado radical”: “No hay que seguir ideologías que en Alemania llevaron a la catástrofe”, aventuró. Para algunos ex miembros de la DS, en cambio, es el PU el que se encuentra más allá del límite, por cultivar un “nacionalismo decimonónico” y por “miliquero”. Para la JRN, a su vez, este rol era cumplido por el fascismo. Por eso se hace difícil decir quién “es más de derecha”, en especial porque entre estas organizaciones, que fijan entre sí límites de manera a veces muy tajante, se repiten algunas personas e ideas. Por ello, es necesario tener cuidado a la hora de agrupar y nombrar a la miríada de organizaciones, partidos, ideas, movimientos, barras, foros y blogs que designamos como de ultraderecha.

Las expresiones “derecha”, “ultraderecha”, “extrema derecha”, “fascista” y “neonazi” tienen cargas muy fuertes y están ligadas a historias de extremo sufrimiento humano. Es por esto que incluso en el interior de las organizaciones que se identifican con alguna de estas denominaciones se pone mucho énfasis en las fronteras internas de la derecha, incluso para evitar problemas con la Justicia Penal.

Es difícil y delicado navegar los cordones sanitarios, desmarques, fronteras y tradiciones comunes que unen y separan a este tipo de agrupaciones. De hecho, los partidos de derecha nacionalista como el Front National francés y el British National Party ocupan buena parte de sus intervenciones públicas en rechazar las acusaciones de fascismo, e incluso el Amanecer Dorado griego niega ser una organización neonazi. En parte esto es comprensible dado el terrible legado del nazismo y el fascismo en Europa. Allí, la extrema derecha debe balancear la defensa del desarrollo hacia adentro, la uniformidad étnica, los valores patriarcales y el odio hacia los extranjeros, pero alejándose a la vez de la catástrofe que significó la puesta en práctica de esas ideas.

A otra escala, éste es un dilema que podemos ver en Uruguay. Acá también hay para estas derechas un entorno de oportunidad en el que la izquierda dejó un flanco abierto por su manejo “responsable” de la economía. También hay una larga tradición de derechas y conservadurismo —JUP y dictadura militar incluidas— que dejó marcas terribles en la historia del país y no puede ser planteada explícitamente como antecedente. El PU no parece estar del todo adiestrado en el manejo de esta tensión.

El 20 de mayo se vio pasar frente a la concentración de la Marcha del Silencio una camioneta del partido con una consigna reivindicando “la lucha contra el terrorismo marxista”, aunque el PU aclaró que se trató de una coincidencia. Su vocero declaró no tener ninguna “nostalgia por las botas”, aunque defiende la idea de que los militares recluidos en la cárcel de Domingo Arena son presos políticos.

 

 

 


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